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Alberto Garzón: comunismo, capital y materialismo

Fuentes: Rebelión

Un año antes del 200 Aniversario del nacimiento de Marx en que nos encontramos, el 14 de septiembre de 2017, y en su sección fija «Economía para pobres» dentro del diario Público, el economista y coordinador general de Izquierda Unida, Alberto Garzón, publicaba su columna de opinión titulada «‘El Capital’ habla del capitalismo de hoy». […]

Un año antes del 200 Aniversario del nacimiento de Marx en que nos encontramos, el 14 de septiembre de 2017, y en su sección fija «Economía para pobres» dentro del diario Público, el economista y coordinador general de Izquierda Unida, Alberto Garzón, publicaba su columna de opinión titulada «‘El Capital’ habla del capitalismo de hoy». En dicha columna, Garzón rendía homenaje a los 150 años de la publicación de la primera edición del Tomo I de El Capital, obra fundamental de Carlos Marx dedicada al estudio crítico de las categorías de la economía política de su tiempo (año 1867). Aquel artículo de Garzón tenía conexión con el libro del mismo autor Por qué soy comunista: una reflexión sobre los nuevos retos de la izquierda, editado por Península en el mismo año, cuya lectura acabo de terminar. Así pues, la crítica a este libro, y a aquel artículo, se pueden entender como una misma crítica en su totalidad a la idea de «comunismo» que tiene Alberto Garzón. Sirva esta crítica a Garzón como homenaje a Marx en su bicententario.

Aparte de las menciones a las singladuras propias de la primera edición de dicha obra, el grueso de la exposición de Garzón sobre la trascendencia de la misma podría resumirse en lo que sigue, a saber: El Capital de Marx es una obra inacabada, «densa» y «difícil de leer» debido a su estilo «oscuro» que, no obstante, nos permite conocer, aprehender y comprender, el modo de producción capitalista 150 años después de su primera edición. Eso sí, solo le permite comprender el modo de producción capitalista a aquellas personas que, sin haberlas nombrado explícitamente Garzón, tienen la preparación adecuada para ello. Y esas personas, según lo que él explicita en su artículo, no son los obreros sin formación universitaria.

Así mismo, según Garzón, El Capital es una obra «no cerrada», por inacabada y difícil, que es contradictoria en sí misma, algo que es común, según Garzón una vez más, en la idiosincrasia de la construcción propia del conocimiento científico. De ahí que ponga el ejemplo de la física y del tiempo transcurrido entre la publicación, por parte de Albert Einstein, de su teoría de la relatividad especial (1905) y su teoría de la relatividad general (1915). Como ejemplo de este «no cierre» de la crítica de la economía política que Marx realiza del modo de producción capitalista (en expresión del propio Marx), Garzón afirma que Marx «nunca elaboró una explicación detallada del concepto de clase». Garzón trata de reforzar esta idea subrayando el factor espacio-temporal (el tiempo histórico) en que Marx vivió y trabajó su «ciencia social» en expresión de Garzón, por lo que no pudo tratar fenómenos sociales como el de la formación de las llamadas «clases medias», o incorporar las ideas posteriormente tratadas por movimientos como los ecologistas y feministas. El posterior «divorcio entre las masas obreras y los intelectuales» (sic) debido a que el marxismo ha pasado a ser un ámbito de estudio universitario y no una «herramienta» de la acción política de los partidos de izquierdas desde mediados del siglo XX hasta hoy día, ejemplifican los problemas por los que pasa una doctrina, la marxista, que, a juicio de Garzón, ha de modernizarse y adaptarse para ser algo más que una moda hoy día. Ha de ser una herramienta de transformación social, a la par que lo es de investigación. Hay que hacer notar que esto de la investigación, en su sentido más corporativista (universitario) es el factor más destacado por Garzón al final de su texto, más que el de la acción política. Y recalcamos esto porque entronca, a nuestro juicio, con las carencias fundamentales que, sobre la comprensión del marxismo mismo, adolece la exposición de Alberto Garzón.

