Nada como el Capítulo 10 de «La Consagración de la primavera»de Alejo Carpentier (1) para demostrarnos que lo aprendido en los libros de Julio Verne y Salgari no funciona cuando preparamos la mochila que nos ha de acompañar a una guerra de verdad. Más o menos lo mismo que suele ocurrir con los manuales de […]
Nada como el Capítulo 10 de «La Consagración de la primavera»de Alejo Carpentier (1) para demostrarnos que lo aprendido en los libros de Julio Verne y Salgari no funciona cuando preparamos la mochila que nos ha de acompañar a una guerra de verdad. Más o menos lo mismo que suele ocurrir con los manuales de todo tipo. Enrique, revolucionario cubano exiliado en Paris desde la lucha contra el tirano Machado, este último inolvidablemente retratado por el poeta Rubén Martínez Villena como «El asno con garras», es arrastrado por los acontecimientos y el recuerdo de Julio Antonio Mella, el lider que cae asesinado en México en brazos de Tina Modotti, y se une a un grupo de sus compatriotas que se alista a cruzar la frontera para unirse a las fuerzas republicanas.
No es miembro del Partido Comunista, pero el recorrido entre Gare d’Austerlitz, Perpiñán y Figueras lo garantiza el Partido para todos los que, como aclara su amigo Gaspar, el trompetista,… «tienen cojones, ganas de pelear y voluntad de acabar con el fascismo hijo-de- puta»(2).
En España, se dice Enrique,… «millares de hombres venidos de todos los extremos del mundo peleaban contra una realidad, un sistema, y sobre todo, un espíritu».(3)
El arrebato del ideal es sometido a su primera gran prueba por la vida: la selección de los objetos que el guerrero ha de llevar consigo a los combates, última estación de la vida civilizada antes de internarse en las tinieblas. Lo que escoge Enrique recuerda los consejos para acampar extraídos de un Manual de los Boys Scout: «…un reverbero mínimo,con pastillas de alcohol endurecido, una cazuelita plegadiza para calentar café, agua oxigenada, bolas de cera para los oídos, espejuelos obscuros, y hasta un periscopio extensible montado en tijerillas metálicas, que doblado cabía en un bolsillo, para mirar sobre el parapeto de las trincheras…» (4)
La realidad, como siempre, no tarda en imponerse: » Tira toda esa mierda a la basura, y apunta lo que debes llevar:-le dice Gaspar-Ungüento contra las ladillas;permanganato en sobrecitos(que el permanganato rinde mucho, abulta poco y sirve para todo); una buena cuchilla mixta, de esas que tienen abrelatas y tirabuzón; esparadrapo, algún jabón corriente que lo mismo te sirva para lavarte que para quitar la grasa al plato del rancho;un poco de algodón, aspirina en polvo y un suspensorio…Y-¡se me olvidaba!-dos docenas de preservativos, por lo menos,porque cuando se vuelve del frente después de no oler hembra en tres semanas, cualquier cáncamo, cualquier churriosa te parece una Mae West…»(5)
La comprensión que tenemos del pasado siglo, de alguna manera, está condensada en estas visiones encontradas que Carpentier hace enfrentar, con su habitual ironía. De un lado, lo aprendido desde la cuna, lo que se nos ha enseñado que debe ser la sociedad en evolución; los cambios siempre graduales que respetan derechos, diz que sacrosantos y consagran diferencias, diz que eternas. Del otro, la irreverencia de la vida misma, la ebullición de lo que no reconoce fronteras y salta todo valladar; lo revolucionario que se desborda transido de impaciencia para resolver en meses, días, horas, lo que se añejó durante siglos y que la víspera de ser barrido por el torrente, siempre da la sensación de inconmovible. El Siglo XX, magistralmente recorrido por Alejo Carpentier en «La Consagración de la Primavera», su novela más autobiográfica y militante, aunque no haya tenido tiempo de saberlo, es precisamente, todo lo que media entre las notas vienesas de un vals de la «Belle Epoque», el sonido de los metales de una banda que toca «La Internacional», para terminar con «Lose Yourself», de Eminem; lo que separa a Freud, de Lenin y de Michael Moore; al Superhombre de Schopenhauer de los olvidados de la Tierra de Frank Fanon, y también de los neocons del Proyecto para un Nuevo Siglo Americano. Un siglo que comienza con el cinematógrafo silente de los Lumiere, no pudo sino terminar con el estruendo horrísono de las Torres Gemelas de New York devoradas por la venganza enloquecida de los humillados y ofendidos que vislumbrase Dovstoieski. Todas estas paradojas, estas modernas aporías eleáticas, tan carpenterianas, tan de «El reino de este mundo»,se concentran en su visión del Siglo XX como «Siglo de las Revoluciones», a diferencia del XVIII, reinado glorioso de la Diosa Razón. Aquí el movimiento suplanta a los programas políticos y hace de ellos vulgares trasvestis.
