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Óscar Soto (médico personal de Allende) y Mario Amorós participan en un homenaje al político chileno en la Universitat de València

A los 40 años de la muerte de Allende

Fuentes: Rebelión

Un funesto 11 de septiembre de 1973 el presidente de la República de Chile por la Unidad Popular, Salvador Allende, decidió quitarse la vida en medio de los ataques que los militares golpistas, pastoreados por Pinochet, perpetraron sobre el Palacio de la Moneda. Para recordar el cuadragésimo aniversario del suceso, la Universitat de València y […]

Un funesto 11 de septiembre de 1973 el presidente de la República de Chile por la Unidad Popular, Salvador Allende, decidió quitarse la vida en medio de los ataques que los militares golpistas, pastoreados por Pinochet, perpetraron sobre el Palacio de la Moneda. Para recordar el cuadragésimo aniversario del suceso, la Universitat de València y la Casa de Chile en esta ciudad han organizado una mesa redonda, con la participación del historiador y periodista, Mario Amorós, y el doctor Óscar Soto, médico personal de Salvador Allende hasta sus últimos días.

Mario Amorós, que en septiembre publicará en Chile y España una voluminosa biografía del dirigente socialista y Presidente por la Unidad Popular, ha recordado en su intervención una de las etapas menos conocidas del recorrido vital de Allende, la década de los 30. Es en este decenio cuando se producen muchos de los hechos que marcarán su posterior trayectoria biográfica y política. La simiente de un legado que permanecerá indeleble. En 1932 Allende comienza a trabajar como ayudante de anatomía y patología en el Hospital Van Buren de Valparaíso. También se convierte en dirigente gremial de los facultativos de esta ciudad.

Pero 1932 es, asimismo, un año convulso y Chile entra en un punto de ebullición política al que Allende no se sustrae. «Se proclama en el país una república socialista (encabezada por Marmaduke Grove) que dura sólo 12 días», recuerda Mario Amorós, «de la que surge el primer gobierno socialista de América Latina, 30 años antes de la revolución cubana». Pero la experiencia resulta efímera, se desata la represión, y Allende es detenido y encarcelado. Ese año también se licencia como médico cirujano por la Universidad de Chile, en Santiago, con un expediente brillante (se formó asimismo en psiquiatría y llegó a publicar una tesis sobre «Higiene mental y delincuencia»).

Otro de los jalones históricos, en Chile y en la singladura política de Allende, es el año 1933, cuando tiene lugar la fundación del Partido Socialista chileno. Allende participa en la botadura de la organización en Valparaíso (el Parido Comunista vive por esos años una seria crisis). Aunque de extracción familiar burguesa, Salvador Allende había ido radicalizándose con los años. Antes de desembarcar en el Partido Socialista, había militado con sus compañeros universitarios en la organización marxista «Avance». Mario Amorós evoca cómo en 1935 los socialistas crean sus milicias, que se enfrentan en la calle con grupos nazis y de extrema derecha. Se dice que a Allende (quien otrora había practicado el boxeo) no se le daba mal el combate.

Aunque no sólo destaca por la actividad militante. Desempeña cargos de responsabilidad en su oficio de facultativo al tiempo que publica trabajos especializados en medicina social. E ingresa en la masonería. En 1936 se impulsa en Chile el Frente Popular («El único país de América Latina donde ocurre tal fenómeno», acota Mario Amorós) y Allende ocupa un relevante cargo en Valparaíso. Por lo demás, se muestra muy activo en la solidaridad con la República española.

Un año después entra en la Cámara como diputado por Valparaíso y defiende, en calidad de portavoz de Sanidad del Partido Socialista, la necesidad de un sistema nacional de salud. Mario Amorós marca el siguiente hito de la ruta el 25 de octubre de 1938. El Frente Popular (formado principalmente por socialistas, radicales y comunistas) gana las elecciones por sólo 3.000 votos. «Era la primera vez que la burguesía chilena perdía unas elecciones a la presidencia de la República», puntualiza Amorós.

