Estas letras conforman el prólogo que escribí para un libro de Iroel y que no sé si se llegó a publicar. Pienso que le gustaría que se leyeran de nuevo, para recordarle, para recordarte, siempre. Sirvan de homenaje a un buen amigo.
Aunque pueda parecer lo contrario este no es un libro de sucesos o de historias sino un libro de personajes que han vivido la historia. Es un libro intimista –parte del álbum de familia del propio Iroel-, cuando nos habla de sus lecturas de juventud, de las películas que le han hecho estremecer, de los autores que entonces le ayudaron a entender (Rubén Martínez Villena, Roberto Fernández Retamar…), a otros que descubre para el lector isleño y que sin serlo son enteramente cubanos (Alfonso Sastre, Belén Gopegui, Pascual Serrano…). Nos ofrece su álbum para que miremos con él donde están los márgenes que delimitan el camino y nos invita a insertar en él experiencias propias. Como en todo retrato de familia se ve el paso del tiempo, las cicatrices, el empequeñecimiento de los cuerpos, lo que fue, lo que es, lo que se dejó atrás y lo que permanece. En sus páginas caben las críticas y las alabanzas, pero todas ellas hechas desde la sinceridad del que también muestra su propio rostro. Pocos autores se ofrecen de forma tan abierta. Quizá porque Iroel no se comporta como un autor, ni siquiera como un periodista, él es un cronista de su época. Alguien que da cuenta de lo que pasa a su alrededor sin esconder que se trata de su propia mirada, desde su propia pupila y no otra. Un trabajador más al servicio de un proyecto colectivo como es la revolución cubana.
Los personajes que aparecen en esta recopilación de textos nos ayudan a entender por qué Cuba se ha convertido a lo largo de todos estos años en una potencia moral, más allá de las contradicciones actuales y de las que están por venir. Hay algo que no podrá desaparecer y es la memoria de un país que se levantó por encima de sus circunstancias y que convirtió su bandera en la de otros pueblos.
Las historias de los cubanos, de cada uno de ellos, son biografías de la revolución misma. No son historias individuales sino de una nación y en ellas se encuentra inserto, a modo de ADN, el jeroglífico que nos puede ayudar a entender a Cuba. Son las historias de la batalla de Angola, la lucha contra el apartheid, el internacionalismo de los médicos, la solidaridad del período especial, del sufrimiento provocado por el bloqueo, el sacrificio de los cinco héroes presos del imperio.
En esa construcción del ser cubano no faltan las miradas de afuera que, en cierta forma, también es adentro, como la del actor español Willy Toledo en cuya entrevista descubrimos un anhelo: formar parte del destino cubano. Su compromiso con el pueblo saharaui, con los trabajadores españoles, con los procesos latinoamericanos… son parte de su ser internacionalista que le une al pueblo cubano. También hay una porción de historia personal del actor, de homenaje a su padre médico y a la memoria de los cubanos que defendieron la república española. En cierta forma Willy se convierte en un estímulo para los cubanos que se desesperan, para los que se han cansado, para los que se dejan adormecer con el canto de las sirenas, para los que ven fuera de Cuba una salida rápida o quizá sólo una salida personal cuando no se encuentran salidas colectivas. El compromiso de Willy no es fácil, como tampoco lo es el de Daniel Echevarría, que decidió desenvainar su pluma en Cuba y que allá por los 90 cuando la cosa se puso fea no se echó para atrás. En sus textos sobre ambos Iroel destaca la honestidad. Una virtud que forma parte indisociable del ser revolucionario, tanto o más que el idealismo que simboliza el culto cubano a la figura de nuestro querido don Quijote en la placita de J y 23. Los ideales de justicia y un punto de empecinamiento hispano capaz de mover montañas de desaliento.
El rescate de los héroes anónimos resulta en sí mismo una heroicidad imprescindible, pues, aquellos que ya son leyenda, están incrustados en el imaginario colectivo del ser cubano. Sin embargo, en estos textos aparecen sujetos colectivos como los jóvenes blogueros, los también jóvenes periodistas de La jiribilla o la enciclopedia colaborativa EcuRed. Y junto a ellos el recuerdo para grandes poetas revolucionarios, como Rubén Martínez Villena prácticamente olvidados por el santoral oficial y que, como nos cuenta Iroel, antepusieron su ser revolucionario a su ser poeta haciendo realidad la máxima “por sus obras los conoceréis”, en este caso obras que no se conformaron con alimentar el espíritu con bellas palabras. Y nos desvela en este artículo el autor, al fin, el misterio de “La pupila insomne”.
