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Adiós amigos

Fuentes: Rebelión

A medida que se van conociendo datos sobre la trama de corrupción del yerno del rey, van apareciendo detalles que van de los escabroso a lo más chabacano, de tal modo que el aura de nobleza en la que una vez se vio envuelto gracias a los medios de desinformación de masas, se ha ido […]

A medida que se van conociendo datos sobre la trama de corrupción del yerno del rey, van apareciendo detalles que van de los escabroso a lo más chabacano, de tal modo que el aura de nobleza en la que una vez se vio envuelto gracias a los medios de desinformación de masas, se ha ido perdiendo.

De pronto nos queda claro que la corrupción española no es refinada, pero este no refinamiento nos muestra asimismo que en ese mundo hay que mostrar síntomas de amistad, para lo cual es necesario entrar en lo chabacano, en detalles que suenan más a una reunión de amigotes para recordar viejos tiempos que en negociaciones. Está claro que las negociaciones existen, que se fijan precios, que se falsean facturas… Ahora bien, sin ese simulacro de amistad las negociaciones no tendrían solidez.

Al hablar de solidez hay que entender también que los negocios funcionan y las partes se están enriqueciendo. Cuando el negocio se derrumba la solidez desaparece así como desaparece amistad, y es aquí cuando podemos hablar con propiedad de simulación.

Pero en tanto el negocio funciona, la simulación parece verdadera y conforma lo que podríamos llamar una red de amistades, en la cual se hacen y se deshacen los negocios. El duque em… palma… do, desde el momento en que entra en relaciones con la infanta, entra en la red de amistades del monarca, lo cual no es más que lo que antiguamente se llamaba corte. En una situación así, las posibilidades de negocio se disparan, ya que estas amistades están relacionadas con lo público, con el dinero público, pero también están relacionadas con la propiedad, con las élites herederas y evolucionadas del franquismo, ya sea en su versión financiera o en su versión más institucional.

Asimismo, la red de amistades viene impregnada por el principio del interés particular, de tal modo que todas las relaciones establecidas y por establecer se realizan en base a esta premisa. En otras palabras, el principio de interés particular lubrica la red de amistades y la hace funcionar. Así, cuando el interés se rompe, la amistad se rompe. Ahora bien, al tener acceso a la red de amistades de las élites es más difícil que un negocio vaya mal. En definitiva, intereses convergentes y un colegueo que lo apuntilla.

 

Pero, ¿dónde está el negocio? El negocio está evidentemente en la explotación de las masas. Sí, así, claramente: Explotación de las masas, a la vieja usanza. Así, si antes el negocio estaba en el consumo de unas masas confiadas en el estado del bienestar (compra un piso, compra un chalé, compra aire acondicionado, compra el ordenador, ve al campo de fútbol), así el negocio está ahora en el empobrecimiento de esas mismas masas. Porque empobrecer a las masas es cobrar millones de euros a administraciones públicas prestando el solo servicio de una relación de parentesco con lo más alto, el solo nombre, la firma del duque em… palma… do, que a diferencia de «el zorro» solo se defiende a sí mismo. En el antiguo estado del bienestar, ¿cuántos servicios se hubieran podido cubrir con el dinero guardado en las cuentas suizas?

Ahora bien, las redes de amistad de las élites tienen un componente público. O más bien sería correcto decir que una parte de esas redes están expuestas a lo público. En esta exposición no nos encontramos con duques empalmados sino con duques de palma, excelentísimas, honorabilísimas, santísimas. En esta exposición hay un requisito de trasparencia y moralidad, de correctud y de finura. Los duques de palma jugando con sus hijos en la playa, los duques de palma en la asociación de discapacitados, los duques de palma luchando contra la droga. Ni rastro de duque empalmado. La exposición de las élites a lo público, transforma la red de amistades en una red institucional respetable. Están al servicio del pueblo. El mismo duque empalmado ha declarado ante el juez que quiso servir a Valencia.

Al disfrazarse de pureza y corrección, cuya condición mínima es la legalidad, las élites se justifican ante las masas, justifican sus negocios ante las masas, justifican la explotación, la cual en el plano de la exposición publica es denominada como empleo, responsabilidad, honradez. Pero eso no es todo, además de justificarse, se busca el ser admirado y hay quienes incluso se someten al tribunal de la historia.