Acontecimientos impredecibles, crueles, se mofan de los ideales de los hombres, mientras los avientan al vacio.Los hijos de los militantes trotskistas anti-estalinistas de ayer constituyen hoy la Guardia de Hierro del bushismo, los adoradores de Leo Strauss que se apellidan Wolfowitz,Perle, Kristol o Feith: la mochila de acampar de Enrique nos parece aún más patética y desvalida ante las realidades de la guerra, y estos giros de la vida. ¿Y no hay salvación o asidero posible? ¿Nada puede hacerse? «Ungüento y permanganato en sobrecitos…» -nos recuerda socarronamente Gaspar, o lo que es lo mismo, el propio Alejo: al morir en Paris, el 24 de abril de 1980, escribía la novela de la vida de Pablo Lafargue, el luchador social nacido en Santiago de Cuba, que fue yerno de Carlos Marx. La última lección del Maestro.
Carpentier había visitado Madrid, por primera vez, en 1933. Con las mil pesetas que le pagó Julio Alvarez del Vayo por publicar su novela » ¡Ecue- Yamba-O» dió un banquete a sus amigos. Nunca olvidará a Lorca, a Salinas, a Marichalar, a Pittaluga. Regresará en 1934, para asistir al estreno de «Yerma». Así reflejará en «La Consagración…» el significado del asesinato de Federico: «…No era sino la muerte de un poeta, es decir, del más inerme, del más inofensivo, del menos peligroso, de todos los seres humanos. Y sin embargo, las balas sobre él disparadas penetraron también en las carnes de millones de hombres y mujeres, como un aviso de próximos cataclismos que a todos nos afectarían por igual»(6)
Conmovido por los acontecimientos de España, como hombre de su tiempo, Carpentier está en Paris cuando se inicia el Primer Congreso de Escritores para la Defensa de la Cultura, inaugurado el 21 junio de 1935 por André Gidé con palabras trágicamente premonitorias:… «Un miedo común nos reune aquí… Que la cultura está amenazada es cosa que el empobrecimiento intelectual de ciertos países obliga a aceptar.»(7)
No figura entre los delegados aunque,coincidiendo allí con Vallejo, Neruda, los españoles Julio Alvarez del Vayo, Andrés Carranque de Ríos, Arturo Serrano Plaja, y el argentino Raúl Gonzaléz Tuñón se sabe que asistió a reuniones informales en un hotel de Montparnasse. Es difícil de creer que el cubano no figurase entre los cientos de personas que abarrotaron, durante los cuatro días que duró el Congreso, el teatro de la Mutualidad, teniendo en cuenta los temas tratados y el prestigio intelectual de los delegados presentes.
