Se me había pasado, una no llega a todo. Me lo regaló mi esposa-compañera para mis cumpleaños hace unos días. ¡Mejor regalo imposible! ¡Como nos reímos! ¡Qué mañana tan feliz! ¡No sé cuantas veces lo releímos! Pensé en ustedes inmediatamente. ¿Sólo nosotras nos lo vamos a pasar en grande? ¡Lo bueno hay que compartirlo! Se […]
Se me había pasado, una no llega a todo. Me lo regaló mi esposa-compañera para mis cumpleaños hace unos días. ¡Mejor regalo imposible! ¡Como nos reímos! ¡Qué mañana tan feliz! ¡No sé cuantas veces lo releímos!
Pensé en ustedes inmediatamente. ¿Sólo nosotras nos lo vamos a pasar en grande? ¡Lo bueno hay que compartirlo! Se lo traducimos (Albert Soler: «L’opressió, per a qui se la treballa», «La opresión, para quien la trabaja» https://www.diaridegirona.cat/opinio/2019/05/31/lopressio-se-treballa/983762.html)
Por cierto: el Colegio de Periodistas .Cat sigue mudo. ¡No ha dicho ni una sola palabra sobre la descalificación e insultos -y coacción a su libertad de expresión de la que tanto alardean- dirigidos contra el periodista gerundense por uno de sus anteriores artículos, aquel en el que comentó la llegada del empresario Matamala, el amigo de Puigdemont, ahora diputado, a Gerona. Ni una sola palabra de crítica contra las amenazas, ninguna palabra en defensa del periodista. Ni una sola.
No les hago perder más tiempo. El artículo de Soler:
Ser un oprimido no está al alcance de cualquiera. Basta con abrir un poco los ojos cuando se visitan estas pequeñas poblaciones, junto a las ciudades, que han pasado a convertirse en zonas residenciales, para comprobar que cuanto más grande y bonita es la casa, más grande es también el lazo amarillo que adorna el balcón. Y no faltará alguna estrellada al viento. Se trata de la vivienda de una familia oprimida, tal como indican las señales externas. Si ve usted una casota con piscina, una extensión de césped similar a la del Camp Nou y tres coches en el garaje, tenga por seguro que habrá también bonitos lazos amarillos, estrelladas y quizás alguna pancarta anunciando al mundo allí viven oprimidos, pidiendo auxilio, suplicando que alguien los saque de esa situación insufrible. Algo parecido ocurre en la ciudad [Gerona], donde la proliferación de pancartas en los balcones, y lazos en fachadas y pecheras de los peatones, es especialmente notable en el centro, en los barrios de la burguesía. La Rambla misma, un domingo al mediodía, está llena de oprimidos haciendo el aperitivo.
A mí también me gustaría ser un oprimido, pero me tengo que conformar con el sueldo de periodista y a vivir en un pisito en la periferia. En mi barrio, como que es un barrio de trabajadores y de inmigrantes, apenas hay oprimidos, por falta de tiempo esencialmente. El domingo me gusta pasear por el centro de Gerona y ver tantos oprimidos con lazo amarillo por la calle, viviendo en pisos que nunca podré comprar y conduciendo coches que nunca podré ni soñar. Los trabajadores tenemos tantas preocupaciones que la de sentirnos oprimidos nos pasa por alto, ya quisiéramos, ya. Procuro que en estas excursiones me acompañe Ernest, que a sus nueve años empieza a ver que hay gente diferente de la que ve habitualmente en casa y en el barrio. Aprovecho para ejercer de padre, para educarlo.
-¿Ves, Ernest? Si estudias y te haces un hombre de provecho, cuando seas mayor quizás podrás ser un oprimido- le digo acariciando la cabeza mientras mira boquiabierto, diría que con envidia, gente elegante con lazo amarillo.
Cuando voy a Barcelona, como me desplazo en metro, no veo lazos amarillos. En el metro no hay oprimidos, hay trabajadores. Los oprimidos viajan en taxi, en su propio coche o en vehículo oficial, como Presidentorra, que gracias a cobrar 140.000 euros anuales, se puede sentir el príncipe de los oprimidos. O como Joana Ortega, que acaba de ser colocada a razón de 70.000 euros, y sólo se nos ha comunicado que hará un trabajo «transversal». Antes había chicas que se ganaban la vida de manera horizontal, algunas incluso acababan poniendo una mercería, gracias a tantas horas de trabajo horizontal. Cataluña, pionera en tantas cosas, ha inventado las que trabajan de manera transversal, Joana Ortega es el prototipo, pero vendrán más. Joana Ortega, no hace falta decirlo, es también una oprimida. Transversal, pero oprimida. Con 70.000 euros al año, la opresión se empieza a hacer angustioso.
No es extraño que la máxima aspiración de los pobres trabajadores catalanes -no digamos de los inmigrantes- sea llegar a estar oprimidos. Quizás deberíamos manifestar, reclamando un poco de opresión, no puede ser que se la lleven siempre los mismos. Mientras no mejoramos nuestra triste situación económica, hay que conformarse a formar parte de los opresores, o de los colonos, o de cómo nos quieran nombrar los pobres oprimidos.
Una pequeña errata: a los 70.000 euros a los que hace referencia Soler, hay que añadir unos 40.000 más de extras (por su trabajo en la Gene, aparte de otras posibles remuneraciones) que ingresa Joana Ortega.
Si tienen alguna duda sobre lo señalado por Soler, si piensan que exagera o mira y analiza mal las cosas, hagan una fácil comprobación. Sant Cugat del Vallès es el municipio con más renta per cápita de Cataluña, el cuarto de España (se acerca a los 20.000 euros, 19.151 euros, más o menos como Las Rozas o Boadilla del Monte); Santa Coloma de Gramenet, mi compañera trabajó allí durante 33 años, es la población más empobrecida: 9.666 euros de renta per cápita (prácticamente la mitad). Miren los resultados electorales del pasado 26M o dense una vuelta por ambas ciudades. Comparen datos electorales, colores, zonas verdes, equipamientos.
Verán que Albert Soler da en la diana. En el centro del asunto.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.