Hay otros grandes cubanos de los que se queja Iroel que no han tenido suficiente reconocimiento tales como Mirta Aguirre, Carlos Rafael Rodríguez o José Antonio Portuondo. De modo que su queja no se queda sólo en eso y decide contarnos algo de su historia, meternos la inquietud de querer saber más. Él ya hizo su parte, el resto se lo deja a los lectores.
También este libro está lleno de descubrimientos, por ejemplo, no podemos dejar de sorprendernos al descubrir que todavía existen periodistas comprometidos con la justicia, en cierto sentido, héroes de la palabra en acción, como William Parra. Un reportero al que Iroel le dedica una amplia entrevista que leemos como se lee un thriller, o como una novela apasionada y verdadera. La frescura, la complicidad y el arte de entrevistar son tres variables que no suelen aparecer juntas. El relato de William es sorprendente y doloroso al tiempo pues corrobora que los reporteros de guerra occidentales acuden a los conflictos siempre del lado de los más fuertes. Por ejemplo, entrando con las tropas mercenarias desde Turquía, o esperando las visas en el Líbano y contando la guerra como si estuvieran en el frente.
Periodistas que ofrecen su vida, actores que dan un paso al frente dejando su ego detrás, dramaturgos gigantes, poetas ejemplares, cubanos de a pie; todos y cada uno sosteniendo la revolución cubana.
Tan poco faltan las denuncias. Sigue siendo importante no callar incluso cuando los personajes nos den dolor de estómago, aunque ya sabemos todos quién es y al servicio de quienes escriben, como Vargas Llosa. Muchas veces le he preguntado a Iroel por qué, por qué seguir hablando de estos seres infames. Le he preguntado si no estaremos jugando su juego, dándoles publicidad y audiencia. Me consta que es también una preocupación de Iroel. Pero el público al que nos dirigimos, al que habla Iroel, de sobra sabe quien es Vargas Llosa. Creo que tiene algún sentido estar al día del veneno que destilan pues al fin y al cabo será el que la población española y latinoamericana va tomando a sorbos sin darse cuenta. Sin dudas hay que conocer al enemigo, pero más importante que identificarlo o saber quién es, es analizar sus armas. Como los drones que derribó Irán para sacarles las tripas y poder apropiarse de su tecnología. Hay pues que sacarle las tripas a Vargas Llosa como hay que seguir sacándoselas a Yoanis Sánchez.
La denuncia de los personajes es una denuncia de las situaciones. Por comparación estas situaciones sacan a la luz la verdad cubana y también el fango en el que los discursos mediáticos tratan de envolverla. Nos pide de forma frecuente que hagamos el sano ejercicio de colocar en otro país esa situación y esos hechos, por ejemplo, en Cuba o en Venezuela. De esta forma, por contraste, no podemos por menos que sonreír y entender la denuncia que se lanza, como el rayo que no cesa, hacia los gobiernos europeos. En ese sano ejercicio se encuentra también la denuncia de la represión en España que va en aumento, especialmente de los jóvenes como el vallecano Alfon, detenido cuando acudía a un llamamiento de huelga, o el rapero Pablo Hasél encausado por las letras de sus canciones. Son realidades tan desconocidas para el pueblo cubano que a pesar de todo lo que nos une, nos hace, a veces, sentirnos extranjeros en Cuba.
La denuncia del doble rasero debe ser una tarea casi cotidiana del cubano. A ella se dedican varios artículos del libro. Éstas nos siguen hablando sobre la crueldad del capitalismo que, con sus recortes económicos, políticos y éticos, lanza a la miseria a los niños discapacitados, o el cinismo de unos sistemas llamados democráticos a los que más bien habría que llamar plutocráticos.