Entre Valencia, Madrid, Barcelona y Paris, con la presencia de 150 delegados de 26 países, tuvo lugar el Segundo Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, que se prolongó del 4 al 18 de julio de 1937. La delegación cubana estaba compuesta por Juan Marinello, Nicolás Guillén, Félix Pita Rodríguez, Leonardo Fernández Sánchez y Alejo Carpentier. La presencia cubana ostentaba la misma desproporción que tendrían los combatientes cubanos en las Brigadas Internacionales, teniendo en cuenta la población total de la Isla, por aquel entonces. Pero en los asuntos de la sangre y el corazón las estadísticas no funcionan. La discreta participación de Carpentier en las sesiones del Congreso contrasta con su brillante personalidad, su don de conversador impenitente y sus convicciones antifascistas, para esa época ya consolidadas. No figura entre los ponentes. No resultó electo para responsabilidad ulterior alguna, ni siquiera en el buró correspondiente a Cuba, como ocurrió con Marinello y Guillén. Sin embargo, no se puede hablar del Congreso sin remitirse a sus cuatro excelentes crónicas sobre aquellos días publicadas entre el 12 de septiembre y el 31 de octubre del propio año en la revista «Carteles»con el título de «España bajo las bombas».
Antes de pisar por segunda vez tierra española, ya había escrito contra el nazismo alemán y el fascismo italiano. Se considera que el primer artículo periodístico antifascista de Carpentier data del 25 de mayo de 1930, y se tituló «El gran malestar de Europa en 1930», dedicado al escritor rumano Panait Strati, perseguido por oponerse a la barbarie represiva que ya asolaba al continente. En 1931 escribe dos artículos dedicados a criticar al nazismo alemán, «Los de la otra orilla», y «Vida y milagros de un emperador de la época». En este último, publicado en «Carteles» el 20 de diciembre, no teme desenmascarar a los intereses clasistas y económicos que se mueven tras las sombras, y que lucran con el Nuevo Orden: «Cuando los espíritus limpios de la vieja Europa se rebelan contra la tiranía de algunos de sus dictadores, olvidan demasiado a menudo que esos títeres ampulosos, histriónicos y declamadores, son casi siempre una hechura de los Potentes que se ocultan hipócritamente bajo los ocho reflejos de sus chisteras.»(8)
En artículos como «Los cánticos del progreso»(13 de mayo de 1932), «Berlin en 1933» (5 de marzo de 1933), y «La oposición en Alemania», se ha movido entre el horror de la deshumanización extrema del experimento nazi, hasta la esperanza que le infunde la lucha de la resistencia clandestina que protagonizan comunistas, socialdemócratas, e intelectuales comprometidos. Su critica al fascismo italiano ya ha aparecido también en uno de sus trabajos periodisticos anteriores a 1937, titulado «Al margen de la guerra de Abisinia» (15 de marzo de 1936). El problema español, a la luz del pronunciamiento militar contra la República, ha encontrado cabida entre los temas que aborda con anterioridad al Segundo Congreso. En «Repertorio Americano», de San José, Costa Rica, correspondiente al 5 de junio de 1937, publica «Los defensores de la cultura», donde exalta la actitud de la población que se moviliza para salvar obras de arte en peligro de ser destruídas por los bombardeos fascistas. En consecuencia, es un hombre consciente, y no un turista curioso el que atraviesa el túnel de Port Bou y se encuentra en el interior de la estación un cartel que muestra el cadáver de un niño y la consigna estremecedora: » ¡Defended Madrid!»; el que ve en Gerona… «edificios abiertos sobre la calle, como casas de muñecas… Montones de ladrillos erizados de vigas calcinadas. Una mujer amamantando su niño entre las ruinas de lo que fue su cocina hogareña.»(9); el que en Barcelona participa en un programa radiofónico donde Marinello termina su mensaje de esperanza y aliento al pueblo español en perfecto catalán y, sobre todo, el que recoge de la intervención de André Malraux unas palabras que siguen resonando en nuestros días, con acentos terribles: «En este momento, -comenta Malraux- en que los acontecimientos de España plantean ante el escritor problemas que afectan su propia razón de existir, con imperativos ineludibles, hay demasiados intelectuales que sólo piensan en cambiar los papeles que tapizan sus habitaciones.»(10)
Porque, a pesar de toda la fuerza racional puesta desde antes al servicio de la critica y denuncia al fascismo, es España republicana para Carpentier, su definitivo Camino de Damasco, el lugar de su plena conversión a la causa del Hombre. Es allí donde comprende la futilidad de pavonearse entre escritores e intelectuales ingeniosos, pero inconscientes, y lo obsceno de buscar el éxito artístico, a toda costa, olvidando deberes y compromisos ineludibles a los que Malraux invocaba.