Nuestra exposición, en forma de réplica, parte de la siguiente hipótesis: quien afirme que El Capital es un texto difícil de leer para obreros con poca preparación ignora por completo algo que tienen en común todos y cada uno de los trabajos elaborados por Marx, Engels, Lenin, etc., que no es otra cosa que la metodología dialéctica propia del materialismo histórico como doctrina sistemática de análisis de la realidad elaborada de cara a su transformación. Quien afirme lo que afirma Garzón, en consecuencia, desconoce dicha metodología, que llamaremos materialismo metodológico, y es por ello que quien ignore dicho materialismo, debido a su formación universitaria, verá a quien no tenga dicha formación como «incapaz» de comprender a Marx, bien sea sus escritos más extensos como El Capital, bien sea otros más panfletarios como el Manifiesto Comunista. Y es que, aunque Garzón afirme que el Manifiesto Comunista es más comprensible para los obreros que El Capital, sin embargo no ve que ambos textos parten, y son a la vez exposición, del materialismo metodológico propio del marxismo a la hora de comprender el modo de producción capitalista. Materialismo metodológico que, si es comprendido por cualquiera independientemente de si tiene formación universitaria o no, podrá comprender sin problemas desde el Manifiesto Comunista hasta los Grundrisse o La ideología alemana.

Esta hipótesis que exponemos tiene una doble consecuencia. La primera, que al desconocer dicha metodología materialista, Garzón parece asegurar que quien no tiene una formación universitaria no es capaz de transformar la realidad. Esto, en el fondo, resulta ser una afirmación absolutamente antisocialista. ¿Por qué? Si el racionalismo universalista propio de todo materialismo filosófico entiende que cualquier individuo tiene capacidad para conocer cualquier tipo de verdad, independientemente de su raza, sexo, clase social o edad, entonces todo racionalismo universalista será solidario de la idea del socialismo, en su sentido más universalista en el límite, que no es otro que el de comunismo. Evidentemente, los condicionamientos histórico-sociales influyen en la comprensión de las verdades que nos rodean, y cuya existencia y recurrencia nos hace ser lo que somos. Pero la negación de la posibilidad de conocerlas, aun sabiendo de estos factores, pareciendo afirmar que solo pueden ser comprensibles para una minoría selecta (clero, funcionarios, una raza superior, una secta, profesores de Universidad, de instituto, la cúpula de un Partido político, etc.) que, en todo caso, habrá de vulgarizar dichas verdades de manera tosca para controlar a la mayoría de la población, equivale a la negación efectiva de cualquier posibilidad específica de construir el socialismo. Y eso, en el fondo, es a lo que lleva la exposición realizada en su artículo por Alberto Garzón. No en vano, Marx se preocupó de que El Capital fuese leído por los obreros, hasta tal punto que se editó, en folletos separados y por entregas, dicho Tomo I, y todavía en vida de Marx, a precios asequibles para los obreros alemanes y de otras naciones para que pudieran leerlo si no tenían posibilidad de hacerse con el Tomo I entero editado. Hasta tal punto Marx era racionalista y universalista, y hasta tal punto confiaba en la capacidad de los obreros para que estos conocieran cualquier tipo de verdad. En particular, la verdad sobre su explotación por parte del capital mientras su fuerza de trabajo puesta en movimiento era, y es, el bombeo de sangre que permite seguir vivo a dicho modo de producción.

