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Alegato de un patriota y disidente cubano

Fuentes: Rebelión

El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, consultado el domingo 6 de diciembre de 2020, señala que el verbo «disentir», proveniente del latín dissentire, el cual se conjuga como sentir, significa “no ajustarse al sentir o parecer de alguien” y pone como ejemplo esta expresión: Disiento de tu opinión, señalando al mismo tiempo que «disidente» es el que “diside”; por tanto, es la persona que no está de acuerdo con el sentir o la opinión de otro, lo cual no deriva necesariamente en una postura contraria o de oposición, aunque en ocasiones puede asumir dicho comportamiento como resultado de una reacción ante un estímulo dañino a su ser o condición existencial. De hecho, todos, en algún momento de nuestras vidas, en mayor o menor medida, hemos sido disidentes; incluso, hemos ido más allá del hecho de no estar de acuerdo para vestir el traje de contrarios u opositores activos ante conductas o hechos que colisionan contra nuestros derechos, sistema de valores o creencias porque presumimos que pueden dañarnos o en verdad nos lesionan.

Es en la arena política donde la disidencia adquiere notable presencia, confundiéndola muchas veces -ex profeso-, con el término oposición y otras palabras «fetiches» o «totémicas» para deslegitimar o anular la diversidad, pluralidad y variedad en la psiquis y conducta del género humano (en este la unanimidad es sofisma) y del homo politicus; o sea, el individuo que participa de la cosa pública, segmento inseparable de la conciencia social y la vida gregaria mientras existan estructuras como el estado y sus formas de implementación: los gobiernos. Por ejemplo, en las recientes elecciones de EE.UU, el equipo de campaña de Donald Trump acusó a los demócratas -disidentes del manejo que hizo el inquilino de la Casa Blanca a la Covid-19 y oponentes a este en las urnas- de «socialistas» (palabra totémica descalificadora en el entorno estadounidense), con el objeto evidente de ganar el voto latino (allí viven muchos cubanos, venezolanos, nicaragüenses) y a una parte importante del electorado norteamericano que teme un sistema de gobierno que anule la propiedad privada y prive la ciudadanía de libertades civiles; incluso, una miembro del equipo de campaña de Trump afirmó que Cuba y Venezuela «intervinieron» en la campaña a favor de Joe Biden. Y es que la señora no supo distinguir entre deseo y realidad; porque no es menos cierto, la forma en que ese gobierno apretó las clavijas contra la mayor de las Antillas, avivó el deseo de muchos isleños para que los votantes estadounidenses sacaran a Donald Trump de la presidencia y ver si su oponente -el casi octogenario Biden, vicepresidente durante el gobierno de Barack Obama-, revierte algunas de las medidas draconianas impuestas por Trump y permite que la vida hacia el interior de la isla, al menos en el plano económico y durante cuatro años, resulta menos agónica.

En el caso de Cuba y después del triunfo de la Revolución de enero de 1959, la disensión ha sido contenida, de jure, empleando el recurso de igualarla o confundirla con términos y conceptos que, por su connotación semiótica en el ámbito insular, devienen en “enemigos” o cuando menos “opositores” del proceso revolucionario. Por ejemplo; primero fue contrarrevolucionario, luego diversionismo ideológico, después grupúsculos contrarrevolucionarios o defensores de los derechos humanos (como si todos no fuéramos defensores de tales derechos y Cuba firmante de su Declaración Universal) junto a otros sambenitos o denominaciones «totémicas» como “contestatarios”, “francotiradores”, “problemáticos”, “conflictivos” y últimamente mercenarios; aunque este calificativo, por sus implicaciones, resulta usado con cautela porque es muy difícil acusar de mercenario a quien ha sido expulsado de su trabajo o conculcado en sus derechos por decir lo que piensa y expresar lo que siente a la manera martiana (vaya contradicción esta, hemos elevado a Martí al Olimpo de la patria cubana y castigamos a los ciudadanos que tratan de imitarlo) y sigue viviendo en Cuba, hace malabares para sobrevivir, no se declara agente de un gobierno extranjero ni obra contra el statu quo. Esta mutación en el uso de formas gramaticales para enjaular la disidencia es demostración del cambio de las circunstancias epocales y confirmación inapelable de la presencia constante de esta variable, contentiva de la diversidad y pluralidad, en la Res publica; también, muestra de la incomprensión de una parte del aparato estatal de la necesaria presencia de un vigilante que, cual oteador del horizonte, va anunciando la presencia de bajíos, arrecifes o desviaciones del curso. A estas alturas del proceso iniciado en 1959 y sus formas de gobierno resultante, lapso de tiempo socio-político donde se ha potenciado e incitado el estudio de  herencias ideológicas y políticas dejadas por hombres nodales de la cultura cubana como Félix Varela y José Martí, resulta cuando menos contradictorio e increíble, la no evaluación y aplicación de sus visiones en torno a la disidencia. El presbítero, quien según José Luz y Caballero fue el primero que nos enseñó en pensar, dijo en fecha tan temprana como 1818:

«La injusticia con que un celo patriótico indiscreto califica de perversas las intenciones de todos los que piensan de distinto modo, es causa de que muchos se conviertan en verdaderos enemigos de la patria. El patriotismo cuando no está unido a la fortaleza (como por desgracia sucede frecuentemente) se da por agraviado, y a veces vacila a vista de la ingratitud. Frustrada la justa esperanza del aprecio público, la memoria de los sacrificios hechos para obtenerlo, la idea del ultraje por recompensa al mérito, en una palabra un cúmulo de pensamientos desoladores se agolpan en la mente, y atormentándola sin cesar llegan muchas veces a pervertirla. Véase, pues, cuál es el resultado de la imprudencia de algunos y la malicia de muchos, en avanzar ideas poco favorables sobre el mérito de los que tienen contraria opinión. Cuando ésta no se opone a lo esencial de una causa ¿por qué se ha de suponer que proviene de una intención depravada?»

¿A cuántos hemos expulsado injustamente de nuestras playas?, ¿de cuánto talento hemos privado al país por soberbia o fanatismo?, ¿cuántos enemigos hemos fabricado cuando lo menos que necesitamos son adversarios? Y en este balance de resta y división, lo más doloroso es que en muchos casos quien disentía tenía razón; empero, los censores, cuidando de si mismos o de sus intereses, disfrutando del poder cual punto de apoyo y con el uso de términos fetiches como palanca, lograron pervertir el disenso que no buscaba destruir; quizá solo restituir la justicia, el imperio de la ley o alertar. Por su parte, José Martí, el cubano más grande de todos los tiempos, aquel que con solo mencionar su nombre ipso facto nos hacer pensar en Cuba, el hombre que Fidel Castro y con toda razón proclamó autor intelectual del asalto al cuartel Moncada, hecho que desde el reino marcial dio principio a la revolución que triunfaría en enero de 1959, llamó la atención en torno a este tema y sentenció de manera inapelable, no ya el peligro de excluir y anatematizar a los que tienen opinión y puntos de vistas diferentes; sino, de no comprender a tiempo las intenciones de aquellos que se diferencian de nosotros en métodos: “Ni odio contra los que no piensan como nosotros. Cualidad mezquina, fatal en las masas, y raquítica e increíble en verdaderos hombres de estado, esta de no conocer a tiempo y constantemente la obra e intenciones de los que con buen espíritu se diferencian de ellos”. Hace 15 años, en lo que fue mi primer texto donde pensaba y sentía de forma diferente (por tanto disentía) sobre temas vinculados a Cuba, acotaba como corolario a la advertencia martiana:

«Moraleja: nadie es poseedor único y absoluto de la verdad, y lo que a muchos afecta, obligación de muchos es poner en ello mente y corazón; pues, si la obra es para el bien de todos, obligación moral y deber de todos es erigirla, mejorarla y salvarla, valiéndose, esencialmente, del ejercicio íntegro de sí, con la expresión del pensamiento propio y el respeto al ejercicio íntegro de los demás, de lo contrario, la formula del amor triunfante expuesta por el Apóstol resultaría mera entelequia.»