Por sus crónicas desfilan milicianos heridos que ansían volver al frente, comisarios políticos, como el periodista y escritor cubano Pablo de la Torriente Brau, no sólo respetados, sin también amados por sus soldados,la bella María Teresa León, Rafael Alberti, León Felipe, Manuel Altolaguirre, que no había aún fundado «La Verónica» habanera,dirigiendo presentaciones de «Mariana Pineda», la dulce Anna Seghers, Alexei Tolstoi y Fadeev, José Bergamín, Miguel Hernández y Antonio Aparicio, ambos en uniforme de milicianos, y hasta un fantasmal Octavio Paz, en su mejor época. Pasan también las impresiones de un bombardeo nocturno contra Valencia, la certeza de que … «muchos apolíticos, muchos hombres tibios, irresolutos, sin convicciones definidas, han sido conquistados para la ideología republicana…por los aviones de Franco»(11), y sobre todo, por su carga simbólica y emotiva, el alto en Minglanilla, camino a Madrid, donde los escritores se encontraron rodeados de pronto por los niños huérfanos evacuados de Badajoz, uno de los cuales llevaba tatuado sobre el brazo el » ¡No Pasarán!», y una anciana de negro que les exigió, con acento inolvidable, » ¡Defiéndannos, Ustedes que saben escribir!».(12)
En Madrid se asombra Carpentier de la tenacidad de un pueblo valiente que se aferra a la vida, mientras canturrea versiones de coplas populares en las que se burla del agresor inmesericorde que cañonea día y noche. Otra vez la contraposición entre la cultura y la muerte se da , nos cuenta, cuando Neruda se empeña en visitar su departamento de otros tiempos, medio derruído por los obuses, y encuentra un grueso tomo de Góngora atravesado por la metralla. La imagen de la muchacha que hace sus ejercicios en un piano «herido por las balas», en el castigado barrio de Arguelles, le resulta una expresión simbólica de la resistencia. Lo que menos hace Carpentier en estas crónicas es hablar sobre las sesiones del Congreso, ni de las palabras brillantes que allí, por fuerza, deben haberse pronunciado: calla lo superfluo aplastado por la carga de una tremenda realidad, y la fuerza de tanta gente humilde, que si bien no saben expresarse con vuelo, hacen de su heroismo callado la mejor epopeya de esos días. España republicana y combatiente desarma en él, para siempre, al pequeño ególatra vanidoso que todos llevamos dentro. Una de las más hermosas y optimistas revelaciones aparecidas en la obra carpenteriana, consecuencia de su contacto directo con la República española y la Revolución cubana, aparece en «La Consagración de la primavera» cuando en Playa Girón, junto a nuevos milicianos, tras repeler el intento mercenario de imponer en Cuba un gobierno sumiso a los intereses de Estados Unidos, se vuelven a encontrar Enríque y Gaspar. La Historia parece morderse la cola, pero hay un elemento inédito: -«La ganamos-dice Gaspar- y bien que la ganamos» -«Esta nos desquita de otras que hemos perdido allá-digo. En la guerra revolucionaria , que es una sola en el mundo, lo importante está en ganar batallas en cualquier parte.»(13)
Carpentier lo dice sin ambages: es una misma historia, una zaga ancestral de caidas y ascensos contra el mismo enemigo, que no puede terminar sino con la victoria. Poco importa en que punto o país se produzca: siempre se producirá, tarde o temprano. Otra certeza que Carpentier nos lega aparece en «La Consagración de la Primavera», en medio de un diálogo del protagonista con un combatiente del Batallón «Comuna de Paris», de las Brigadas Internacionales. En este caso, la misma ironía conque trató antes al contenido de la mochila guerrera de Enrique se aplica al fruto más sagrado de la civilización occidental, y