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A propósito del debate sobre la pertinencia de una política de género para Cuba o lo que algunos llaman una «ideología de género»

Fuentes: La Tizza

En medio de esta coyuntura marcada por la peligrosidad de la pandemia y el acentuado incremento de las medidas impuestas por el bloqueo norteamericano, desde hace meses en las redes sociales se han multiplicado la frecuencia y la intensidad de los debates en torno a diversos asuntos que afectan la vida social.

En realidad, tanto las redes como los científicos sociales no hemos sido ajenos a las señales que nos daba la sociedad civil de que las cosas no andaban bien, y en numerosos escritos de mayor o menor calado esto estaba presente. En tonos diversos, con intenciones más o menos «santas», las críticas convocan a intensificar los cambios que la sociedad necesita — como la frase feliz de Tony Ávila — para crear condiciones que, de forma paralela a las transformaciones radicales que en el plano de la economía se han iniciado, potencien la vida cotidiana y los sueños de esa base social destinada a ejecutar el proyecto de sociedad socialista cubana.

En los últimos tiempos parecen haber pasado a un segundo plano los encendidos debates sobre la eficiencia en la agricultura y el mercado agropecuario, y se ha abierto espacio para temas menos frecuentes en otros momentos como el ordenamiento monetario, el comercio virtual, la situación de las divisas en las arcas del banco nacional, la relación entre los artistas y la política, o la libertad de expresión, entre otros temas de actualidad. Frente a la prensa plana, las redes han adquirido gallardía y empoderamiento y se han dado a la tarea de visibilizar cuestiones que no solían ser objeto de debate masivo por razones obvias: el estrecho marco de las ocho carillas del periódico Granma, seis días a la semana, para trazar pautas sobre la información oficial, es apenas lo mínimo para atender a todos los asuntos de gobernabilidad y sociabilidad de un país; mientras que las redes, con su espacio infinito, parecen ser el paraíso de la diversidad, donde todos quieren y pueden manifestarse, sin haber hecho carrera de periodistas y ni siquiera intuir la importancia de la ortografía para lograr una buena comunicación escrita. Ahora sí podría afirmarse que quien carezca de presencia en las redes no existe para el debate nacional. No importa si los datos móviles se compran con recursos propios o ajenos, lo que vale es tener acceso a la información y a la réplica. Y todos tenemos que acostumbrarnos a que con la mediación de esos canales viviremos en el futuro.

De los múltiples asuntos nacionales abordados recientemente, nos vamos a concentrar en uno de ellos, relevante en grado sumo por cuanto se refiere al universo primario y principal que es la familia y su organización, su funcionamiento y sus configuraciones, un asunto que está a punto de transformarse cuando en breve plazo sea aprobado el nuevo Código de la Familia, el cual concita en la actualidad numerosas discrepancias. El nuevo Código, según se anunciara en la información pública divulgada en enero de este año, traerá respuestas bien pensadas para asuntos largamente debatidos como la violencia intrafamiliar, la educación de los hijos, las relaciones entre parientes, la herencia, y otros más. Ese Código nuevo se apoya en la Constitución aprobada en 2019 para interceder a favor de uno de los temas más llevados y traídos durante el debate público de la misma, como fue el de los matrimonios igualitarios, a pesar de no ser ese uno de los aspectos del documento rector con mayor relevancia para la vida nacional.Este es el tiempo, no es otroCódigo de las Familias: expectativas, problemas y proyeccionesmedium.com

La problemática aprobación de un modelo de familia inclusivo, que considere como tal tanto a las parejas heterosexuales como a las homosexuales, se enfrenta en Cuba a un triple sistema de conflictos heredados. Sin ánimo de establecer un orden de jerarquía, para lo cual sería preciso detenerme en un recorrido histórico que rebasa este artículo, quisiera recordar que ese complejo sistema triple está compuesto por: a) prejuicios profundamente enraizados en la matriz cultural cubana, que deriva mayormente de raíces europeas, africanas y asiáticas, de base patriarcal; b) problemas que arrastra el catolicismo, religión dominante en la mayor parte del mundo occidental desde la época de los manuscritos apócrifos del Viejo Testamento y c) debates mucho más recientes, originados en el siglo XX, entre el insurgente movimiento feminista y el fundamentalista sector católico ultrarreaccionario, desde el momento en que éste tomó conciencia de que la perspectiva de género cuestionaba el poder patriarcal no solo en las relaciones interpersonales sino sobre todo en la organización y el control de las sociedades. Ese debate pronto encontró eco en otras religiones cristianas, y estas han ido ganando espacio y credibilidad entre los sectores más pobres, particularmente en el continente americano y por supuesto, en Cuba.

Como puede apreciarse, no es poco importante ni superficial la discrepancia ante un documento cuya función será en el futuro regir las relaciones interpersonales, la educación de los hijos, la prioridad a la hora de decidir a cuál de ellos atribuirle el derecho a sentarse a la mesa, a ser aceptados con su pareja y su descendencia, tanto consanguínea como electiva y muchos más; el asunto pasa por decisiones, preferencias, creencias, emociones y todo ese amplio universo que puebla el imaginario de la sociedad.