Todas estas denuncias están acompañadas de argumentos y de datos: los de un informe del 2012 que revela que la mayoría de los congresistas norteamericanos son millonarios, o los de la política migratoria de EE. UU. hacia Cuba, o el despliegue militar del imperio (bases militares, instalaciones bélicas, soldados, mercenarios…), los vínculos de la disidencia cubana con el gobierno estadounidense, etc. Son datos y declaraciones que documentan con rigor que la política del imperio hacia Cuba sigue teniendo los mismos objetivos, aunque vaya cambiando los medios y adaptándolos a las nuevas circunstancias. La visita de los directivos de la empresa Google explicada a partir de los documentos de Wikileaks son referencias especialmente útiles para algunos jóvenes blogueros presos de la fascinación tecnológica que, a veces, tienden a desentenderse de la historia de la isla, o escriben de espaldas a las heroicidades cotidianas de sus padres y abuelos y, sin darse cuenta, las cambian por el imaginario de libertad sin límites de la red.
Pienso que el libro de Iroel está especialmente dirigido a los jóvenes. No tanto a las generaciones de cubanos que conocen porque se reconocen en ellos muchos de los relatos de Iroel, por ejemplo, el papel de Cuba en la lucha contra el apartheid y la liberación de Sudáfrica, el internacionalismo, las agresiones terroristas de EE. UU.…, Se dirige a jóvenes que necesitan conocer esas historias, pero de otra forma: Breve, concisa, menos encorsetada y rígida. De ahí que se dedique especial atención a lo que tiene que ver con la blogosfera, con sus potencialidades, pero también con sus trampas. Así, la entrevista a Iban Ek sobre East Palo Alto y las nuevas tecnologías es especialmente clarificadora para deshacer mitos. La reflexión sobre Internet forma parte de esa búsqueda comprometida de un camino de pavimento sólido por el que transitar, su intervención en el IV Encuentro Nacional de blogueros y activistas digitales de Brasil se cierra con estas palabras: Convertir la red de redes en una vía para la construcción de alternativas, es sólo posible con la acción colectiva organizada y la inclusión de los excluidos, como participantes activos, no como consumidores, en el mundo real que es el que, en definitiva, debe ser transformado.
Abierto el ojo no puede dejar de mirar y quien mira no puede dejar de explicar. De ahí que Iroel no le tema a la polémica, por eso su pupila no es la de un voyeur, ni la de un espectador, ni siquiera la de un periodista. Selecciona temas polémicos que se han convertido en piedras arrojadizas contra la revolución cubana, precisamente por ser temas que importan a los cubanos. Para intervenir en estas polémicas con ciertas garantías se necesita poner en contexto los argumentos. Ahí es donde la pupila hace que nos detengamos. La emigración, las nuevas tecnologías. En todos estos terrenos no se rehuye la polémica, todo lo contrario, siguiendo la estela de Fidel y ahora de Raúl llama a la crítica comprometida, aquella que fortalece y permite avanzar, en las propias palabras de Iroel: Los revolucionarios, y es a lo que nos ha llamado nuestro presidente en los últimos tiempos con mucha insistencia, tenemos el deber y el derecho de ser muy críticos con nuestra obra, es la única manera de hacer que sea mejor. Y es un error concederle el monopolio de la crítica al gobierno norteamericano.
No es sólo uno, sino que hay varios llamamientos a no huirle a la crítica comprometida. Argumentar para defender a Cuba sin dejar de reconocer lo difícil que es caminar en terreno minado, incluso por los propios cubanos, que de saber tanto sobre el bloqueo han dejado de saber en qué consiste y sus efectos, que de tanto pelear por la política migratoria han dejado de reconocer en dónde radica realmente el problema, que de tanto vivir en un país que respeta los derechos humanos básicos han dejado de defenderlos.
Muchos cubanos hoy han sucumbido a la propaganda contra Cuba y empiezan a no reconocerse en el país en el que viven. Otros sólo encuentran el referente de los cambios necesarios fuera de la isla. Que algo cambie parece ser la nueva consigna de los cubanos, pero ¿para donde?