muy especialmente, de humanistas como el propio Carpentier: «Cuando el «Comuna de París»ocupó Filosofía y Letras, se hicieron parapetos con libros de Kant,Goethe, Cervantes, Bergson y hasta Spengler. Pero mejor cuando eran autores de muchos tomos… Lo que allí servía eran los setenta y cuatro tomos de Voltaire, los setenta de Victor Hugo, las obras completas de Shakespeare, la Biblioteca de Autores Españoles de Rivadeneyra… Ahí supe, de bruces, entre bibliotecas transformadas en parapetos, que las letras y la filosofía podían tener una utilidad ajena a la de su propio contenido…»(14)
Desacralizado el libro, develada la misión terrenal del escritor, del artista, del intelectual en tiempos de barbarie y muerte, reconoce, no obstante, Alejo Carpentier que la cultura salva y defiende la vida, y que, como comprendieron los brigadistas parapetados en Filosofía y Letras, un tomo de Voltaire puede detener las balas. Otra magistral lección del Maestro, alevosamente escamoteada por estos días, y en la que debió pensar, muy especialmente, al enterarse, de que Pinochet , en 1973, había ordenado quemar sus libros en Chile, como si se tratase de destruir armamento ocupado al enemigo. En honor a la verdad, lo era. Lo son la obra de todos los grandes escritores de la historia de la literatura universal cuando se ubican junto a la causa del Hombre y contra todo lo que lo reduzca y esclavice, sean las injusticias sociales, los poderes sin límites, las propias miserias humanas. Pero la gran lección de la vida y la obra de Carpentier, ahora que conmemoramos su centenario, es, además, la de la honradez y la decencia, la lealtad a si mismo y al acto de creación asumido hasta sus últimas consecuencias, en el mejor espíritu de José Martí cuando disculpaba a los poetas mambises por no rimar bien, «porque sabían morir (por sus ideales) aún mejor». Y nos enorgullece que el contacto con el dolor sublime y limpio, con el destino trágico del pueblo español defensor de su República, haya actuado sobre él con la fuerza y el efecto de un baño lustral, exponiendo, para siempre, lo mejor de sí; sepultando, para siempre, lo más mezquino. Hermosa lección del pasado que resuena en este año y en la propia España con acento especialmente premonitorio, precursor, para el que sepa oir, de un tiempo en que la verdad y el compromiso retornan a casa con los soldados españoles que regresan de una guerra igual de bárbara e injusta como la que presenció Carpentier en sus días; en aquellos tiempos venturosos, casi míticos, en que el Quijote, desde un grueso tomo empastado, repelía a la metralla mortífera y preparar una mochila para la guerra era una oportunidad única para burlarse de todos los manuales.
La Habana, abril del 2004.
NOTAS:
1)Alejo Carpentier: «La Consagración de la primavera». Clásicos Castalia. Madrid, 1998.
2)Idem, P.221
3)Idem, P.220
4)Idem, Pp 223-224
5)Idem
6)Idem, Pp 127-128
7) Manuel Aznar Soler: «I Congreso internacional de escritores en defensa de la cultura. Paris, 1935.». Vol 1. Generalitat Valenciana, 1987. P.105
8)Citado en Ana Cairo Ballester: » Carpentier, un enemigo del fascismo», en «Letras. Cultura en Cuba»,V. Editorial Pueblo y Educación. La Habana,1988. P. 236
9)Manual Aznar Soler y Luis Mario Schneider: «II Congreso de escritores para la defensa de la cultura». Vol V. Generalitat Valenciana,1987.P.328
10)Alejo Carpentier: «España bajo las bombas. I», en «II Congreso…»Oport Cit, P. 329
11)Alejo Carpentier: «España bajo las bombas.II». Idem, P.336
12)Idem,P. 340
13)Alejo Carpentier: » La Consagración de la primavera».Oport Cit, P.757
14)Alejo Carpentier: «La Consagración de la primavera». Oport Cit, Pp 238-239.