Adiós Juan Formell, Cuba llora al revolucionario del son y de la rumba, al inventor del Songo y la Timba, al tipo que arriesgó mezclar instrumentos electrónicos con lo más primitivo del antepasado africano. Adiós Juan Formell, llegaste sin avisar como repique de tambor, como huracán del Caribe para cambiarle el bailado a la salsa. […]
Adiós Juan Formell, Cuba llora al revolucionario del son y de la rumba, al inventor del Songo y la Timba, al tipo que arriesgó mezclar instrumentos electrónicos con lo más primitivo del antepasado africano. Adiós Juan Formell, llegaste sin avisar como repique de tambor, como huracán del Caribe para cambiarle el bailado a la salsa. Que tipo tan atravesado, que se le ocurrió voltearle los golpes al tambor y la estructura al son. El aparecido, el que llegó un día gritando «permiso, permiso que llegó Van Van». Un huracán de potencia.
Y sin avisar se fue. Normal, natural, pero un poquito acelerado.
«No tengo prisa porque camino derecho» decía. Un poquito loco, quizá, Juan Formell fundó la orquesta Van Van, esa maquinaria del sabor, ese tren con gusto de azucar por el que han pasado varias generaciones de músicos cubanos. Institución con un universo de parrandas en la isla y fuera de ella. Dueños de una simplicidad extraña, una simplicidad que todavía no acierto a comprender, los Van Van acabaron por adueñarse de Cuba como el Ché Guevara cuando entró a Santa Clara: con aplausos y ovaciones, todo un pueblo se levanta para oírlos. Sin lugar a dudas «la leyenda» que fundó Formell es la banda más popular, más aclamada, más influyente de la Cuba de Fidel Castro. Un hito de la música tropical bailable desde los años 70. Cómo pasa con todos los que eligieron quedarse en esa isla después de 1959, Formell y sus Van Van no obtuvieron la fama de otros artistas cubanos que hicieron carrera en Miami, pero tienen el cariño de los suyos. Que no nos cambien la emisora: yo soy Van Van. Yo soy Cuba.
Bien difícil describir el género que se inventó Juan Formell con sus muchachos. Es evidente que se trata de una salsa muy distinta a la de Puerto Rico, Venezuela, Colombia o Nueva York. Tampoco es el regreso inocente a los orígenes del son cubano. Se riega una mezcla pegajosa, una dosis de fuerza que reclama el calor y la vibración de la sangre, los Van Van son vitalidad y energía, y parece que gran parte de esa vibración originaria, no excenta de nostalgia, venía del alma de Juan Formell, el bajista obsesionado con los instrumentos electrónicos, ese morochito tierno y a la vez agresivo del que con toda seguridad decían las muchachas en La Habana «no sé, no sé que es lo que tiene ese guajiro…».
Yo si sé que. Tiene sabor a caney, tiene aroma de bizcochuelo.
Sin avisar se fue el viejo Juan Formell y nos dejó con la fiesta empezada. Me obsesiona una sóla frase suya, bien latina, bien caribeña, con olor a sudor de mulata:
«En el amor a los locos nos va bien».
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