La segunda consecuencia, entretejida con la primera, tiene que ver con la forma en que los estudios universitarios se han conformado desde la segunda mitad del siglo XX hasta hoy día. La división internacional del trabajo que acarrea el modo de producción capitalista ya simplificaba las tareas en las fábricas y en todos aquellos centros de trabajo donde la relación social de producción básica en torno a la cual se distribuían las funciones laborales era el capital. Eso es así desde los inicios del modo de producción capitalista, desde el punto de inflexión que para él supuso la Revolución Industrial y el paso de la técnica-manufactura a la tecnología-maquinaria entre los siglos XVII y XIX, hasta hoy día. Y en ámbitos donde la producción de valor (precio de producción de las mercancías y categoría social al mismo tiempo) y de plusvalor (cantidad de trabajo producida por los obreros restada al salario que reciben, y que se apropia el capitalista como ganancia, y/o el Estado vía impuestos que paga el capitalista por la posesión de los medios de producción) no se realizan de manera directa, como son todos aquellos ámbitos donde desarrollan sus funciones asalariados que no producen mercancías físicas, dicha división del trabajo también se ha dado, simplificando tareas, minimizando el ámbito de acción de esos asalariados, y especializándolos. Uno de esos ámbitos es el universitario, el de la investigación científica, tanto de las ciencias formales (matemáticas), de las ciencias naturales (física, química, biología, etc.) como de las llamadas ciencias sociales o ciencias humanas (politología, historiografía, psicología, sociología, antropología, economía política, etc.). Si bien es cierto que la Universidad permite a los estudiantes, sea de la rama que sea, adquirir un método de trabajo investigativo que les puede servir de ayuda a la hora de realizar sus operaciones laborales, o para comprender mejor su rama estudiada, también es verdad que Universidad no equivale a Academia, en el sentido platónico estricto de la palabra. Academia fue la escuela filosófica fundada por el padre de la filosofía en stricto sensu, Platón, a las afueras de Atenas, en la que dicha disciplina convivió y se desarrolló, co-genéricamente, con la astronomía, la matemática, la medicina, la retórica y la geometría. No en vano, en su frontispicio rezaba la inscripción: «Nadie entre aquí sin saber geometría». La filosofía fue concebida, desde Platón y hasta hoy día, como una geometría de las ideas. Un entretejimiento de las ideas derivadas de los conceptos de otros saberes, de primer grado, como los saberes científicos, religiosos o políticos. Así se ha transmitido el saber filosófico hasta el presente. Y Marx es un claro exponente de la filosofía como una geometría de las ideas elaborada a partir de conceptos de otras disciplinas. Las ideas se organizan, y se relacionan entre sí, como los puntos de las figuras geométricas en el plano y el espacio. Platón y Aristóteles concibieron así el saber filosófico, y en las ideas que analizaban se entretejían conceptos políticos, científicos y tecnológicos diversos. En Marx también, inclusive en su Crítica de la Economía Política, en El Capital, y por extensión en toda su obra y en todo su sistema, el materialismo histórico. Porque El Capital no es solo una obra económica, sino también, e incluso por encima de todo, filosófica. Es una ontología (estudio de lo que hay) y una gnoseología (el estudio del origen, la naturaleza y el alcance de las verdades científicas) del hombre y del Mundo a través del estudio del modo de producción capitalista. Y es así porque el modo de producción, en tanto que base del ser social, determina la conciencia de los seres humanos que en dicho modo de producción actúan, al tiempo que lo conforman en el tiempo histórico.

¿Qué queremos decir con todo esto? Que no comprender estas cuestiones tiene que ver con la formación específica que los economistas reciben, recibimos, en la Universidad, que no en la Academia (es Academia solo en sentido formal, burocrático), y que impide ver el trasfondo filosófico de la obra de Marx. La división internacional del trabajo ha afectado, también, a los trabajos universitarios, academicistas. Y, al acostumbrarse cualquier ser humano a esta forma de comprender los fenómenos del mundo, dicho ser humano tenderá a pensar que cualquiera que no comprenda el mundo según la forma en que en la Universidad le han enseñado a pensar, no podrá pensar en absoluto. O dicho de otro modo: no entender cualquier cosa desde el prisma enseñado en la Universidad, para el formado en dicha Universidad equivaldrá a no poder entender nada de ninguna manera. Y este es el motivo principal del por qué Alberto Garzón no cree que El Capital pueda ser entendido por los obreros. Porque él, como yo, es un producto muy acabado de la división internacional del trabajo aplicado a las Universidades, y en particular a las Facultades de Economía Política. Y esto conlleva un entretejimiento entre teoría y praxis política que, desde la dirección de cualquier partido político, no puede ser jamás compatible con el racionalismo universalista propio del materialismo metodológico marxista cuya función fundamental ha sido, es y siempre será resolver la contradicción fundamental del Mundo: la contradicción a resolver entre la Historia (y sus sucesivos modos de producción), entendida por Marx como «prehistoria de la Humanidad» en tanto que la Historia es una apariencia de Historia humana porque nunca la Humanidad ha sido un sujeto histórico unificado, y la Revolución Comunista, que sobre todo pretende convertir a la Humanidad en un sujeto histórico que la Historia misma ha negado. Y para transformar la Humanidad en sujeto histórico, el comunismo ha de realizar una acción racionalista, universalista y revolucionaria, aunque sea desde una parte concreta de dicha humanidad (los proletarios y los países donde estos dominen como clase social en el poder tras la Revolución comunista), cuya escala no puede ser sino universal. Al afirmar que un obrero sin formación universitaria no puede comprender El Capital, se dice en el fondo que no es posible la Revolución comunista. Y por tanto, la lectura de Alberto Garzón sobre El Capital es totalmente incompatible con el fundamento filosófico del comunismo político contemporáneo, esto es, el marxismo.

