A mí no me van a ver ustedes acampado en un sofá en el centro de mi pueblo porque no estoy de acuerdo con esta estrategia del 15-M (es demasiado minoritaria, hay que admitirlo, como para perpetuarse en la calle) y soy partidario de buscar nuevos métodos para desenmascarar la indiscutible corrupción, pero no se […]
A mí no me van a ver ustedes acampado en un sofá en el centro de mi pueblo porque no estoy de acuerdo con esta estrategia del 15-M (es demasiado minoritaria, hay que admitirlo, como para perpetuarse en la calle) y soy partidario de buscar nuevos métodos para desenmascarar la indiscutible corrupción, pero no se me ocurre una sola razón democrática, ni de izquierdas o de derechas, para impedir a estos ciudadanos continuar su campamento eventual, y mucho menos para castigarles con la violencia que el Estado debería reservar para cuando está en juego la vida de personas. Es demencial la facilidad con la que el Estado, no sólo en España, golpea físicamente a ciudadanos, como si el presunto incumplimiento de una ley fuera argumento suficiente para azotar. Si se golpeara con una porra a todos aquellos que incumplen normas fiscales, mienten en sus campañas electorales, especulan, explotan, defraudan, evaden, etc., el Estado vería que no se puede ganar siempre y de cualquier modo. Lo más grave de la campaña política y mediática contra esta acampada es su empeño en convencernos de que la plaza no les pertenece, como si fueran invasores de otro planeta. España es uno de los países modernos en los que en menos años se ha privatizado más suelo que era de todos (acampados incluidos), con una recalificación sin parangón de medio país que pasó a manos de especuladores y promotores, ninguno de ellos acampado en Sol. Era un suelo de todos y ‘aprendimos’ a aguantarnos en nombre del mercado, como aprendimos a soportar la libertad para explotar a otro o la libertad para que un rico pueda convivir con una persona que no tiene zapatos. Aguántense ustedes un poco ahora, carajo.
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