Carlos Fernández Liria es profesor de filosofía en la UCM. Entre sus numerosos libros cabe citar En defensa del populismo (2015), Para qué servimos los filósofos (2012) y El orden de El Capital (2010, con Luis Alegre Zahonero. Olga García Fernández es profesora de enseñanza secundaria. Milita en las Marea por la Educación Pública de […]
Carlos Fernández Liria es profesor de filosofía en la UCM. Entre sus numerosos libros cabe citar En defensa del populismo (2015), Para qué servimos los filósofos (2012) y El orden de El Capital (2010, con Luis Alegre Zahonero. Olga García Fernández es profesora de enseñanza secundaria. Milita en las Marea por la Educación Pública de Toledo. Enrique Galindo Fernández es también profesor de enseñanza secundaria. Activista de la Marea Verde.
Nos centramos, en esta conversación, en algunas de las temáticas desarrolladas en su libro Escuela o barbarie. Entre el neoliberalismo salvaje y el delirio de la izquierda, publicado por Akal, Madrid, 2017.
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Nos habíamos quedado en el siguiente punto. Dedicáis bastante páginas a criticar abiertamente la noción althusseriana de la escuela como un aparato ideológico de Estado (AIE). Carlos hablaba de ello. Valdría, señaláis, para el caso de un estado dictatorial como el franquista pero no en el caso de un Estado democrático. Es una conquista obrera-ciudadana y sería absurdo tratarla en estos términos. No os cortáis un pelo en vuestra crítica, a pesar de que algunos de vosotros consideráis a Althusser un maestro, si no ando errado. Dejadme que haga de abogado del diablo althusseriano. Os hablo de la enseñanza pública nipona, de la española y de la catalana, todas ellas en Estados que podemos caracterizar con sus más y sus menos como democráticos. Pues bien, según tengo entendido la enseñanza pro-nuclear que se imparte en las escuelas niponas es de juzgado de guardia; en España, en la asignatura Economía e iniciativa emprendedora, yo soy profesor de esta materia, se hace una apología de la economía de mercado y de la teoría y cosmovisión neoliberal que echa para atrás en su indocumentación. Lo que se cuenta a los niños y niñas escolarizados en Cataluña sobre la historia del propio país clama también al cielo. Tres ejemplos, pues, de escuela que actúa, aunque sea parcialmente, como un aparato ideológico intoxicador de Estado. ¿Me podéis refutar por favor?
Olga.- Es irrefutable. Cuando decimos que la escuela en un Estado democrático no funciona(ría) como AIE, hablamos de un estado «verdaderamente democrático», y esto no es un puro formalismo: es exigir que las instituciones funcionen como garantes de la libertad (el autogobierno a través de la razón de un individuo crítico), de la igualdad en términos de isonomía (en el acceso al conocimiento y ante la ley) y de la fraternidad (que todos seamos propietarios de los mínimos que garantizan la dignidad: sanidad, vivienda, educación, etc.). Cuando se habla de un Estado democrático se habla de un Estado republicano, donde las instituciones son protectoras de lo que es público, de lo que es de todos. Una escuela en este Estado verdaderamente democrático no tiene carácter de clase. Es una institución al servicio de la autonomía racional, que instruye para la libertad y la igualdad y no está infiltrada por intereses corporativos. Hablamos en presente porque es posible: la debe construir la izquierda. Pero desde luego, debemos afirmar que no es la escuela que desarrolla su función bajo planes de estudios que obligan a la impartición de Religión católica, Iniciativa a la actividad empresarial y emprendedora, la antigua Educación para la ciudadanía, la actual Valores éticos o la Filosofía de 1ª de Bachillerato que tiene entre sus contenidos, también, la iniciativa y el espíritu emprendedor. Pero es que ésta, la de hoy en día no es una escuela republicana como éste no es un Estado democrático más allá de la pura estructura formal de la democracia. El liberalismo ganó históricamente la partida a la Ilustración, pero esto no significa que no se pueda rescatar el proyecto ilustrado.
Enrique.- Claro, no es lo mismo decir que la escuela funciona de hecho en determinadas circunstancias como un aparato ideológico intoxicador del Estado, lo cual es indudable, que sostener que la escuela es de derecho nada más que un AIE. Eso es un error catastrófico que ha servido muy bien a lo que alguien ha llamado «la guardia roja del capital». Con ese tipo de argumentación se acaba por vaciar la escuela de todo lo que tenía de institución ilustrada y de freno a las pretensiones capitalistas de rentabilidad a cualquier precio y, al vaciarla, se convierte en un puro instrumento gubernamental. El propio Marx advertía contra las pretensiones de nombrar al Estado educador del pueblo y decía que lo que había que hacer era precisamente proteger la escuela de toda influencia del gobierno (y, por cierto, también de la iglesia).
