«El derecho no puede jamás elevarse sobre el régimen económico y el desarrollo cultural de la sociedad condicionada por este régimen» Karl Marx (1818-1883)
El famoso consenso, que dio lugar al régimen monárquico de 1978, pretendidamente parlamentario, beneficia estratégicamente a la clase rica; es decir, a la oligarquía formada por un puñado de familias que se han enriquecido durante la dictadura de forma criminal.
Primero, con el trabajo esclavo de presos políticos, en las grandes empresas constructoras; después, con una represión implacable, apoyándose en la policía política, la judicatura y el ejército de Franco, que tiñeron de sangre la geografía de nuestra patria común.
Fue una feroz persecución de sindicalistas y de trabajadores honrados, muchos de ellos miembros del PCE; comunistas que pagaron con largos años de cárcel, a menudo con su vida, la defensa de la clase trabajadora.
Para colmo, en los aparatos coercitivos del Estado, durante la llamada Transición, se hizo una depuración en sentido contrario a la que cabía esperar de un régimen democrático. Fueron perseguidos, encarcelados, procesados y condenados en Consejo de Guerra militares de la UMD, expresamente excluidos de la llamada Ley de Amnistía, mientras eran descaradamente amnistiados y ensalzados criminales bien situados en los aparatos represivos del Estado español, bajo el manto protector del propio Rey, capitán general de los ejércitos de Franco.
Un rey diseñado por un dictador genocida a la medida de sus necesidades, por tanto a la medida de la oligarquía financiera y terrateniente española. Un rey inviolable que, por consenso establecido entre los llamados padres de la Constitución, quedó blindado frente a una inexistente justicia popular. Un rey de cuyos desmanes económicos hemos tenido noticia, con sorpresa bobalicona, tras cuatro décadas de impunidad absoluta. Asunto que, no lo olvidemos, saltó a los telediarios gracias a la prensa extranjera.
Se trata, pues, de un escandalo tan descomunal que ha llevado a la jefatura del Estado español, es decir al Rey de España, hasta límites de ridiculez y desprestigio mundial insoportables y, con ellos, a la institución que encarna. Límites que podrían calificarse de bufonescos, si no fuese por lo que suponen de traición a la patria; por tanto, de traición al pueblo por el que dicen darlo todo. “Majestad, por España, todo por España”, dijo el Borbón abuelo, hogaño bisabuelo, destituido por Franco de su línea sucesoria. Destitución que fue disciplinadamente acatada por su hijo, el entonces príncipe Juan Carlos Borbón, hoy Rey emérito, investigado por la Fiscalía suiza.
Mientras tanto, generales monárquicos en franca rebeldía, amparados por sus jugosas pensiones y diversas canonjías, arremeten contra el Gobierno de España; el gobierno social-comunista, como suelen calificarlo con evidente mala intención los medios y personas afines a Felipe VI.
Prueba de ello son las recurrentes declaraciones, un día sí y otro también, del presidente de la Fundación Nacional Francisco Franco (FNFF), antiguo edecán del Rey, que ya enseñó su patita hace más de ocho años en un club elitista de rancio aroma, en la Gran Vía madrileña, con su famosa arenga fascista “La patria es anterior y más importante que la democracia. El patriotismo es un sentimiento y la Constitución no es más que una ley”, con gran regocijo de la concurrencia.
Una “distinguida” concurrencia, en la que se encontraban no solo militares de alta graduación, sino también algún destacado miembro de la magistratura; es decir, la flor y nata de los aparatos represivos del Estado español.
Fue el pistoletazo de salida de lo que algunos años después se ha convertido en un partido político. Un partido salido de las entrañas de la dictadura franquista, cuyo fin no es otro que dar alas al fascismo; con la malsana intención de forzar una involución política de proporciones desconocidas desde los albores de la Transición. Un monstruo de look reconocible, el monstruo de la reacción.
“Es un monstruo grande y pisa fuerte, toda la pobre inocencia de la gente…” Una bestia que avanza amenazante, implacable, reconstruyendo sin pausa un partido funesto, al Rey afín; mientras tanto, duquesas, condesas y demás ralea, sentadas a la mesa, aguardan impacientes el comienzo inminente del festín.
Manuel Ruiz Robles es Capitán de Navío de la Armada, miembro de la UMD y del Colectivo Anemoi. Presidente Federal de Unidad Cívica por la República.
Referencias de prensa:
¿Qué empresas usaron a esclavos del franquismo?
El enganchón entre un politólogo y el presidente de la Fundación Franco
“La patria vale más que la democracia”
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