Sí, efectivamente, soy tan cobarde que el artículo dedicado a los diez años del movimiento 15M lo escribo cuando ya han pasado unos días del aniversario. También es cierto que, tal y como me temía, muchos de los artículos publicados estos días vuelven a caer en los lugares comunes (cada posicionamiento ideológico con su propio lugar común) cuando no en la burda e interesada manipulación de lo que fue ese fenómeno.
Por otro lado, reflexionando sobre lo que suponen diez años, caigo en la cuenta de que en la fecha en la que nací aún faltaban unos meses para que se cumplieran diez años de la muerte del dictador Francisco Franco. Es bastante tiempo y ya debiera ser objeto de un análisis histórico lejos de algunas de las publicaciones, apresuradas, que surgieron ya en el mismo año 2011. Recuerdo mi cabreo ese año cuando empecé a ver en algunas librerías libros donde precisamente se hablaba, aparentemente a toda prisa, del fenómeno, algunos escritos por autores que ya conocía, como Carlos Taibo, y otras de un politólogo, en esos momentos desconocido para mí, llamado Pablo Iglesias Turrión. Tampoco es que pudiera profundizar mucho más allá del ojeado rápido en la propia librería, pero en concreto en caso de Taibo, que llegó a publicar varios libros sobre esta cuestión, me pareció un autor que cae demasiadas veces en los tópicos.
He de explicar también varias circunstancias. El 15M que viví fue un 15M desde la periferia, es más, desde la ultraperiferia, incluso diría que desde la periferia de la ultraperiferia. Y sin embargo, en un movimiento descentralizado, por algún extraño complejo, en el 15M de La Palma existió una especie de querencia hacia el sucursalismo. La acampada de Sol se veía como el centro de un movimiento a partir del cual orbitaban los demás, y recuerdo cuando una compañera de Madrid visitó La Palma durante el verano, al comentar de dónde procedía, parte de los participantes se pusieron alrededor de ella en actitud de “dinos cómo se organizan en Sol y cómo tenemos que hacer”. Obviamente esa compañera se asustó de dicha actitud, y quienes así actuaron se sintieron decepcionados cuando ella contestó que teníamos que partir de nuestra propia realidad. Este sucursalismo autoimpuesto desde la periferia (hablo del caso de La Palma, en Tenerife sí hubo una mayor originalidad), jamás buscado por quienes se movilizaron en Madrid, se vio incluso en la incapacidad para general lemas propios, o incluso la desconfianza si surgía algún lema nuevo que no se había visto previamente en televisión o en redes sociales. El caso más notorio fue el de una pancarta vista en Madrid donde se denunciaba la inflación producida tras la adopción de euro, comparando los precios de varios productos; la idea era buena, pero en La Palma se reprodujo tal cual, poniendo los precios de la pancarta original, así se denunciaba que un café costaba 1,20 euros cuando a pocos metros de la plaza había bares que tenían los cafés a 50 céntimos.
La otra circunstancia tiene que ver con la isla de Tenerife. En Tenerife el 15M no fue tanto un antes y un después, como muchas veces se ha dicho a niveles generales. El gran ciclo de movilizaciones en esa isla tuvo lugar unos años antes, entre 2002 y 2008, más prolongado en el tiempo y capaz de aglutinar a más gente que se moviera activamente. Hablo de las movilizaciones que comenzaron con la oposición a las torretas de Vilaflor y que continuó con la oposición al Puerto de Granadilla, cuestiones concretas, pero que servían para traer a colación otras cuestiones paralelas también concretas (por ejemplo los planes generales de ordenación en algunos municipios) y un cuestionamiento general del modelo económico y de desarrollo de Canarias. El 15M tinerfeño movilizó a menos gente, y aún así manifestó ese adanismo político de “antes que nosotros no había nada”, cuando habían pasado menos de tres años del final de aquel ciclo de movilizaciones. También es cierto que el movimiento contra el Puerto de Granadilla fracasó; éste se construyó aprovechando la crisis económica y el reflujo de las movilizaciones, pero como suele ocurrir, los vaticinios de quienes nos movilizamos se cumplieron, y el puerto hoy está prácticamente vacío, resulta que teníamos razón.
