El 12 de marzo se cumplieron 20 años del referéndum convocado por el PSOE para meternos en la OTAN de hoz y coz. Pese al pastoreo, no todas las Españas pasaron por el aro: el digno NO se impuso en Canarias, Cataluña y el País Vasco, Navarra incluida. Los ciudadanos de esas tres naciones desatendieron […]
El 12 de marzo se cumplieron 20 años del referéndum convocado por el PSOE para meternos en la OTAN de hoz y coz. Pese al pastoreo, no todas las Españas pasaron por el aro: el digno NO se impuso en Canarias, Cataluña y el País Vasco, Navarra incluida.
Los ciudadanos de esas tres naciones desatendieron los cantos de sirena del miserable Felipe González y de sus dirigentes cipayos, aunque de poco les sirvió: Franco lo había dejado todo atado y bien atado… y en Ferraz [sede del PSOE en Madrid] se dedicaron a sellar con lacre los nudos del dictador.
Si, de las lanzadas por el PSOE, había una promesa electoral (al margen de los 800.000 puestos de trabajo, que ya eran historia) que no había sido respetada y se había convertido además en el paradigma del plegamiento del Gobierno a los intereses del Estado (y sus poderes determinantes, internos y extranjeros), ésa era la de la salida de la OTAN.
El Estado español había entrado formalmente en la OTAN en 1981, en una época llena de presiones militares. Entonces la decisión contó con el apoyo de la derecha española (y también de las derechas vasca, catalana y canaria). Pero el PSOE recibía una constante presión desde sectores a su izquierda, que veían en la mentira socialista un agarradero con el que articular su política nacional. Finalmente el Gobierno de Felipe González se decidió a convocar un referéndum sobre la permanencia en la OTAN adelantando que sus dirigentes habían cambiado de opinión y ahora apostaban por mantenerse en la organización dirigida por EEUU.
La apuesta socialista, con un año por delante para convencer a la opinión pública, que, según las encuestas, se mostraba partidaria de salir de la OTAN, fue matizada. Felipe González ya había avanzado que «si no se llega a un tope de participación que se considere conveniente y vence el no, el Gobierno, al no sentirse vinculado, seguirá en la OTAN». [El País, 14 de mayo de 1985]
Y es que las derechas ya habían dicho que los temas de Estado no podían ser consultados a la ciudadanía de a pie y, por tanto, se abstendrían de participar en la consulta. Felipe González estaba señalando, sin tapujos por su parte, que el referéndum no sería vinculante.
Desde enero de 1986, la ofensiva del PSOE en todos los medios para cambiar la tendencia de la opinión pública fue de la máxima envergadura. Primero cerró filas: José María Benegas se encargó de apuntar que todos aquellos militantes del PSOE que apostasen públicamente por el NO a la OTAN serían expulsados del Partido automáticamente.
Si algo quedó demostrado en esta campaña fue que el PSOE contaba con aliados poderosos, incluso en la Casa Blanca y en los centros económicos de poder tanto en Europa como en el reino borbónico. También ayudaron a González algunos dirigentes nacionalistas que, como el entonces lehendakari José Antonio Ardanza y Xabier Arzalluz, pidieron el sí a la Alianza.
El resultado del referéndum del 12 de marzo de 1986 probó a nivel del Estado español, que la ofensiva del PSOE había logrado su principal objetivo: cambiar una opinión mayoritariamente contraria un año antes por otra favorable. Había hecho algunas modificaciones para dulcificar la permanencia en la organización atlántica. La papeleta hablaba de continuar en la OTAN sin incorporarse a su estructura militar integrada, prohibiendo las armas nucleares en territorio hispano y comprometiéndose a reducir la presencia militar de EEUU.
De estas tres condiciones, una se demostró falsa inmediatamente. Durante 1986 permanecieron, al menos, 32 cargas nucleares almacenadas en la base naval de Rota (Cádiz), pertenecientes a la VI Flota de la Marina estadounidense. Incluso más adelante surgirían dudas sobre la verdadera trascendencia de la negociación entre la Administración de las Españas y los Estados Unidos.
En octubre de 1986, todos los grupos parlamentarios del Congreso de los Diputados se retiraron de la Comisión de Exteriores como protesta porque el PSOE se negó a entregarles el documento oficial sobre la participación de España en la OTAN.
La pregunta del PSOE en el referéndum estaba planteada textualmente de la siguiente manera:
«El Gobierno considera conveniente para los intereses nacionales que España permanezca en la Alianza Atlántica, y acuerda que dicha permanencia se establezca en los siguientes términos:
1º.- La participación de España en la Alianza Atlántica no incluirá su incorporación a la estructura militar integrada.
2º.- Se mantendrá la prohibición de instalar, almacenar o introducir armas nucleares en el territorio español.
3º.- Se procederá a la reducción progresiva de la presencia militar de los Estados Unidos en España.
Pregunta: ¿Considera conveniente para España permanecer en la Alianza Atlántica en los términos acordados por el Gobierno de la Nación?»
Con una abstención del 44,8%, si incluimos en ella los votos blancos y nulos, los ciudadanos de las Españas se manifestaron a favor de la permanencia en la OTAN en un porcentaje del 31,4% sobre el censo, frente al 23,8% que dijo «NO». Esto suponía que de un cuerpo electoral de casi 29 millones de personas, nueve millones de ellas dieron el voto afirmativo. En cambio, en el País Vasco peninsular (incluida Navarra), Cataluña y Canarias el «NO» fue mayoritario, volviendo a dejar claras sus especificidades.
Fuente: La ofensiva institucional (Editorial Txalaparta)