La disensión, entendida como la mina donde florecen los materiales (diversidad y pluralidad) que han de dar solidez y coherencia al consenso y pacto social cubano, debe ser visto, de una vez y por todas, no como una amenaza o una debilidad; sino, como una oportunidad y una fortaleza. El estado y gobierno cubanos no deben temer a la abundancia de la opinión; sino, a su sequía y ello porque donde se opina poco, se piensa poco. Al ofrecer una visión diferente de las cosas, la disensión deviene per se en útil recurso; pues, brinda más opciones a la hora de escoger para construir, estructurar o recomponer (mientras más mejor), además, si de esa variedad escogemos una parte o su todo y lo integramos al nuestro logrando mejorarlo, entonces de hecho estamos reconociendo no solo el valer del otro; sino, que de facto estamos incluyéndolo, condición sine qua non para lograr aquellos indispensables sentidos de pertenencia que protejan las construcciones colectivas y las necesarias responsabilidades compartidas que demanda todo proyecto colegiado.   

Es consenso teórico universal que el pensar y expresar opiniones distintas, diversas y diferentes es derecho de todo ser humano; pero no es tan así en la práctica, ni en Cuba ni fuera de ella, porque no pocas veces, contra el que las expresa se establecen y aplican mecanismos de presión y represión, poniendo en entredicho los valores públicos proclamados, evidenciando al mismo tiempo una dañina asimetría entre lo establecido y lo concretado; y no hay mejor modo de demostrar las falencias de un sistema que este mismo muestre sus incongruencias. En Cuba decir lo que se piensa no cuesta la vida; pero cuesta, a diferencia de México, por ejemplo, donde en una década han sido asesinados más de 300 trabajadores del periodismo. Esta monstruosidad no pretende en modo alguno justificar la censura contra el disidente del patio, que “Lo malo se ha de aborrecer, aunque sea nuestro […]”, solo ofrecer datos para que el espíritu honrado pueda ponderar los niveles de censura en este y otros escenarios. Claro, esa realidad no consuela ni alivia a los censurados, excluidos o defenestrados de sus derechos en esta isla, que solo quien sufre o ha sufrido actos de discriminación injustos o excesivos puede entender cuanto ha sido lacerado; es un clamor, una advertencia sobre el daño que puede producir (o seguir produciendo: descontento, emigración, descreencia, indiferencia) el mal de la censura en el alma nacional y más que ello, un alerta para el porvenir; en tanto, los corazones generosos no pueden ser indiferentes ante el dolor de los “disidentes útiles”, porque “[…] no hay más modo de curar los males que extinguir sus causas”; extíngase pues, en este caso, el yerro de la censura hacia lo diferente, que si la política yerra pero consuela, entonces no yerra, dijo el “Dios de los cubanos”, según feliz definición de José Martí hecha por Fidel Castro. 

Una precisión etimológica antes de continuar resulta obligada, no sólo porque confirmará que una cosa es disensión y otra oposición; sino, el alto valor de la primera como fuente de retroalimentación política y gubernativa, al menos en nuestro universo insular. En el Nuevo diccionario de la Lengua Española, editado en Barcelona 1936, se conceptúa el término «oposición» como “Minoría que en los cuerpos legislativos impugna los actos y las doctrinas del gobierno”; por su parte, la edición argentina del Diccionario Larousse en 1963 la define de modo mucho más pertinente a la realidad cubana: “Minoría que se opone a los actos del gobierno”; mientras el actual Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, en su quinta acepción fija que es el “Conjunto de grupos o partidos que en un país se oponen a la política del Gobierno o al poder establecido”. Como en Cuba, el sistema político no contempla el pluripartidismo, entonces la oposición y los que la practican (oposicionistas), se organizan en grupos o partidos al margen de la ley en número minoritario, sus agendas son contrarias a las del gobierno y para practicar su oposición reciben, en no pocos casos, apoyo económico (que sin pan no se vive, por tanto imposible hacer política, filosofía, religión o cultura) de fuentes externas -básicamente de EUA-, dándole la oportunidad a las autoridades cubanas de descalificarlos al endilgarles el título de «mercenarios», término peyorativo en un entorno donde la soberanía nacional resulta alhaja preciosa y el diferendo con los norteños herencia histórica. Y parece que la gramática da un espaldarazo al gobierno cubano; pues, según las tres fuentes arriba citadas, en su primera acepción definen el adjetivo «mercenario» como aquel o aquella “Que sirve a otro o trabaja por cierto estipendio”, “Que se hace por dinero: trabajo mercenario” y “Dicho de un soldado o de una tropa: Que por estipendio sirve en la guerra a un poder extranjero. Apl. a soldado, u. t. c. s.”