¿Y en qué consiste dicho materialismo metodológico, que puede encontrarse tanto en El Capital como en textos más cortos de Marx? Según el DRAE, en su cuarta acepción, materialista, en México, es la «persona que se dedica a la venta de materiales de construcción». Marx era, precisamente, esto. Un materialista que vendía, o entregaba, o distribuía en la medida de sus posibilidades, los materiales filosóficos, económicos y políticos, con base histórica, a los obreros para la construcción del socialismo. Dicha construcción tenía que ser política, y de ahí que Lenin profundizara en el materialismo de Marx a la hora de elaborar sus teorías sobre el Partido revolucionario de vanguardia y sobre el Estado proletario. La construcción del socialismo, como praxis política, es una extensión de la teoría política del materialismo de Marx. Y dicha construcción es racionalista y universalista. Por ello, el materialismo metodológico es el ejercicio mismo del racionalismo materialista en cada curso de los análisis, construcciones o debates de toda clase (políticos, científicos, filosóficos, etc.), sin necesidad de que el materialismo aparezca «representado» en dichas construcciones, aunque como tal pueda aparecer. Es decir, el racionalismo materialista no es mera especulación, ni mera proyección mental de ideas. Es, ante todo, praxis, realizada mediante operaciones manuales y tecnológicas en, y con, nuestro mundo-entorno. Esta praxis puede darse a través de prácticas concretas cuyo curso será recurrente si los materiales respectivos utilizados durante dicha praxis quedan objetivamente concatenados entre sí. El materialismo metodológico de Marx pone el pie en los materiales implicados en la cuestión que se analice, pues todo proceder racional es operatorio, y requiere de objetos corpóreos y de sujetos que los cojan, los muevan, los junten y/o los separen. No es un mero formalismo. Bien es cierto que, a priori, es muy difícil establecer los límites de cada concatenación de materiales. Pero sí es posible determinar, en diversos ámbitos, los límites que, gracias al materialismo metodológico, se pueden alcanzar a la hora de conformar cualquier tipo de estructura racional en cada rama del saber, o en cada ámbito de la vida política. Y decimos vida política no solo en el sentido del Ágora, que es en el que se mueve Garzón. Sino en el sentido de Aristóteles, de la vida producida dentro de la Polis, y en relación y entretejimiento con otras Polis. Es decir, el materialismo metodológico es dialéctico, porque si no, no podría existir como tal ni ayudar a la comprensión y transformación del mundo.

El filósofo Pelayo García Sierra ejemplificó en su obra Diccionario Filosófico, del año 2000, cómo no debía ser el proceder del materialismo metodológico en diversas disciplinas cuyo cierre siempre se produce tras una concatenación de objetos que, al cerrarse, ayudan a cerrar dichas disciplinas. Después explicaremos por qué este cierre, a nivel metodológico, se produce en El Capital, frente al «no cierre» del mismo que Alberto Garzón asegura que se da, debido a que Marx no acabó su obra. Este análisis de Garzón del «no cierre» de El Capital es más que superficial, y se debe a su nula comprensión sobre la metodología materialista de análisis de la economía política que Marx realizó, por los motivos ya expuestos más arriba. Pero sigamos con García Sierra y con los ejemplos que pone.