Nos referimos a todo esto porque expresa la complejidad del mundo cultural del que formamos parte. Por eso, cuando hace apenas un mes apareció en un chat privado el reenvío de varios documentos en torno al asunto de la mal llamada «ideología de género», se abrió la compuerta al intercambio y al cruce de argumentos. El eje principal era la Resolución del Ministerio de Educación referida a la enseñanza-aprendizaje en clave de género,[1] que será aplicada en todos los niveles del sistema de educación desde las primeras edades y abarcará todas las formas de escolarización existentes en el país. El documento, por cierto, para quien logra rebasar una primera lectura, reviste especial interés en tanto evidencia un trabajo profundo de elaboración sobre la base de una larga experiencia tanto en el ámbito educativo como en el trabajo de terapia social que silenciosamente realizan algunos profesionales e instituciones.

El documento está cuidadosamente formulado en el sentido de que se propone como hoja de ruta para el uso de todos los involucrados en alguna labor que implique enseñar, guiar, orientar a cualquier sector de la sociedad. En otras palabras, se presenta como una herramienta flexible, para aplicar de acuerdo con los niveles y las exigencias de que se trate en cada caso, y el objetivo último al que apunta, sin manifestarlo abiertamente porque sería pretencioso, es la aspiración a que contribuya a construir una mejor sociedad futura.

Como herramienta teórica con vocación de aplicabilidad, el mencionado Programa no desdeña la compañía de un conjunto de reglamentos diferentes para cada nivel, que sugieren el temario a través del cual la nueva perspectiva puede ser cuidadosamente incorporada a la visión del mundo de los estudiantes. Un trabajo que requiere de tiempo y de acumulación, difícil de lograr si no se estabiliza la economía, si la orientación de la política económica no gira al viento como las veletas, si no construimos la base económica sólida que todo país que aspira a ser independiente necesita para sostenerse, si no logramos negociar sobre la base del respeto mutuo unos acuerdos de coexistencia pacífica con el vecino de arriba (en sentido recto y también figurado si presuponemos la observación de un mapa de las Américas).

De todo esto, lo más difícil de lograr parece ser lo último, porque no depende de nuestra voluntad, incluso ni de nuestra cohesión social, ni del buen o mal trabajo político que logremos hacer con los insatisfechos —con razón o sin ella— del 27N o del 11 de julio. Pero que sí puede mejorar nuestra situación interna y quién sabe si también el consenso en la medida en que se moderen las colas, se controle la inflación y la reventa y nuestros salarios mejorados logren ser instrumentos suficientes para pagar los gastos de vivir en este país sin tanta ayuda del exterior.

Cuba es desde los años 60 un país de vocación socialista según lo consensuado por la mayor parte de su población actual. Lograr construir —o no— la sociedad que deseamos, será el resultado de muchos más esfuerzos consagrados a pensar, diseñar y trabajar con la participación consciente de todos los actores sociales. Otros intentos socialistas han fracasado; y muchos errores nos han retrasado, a los cubanos, en el proceso de construcción social. Ha llegado el momento de sentarnos a una mesa de negociaciones con aquellos que sepan escuchar a sus contrarios, de exponer las demandas impostergables y negociar juntos las condiciones en que vamos a convivir en la apertura, el respeto mutuo y la frugalidad compartida.

Que continuemos siendo un país subdesarrollado después de 60 años de transitar por el camino del socialismo no niega las conquistas extraordinarias en diversos campos, pero tampoco aminora las consecuencias sociales de los errores cometidos. A pesar de las ofertas educacionales, las gratuidades en la salud, los precios y servicios subvencionados, las sucesivas aperturas inevitables para mantener la gobernabilidad, una gran mayoría de la población permanece ajena a toda vinculación laboral y sobrevive en la ignorancia y el desconocimiento supino del nivel de conocimientos que lideran las élites universitarias en los diversos campos del saber, lo cual crea un margen favorable para la actuación de agentes especializados en explotar nichos de poder alternativos, creados precisamente entre los sectores al margen del pensamiento científico avanzado.

La aparición de pronunciamientos contrarios a la Resolución 16/2021 de la ministra de Educación, Ena Elsa Velázquez Cobiella, firmada el 27 de febrero de 2021, no deja de ser sintomática. Por un lado, atestigua el espacio ganado por voces múltiples en el debate nacional cada vez más diverso y, por otro, aporta evidencias sobre cómo las corrientes ideológicas que tienen su origen en otras latitudes se insertan e imbrican con el debate nacional allí donde la construcción de valores en lo espiritual y lo material no ha sido consistente.

