El alcalde de Cali, la segunda ciudad más importante de Colombia, hijo de un combatiente aguerrido y convencido de sus ideas del entonces Movimiento 19 de Abril (M-19) quien murió creyente en la lucha por los más desfavorecidos, es el mismo que hoy impulsa desalojos de invasiones, y anuncia que proseguirá con esa política, que finalmente favorece a la empresas constructoras.
Irónico porque Jorge Iván Ospina se formó en Cuba, en donde no solo estudió cirugía, sino que se especializó y recibió en las aulas de estudio, no solamente lecciones sobre anatomía e intervenciones para salvar enfermos, sino una clara solidez política. Fueron largos años en un país que ha librado una batalla valerosa—en medio de inmisericordes bloqueos–, pero que ha salido airoso, favoreciendo a la gente humilde, popular, esa clase a la que perteneció el hoy mandatario caleño.
Pareciera que no aprendió mucho. Los hechos saltan a la vista: la orden para un desalojo en la zona rural conocida como Pance, en donde se erigen apartamentos y casas de quienes ostentan pertenecer a la clase privilegiada caleña. ¡Por supuesto, no se podían permitir ranchos delante de las lujosas construcciones!¡Perderían su valor comercial! La pobreza huele mal y resulta insultante para los ricos, en todas partes del mundo. Y Ospina es un rico emergente que olvidó su origen de pueblo.
Con máquinas y fuerza policial, se destruyeron cambuches y en medio de una pertinaz llovizna y el frío, numerosas familias, con muchos niños, quedaron a la intemperie mientras que sus esperanzas caían en medio de la gritería para que se fueran. En su mayoría, son indígenas.
La nota valerosa la escribió para la historia un agente de policía, de ascendencia indígena, Ángel Zúñiga Valencia, quien se negó a arremeter contra su propio pueblo y hoy enfrenta un proceso disciplinario que puede derivar en destitución y cárcel por “desacatar órdenes”. Por supuesto, la indignación de los colombianos se ha hecho sentir, pidiendo respeto para los derechos de quienes hoy son destechados, y para quien—en su condición de patrullero-, no se sumó a la aplicación de lar arbitrariedades.
Los desaciertos del alcalde de Cali yéndose lanza en ristre contra el pueblo, no es nada nuevo. El pasado 16 de mayo ya había ordenado que el mismo aparato destructivo echará por tierra los cambuches construidos en la parte alta Siloé, una zona vulnerable del oriente de la ciudad.
Recuerdo el día en que, tomándome un tinto con el profesor y politólogo, Horacio Duque, le expliqué mis razones para no apoyar a Jorge Iván Ospina. “Estás equivocado—me dijo–; éste es un buen hombre, con buenas intenciones”. Comprendo que a Horacio lo traicionaron en su buena fe.
Las buenas intenciones del alcalde son evidentes: acabar con la clase popular, a la que él perteneció y a la que decidió volverle la espalda. Horacio, mi hermano, el tiempo me ha dado la razón…
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