A diferencia de los oposicionistas, los disidentes son mayoría; no se organizan en grupos o partidos y pueden encontrarse en los más diversos nichos sociales; critican, denuncian, sugieren, proponen y reclaman, no se oponen al gobierno y casi en la totalidad de los casos, no reciben financiamiento alguno por su accionar cívico. Tales características permiten realizar una aseveración definitoria: «Todo oposicionista es disidente; pero no todo disidente es oposicionista». Y para el caso de Cuba, donde la estructuración del sistema no contempla oposición legalizada, la existencia, reconocimiento y participación en la vida civil de la disidencia resulta esencial con el objeto de evadir el anquilosamiento, la rigidez y la inmovilidad que llevó a la desaparición de la experiencia socialista en la antigua URSS y países de Europa oriental (no se pase por alto que el modelo cubano se diseñó siguiendo esa receta). El concepto de Revolución dado por Fidel Castro y la frase de Hugo Chávez de que la “Revolución necesita del látigo de la contrarrevolución” (aunque creo que exageró un poco), hacen irrecusable la utilidad pública y el beneficio social de una disidencia leal que, en el caso cubano, ama su país y procura todo su bien; por tanto, es patriótica.   

El acto de disentir, como acción de exponer un criterio diferente y no ajustarse al parecer de otro u otros, buscando una opción distinta que propenda al cambio en busca de mejoría, que quien desea cambiar es porque pretende mejorar -reza un refrán africano-, debe, como herramienta ciudadana, mostrar coherencia; esto es, disentir de todo lo retardatario y ultramontano que devenga retranca del progreso económico, la justicia social y la libertad individual y colectiva; debe ser, recordando al intelectual de Gramci: orgánica. Así pues, un disidente cubano orgánico habrá de denunciar y ponderar, con visión totalizadora, las variables que lastran el entorno social, ya sean intervinientes o endógenas; no es capricho, es apreciación táctica del teatro de operaciones; pues, si recarga la mano hacia las externas desconociendo lo vernáculo, será no solo interpretado y tenido como “oficialista”; sino, gozará de poca influencia y credibilidad en un entorno como el actual donde el poder mediático ya no está monopolizado por el estado; por el contrario, si desconoce los impactos mundiales o de otro tipo que gravitan sobre el archipiélago, será visto y tildado por las estructuras de poder que aún no pueden aprehender sus verdaderas intenciones y el valor de su servicio (las estructuras mentales son las que más lentamente cambian y en todo tiempo, lugar y sistema quien detenta el poder teme perderlo), como un “conflictivo” o “hipercrítico”, epítetos que podrían, cuando menos, debilitar la efectividad de su empeño transformador. El oficio del disidente se asemeja a una caminata sobre el borde de afilada navaja, si resbala, la herida puede ser mortal; si logra asirla por el mango, podar la mala hierba que impide prospere el árbol que da frutos. Es un empleo muy mal remunerado, poco apetecido por hedonistas, cobardes, arribistas u oportunistas; pero ofrece una paz inconmensurable y un placer inefable porque la sensación de hacer bien y servir al semejante, como no se consuman en uno, sino en el otro, nunca cansa ni hastía.

Así pues, este disidente orgánico cubano, que lo es por convicción, que nació en esta isla no por azar y sí para dar testimonio, que paga el precio de vivir en ella, que cree que el deber de un hombre está allí donde es más útil, que cree en la verdad, en la virtud y en el mejoramiento humano, que sabe que “hay una misteriosa sanción, una perdida de sustancia y hasta de dignidad en la obra del intelectual que por ambición o por soberbia se fuga de su medio o se torna de espaldas a él”, que está consciente del breve y maravilloso instante que es la vida y que la muerte no es más que un cambio de misión porque hasta después de muertos somos útiles:

1.-Disiente del bloqueo norteamericano porque es un acto ruin e inhumano; pues intenta generar desesperación en mis compatriotas para que se rebelen contra el gobierno, generar una espiral de violencia, tal vez una guerra civil y con ello dejar expedito el camino para una intervención con el objeto de acabar con lo que ellos llaman dictadura y restaurar la libertad del dolor. Imposible ignorar la advertencia de Bolívar: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miseria a nombre de la libertad”.       