 

La entrañable amiga del rey, afirma en una entrevista que juega en la liga de los grandes; en declaraciones encontramos también mención a la amistad y a la competitividad.

No debemos olvidar en este punto que la competitividad es global, es decir, afecta tanto al ámbito de las naciones como al ámbito personal. La competitividad lo envuelve todo. Ahora bien, la competitividad de las élites juega con la ventaja de contar con el capital, con el patrimonio. La competitividad entre ellos, al estar basada en la red de amistades, es más una cuestión de cercanía o lejanía de aquellos que controlan amplios sectores de explotación. Así, el duque em… palma… do, se encontró en la máxima cercanía y claro está, empezaron a salirle amigos, ya que era altamente competitivo.

Cabe decir que la competitividad de las élites está asimismo basada en el control de las masas. Así, a mayor control-explotación, mayor competitividad y a mayor competitividad mayor red de amigos. Claro está que la finalidad de la explotación es la obtención de beneficios. Ya lo señaló Marx, no hay plusvalía sin explotación, la explotación es plusvalía, de ahí que antes habláramos de explotación a la vieja usanza.

Pero en tanto que la competitividad dentro del ámbito de las élites depende de la red de amistades, al tener en cuenta la competitividad de las élites con respecto a las masas, explotación mediante, ésta hay que compulsarla con la enemistad. ¿Por qué, preguntaran algunos, no puede ser el rey amigo de una limpiadora? Todos conocemos al rey campechano, y está campechanía induce a pensar que perfectamente podría ser amigo nuestro. Pero estar inducidos a pensar algo no significa que esto ocurra de verdad. Cuando el rey visita una fábrica puede bromear con las operarias, pero se va a comer con el director. Cuando el rey viaja en misión diplomática o en misión comercial, no representa a los obreros de la construcción ni a los mineros asturianos, por ejemplo, sino que va acompañado de los patronos o va en busca de inversores, es decir, empresarios dispuestos a explotar a la población del estado español como ya lo hacen en China o Marruecos, por ejemplo.

Sin embargo, la enemistad no es abierta y se disfraza de amistad, o de campechanía, o de legalidad. En este sentido hay que admitir una necesidad en las élites de justificarse ante las masas. Disfrazarse de amigo es el modo de justificarse de las élites. Soy un creador de empleo. Sirvo a la patria desinteresadamente. Nuestra preocupación es el pequeño accionista. Fabrico en China para que puedas comprar moda barata.

Las explotaciones más eficientes son aquellas donde los empleados aman al jefe, donde todos pugnan por sentarse a su lado en la cena de navidad de la empresa.

Pero, ¿a qué se debe esa necesidad de justificarse? La respuesta es sencilla: porque las masas conservan la rebelión como modo de defenderse de las élites, de los abusos de las élites. Así, si las masas aceptan el justificante, el peligro de rebelión se atenúa. Ahora bien, a la justificación hay que emparejarla con la represión y cabe decir que en último término la justificación no es sino represión de la rebelión.

Ahora bien, el siglo veinte supone un refinamiento de los métodos de represión y en su mayoría son derivados a los medios de comunicación como creadores de ideología. Y en este sentido asistimos a una generalización de la idea de que las élites son las amigas del pueblo. Si a ellas no les va bien, al pueblo no le va bien. Bajo este lema se han justificado, por ejemplo, los grandes rescates bancarios realizados y los que están por realizar. Bajo este prisma hay que leer a toda la industria basada en el «corazón» y el que todo un aparato comunicacional generara la idea de que el crédito debía fluir y que para que ello era necesario tapar los agujeros bancarios.

Aquí la red de amistades de las élites se salva a sí misma. Para que a ti te vaya bien es necesario que primero a mi me vaya bien. Aquí la red de amistades se muestra como es ella misma, es decir, como un grupo que explota a las masas, un grupo reducido que compite entre sí mismo pero que coincide en la explotación; ya que subir el IVA para reducir la sospecha de la deuda, por ejemplo, uno de los impuestos que más afectan a las masas, es la forma en que las élites políticas complacen a las élites financieras. Así, las masas están lejos de la red de amistades de las élites y solo se limitan a contemplarla cuando ésta aparece en el espacio público de los medios de comunicación bajo el disfraz del interés general. El pueblo, por tanto, no juega en la liga de los grandes sino que está a sus expensas. El pueblo sería algo así como la pelota de un partido de fútbol, que solo recibe patadas mientras se le intenta dirigir hacia la portería. En otras palabras, el pueblo es el objeto propio de la explotación de las élites.