No es fácil, nada fácil, entender lo que ocurre en Cuba. Nunca fue fácil para los enemigos de la revolución, pero de esos no merece la pena ni nombrarlos. Sin embargo, ocurre que en estos tiempos de incertidumbre viene siendo cada vez más difícil que los cubanos se entiendan a sí mismos, que se sitúen en su presente y que piensen en un futuro posible que les permita seguir enarbolando la bandera revolucionaria. Es en esta coyuntura casi imposible, frágil, milagrosa –como la arquitectura de la Habana-, en la que no existen referencias externas y las internas se sostienen muchas veces a base de voluntad y corazón, que Iroel emprende el camino de contar. Nos habla de sí mismo, al hablarnos de otros. Nos habla de un pasado muy próximo que nos ayuda a entender por qué es necesario, imprescindible, seguir siendo revolucionario para poder seguir siendo cubano. Nos habla pues de los cubanos que hicieron, vivieron y sostienen la revolución en la cotidianeidad.
En el fondo son los relatos de una aventura porque aventura es mantener la Pupila abierta. Aventura es resistirse al sueño y al cansancio de cada día, es no dejarse confundir por el deseo de que las cosas marchen de otra manera, o dejarse llevar por la desesperanza. Porque estar insomne no es estar despierto sino estar abierto. Así se presentan los textos de este libro, el segundo, rescatados de la red para darles una consistencia real, sólida, con la solidez que sólo el papel puede dar y porque el papel es el cordón umbilical que une el pasado que fue con el presente en construcción.
Cada uno de ellos es un intento de rescatar momentos, personajes e ideas para seguir tejiendo la trama del entendimiento y para aproximarse a lo que Cuba es hoy con sus anhelos y sus contradicciones. Así, no es casual que el punto de partida sea un encuentro y un recuerdo que a Iroel le parece ser la síntesis del mejor sentido común del revolucionario, ese que le lleva a situarse correctamente ante los acontecimientos. Si el mulato electricista de la Cervecería La Tropical pudo acertar en su apreciación sobre lo que pasaba en la URSS en 1988 no fue por clarividencia, por formación intelectual ni por conocer de primera mano lo que allí pasaba. Sino porque ya la revolución había formado a los cubanos de a pie. Hoy, esos cubanos siguen moldeando el perfil de la isla, lo dan forma con sus manos llenas de sol y cada vez que hay un ciclón vuelven a levantar coraje y a dar vida a la patria.
Para buscar el norte no se pueden evitar la mirada crítica hacia una sociedad y unas instituciones que, tal vez sin querer o dejándose llevar por el camino más fácil, reproducen y alimentan actitudes individualistas o mercantilistas, tan alejadas de los principios humanos revolucionarios. Pero no cabe duda de que ninguna sociedad deja nunca de cambiar, el problema no es ese, el problema está en trazar el camino correcto. Para ello no se puede borrar el pasado sino todo lo contrario, como propuso Walter Benjamín habrá que mirar en los escombros que deja la historia donde quedaron las potencialidades de un futuro revolucionario.
Nos invita pues esta compilación a hablar del periodismo cubano, de la televisión, de los hábitos que se expanden, del humor de mal gusto, de la crítica banal y mal intencionada. Recoge en esta crítica a pensadores revolucionarios como Graziela Pogolotti o Fernando Martínez Heredia que, desde mi punto de vista, son dos figuras clave en cuyas enseñanzas pasadas y presentes se cincela la brújula para quien quiera hacer uso de ella.
La inserción de Cuba en el contexto Latinoamericano, el internacionalismo y el antiimperialismo, condición de todo pensamiento de izquierdas, según palabras de Silvio Rodríguez, son elementos sustantivos que unen a los gobiernos progresistas latinoamericanos. Ese hilo se hace visible en este texto. Con él los cubanos han ido tejiendo la red solidaria que construye un mundo justo, es decir, el mundo en el que el ser humano está en el centro del proyecto y de las decisiones. Por eso no se puede dejar de denunciar lo que no funciona, no se puede dejar de hablar del “buceo” y la mendicidad que han aumentado en Cuba. Porque hablar de estas cosas es plantearse la contradicción entre la filosofía política que reflejan los Lineamientos y la parte de realidad que no encaja en ellos, es decir, hablar de estas cosas sitúa al lector cubano en la “encrucijada” en la que está en estos momentos la isla.
Así, esta nueva entrega de Iroel es un alfiler imantado sobre una hoja en un remanso. Es una brújula que desde la fragilidad de la naturaleza humana trata de apuntar al norte moral con el que durante años los cubanos han ido tejiendo la bandera revolucionaria, la bandera de los que tratan de seguir siendo cubanos.
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