El arrope del feminismo a las futbolistas, inesperado, internacional, intergeneracional, fue una reparación no solo a Jenifer Hermoso, sino a un movimiento al que habían reprochado haber ido “demasiado lejos”
¿Dónde estabas tú cuando España ganó el Mundial de fútbol de 2023? Quizá viéndolo desde el sofá, la tumbona o el porche, porque ocurrió al mediodía. O trabajando, incluso aunque fuese un domingo de verano. Igual lo escuchaste conduciendo de vuelta del puente más español de todos los puentes, el de agosto. O lo mismo ni te enteraste, porque no te interesa el fútbol, pero probablemente, sí supiste de todo lo que vino después.
La victoria de las campeonas del Mundo tomó una nueva dimensión cuando Luis Rubiales, presidente de la Real Federación Española de Fútbol, decidió que él tenía los huevos y el poder suficiente para agarrar la cara de una de las futbolistas, plantarle un beso en la boca y hacerse el señor de la fiesta, de toda las fiestas, de hecho. Decían que aquello empañó su Copa del Mundo, pero lo cierto es que precisamente la forma en que las jugadoras de la Selección Española, así, en mayúsculas, afrontaron lo que se les vino encima elevó su épica y llegó hasta los hogares donde nunca se escuchaba El Larguero. El resto de la historia, en fin, ya la conocen. Yo tuve la suerte de poder contarla.
Cuando CTXT me propuso escribir #SeAcabó, dentro de su editorial Escritos Contextatarios, me pregunté si era correcto hacerlo. Había hecho bandera durante toda mi vida de mi repudio al fútbol, punto neurálgico de tantos males: clasismo, racismo, machismo, corrupción. Pero bueno, precisamente por eso, parecía interesante hacerlo. Al fin y al cabo, una llevaba toda la vida rodeada de señores que le explicaban su trabajo, así que tampoco era tan grave que, por una vez, se cambiasen las tornas. Fruto de esa idea nació un ensayito, un relato en forma de partido –con sus medios tiempos, sus penaltis, sus tarjetas rojas, sus expulsiones– escrito pese al síndrome de la impostora, pese a sentirme, y con razón, una intrusa. Tal fue la inmersión que tuve que terminar reconociendo que el fútbol (no el sistema-fútbol del capitalismo salvaje, ni el nacionalmadridismo que tanto detesta Miguel Mora) podía ser apasionante y hasta revolucionario. Y así, página a página, parimos el librito aquel. Me gusta pensar que lo hicimos, por encima de todo, con la convicción de que el “Se acabó” necesitaba una narrativa feminista, una reivindicación desde el nosotras, para evitar que, otra vez, nos arrebatasen el relato.
El libro plantea que el “Se acabó” fue no una, sino en realidad, dos gestas paralelas: la primera, obviamente, la deportiva. La que demostró que el fútbol femenino tenía calidad, que brillaba a pesar de todas las piedras en el camino, de décadas y décadas de maltrato estructural y sistémico. Las deportistas, en su feroz emancipación, estaban disputando otro fútbol, con más derechos laborales, más justo, más solidario, más inclusivo, más real, por las que fueron y por las que vendrían tras ellas. Lo hicieron en colectivo, en una suerte, si queréis verlo así, de nuevo sindicalismo deportivo frente a una patronal implacable, la más poderosa de todas, y a sabiendas de que, como en 2021, caería sobre ellas la letra escarlata de “amotinadas” y de “rebeldes”, que bien podría costarles la salud, y la carrera.
La segunda victoria fue, obviamente, la feminista. El “Se acabó” sobrevino en un momento de profundo cuestionamiento político de las conquistas políticas y culturales de los feminismos contemporáneos, simbolizado con crudeza en el feroz ataque de la derecha judicial y mediática a la ley del sólo sí es sí. Pero entonces, en medio de una violencia política despiadada y disciplinante, cuando algunas se resignaban ya a replegarse al silencio, millones de mujeres en el mundo conectaron con Hermoso, se indignaron con ella, hicieron suya esa sensación de impotencia y de rabia que tantas hemos sentido. Ellas, Putellas, Hermoso, Paredes y cía, supieron explicar con una claridad pasmosa algo tan complejo como el consentimiento, y demostraron que todo aquello iba, sobre todo, de poder. De quienes tenían derecho a agarrarse los huevos y a besarnos en la cara y de quienes debían consentirlo sin rechistar. De quienes aplauden y legitiman los abusos y de a quién se castiga por denunciarlos. El arrope del feminismo a las futbolistas, inesperado, torrencial, internacional, intergeneracional, fue una reparación no solo a la propia Hermoso, –a quien fue bellísimo ver dar las campanadas de fin de año en la Puerta de Sol-– sino a todo un movimiento social, popular, y político al que hasta entonces habían reprochado por activa y por pasiva el haber ido “demasiado lejos” y el haber hecho “demasiado ruido”. Cómo se equivocaron.