Carlos.- Nuestra tesis es que cualquier ejemplo que se ponga en ese sentido que tú dices lo que prueba es que no hay verdadera separación de poderes y que, por lo tanto, no hay verdadero estado de derecho. Eso puede ser muy oportuno señalarlo y para la izquierda habría sido una buena estrategia a seguir. La mejor prueba de lo perniciosas que son las condiciones capitalistas es lo mal que funciona en ellas, por ejemplo, la escuela pública (y, en general, todas las instituciones republicanas, para empezar, la separación de poderes). Lo que nos parece disparatado, en cambio, es hacer cargar con el problema a la propia escuela pública, como si ésta hubiera sido, digamos que una mala idea. Esto ha sido un mal endémico para la izquierda, sobre todo desde los años sesenta: como el capitalismo convierte el parlamento en una estafa, en lugar de combatir el capitalismo para salvar el parlamentarismo, combatimos el parlamentarismo mismo; como el capitalismo denigra la condición de la ciudadanía, nos ponemos a inventar un «hombre nuevo», una idea mejor que el ciudadano (así inventamos, por ejemplo, el camarada, el militante, el revolucionario, el hombre nuevo, ideas antropológicamente inconsistentes y políticamente disparatadas que no podían crear ningún tipo de hegemonía); como el estado de derecho es imposible bajo el capitalismo, en lugar de presentarnos como los verdaderos valedores del estado de derecho y combatir en su nombre el capitalismo, hicimos al revés, nos empeñamos en inventar algo mejor que todo eso. La izquierda lleva siglos intentando inventar la pólvora. Y al mismo tiempo, toda la reflexión sobre el Estado moderno, una obra maestra del pensamiento político, plasmada en la historia de la filosofía, se regalaba al enemigo, a lo que se llamaba el pensamiento burgués, y a cambio se estudiaba a lumbreras como Stalin o Mao. Mas habría valido seguir el ejemplo de Marx, cuando decía, «un negro es un negro, solo bajo determinadas condiciones se convierte en un esclavo; una máquina de hilar es una máquina de hilar, sólo bajo determinadas condiciones se convierte en capital; en tanto que máquina de hilar, ahorra tiempo de trabajo y libera al ser humano, en tanto que capital, alarga la jornada laboral y le impone el yugo de las fuerzas naturales». Más habría valido continuar por el mismo camino: un parlamento, una escuela, una sanidad pública, un estado moderno, son una buena idea, sólo bajo el capitalismo se convierten en una maldición. Y por lo tanto, hay que combatir el capitalismo y no la escuela pública. Y combatir el capitalismo en defensa, precisamente, de la escuela pública. Esto es lo que pensamos que habría sido un camino sensato, en lugar de seguir los pasos de la famosa canción de Pink Floyd. En cuanto a los ejemplos concretos de contaminación gubernamental que comentas, a mí, desde luego, que también fui catedrático de instituto, no me cuelan un curriculum defendiendo las centrales nucleares o un montón de disparates nacionalistas. Claro, en mis tiempos había libertad de cátedra. Estaba muy claro que, ante todo, los profesores éramos funcionarios y que por lo tanto éramos propietarios de nuestra función y que no obedecíamos órdenes de nadie. Si ahora ya no es así, será una prueba de cuánto han empeorado las cosas. Y respecto a esas asignaturas de formación de valores empresariales y esas cosas, si hubiera verdadera libertad de cátedra, es decir, si tal y como he intentado explicar en un artículo reciente (y en el libro) los funcionarios fueran los verdaderos valedores de la división de poderes, el problema tampoco sería tan grave. Si te ponen a dar algo así como formación del espíritu empresarial tu puedes perfectamente ponerte a explicar El Capital de Marx. Ya sé que ahora ya no existe esa libertad, pero eso es precisamente lo que denunciamos en el libro, todas esas intromisiones y tutelajes que, bajo el disfraz de la pedagogía y del buenrrollismo de izquierdas, han actuado como una injerencia salvaje en la libertad de cátedra, mutilando lo que es, en el fondo, uno de los pilares de la separación de poderes. Yo soy testigo de que no siempre fue así y por lo tanto no tiene por qué ser así. En los años pre-LOGSE no era así. Y fíjate, por otra parte, lo que algunos hicimos con la asignatura de Educación para la ciudadanía. Esta asignatura era el paradigma del buenrrollismo, habían salido unos libros babosos e infantiloides, que explicaban por ejemplo que la amistad era buena, pero solo si los amigos eran buenos, o que los países pobres eran pobres porque les había ido mal en la historia. Nosotros hicimos en Akal unos manuales de Educación para la Ciudadanía y de Filosofía y Ciudadanía que demostraban, entre otras cosas, que bajo condiciones capitalistas, los derechos de la ciudadanía se convierten en una tomadura de pelo y que el capitalismo siempre ha sido, en el fondo, completamente incompatible con la democracia. Cuando Wert llegó al ministerio, justificó la supresión de estas asignaturas leyendo en la cadena SER un párrafo supuestamente intolerable de nuestro libro. El muy imbécil, encima, eligió mal el párrafo, porque lo que leyó era una paráfrasis de un texto de Galbraith que no habíamos entrecomillado. Pero eso sí, nuestros libros apenas llegaron a comercializarse, porque se cambiaron las asignaturas.
