No resulta extraño que la batalla ideológica vuelva a copar hoy la agenda mediática y política. Desde el PP hasta el PSOE, pasando por IU y Ciudadanos (éstos vía negationis, pero aprovechando un supuesto Centro ideológico, que se deja mimar tanto por los que quieren que sea un partido de centro-izquierda, como por los que […]
No resulta extraño que la batalla ideológica vuelva a copar hoy la agenda mediática y política. Desde el PP hasta el PSOE, pasando por IU y Ciudadanos (éstos vía negationis, pero aprovechando un supuesto Centro ideológico, que se deja mimar tanto por los que quieren que sea un partido de centro-izquierda, como por los que quieren que sea de centro-derecha), de repente, todo el mundo tiene un enorme interés en hablar de ideología. Esta extraña coincidencia, se manifiesta de modo claro en el hecho curioso de que todos parecen exigirle a Podemos una definición exacta en este sentido. Definición a la que, para sorpresa y regocijo de unos y desencanto de otros, Podemos parece seguir resistiéndose.
Ante esta situación, dicen, Podemos se estanca, incluso se desinfla. Se dice que su «ambigüedad calculada» del «no somos de izquierdas ni de derechas» ha sido aprovechada por Ciudadanos para subir como la espuma, que éste les ha robado el discurso. Que su indefinición sólo tenía como objetivo sacar votos y que ahora les han robado el pastel. Parece haberse encontrado la línea de flotación del discurso de Podemos y todos los partidos mencionados, por diversas razones, se muestran cómodos y complacidos ante esta narrativa: después del pequeño maremoto de las elecciones europeas, las aguas se han calmado y todo parece volver a instalarse en sus cauces habituales. Hay juego, hay partida, han vuelto a estabilizar y colonizar el tablero pateado, y a nosotros con él. Pero, ¿A quién beneficia todo esto?¿Por qué tanta insistencia en reideologizar los debates? Es el penúltimo intento de la mercadotecnia neoliberal para que, después de todo, todo siga igual.
El capital nunca ha tenido ideología, históricamente se ha ido apropiando de todas ellas para instrumentalizarlas en su propio beneficio, manteniendo así una apariencia de pluralidad que, sin embargo, no ha conseguido jamás poner en riesgo ninguno de los nudos gordianos del neoliberalismo y su suicida huida hacia adelante. La cuestión de la centralidad del tablero (que no del centro ideológico, como ahora todo el mundo se empeña en hacernos creer), apuntaba certeramente, si no al corazón, sí a una grieta posible del impecable discurso neoliberal. La cuestión de la centralidad intentaba obligar a poner en el centro del debate político ciertas cuestiones, llamémosle pre-ideológicas, que sin embargo eran condición necesaria para que cualquier democracia moderna que pretendiera llamarse tal, fuera tal. Por ello se tomó como referencia la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
El trabajo era pues, asumir la tarea política, esta vez desde el lado institucional, de generar las condiciones para que esos derechos fueran efectivamente derechos en un estado de emergencia social como el que padecíamos y padecemos. Ciertamente, ese debate no es ideológico. Ese debate señala aquel mínimo imprescindible para que cualquier tendencia ideológica tenga lugar y pueda coexistir con el resto de tendencias. Para que las personas tengan un mínimo de dignidad como tales para poder habitar y participar en sus comunidades políticas (de modo institucional o no) sin estar en permanente riesgo su supervivencia. Porque no es lo mismo vivir que sobrevivir y porque no se puede ser esclavo y ciudadano al mismo tiempo. Por esto, por más que se empeñen y vuelvan a empeñar, porque les viene muy bien para recolocar el tablero, la cuestión de los desahucios, de la pobreza energética, de la pobreza infantil y la precariedad laboral no son cuestiones ideológicas; la libertad de reunión, de manifestación, de expresión no es una cuestión ideológica; garantizar el derecho a la sanidad y a la educación no son cuestiones ideológicas. No son ideológicas por que precisamente, sea cual sea la tendencia ideológica que se defienda, estas condiciones no pueden ponerse en cuestión: son las condiciones básicas y elementales para una vida buena. Son las condiciones básicas que separa una democracia de una dictadura, tenga ésta la forma que tenga. Y a eso justamente, fue a lo que se llamó sentido común y centralidad política.
Esa es la diferencia fundamental entre centro ideológico (el que se sitúa equidistante entre la clásica división izquierda-derecha, para conservar la apariencia de sensatez no-radical) y centralidad política. Podemos no estaba aquejado de ninguna ambigüedad calculada, sino que buscaba apelar al grueso mayoritario de la población entorno a estos elementos básicos e incuestionables, aquellos que distinguen a la gente honesta de los criminales, dejando a un lado otros elementos simbólico-identitarios tan fácilmente utilizables por el merchandising neoliberal. Ésta sigue siendo, hoy en día, la apuesta institucional más radical y efectiva, mucho más que cualquier discurso ideológico. Convendría que, vengamos de donde vengamos, sea retomada y no renunciemos a ella, aunque puede que, con tanta operación mediática y tanta intencionada confusión ideológica, a algunos se nos esté olvidando.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.