En abril de 1988 llegó exiliado a Londres, y ahí murió el primero de abril 2008. Era Asdrúbal Jiménez, abogado colombiano, defensor de los trabajadores bananeros de la región de Urabá (cerca a la frontera con Panamá), y miembro del Partido Comunista – Marxista Leninista. Sicarios de los servicios de seguridad atentaron contra su vida […]
En abril de 1988 llegó exiliado a Londres, y ahí murió el primero de abril 2008. Era Asdrúbal Jiménez, abogado colombiano, defensor de los trabajadores bananeros de la región de Urabá (cerca a la frontera con Panamá), y miembro del Partido Comunista – Marxista Leninista. Sicarios de los servicios de seguridad atentaron contra su vida en Medellín, cuando se desplazaba en un taxi. Los asesinos lo iban a rematar en el hospital, por eso tuvo que dejar el país medio vivo.
Asdrúbal quedó inválido pero así continuó su lucha, denunciando la violación a los derechos humanos en Colombia. En la capital inglesa, junto a su compañera Sonia, su apartamento siempre estuvo convertido en un fraternal, espontáneo y gratuito hotel-restaurante para muchos de nosotros. Sus sonrisas, sus chistes, su optimismo y sus consejos fueron hasta paño de lágrimas para no se sabe cuántos. Por el atentado, en el 2002 el gobierno fue condenado por la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, y su única reacción de fue decir que Asdrúbal era «terrorista».
A Milton Hernández lo entrevisté varias veces. Este comandante del Ejército de Liberación Nacional, ELN, era un convencido de la necesidad de la unidad de las fuerzas guerrilleras y de izquierda en Colombia, y así procedió contra vientos y mareas. Poseedor de una calidad humana desbordante, siempre inventaba chistes y se mofaba de casi todo, por lo cual copaba la atención en cualquier reunión, por más formal que ésta fuera.
El gobierno colombiano, sus Fuerzas Armadas y sus paramilitares, además de la CIA y otros servicios de caza, lo buscaban por todas partes, y él siempre iba por ahí sin que lo encontraran. Él decía que además del pueblo, también lo protegía la «jodedera». Cuentan que hasta pocos momentos antes de morir, el 9 de abril de 2007, se seguía burlando de su enfermedad, y de que el gobierno lo tratara de «terrorista».
El 9 de abril de 1948, en Bogotá, la oligarquía colombiana hizo asesinar al dirigente Jorge Eliecer Gaitán. Indignado, el pueblo se lanzó a buscar la cabeza de los poderosos, pero sin conductores políticos rápidamente fue manipulado hasta imponerle la confrontación entre conservadores y liberales..
Así empezó la «Época de la Violencia», que dejó unos trescientos mil muertos: todos pobres, casi todos campesinos. Desde ese día la violencia política del Estado no se ha detenido ni una hora. Gaitán, «el indio», como la oligarquía le decía despóticamente, quería una Colombia con derechos para las mayorías empobrecidas. Hoy hubiera sido catalogado de «terrorista».
Después de varios complots contra su vida, Eduardo Umaña Mendoza fue asesinado en Bogotá el 18 de abril de 1998 por miembros de los servicios de seguridad. No sólo era el más destacado defensor de presos políticos, sino que era de los pocos abogados que llevaba casos donde el Estado era acusado de crímenes de Lesa Humanidad. Lo logró hacer condenar varias veces en la ONU. Le encantaba fumar y bailar. Demostraba sin tapujos el cariño a los amigos, y el odio a los renegados de izquierda y a los otros enemigos. Y estos lo señalaban como «aliado de terroristas»: y eso lo hacía reír.
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