Añadiría una tercera circunstancia y que no se dio exclusivamente en Canarias, sino en todo el Estado. Fue un movimiento mucho más pequeño, minoritario, movilizó mucha menos gente y centrada en un sector muy concreto, el estudiantado (y excepcionalmente parte del profesorado) universitario. Hablo del movimiento contra el Plan Bolonia. Lo verdaderamente importante es que en ese movimiento comenzaron a darse fenómenos como las acampadas más o menos permanentes (de mayor durabilidad que las acampadas contra la Guerra de Irak en 2003) y ciertos debates y dinámicas que luego se dieron en el 15M. Pero no es de extrañar que parte de los impulsores y participantes del 15M proviniesen también del movimiento contra el Plan Bolonia. Y de nuevo teníamos razón, como ya la teníamos antes con las movilizaciones contra la LOU, y una muestra de ello son los másteres de Casado o Cifuentes.
En resumen, el 15M no fue tan nuevo, es cierto que para muchas personas y de distintas edades fue su primera movilización política, pero también participaron de modo muy activo personas que provenían de todas las movilizaciones de los periodos anteriores.
He de decir que en la primera de las manifestaciones, la que tuvo lugar el mismo 15 de mayo, no participé, me mostré muy escéptico hacia ella. Movilizaciones convocadas un par de años anteriores en los inicios de la crisis y “sin siglas” para tratar de no levantar suspicacias habían resultado un fracaso (precisamente por una ausencia de siglas y una ambigüedad que hacía que no se pudiera saber si eran convocadas por la izquierda o por la extrema derecha). Además ya habían estado circulando mensajes en cadenas, incluyendo supuestos textos de Arturo Pérez Reverte que al final resultaban no ser de Arturo Pérez Reverte, y repletos de tópicos cuñados convocando a manifestaciones simultáneas en todo el Estado y que nunca llegaron a celebrarse. La convocatoria del 15M me pareció una más entre todas esas, aunque sí me llamó la atención que esta vez estuviesen participando en la convocatoria personas que sí provenían de la militancia en los movimientos sociales y, perdón por decepcionar a los románticos del 15M, también activistas de los partidos de izquierda. Pensaba que podría darse a lo sumo una pequeña movilización, y me equivoqué.
La etapa de movilizaciones masivas a lo sumo duró unos meses, al año, cuando se celebró el primer aniversario, el 15M ya era tan sólo una sombra de lo que había sido, y el segundo aniversario fue ya muy minoritario. Pero sí lo sucedieron otras movilizaciones, ya con un discurso menos ambiguo, como fueron las mareas, Rodea el Congreso o las Marchas por la Dignidad. Si el 15M no fue ningún cambio revolucionario y ni siquiera podría compararse en su trascendencia histórica al mitificado “Mayo del 68”, sí fue el definitorio de una década ya terminada. Una década que, en realidad, no estuvo tan caracterizada por los cambios sociales y políticos, en realidad fue una década de crisis y derrota de los procesos de cambio progresistas en América Latina, y también fue la década del fracaso de aquel intento de “otra Europa posible” que supuso Syriza en Grecia, y que al final no resultó tan posible. Aquí resulta pertinente otro excurso, y es el error de Unidas Podemos de haber entrado en el gobierno del Estado español cuando no se daban las condiciones ni fuerza para ello, en un contexto en el que hasta las políticas de estado del bienestar que antes eran aceptadas tanto por la izquierda socialdemócrata como por la derecha democristiana hoy sean tildadas de “extremismo comunista”. Error del que yo fui partícipe pues en su momento apoyé el haber entrado en el gobierno del PSOE pensando que podía ser una oportunidad de llevar adelante el programa.