 

Pero antes decíamos que la rebelión era la manera en que las masas se defendían de la explotación por parte de las élites. Rebelión que surgía cuando, principalmente, la justificación de la explotación dejaba de funcionar (Y no hay argumento más poderoso contra la justificación que el hambre, la necesidad básica no cubierta). Cuando la justificación se derrumba, dado que ésta se da en el ámbito público, es la rebelión la que toma lo público, con lo cual la defensa de las masas se constituye en lo público o, en otras palabras, las masas, el pueblo, los pueblos, se defienden en lo público, en una res publica en la que la voz de las élites ya no tiene resonancia. Esta defensa en la res publica, es un grito contra la explotación, es un grito fundacional de lo público sin la contaminación que supone la explotación, la cual queda en suspenso.

La rebelión suspende la explotación, y decimos suspende puesto que en un principio no se saben sus resultados y siempre cabe la posibilidad, como tristemente nos recuerda la historia, de una refundación de la explotación con nuevos discursos de justificación, lo cual supone el restablecimiento de las élites y la regeneración de la red de amistades. El restablecimiento de las élites supone una reapropiación de lo público mediante una redefinición de la justificación. Cabe entender entonces al «estado del bienestar» como el gran ejercicio de justificación después de una serie de rebeliones de las masas, como la reapropiación de las élites de una res publica que estaba en disputa.

En este sentido, la suspensión de la explotación mediante la rebelión, obliga a las élites a hacer concesiones y a redefinir la justificación para conservar/recuperar la explotación. Hubo estado del bienestar en la medida en que la explotación más dura se derivó a los llamados países del tercer mundo, justificándola mediante la caridad navideña, y en la medida en que el mercado de trabajo estaba bien definido por fronteras, justificándola mediante salarios altos y poder de consumo. Pero cuando el mercado de trabajo se ha internacionalizado, los estados del bienestar se han vuelto no rentables para las élites financieras e industriales, de tal modo que los muros del bienestar se han resquebrajado, resquebrajando por tanto la justificación que esos mismos muros proporcionaban. Ante ello, la respuesta de las élites políticas se ha realizado a través de una precarización de las masas; precarización que se justifica como incentivos a la contratación, por ejemplo, y que busca recuperar el atractivo de las antiguas democracias liberales occidentales, el atractivo de una población empobrecida, necesitada de trabajo y «cualificada».

Esto ha puesto de relieve el hecho descarnado de la explotación una vez roto el parabrisas de los servicios sociales. El sentimiento de rebelión ha despertado. La justificación se ha resquebrajado, decíamos. Las élites actúan de manera descarada contra la población. Las élites se han quedado sin el disfraz de la amistad con respecto a las masas. La pregunta que surge de todo ello es, en caso de que la rebelión se apropie de lo público, ¿qué hacer para que la suspensión de la explotación sea definitiva? ¿Qué hacer para que las élites no se reproduzcan y se reapropien por enésima vez de lo público?

Dado que la defensa de las masas es una toma de lo público, la respuesta pasa necesariamente por la voz, por el acallamiento de la voz. Las élites se justifican mediante el cuento de la amistad para actuar realmente como enemigos. Todo cuento proveniente de las élites es la tentación de la explotación, el caramelo envenenado. El próximo paso es el encanto de un estado del bienestar devaluado por la gestión privada y el pagar por todo. Aceptar la precariedad de los servicios y de la propia vida como la aventura de pertenecer a aquellos que pueden permitirse una pantalla plana y un calimocho los fines de semana. Así, para provocar el suspenso de la explotación y la reapropiación de las élites de lo público, hay que en un primer momento acallarlos. En este sentido la contrainformación es necesaria. Asimismo la toma de lo público por parte de las masas es un ejercicio físico, de realidad, de calle. La calle es la voz. El ágora. La voz de la calle contra la voz de los medios de información de las élites, contra las élites mismas. Y solo así se empezará a hacer posible una res publica sin el fantasma de la explotación.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.