Antes de cerrar, queremos agregar unas reflexiones más y comenzaremos por una pregunta para los lectores: ¿por qué precisamente a estas alturas del año 2021 es cuando se dan cita en el espacio cubano los debates sobre si es pertinente o no apoyar una nueva política de género y familia? ¿Por qué un tema como este no había aparecido hasta el presente cuando, en el mundo, muchos países con sistemas sociales más tradicionalistas se debatía ya desde hace decenios sobre estos temas? ¿Por qué nos quedamos a la zaga?

Como señalamiento al documento que se discute, debemos decir que no queda claro en el trazado de la política una precisión: ¿cómo se proponían los redactores de ese documento enfrentar las posiciones sociales retardatarias de algunos sectores que sin demora se manifestaron?

Queremos llamar la atención sobre los peligros que conlleva el no prever, el no estar atento a las señales de desagrado que da la sociedad, que al calor de las arengas por la unidad y la combatividad para defender al país de enemigos internos y externos, se engavete el sano impulso que conduce hacia un futuro consecuente con nuestros éxitos y errores por el camino del socialismo. Los avances y retrocesos de una política mimética, que escuche demasiado el rumor y poco las voces autorizadas, resultarán siempre nocivos para la credibilidad y la continuidad de los procesos.

Esta política de género y familia va más allá de las elecciones y conductas individuales porque reivindica una historia común y continental por la justicia social. La prioridad hoy no es hacer justicia para agradar a un sector o un grupo etario, de lo que se trata es de hacer justicia para todos, justicia macrosocial que integre a todos como actores conscientes, de reivindicar la historia de todos los marginalizados por el machismo, el patriarcalismo, el racismo, el habanocentrismo, la homofobia, el sectarismo y todas esas rémoras que quieren hacer de nuestra sociedad un todo desmembrado, desarticulado y abierto a incitaciones diversas que pasan por imagen de la modernidad.

La política de género que se defiende va a lo más profundo de nuestro ser social, es emancipadora y tiene visión de futuro porque busca separar a las personas del ostracismo para convertirlos en actores conscientes de su propio destino personal y colectivo. No es en modo alguno un engendro gubernamental para imponer un esquema teórico de desarrollo social, sino un programa de trabajo para el perfeccionamiento social y humano de todos los cubanos, enraizado en nuestras tradiciones emancipatorias. Es el resultado de mucho andar por los caminos del socialismo al que aspiramos. Para seguirlo, hay que emocionar y emocionarse, dejando atrás tecnicismos y burocratismos de escuela. Hay que escapar a la concepción binaria que opone reclamos por los desaparecidos, contra la violencia policial, e invocaciones por la libertad de expresión, frente a un oficialismo centrado en reconocer que hemos cometido errores pero sin decir cuáles, culpando de todo al imperialismo y al bloqueo sin dar nombre ni solución satisfactoria y permanente a problemas que agobian a la mayoría de la sociedad.

Si en medio de esta confrontación que tiene su origen en la crisis interna por problemas históricos acumulados que se sumaron a la horrorosa pandemia, al recrudecimiento del bloqueo, al inoportuno ordenamiento y a las consecuencias de una falsa politización sustentada en consignas que no pasaban por el corazón antes de llegar a los labios, si olvidamos los valores humanistas que sostienen el ser social de los cubanos, si olvidamos aquello que nos une y no descartamos lo que nos separa, si no nos escuchamos, si no amamos lo nuestro y también lo que nos rodea, nunca llegaremos a construir esa sociedad futura que anhelamos y que, con cada error, con cada cambio de sentido, da otro paso atrás como el paraíso fantasmagórico de los sueños que nunca podremos alcanzar.

Bibliografía utilizada

Arce Valentín, Dora Ester. Voces ecuménicas cubanas, 23 junio 2021

Armas Ramos, Ariel. «Campaña ecuménica aúna voces por un Código de las Familias inclusivo», 12 junio 2021. «Familias. Hasta que el amor sea ley». Tomado de Voces ecuménicas cubanas, www.ips.cuba.net

Castro Morales, Yudi. «El nuevo Código de las Familias, más allá del matrimonio», 8 de enero 2020. Granma digital.

Guanche, Julio César. El camino de las definiciones. Los intelectuales y la política en Cuba.1959–1961, revista Temas Junio 2020.

Hernández, Rafael. «Conflicto, consenso, crisis. Tres notas mínimas sobre las protestas», julio 21, 2021 en Con todas sus letras, ON CUBA NEWS.

Resolución no. 16/2021, de la ministra de Educación, «Programa de educación integral en sexualidad con enfoque de género y derechos sexuales y reproductivos en el sistema nacional de educación».

Trujillo Lemes, Maximiliano. «Ideología de género y conservadurismo religioso», LJC, 1 de julio 2021.

Notas:

[1] «Programa de educación integral en sexualidad con enfoque de género y derechos sexuales y reproductivos en el sistema nacional de educación».

Fuente: https://medium.com/la-tiza/a-prop%C3%B3sito-del-debate-sobre-la-pertinencia-de-una-pol%C3%ADtica-de-g%C3%A9nero-para-cuba-o-lo-que-algunos-f3c0289ff26f