Según García Sierra, por ejemplo, en geometría no procederá de acuerdo al materialismo metodológico quien defina una circunferencia a partir de puntos y rectas, dejando de lado la consideración de los cuerpos redondeados, en tanto que los puntos y segmentos de rectas necesarias para definir la circunferencia son infinitos, y por tanto, el concepto de circunferencia necesita de operaciones quirúrgicas sobre los términos, infinitos, que pueden conformarlas. Por lo que el formalismo es incompatible con el materialismo metodológico aplicado a la geometría. Análogamente, no procederá según el materialismo metodológico quien analice la idea de Historia regresando a la estructura (supuesta) del «ser histórico», desdeñando el considerar los materiales históricos concretos, como pueden ser las reliquias, los relatos consignados en documentos, etc. Tampoco procederá, de acuerdo con el materialismo metodológico, quien, estudiando la teoría de la evolución, se desentienda de la consideración precisa de las líneas de derivación de los diversos organismos, manteniéndose en un mero formalismo de las líneas generales de la evolución. Ni procederá, según el materialismo metodológico, quien al estudiar la vida orgánica se mantenga en el terreno de las categorías físicas y químicas, tanto subatómicas como moleculares, pensando que dichas entidades se agotan en el recinto específico de sus respectivas categorías, y no tenga en cuenta las conexiones que dichas entidades físico-químicas tienen con los materiales biológicos de la experiencia operatoria de la que proceden. Ni procede de acuerdo a la metodología materialista quien, en filosofía moral, define el bien o la virtud en función de una «forma de ley», sin empezar por «reunir» materiales antropológicos, psicológicos o sociológico-culturales por los que las ideas éticas y morales se muestran «en ejercicio». Ni procede según el materialismo metodológico quien analiza el razonamiento y el pensamiento manteniéndose en el terreno de la mera subjetividad o de las fórmulas lógico-formales, desconectando todo ello de los elementos, y datos, corpóreos que lo sustentan. Ni tampoco procederá según el materialismo metodológico quien analice la estructura de una calculadora quien se atenga solo a su software, y no tenga en cuenta los materiales electromagnéticos, moleculares, etc., que constituyen su hardware.

