Desde comienzos de esta semana, la Plataforma Extremeña por la Renta Básica ha planteado tiendas de campaña frente al Servicio Extremeño Público de Empleo
Jacques Rancière
El miércoles 20 de febrero la Plataforma Extremeña por la Renta Básica decidió acampar junto con vecinos, personas en paro y gentes de otros colectivos frente a la oficina de empleo en Mérida. El primer manifiesto de la acampada dibuja en pocas palabras la situación de emergencia social que vive la región, donde el 40% de los habitantes roza el umbral de la pobreza. Son cifras que van más allá de las cifras, que hablan de un hundimiento mucho más profundo, de algo que no se puede medir. Todo gobierno es siempre algo más que una administración de las cosas y las personas: es también un orden de sentidos y explicaciones, y en Extremadura, como en tantos otros lugares, ese orden ha dejado de regir. Eso es lo que las cifras no pueden medir: cómo las cosas se están quedando sin palabras con que nombrarlas, porque sus significados no expresan lo que se vive en una realidad insostenible y desquiciada.
Ante semejante catástrofe social, la acampada ha fijado un programa de tres puntos esenciales: renta básica, empleo público, suspensión inmediata de los desahucios. Es un programa inteligente, que tiene la virtud de federar fuerzas distintas en una misma lucha y en un mismo relato, y de esquivar así los dos extremos simétricos del silencio rabioso y el grito desesperado que no alcanza a decir nada. Eso se escucha en el discurso de la acampada: una voluntad de llamar a las cosas por su nombre, por un nombre que es común a varios combates y a energías distintas, con el fin de podérselas reapropiar. Ya no vale con gritar que lo que se nos dice es mentira: es hora de poner la verdad a trabajar.
Esa es la virtud de lo que se está haciendo en Mérida, como un anticipo del esfuerzo que hoy, 23F, resuena a lo largo y ancho del Estado. El primer manifiesto afirma la voluntad de ofrecerse como punto de encuentro para los movimientos y las mareas en defensa de los derechos sociales. Ese punto de encuentro, ese lugar común hace exactamente lo que dice: le da cuerpo a una afirmación que se hace a varias voces, las reúne y amplía en una capacidad y una lucha colectivas que prolongan y refuerzan la de cada uno. A ese lugar de todos, ese lugar de cualquiera, en Mérida se le ha dado el nombre de Campamento Dignidad.
En 1486, el filósofo Pico della Mirandola escribió una oda a la libertad llamada Discurso sobre la dignidad del hombre. La dignidad es lo que nos distingue de las bestias, y consiste en la «admirable suerte del hombre al cual le ha sido concedido el obtener lo que desee, ser lo que quiera». Desde el momento en que nacemos con esa suerte, explica Pico, nuestro deber principal es cuidar de ella: «que no se diga de nosotros que, siendo en grado tan alto, no nos hemos dado cuenta de habernos vuelto semejantes a los brutos». Sí nos hemos dado cuenta. En Mérida, la dignidad es el nombre común para afirmar nuestra suerte ante este gobierno de la desgracia: la de juntar todas las capacidades, las fuerzas y las razones, para oponer a la barbarie un deseo rotundo de libertad.
La acampada de Plasencia se traslada a la Catedral
En la madrugada del 28 de febrero, la policía local de Plasencia desmontaba la Acampada Dignidad que se había replicado en la ciudad de Plasencia el 26 de febrero, sin enfrentamientos ni detenciones. Las personas acampadas aseguraron que continuarían sus movilizaciones y, a última hora de la tarde, entraron en la Catedral del municipio cacereño con la intención de continuar acampando en su interior. Tras negociar con sus vicarios, se les ha cedido una estancia aneja al claustro en la que en principio podrán quedarse indefinidamente.
Pablo Bustinduy es filósofo y escritor
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/movimientos/acampada-merida-la-dignidad-como-nombre.html