Una duda: hablando de los delirios de la izquierda. El compañero, activista y profesor Agustín Moreno, es un ejemplo, ¿también estaría incluido en el grupo? Me da que no, porque vosotros lo citáis elogiándolo en la mayoría de los casos.
Olga.- Agustín Moreno es, indudablemente, un referente en la defensa de la escuela pública con quien queremos dialogar en profundidad y trabajar codo con codo. Lo es para la izquierda, para las Mareas y para cualquiera que se embarque en esta lucha. Su análisis del impacto de los recortes en la escuela pública, así como de la privatización encubierta que está sufriendo la misma es impecable en cualquiera de sus intervenciones, por poner algunos ejemplos. Sin embargo, en relación a dos cuestiones esenciales en las que nosotros centramos el «delirio» (por supuesto, no utilizamos este término como un apelativo particular. Nada más lejos de nuestra intención que ofender a personas como Agustín por las que sentimos un profundo respeto. Con «delirio» nos referimos a determinados posicionamientos que la mayoría de veces no parecen intencionados), diferimos por completo.
En primer lugar, el uso acrítico que caracteriza a gran parte de la izquierda del lenguaje neoliberal; de «lugares comunes» como la defensa del «aprendizaje a lo largo de toda la vida», la idea de «apertura a la comunidad educativa», de «currículo para la vida cotidiana», y la defensa de determinadas pedagogías como el constructivismo, mencionado anteriormente, o de determinadas metodologías que, de manera genérica, se engloban bajo el concepto de «trabajo colaborativo o cooperativo». Ocurre lo mismo con la «formación permanente del profesorado adecuada a la realidad existente» (ver intervención como representante de la Asamblea de Marea Verde y de Redes por otra Política Educativa en la subcomisión del Pacto educativo). Recordemos, en este sentido, la manida expresión de que la escuela debe «estar al servicio de la sociedad.
La segunda cuestión es el estatuto y papel de la Pedagogía. Su artículo Elogio de la pedagogía es un resumen de esta cuestión y en sus conclusiones es completamente opuesto a lo que defendemos. Lo es en una cuestión central: la consideración de la Pedagogía como ciencia, como una disciplina con un estatuto epistemológico propio. Nuestra posición es, precisamente, la contraria y lo es, además, en base a lo que de acientífico y pragmáticamente ideológico es deducible de muchos de los planteamientos de los popes más citados en su defensa: Jean-Jacques Rousseau, John Dewey, W.H. Kilpratrick (método por proyectos), de Gardner y su «teoría de las inteligencias múltiples» o de Goleman y su «inteligencia emocional». Neurocientíficos como Mariano Sigman ponen claramente en cuestión el rigor de muchos de estos planteamientos. Sin embargo, últimamente, se apela a la neurociencia como la disciplina que refrenda estas ideas de manera irrefutable. Tampoco podemos estar de acuerdo con afirmaciones como la de que las falsas dicotomías de pedagogía y antipedagogía tienen mucho más que ver con dos modelos de sociedad que se enfrentan: uno, que cuestiona que todos puedan aprender y, otro, que postula que todos pueden aprender, cada cual a su manera, de forma que aquel que critique el papel de las «ciencias de la educación», automáticamente, estaría en contra del acceso al conocimiento desde, además, una buena cantidad de falta de respeto a los alumnos. Nos gustaría dialogar con Agustín Moreno, por ejemplo, sobre estas cuestiones.
Carlos.- En fin, para mí, los artículos de Agustín Moreno, desde hace mucho tiempo, han sido un gran alivio; si no llega a ser por él, habría llegado a desesperar. Me tranquilizaba pensar que había alguien ahí que se enteraba de algo y que acertaba en cómo denunciarlo. Por lo visto, en el sentido en que dice Olga, tenemos algunas discrepancias, en torno sobre todo a la jerga pedagógica. Pero no creo que sea imposible ponernos de acuerdo. Lo mismo nos ha ocurrido con Luis Villacañas, con el discutimos en el libro. Si hemos incluido la discusión con Villacañas, es porque pensamos que de ella se deducen más acuerdos que desencuentros y que sí que hay manera de discutir sobre estos asuntos de manera civilizada. Seguramente, Villacañas responderá a nuestro planteamiento en el libro, porque, ahí, de alguna manera, nos hemos reservado la última palabra y eso es una descortesía.
Os pregunto ahora por los ciclos formativos.
Cuando quieras.
Nota de edición:
Primera parte de esta conversación: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=226138
Segunda parte: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=226467
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