No procederá, según el materialismo metodológico, quien no comprenda la crítica de la economía política, o dicho de otra manera, las categorías de la economía política, analizadas por Marx, como un entretejimiento de las operaciones quirúrgicas que conforman la mercancía y su valor, y plusvalor, a través de procesos técnicos, tecnológicos y científicos muy complejos, en el marco del espacio-tiempo donde dichos procesos evolucionan históricamente hasta dar lugar a dichas categorías, sin las cuales no se puede entender el modo de producción capitalista, que es el mismo hoy, que el de hace 150 años en sus aspectos, o categorías, fundamentales. Estas categorías se desarrollan, se conforman, en sociedades políticas muy complejas que, históricamente, también han evolucionado hasta dar lugar a las mismas. Pues la mercancía, el valor y el plusvalor, el capital, son categorías de la economía política capitalista que son imposibles en modos de producción anteriores. Desde el materialismo metodológico, las categorías de la economía política son verdades objetivas, concretas e históricas, pero no absolutas. Con lo cual, la verdad de las mismas está sujeta a un proceso entrópico por virtud del cual, sin duda, en algún momento se agotarán a sí mismas y dejarán de existir. Pero, no obstante, la fórmula que explica el proceso por el cual se conforman dichas categorías y que estudia Marx en El Capital, se resumen en la fórmula que Marx establece como la base del cierre tecnológico de la economía política y, por tanto, del modo de producción capitalista. Una fórmula que resume todo el Tomo I, y cierra coherentemente las conexiones con los tomos II y III, así como con otros textos de Marx. Esa fórmula es D-M-D’. Es decir, el capital D, permite producir mercancías M (que siempre son materiales y corpóreas), y dichas mercancías permiten la reproducción de capital y, por tanto, su incremente, D’. Siguiendo la analogía que Garzón realiza con Einstein, éste cierra coherentemente sus dos obras sobre la relatividad especial y general, con una diferencia de diez años, a través de la famosa fórmula , es decir, la energía en reposo es igual al producto de la masa por la constante de la luz al cuadrado. Einstein siguió una metodología materialista de análisis tratando de verificar la existencia de los cuantos (paquetes de radiación), conectándolo con el efecto fotoeléctrico (expulsión de electrones de átomos de los metales cuando la luz incide sobre ellos) y las teorías sobre la luz y la radiación como materia en forma de ondas y de partículas al mismo tiempo, así como con la gravitación años después. El gran logro materialista de Einstein fue demostrar que, si la velocidad de la luz en el vacío no varía jamás cualquiera que sea el origen de su movimiento, al aumentar la masa por la velocidad (algo que demostró aplicable a todo elemento físico-corpóreo del Universo) se acortaría en su longitud y acrecentaría la masa, retrasando a su vez el paso del tiempo. Al combinar estas ideas, diez años después, con la gravitación newtoniana, Einstein demostró que la presencia de materia hacía curvarse al espacio, y los cuerpos seguían la línea de menor resistencia entre curvas. Y esto explicaría movimientos de los cuerpos en el Universo antes explicados de otra manera, como el porqué del perihelio, o punto más cercano de un planeta con respecto al Sol, mediante el refreno de los átomos de dichos planetas («desviación de Einstein») y la curvatura, por la gravedad, de las ondas luminosas en el espacio. Así se da la conexión materialista entre la teoría especial y general de la relatividad, cerrada categorialmente y aún a expensas de permitir los desarrollos posteriores de la mecánica cuántica, así como predecir las ondas gravitacionales. Estas leyes, categorialmente cerradas, son también verdades objetivas, concretas e históricas, pues no de otra manera se conforman las verdades desde la metodología materialista. Y serán así mientras nuestro Universo sea el que es. A una escala más reducida, por histórica pero sin la cual no podrían existir las ciencias tal y como las conocemos, D-M-D’ será la fórmula que, junto con su inversa M-D-M’, explique las categorías de la economía política, la composibilidad y la rotación recurrente del modo de producción capitalista. Un modo de producción que, mientras exista, se fundamentará en estas categorías, explicadas gracias al materialismo metodológico de Marx. Y que, además, explica las clases, al contrario de lo que afirma Garzón. Quien lea El Capital comprobará que la fórmula D-M-D’, lo que nos dice, es que será clase social burguesa aquella que posea en propiedad legal, ilegal y/o alegal tanto D como M y D’, y los medios para conformarlas. Mientras que será clase obrera quienes produzcan, distribuyan, intercambien, cambien y consuman tanto D como M y D’, sin ser propietarios legales, ilegales y/o alegales de las mismas, ni de los medios de producción de dichas categorías. Así de sencillo explica Marx el cierre de las categorías históricas, socioeconómicas y políticas, de las clases sociales.

Toda concepción que no entienda como objetivas, concretas e históricas (no absolutas ni infinitas) a estas categorías que Marx estudió y que entendió que, al extinguirse, se llegará al comunismo, no será una concepción materialista política, comunista, del mundo, de la Historia y de la vida política en general. Esto es independiente de si Marx acabó su obra o no, y es también independiente de si Marx habló de ecologismos o feminismos o no (aunque, a mi juicio, ningún ecologismo ni ningún feminismo podrán ser racionalistas ni universalistas si no están conectados con la metodología materialista del marxismo). Y esto es también independiente de si lo comprenden economistas universitarios u obreros. Ahora bien, este materialismo metodológico fue comprendido por obreros formados políticamente al lado de Marx, Engels y Lenin, que hicieron revoluciones y transformaciones sociopolíticas de calado trascendental que, hoy por hoy, no va a realizar Alberto Garzón. El comunismo no puede reducirse, simplemente, a la aplicación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos al Estado de bienestar. Siguiendo esta reducción, hasta Mariano Rajoy sería comunista. El comunismo es algo tan serio que, o es una metodología materialista puesta en práctica, o no es más que un flatus vocis, un voluntarismo idealista que, más que transformar el mundo, entorpece de cara a su verdadera transformación.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.