Periodista y autor de varios libros sobre Chile, Mario Amorós desgrana los principales acontecimientos de 1939. Es un año con enjundia tanto en lo vital (conoce a quien será su esposa, Hortensia Bussi) como en lo político. Arriba en barco a Chile la expedición con los refugiados de la guerra española. En agosto, la derecha pretende de nuevo tomar el poder por la vía del golpe militar (el «ariostazo»), finalmente frustrado. Según Amorós, «Allende observa la imagen digna de un presidente -Pedro Aguirre Cerda- resistiendo hasta el final a la asonada, lo que le marcará para el futuro». En 1939 Salvador Allende asumirá el cargo de Ministro de Salud. Sobre esta etapa puede hallarse mucha información en la prensa de la época. Por ejemplo, alguna de sus frases preñadas de humanismo: «Prefiero para el pueblo un plato de lentejas a un frasco de tónico».

¿Por qué habría entonces que recordar la obra del mandatario chileno? Responde Mario Amorós que Allende «fue uno de los mitos de la izquierda que mejor ha resistido el paso del tiempo; como secretario general del Partido Socialista, designado en 1943, ya plantea cuestiones tan vigentes hoy como unir a la izquierda en torno a un programa político; sostuvo, además, la necesidad de la lucha antiimperialista y de superar el capitalismo; destacó por la coherencia personal y el intento de elaborar una nueva constitución («de transición») para que en Chile se abriera el camino al socialismo; Por último, intentó construir un socialismo en libertad y con el máximo respeto al pluralismo y los derechos humanos».

El médico personal de Allende, Óscar Soto, ha hilado su discurso en torno a lo que denomina «los tres entierros» del presidente chileno y sus implicaciones políticas. El primero de los sepelios tuvo lugar en el cementerio de Viña del Mar, durante los negros años de la dictadura: un funeral nocturno, sin testigos y en una tumba anónima. El segundo, celebrado en Santiago el 4 de septiembre en 1990, durante la presidencia del democristiano Patricio Aylwin, recibió la consideración de soterramiento oficial e incluyó un acto de homenaje. El evento desató la polémica en la izquierda. Hubo quien se posicionó a favor. Soto se mostró contrario en aquellos años a este acto reconciliatorio, que se producía, afirma, «sólo seis meses después que Aylwin accediera a la presidencia de la República y con toda la cuestión de los derechos humanos por abordar».

Es más, el facultativo de Allende evoca que el presidente del partido democristiano en la siniestra fecha del golpe (11 de septiembre de 1973) era el mismo Aylwin, a quien tampoco le dolieron prendas ni a la hora de elogiar la asonada, ni de subrayar que ésta salvó supuestamente al país del comunismo y el totalitarismo. Otro presidente democristiano, Eduardo Frei, realizó declaraciones del mismo jaez. Por lo demás, «la colaboración de la democracia cristiana en el golpe militar fue obvia, como han demostrado los «papeles» de la CIA», zanja Óscar Soto. Pero no sólo en 1990 estaban por aclarar las responsabilidades del partido Demócrata Cristiano de Chile. «Pinochet era comandante en jefe del ejército», evoca Soto; «ni siquiera se dio tiempo a que hicieran su trabajo las comisiones de investigación; se perdió la oportunidad de mostrar al mundo cómo murió Salvador Allende», agrega.

El 8 de septiembre de 2011 tuvo lugar el funeral más íntimo (el tercero de los entierros) en el mausoleo familiar del Cementerio General de Santiago, en presencia de los más allegados. Ese mismo año, un ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago, Mario Carroza, emprendió la tarea de investigar y aclarar, tras la exhumación del cadáver, las causas reales de la muerte de Allende. En los análisis participó un equipo internacional de expertos. Finalmente, el esperado informe dictaminó que el exmandatario se había suicidado con un disparo de metralleta (el arma que le regaló Fidel Castro) en la barbilla. Aceptada esta conclusión, el 24 de junio de 2013 la Corte de Apelaciones decidió el cierre definitivo del caso.

Sin embargo, consumidas cuatro décadas, ¿Se ha hecho justicia a la memoria de Allende y a los represaliados por la dictadura cruenta de Pinochet? Responde el galeno Óscar Soto con una sentencia de Patricio Aylwin que resume toda una política respecto al pasado: «Sí, hemos hecho justicia, dentro de lo posible». La democracia chilena ha hecho memoria alicorta. Dentro de lo posible…