Más allá de algunas grandes manifestaciones, en el día a día del 15M, buena parte de quienes llegamos a participar éramos personas que ya proveníamos de movilizaciones anteriores, pero entramos en aquel teatro de fingir que todo era totalmente nuevo, cuando ni siquiera los planteamientos eran realmente novedosos. Ello no tenía por qué ser en sí un problema, si no fuera porque en ese intento de no restar pluralidad dejamos que se colaran planteamientos reaccionarios sobre la “clase política” y la circulación de bulos como los de “los 400.000 políticos en España”. También hubo una cierta ingenuidad al creer en la “ciberdemocracia” (luego defendida por aquella iniciativa, que finalmente fracasó, y que se llamó Partido X), precisamente por la distorsión que generaban unas redes sociales en las que, en esos momentos, parecía predominar el pensamiento crítico y progresista. La creencia en las ciberdemocracia terminaría disipándose precisamente cuando lo “ciber” comenzó a democratizarse y a alcanzar realmente a grandes capas de la población, y ahí las cadenas de Whatsapp se convirtieron en el vehículo para la difusión de bulos y posicionamientos reaccionarios.
El mayor hándicap del 15-M fue la autorreferencialidad. Recuerdo que en ocasiones gente que participaba en el movimiento que llegaba a poner como una de las mayores virtudes del mismo el “no reivindicar nada en concreto”, simplemente un “ya estamos aquí”. Por no hablar de las ocasiones en las que ante alguna discrepancia interna unos posicionamientos eran “el pueblo” y otros eran particularidades de un sector determinado. Se daba esa dicotomía, de todos modos, entre si éramos “el pueblo” o si éramos los que íbamos a “despertar al pueblo”. Y ahí quisiera hacer otro apunte y que se vio de un modo especial en las asambleas en La Palma, aunque me consta que en otros lugares no fue tan exagerado, y era el predominio de sectores esotéricos que podían llegar a impregnar el mensaje general del movimiento y que realmente llegaron a espantar más a posibles simpatizantes que aquellas manifestaciones más “politizadas” sobre las que enseguida caía la calificación de ser excluyentes. Así se llegó al extremo de proyectarse vídeos sobre las supuestas profecías mayas o auténticas aberraciones peligrosísimas como el “respiracionismo”, ese movimiento que afirma que las personas pueden vivir sin ingerir ningún tipo de alimento. Afortunadamente el movimiento entró en una siguiente fase, que aunque más mermada en participación, estuvo más centrada en cuestiones concretas y sin tanto predominio de los sectores esotéricos, de modo que se llegaron, por ejemplo, a hacer aportes al debate sobre el reglamento de participación ciudadana de Los Llanos de Aridane. El 15-M debía de ser un movimiento político y no un modo de vida.
No quiero que quede la sensación del 15M como algo negativo. Durante algún tiempo se introdujeron en el debate en la calle, incluso en la barra de los bares, debates y cuestiones interesantes como la pertinencia o no de una renta básica o la problemática de los desahucios, y muchos posicionamientos eran compartidos por personas que no habían participado directamente de las movilizaciones, pero que llegaron a estar fuertemente influidas por ellas. Años más tardes la situación es desalentadora, el discurso dominante en esos mismos ámbitos ahora es completamente reaccionario, repitiéndose los bulos racistas, las menciones peyorativas a “los menas”, y de la conciencia de la necesidad de garantizar un acceso a la vivienda se ha pasado a repetir los discursos alarmistas y sin fundamento sobre “los ocupas” o la defensa de empresas paramilitares fascistas como “Desokupa”. Vivimos ahora tiempos muy difíciles donde lo reaccionario cada vez va conquistando más espacios de consenso y frente a ello no se encuentra ninguna respuesta no ya revolucionaria, sino mínimamente progresista, y tan sólo encontramos un neoliberalismo elitista junto a una izquierda insípida incapaz de responder a ese neoliberalismo por miedo a la ultraderecha autoritaria y, aunque anecdótica, también otra izquierda que cada vez abraza más postulados conservadores defendidos por los reaccionarios y en la que se mezcla el falangismo con los restos de UPyD adornado todo ello con el retrato de Stalin; y esta última también es hija no reconocida del 15-M.