Gracias a ese librito, que se hizo carne a través del trabajo del equipo de CTXT, –porque esto va de eso, de jugar en equipo–, y gracias también a una prologuista y amiga muy valiente, Irene Montero, #SeAcabó ha viajado muchos kilómetros y ha permitido que a su sombra brotasen conversaciones de horas y horas con muchas personas que deseaban comentarlo, hablar sobre ello. Qué emocionante, qué aprendizaje, –qué hostia de humildad también, todo sea dicho–, ha sido poder debatir horas y horas sobre la doble victoria de las campeonas del mundo. Arrancamos una noche de invierno en Madrid, junto a Boti García, que convirtió la historia en un precioso ejercicio de memoria colectiva, y hasta hoy, hemos peregrinado cuando el tiempo lo permitía, de ciudad a ciudad, siendo a veces decenas, a veces unas pocas, y a veces nadie, todo hay que decirlo. Da igual. En sus andanzas, este ensayito ha conocido a personas fascinantes que bien valían el viaje: a las jugadoras de un equipo valenciano, Samarucs, que están rompiendo todas las convenciones con su manera de entender el fútbol, la comunidad, la vida. A las fascinantes vallekanas de más de treinta que juegan al rugby sin complejos y a las que aún debo un partido. A expertas de verdad en esto del deporte, no como yo: Marta, Lucía, Pato, Mar, Pilar, Carlos… que llenaron sus páginas de sentido. También a esos hombres, ya mayores, público cautivo quizá, que se atrevieron a hablar de feminismo por primera vez en aquellas charlitas. A los centros sociales, a los pequeños proyectos que se mantienen gracias al tiempo y las manos de unas pocas almas y que algunos tienen la indecencia de llamar chiringuitos. En gira por aquí y allá, pudimos también plantear el gran debate pendiente de la masculinidad y los machismos de vestuario y conocer a personas, como Bellerín, con el coraje suficiente para poner sobre la mesa esa revolución tan necesaria, tan inaplazable. Y por supuesto, claro, están ellas: esas pequeñas librerías de la resistencia, donde escuchar era mucho más interesante que escucharme. Una vez, hasta presentamos el libro en un polideportivo donde no vino ni una persona a oírme, y en el silencio rebotaban los balonazos de las chavalas, que, detrás de mí, chutaban a la portería. Me pareció bonito.
Hace pocos días me preguntaban si el balance, a un año de todo aquello, es positivo. Y una, que es optimista de la voluntad y pesimista de la razón, cree que sí. Aunque no me corresponde ser yo quien lo afirme. Pero sí, claro que valió la pena. A pesar de los pesares.
Dejadme ir con los pesares primero. Y es que, aunque fueron muchos los tipos detestables que cayeron de la silla en aquellos días, los cambios estructurales, dentro y fuera de la Federación, no llegaron tan lejos como nos hubiera gustado a muchas. Se descabalgó a Rubiales, a Vilda, y a otros tantos que se sentían impunes y a los que gracias al “Se acabó” pusimos nombre, apellidos y responsabilidades y que hoy deberán rendir cuentas judiciales por ello. Ellas solas hicieron temblar a una estructura federativa y de clubes –y política, ojo– que durante años había liquidado sin piedad sus carreras, aspiraciones y derechos. Pero sí, Rubiales campaba a los pocos meses en Santo Domingo jugando a las casitas, Vilda obtuvo un retiro tranquilo entrenando a la selección marroquí, y algunos, como Carlos Santiso, que no debería acercarse a una deportista en kilómetros, siguen con el culo puesto en el banquillo de Vallekas. Los Florentinos continúan siendo, como dice Fonsi Loaiza, los señores de este país. También se depuró conveniente al feminismo rebelde de las instituciones, ministerios y partidos, para volver a una calma chicha, a una institucionalidad sin tacha que conviviría sin mayor problema con Rubiales y cía., de retorno a una política pública que ha perdido ya cualquier vínculo con la calle. Pero que nadie se olvide; antes que sus propios enemigos, fue el “Se acabó” quién hizo temblar a esos señores sin nombre. La primera vez que muchos tuvieron miedo de perder sus privilegios, sus corruptelas y su derecho de pernada fue cuando tuvieron delante a las feministas.
No obstante, hay mucho, muchísimo más, en el lado de lo bueno. Cualitativamente, como contaba hace poco Ricardo Uribarri, se han multiplicado las federaciones, los clubes femeninos, el deporte de base. También los protocolos, las medidas y los recursos ante la violencia sexual que ya no podrán ser simple papel mojado. “Referente” ya no será más una palabra que solo se aplique al masculino singular. Las crías pueden aspirar a ser y a admirar (porque claro que todas necesitamos admirar y querer ser) a mujeres valientes y coherentes, y no a tipos obsesionados consigo mismos, cubiertos de unos tatuajes horterísimas, que coleccionan supermodelos y lamborghinis. Los valores que ellas han puesto sobre la mesa son la evidencia de otra forma de hacer deporte, de hacer equipo, comunidad, salud, amigas, o carrera profesional. Para muestra, sirvan los Juegos Olímpicos, donde de nuevo el feminismo ha salido al rescate del escrutinio desalmado que se ha hecho sobre los cuerpos de las mujeres, de las deportistas. Ahí queda la imagen de Simone Biles y Raquel Andrade, rendidas la una a la otra en el podio, llamándose “reinas” mutuamente, celebrando sus medallas y no sus derrotas, sin la necesidad de golpear, como Alcaraz, la raqueta en el suelo hasta destrozarla.
No es poco, ¿verdad? En realidad, es impresionante, si echamos la vista atrás…y hasta aquí puedo leerles, o contarles. Lo que queda por delante, serán ellas quienes lo escriban. Solo espero que estemos por aquí para acompañarlas y recordarles que gracias a ellas se acabó el cuento de nunca acabar.