2.-Disiente de la cacería que las autoridades del Tesoro de EE.UU desatan contra las operaciones financieras cubanas, impidiendo con ello comprar elementos de vida que luego, con la equidad que puede, el gobierno reparte entre lo cubanos. Intuyen que si dejan respirar al país, este podría no solo llegar a la orilla; sino, hacer un buen tiempo en la carrera por el futuro y el estilo cubano no es de su agrado.

3.-Disiente de los cubanos que por un puñado de monedas, cual Judas modernos, destruyen instalaciones que son de utilidad pública con el objeto de crear incertidumbre, inseguridad y comprometer la seguridad ciudadana. Destruir la propiedad como medio de condenar un crimen; por ejemplo, la muerte de George Floyd en Estados Unidos es un delito; destruir en Cuba para intentar subvertir un orden aprobado por consenso mayoritario; también es punible. 

4.-Disiente de dos funcionarios del Partido Comunista en Manzanillo que en la Operación Tributo de 1994 me pidieron un discurso para ser leído en el cementerio y como empecé diciendo: “Con una mezcla de nostalgia y alegría […]” -con el primer adjetivo recordaba a los caídos en las Misiones Internacionalistas, con el segundo saludaba el triunfo de Mandela-, se negaron a leer el texto porque “[…] qué era eso de «nostalgia»”. Se ve que a ninguno le mataron un familiar en el África.     

5.-Disiente del Primer Secretario del Partido en Manzanillo que, en 1998, después de haber sido invitado yo al encuentro del Papa Juan Pablo II con el Mundo de la Cultura en Cuba y ver como toda Cuba recibió al pontífice, indicó a la Asamblea Municipal del Poder Popular (esta me iba a nombrar oficialmente Historiador de la Ciudad), que suspendiera el nombramiento porque yo no ocultaba mi creencia en Dios.   

6.-Disiente de aquellos funcionarios del Partido Comunista en Manzanillo que en 2003, después de  haber trabajado con pasión en la preparación de la Vigilia Martiana por el 150 Aniversario del Natalicio de José Martí (era incluso el Presidente de la Sociedad Cultural José Martí en la ciudad), me negaron el derecho a leer las palabras de salutación al Apóstol en el parque central de la ciudad. Quizá fue castigo o desconfianza por mi negativa a integrar las filas del PCC y a formar parte de la candidatura por el municipio como Diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular. Les había dicho que para servir y morir por Cuba no hacía falta un carnet, como no lo necesitó Hatuey, Céspedes, Maceo, Martí, Guiteras, Chibás, Abel Santamaría y sus hermanos de martirologio en Santiago y Bayamo o los que murieron en la Sierra y en las ciudades. Agradecía su confianza pero era mejor evitar, creía que la Asamblea Nacional no estaba preparada para escuchar lo que tenía que decir. No cambiaré mi forma de pensar para agradar a nadie; pero tampoco me he de inmolar inútilmente, decía Simón Rodríguez, maestro del Libertador.

7.-Disiente del Primer Secretario del Partido en Manzanillo quien en 2006, por parecerle inadecuado mi lenguaje al presentar un proyecto para celebrar el 215 Aniversario de Manzanillo, me lanzó al ostracismo, obligó al telecentro local a que violara la ley cerrándome un contrato aprobado y como señor feudal, rompió en público el proyecto escrito en muestra de desaprobación. Había dicho en el encuentro que la arquitectura de Manzanillo estaba en ruinas y que solo a nosotros correspondía salvarla; también, que había entregado copia a los diputados para que defendieran nuestros derechos en el Parlamento, puesto que yo no les había dado mi voto solo para que fueran en avión y levantaran la mano.

