Conocí a Francisco González Aruca, o Aruca, como le llamaba casi todo el mundo, o Pancho, como le decían en broma y en serio algunos de sus amigos más íntimos, o Tito, para su entrañable Manuel Alberto Ramy, por medio de este, el editor de la versión en español de Progreso Weekly/Semanal. Ambos eran amigos […]
Conocí a Francisco González Aruca, o Aruca, como le llamaba casi todo el mundo, o Pancho, como le decían en broma y en serio algunos de sus amigos más íntimos, o Tito, para su entrañable Manuel Alberto Ramy, por medio de este, el editor de la versión en español de Progreso Weekly/Semanal. Ambos eran amigos desde que estudiaron en el colegio de Belén, en donde yo también había sido alumno en una época anterior a la de ellos. En realidad, Ramy y Aruca eran más que amigos. Se decían «hermano» uno al otro, no con el sentido hiperbólico de casi todos los cubanos, sino con un sentido más profundo que si el lazo fuera de relación sanguínea. Estaban unidos por mucho más que por un padre y/o una madre común y es a Ramy a quien debo agradecer habérmelo hecho conocer en toda su dimensión.
Primero mi relación con Aruca fue festiva -algunos almuerzos, unas accidentadas vacaciones familiares en la playa, mucho vodka en conjunto, y comidas en casa, donde mi esposa Amelia le complacía su gran apetito por los tostones o chatinos. Nuestro vínculo profesional fue de bastante después, de la década de 1990, cuando surge primero Radio Progreso Alternativa, su programa de radio, y la página Web del programa, que a insistencia de Ramy, y mía en mucha menor medida, se convirtió en el semanario digital Progreso Weekly/Semanal. Fue entonces cuando por mi trabajo en la revista comencé a conocer a un Aruca diferente, no en el sentido de ajeno al anterior, sino en otro espacio, el de la política.
No voy a escribir aquí toda su trayectoria. Sus posiciones son bien conocidas por sus amigos y sus enemigos, como también es bien sabido su coraje personal al adoptar a plena conciencia actitudes públicas que ponían en peligro su vida y su negocio en Miami. La verdad es que las noticias y comentarios que hacía Aruca en su programa eran una provocación ponderada, a sabiendas de que la respuesta del enemigo podría ser -como fue en más de una oportunidad- un bombazo o una amenaza de muerte. Para él, el amilanamiento era tan ajeno como rechazar un chatino. Tenía que decir la verdad de Cuba. Y no era por irresponsabilidad o por valentía temeraria, sino porque, conociendo a Aruca, no podía ser de otra manera. Su total amor a Cuba lo impulsaba a defenderla, incluso de sus errores.
Aruca fue, además, uno de los más genuinos cubano-americanos que he conocido. No lo era solamente porque a pesar de haber nacido en Artemisa, desde muy joven marchó a Estados Unidos por razones que eran parte de su vida, obtuvo un título universitario, se integró a esa sociedad, conoció el amor verdadero, se caso con Ann y tuvo tres hijos. Lo digo porque hablaba indistintamente como alguien nacido allá sin nexos con esta tierra, que como si nunca hubiera salido de Cuba. Recuerdo que cuando comenzaba en Miami su lucha y la de otros por defender a la Revolución y se veía algún rayito de luz por un resquicio, Aruca me dijo un día: «Esto es bueno, pero la pelea la vamos a ganar cuando tengamos a nuestros propios congresistas». Su idea de «vamos a ganar» estaba dicha a partir de su honda esencia cubana. No decía «Cuba va a ganar», sino «vamos». Y por otra parte, aseguraba que era necesario tener «nuestros propios congresistas» desde su eterna creencia optimista en los ideales de la filosofía política norteamericana, aunque no en la mayoría de sus políticos que él sabía a qué intereses respondían.
Crítico agudo de esa sociedad, era conocedor de los intríngulis del mundillo de Washington, y hablaba de esos problemas como de los nuestros -de él y de nosotros- como un revolucionario más que lucha, se alegra de éxitos y sufre fracasos.
Aruca fue querido y admirado, provocó en sus enemigos -los enemigos de ambos- el odio y el insulto. Ahora, como celebran la muerte de todos los justos, algunos de ellos deben estar aplaudiendo su muerte, para contento de Aruca y sus amigos. Pero, como dice un conocido mío, y para cumplir los deseos de Tito de que no haya gente triste en su funeral, a esos enemigos «el culo les salió por la tirata», porque Aruca es más recordado que nunca, más amado que nunca y está más presente que nunca. Él es un imprescindible.
Por eso, quiero enmendar el título de estas líneas, y para ser totalmente consciente de su vida y de su obra, que se perpetúa en Progreso Weekly/Semanal, en vez de Adiós, debo decir Hasta Siempre. Él estaría de acuerdo.
Fuente: http://progreso-semanal.com/ini/index.php/cuba/6654-adios-a-aruca