El presidente Iván Duque Márquez se quedó con el traje planchado, la estilográfica lista para firmar la asistencia y, por supuesto, el horario separado en su agenda. Incluso, cuentan que en el Palacio de Nariño preguntaba con frecuencia a su secretaria privada: “¿Llegó alguna invitación?”. La mujer le contestaba cortésmente que no. Una hora después, el mismo ritual e igual respuesta. Incluso, casi rogando: “Mujer, ni siquiera al correo electrónico”.
–No, señor presidente. Acabo de revisar la bandeja de entrada, y no aparece ninguna invitación.
El mandatario de los colombianos, convertido hoy en presentador de un monótono magazín de televisión, hizo la consulta muchas veces, con el mismo semblante atribulado que describe Gabriel García Márquez en varias escenas de la novela “El coronel no tiene quien le escriba”.
¿Y toda esa peregrinación a que se debe? A la ansiedad que lo embargó mientras anhelaba que llegara una invitación a la posesión de Joe Biden y Kamala Harris. Fueron más de mil invitados, pero ninguna silla asignada a Duque. Irónicamente sí para Juan Manuel Santos.
Alrededor del asunto han querido brindar explicaciones desde el gobierno nacional. Una de ellas, que generalmente no se invita a presidentes. ¡Válgame Dios! Claro que sí.
No obstante, la verdad monda y lironda estriba en que el expresidente de ingrata recordación y ex senador en proceso de investigación, Álvaro Uribe Vélez, así como su pupilo, Iván Duque Márquez, creían a pie juntillas en la reelección de Donal Trump. Y, por supuesto, le apostaron al “ganador”.
En sus redes sociales compartieron alentadores mensajes en torno a las bondades del tío Sam para con Colombia y el anhelo de seguir conservando esa “amistad entre los pueblos”. Pero el tiro les salió por la culata.
Incluso, el mandatario colombiano—que no goza con la aprobación de las mayorías–, hizo lobby para que se incluyera a Cuba en el listado de los países que promueven el terrorismo, en retaliación porque no han extraditado a los voceros de las negociaciones con el Ejército de Liberación Nacional –ELN–. También el recrudecimiento de los bloqueos a Venezuela, país contra el cual, gustosamente estaría dispuesto a conspirar.
Trataron de corregir el error, pero nada. Biden los ignora por completo. No ha prestado atención a sus discursos veintijulieros y, menos, a sus anhelos lambiscones de que al nuevo presidente norteamericano le vaya bien.
Finalmente, lo que se están jugando son intereses particulares. Las aspiraciones futuras de Duque. Aunque los “analistas” acomodados argumente que es la base del pueblo la perjudicada con unas malas relaciones con los Estados Unidos, no es así. Biden no se ocupará del vendedor de dulces del parque de un pueblecito remoto, ni del comerciante que sobrevive con cacharro, en un local de una avenida cualquiera en una ciudad colombiana.
Uribe y el presidente Duque seguirán trinando elogiosos comentarios sobre Biden y Harris y, sin duda, no descansarán hasta que desde el país imperial les hagan el guiño de aprobación. Como decían los viejos bebiendo tinto en alguna cafetería de pueblo: “Amanecerá y veremos.”