8.-Disiente del mismo Primer Secretario del Partido en Manzanillo que, por haber concebido yo un acto de homenaje en el Teatro Manzanillo en beneficio de Antonio, Fernando, Gerardo, Ramón y René cuando aún guardaban prisión, no hizo las gestiones pertinentes y la velada, con la presencia de familiares, no se materializó. Tal vez le dolía que Lázaro Expósito Canto, miembro igualmente del Partido Comunista, en presencia del entonces Ministro de Cultura Abel Prieto, restituyó mis derechos.

9.-Disiente de ese mismo Primer Secretario del Partido; quien, en 2011, presionando a la Asamblea Municipal del Poder Popular en Manzanillo, hizo nombrara como Historiador de la Ciudad a un compañero que nunca había escrito una línea sobre historia y cultura de la ciudad; pero para él y otros del mismo entorno y estructura, el elegido era el hombre correcto políticamente. En su estructura mental, la ciencia no es importante, la obediencia lo es todo. Tenía que pasar, ya no es Secretario del Partido.

10.-Disiente de la decisión administrativa tomada en 2015 que, sin una mancha en mi expediente como trabajador en 26 años o cuadro durante 18, me demueve del cargo de Director del Archivo Histórico de Manzanillo, empleando para ello una medida colateral; pues, de otro modo les era muy difícil justificar tal decisión. El informático, que según la comisión sancionadora había cometido faltas muy graves, apenas tres meses más tarde dirige un Palacio de Computación. Un amigo me diría después con tono de reproche al hacer público mi disenso: ¿por qué lo hiciste?, “Porque fueron injustos”, le respondí.

11.-Disiente del Primer Secretario del Partido en Manzanillo; quien, en 2018, hizo que fuerzas de la Seguridad del Estado, violando los más elementales derechos ciudadanos, sacaran a la fuerza a una mujer del parque central de la ciudad que solo quería decirle al Presidente de la República (en esos momentos nos visitaba), cuanto la habían engañado y ninguneado respecto a la construcción de su vivienda. Felizmente, gracias a un artículo de disenso y el reclamo vertical de esa ciudadana, hoy posee una vivienda decorosa.   

12.-Disiente de la orden dada al Telecentro Municipal de Manzanillo para que me prohibiera seguir haciendo (de manera gratuita por cierto), como castigo por mi defensa a la mujer que abusan, un programa dedicado a la vida y obra de Carlos Manuel de Céspedes en Manzanillo. No interesa, nadie ni nada puede impedir cumpla el sentido de mi vida; en Youtube está el canal “Manzanillo. Raíz de lo cubano”.

13.-Disiente de la exclusión para asistir al acto homenaje que recordaba el 150 aniversario del Grito de Independencia en Demajagua; a pesar de haber concebido el guión de montaje que hoy orla el Altar de la Patria Cubana. No importó la arbitrariedad, ese día magnífico colgué desde mi ventana la bandera saneada con sangre en los campos de Cuba Libre del pecado anexionista y bendije a Carlos Manuel de Céspedes por convertirnos en hombres al momento de hacernos libres.   

Tales disensos ha sido hechos públicos mediante artículos de opinión, cartas de denuncia, textos aclaratorios y cuanto recurso legítimo he tenido a la mano y es que tengo suficientemente claro que los errores de la justicia no autorizan a las almas de buena cuna (me considero bien nacido), a desertar de su defensa; me asiste la convicción absoluta de que todo pasa, todo cambia, nada es para siempre y los censores pasarán, nosotros también; pero no nuestra impronta. Hace tres lustros hice público mi epitafio, hoy lo vuelvo a publicar no como garantía personal (no hace falta) y sí como declaración de principios porque cuando se vive y muere como se debe y donde se debe, nunca se muere. He aquí pues, el letrero que ha de adornar mi losa en cualquier lugar de Cuba, quiera Dios sea en Manzanillo:

Aquí yace Delio Orozco,
Epígono del Cristo y de Martí,
Soldado de la Libertad,  
Defensor de la Justicia,
Amador de la Verdad,
Y por descontado: Hijo de Cuba.

Delio Gabriel Orozco González. Historiador, miembro de la UNEAC, la Sociedad Cultural José Martí y la Academia de la Historia de Cuba.