Como sucedió con su anterior aventura editorial, Zaplana, el brazo incorrupto del PP (Foca), que le ha costado una demanda millonaria, el nuevo libro del periodista Alfredo Grimaldos (Madrid, 1956), La Iglesia en España 1977-2008 (Península), provocará opiniones encontradas. El libro, un «ataque a la actividad pública, política, económica y moral» de la Iglesia española […]
Como sucedió con su anterior aventura editorial, Zaplana, el brazo incorrupto del PP (Foca), que le ha costado una demanda millonaria, el nuevo libro del periodista Alfredo Grimaldos (Madrid, 1956), La Iglesia en España 1977-2008 (Península), provocará opiniones encontradas. El libro, un «ataque a la actividad pública, política, económica y moral» de la Iglesia española desde el final del franquismo hasta la actualidad, ha llegado a las librerías en plena polémica por la presencia de crucifijos en centros públicos. El autor aspira a destapar con su ensayo «la influencia y el poder de la Iglesia en España», un peso del que, a su juicio, no se han librado en absoluto los gobiernos socialistas.
El lunes arrancó la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, con la polémica por la eliminación de los crucifijos en los colegios públicos…
La Iglesia, como siempre, quiere imponer sus símbolos. En la escuela pública tiene que haber una normativa clara que impida esa presencia. Pero los obispos están acostumbrados a que España sea un país católico y en esa lucha los símbolos son fundamentales.
¿Es muy diferente esta Iglesia y la anterior a la Transición?
La Iglesia se adapta a los tiempos cuando no tiene más remedio. En el fondo subyace su intención de intervenir en todos los órdenes de la vida. Tuvieron un período de distanciamiento táctico del franquismo en los últimos años del dictador. No quisieron hundirse con el Régimen, pero la Iglesia fue un pilar fundamental del franquismo. Hoy, sigue teniendo las esencias de lo que fue, de ahí su batalla por seguir santificando a sus mártires y oponiéndose frontalmente a la recuperación de los restos de los republicanos. Reivindican su memoria y se oponen a la de los otros, como ha dicho Rouco. Curioso, ¿no?
¿Qué responsabilidad tuvo la Iglesia que ahora quiere olvidar?
Ellos se entregaron con armas y bagajes al bando franquista, bendijeron la cruzada y, durante 40 años, recibieron una cantidad enorme de privilegios en materia de educación y desde el punto de vista financiero. Marcaron la pauta moral y política del régimen en grandísima medida, y ahora, 70 años después del final de la Guerra Civil, no quieren renunciar a esos privilegios.
Habla de una serie de beneficios, que ningún Gobierno, ni de derechas ni de izquierdas, ha querido tocar…
La Iglesia se ha beneficiado enormemente de la falsa Transición que se ha vivido en este país. Una transición fallida, dulcificada y supuestamente modélica, pero que logró perpetuar muchos de los tics del franquismo. Primero, por los pactos de la Moncloa; después, con la Constitución y esa alusión específica a la Iglesia católica; y luego, los insólitos y denunciables acuerdos con la Santa Sede. En aquella época era algo normal, pues los gobiernos de Adolfo Suárez estaban plagados de personajes cercanos a la Iglesia. Pero es que los gobiernos socialistas han incrementado las prebendas de la Iglesia católica, incluso más que los de derechas. Lo último ha sido el zapaterazo, que les incrementa la financiación pública a cambio de nada.
¿Cuál debería ser a su juicio el papel de la Iglesia católica en la España de hoy día?
Lo primero, que se financie con las cuotas de sus fieles directamente, no a través de los Presupuestos Generales del Estado. Porque hay que recordar que los católicos pagan en la actualidad menos al fisco que el resto de los ciudadanos. Por supuesto, defiendo la libertad religiosa individual, pero también creo en un Estado laico. Y en apostar decididamente por la calidad en la enseñanza laica. Y quien quiera judaísmo, catolicismo o islamismo, que se vaya a la catequesis, a la mezquita o a la sinagoga y se la pague de su bolsillo.
Califíqueme a cuatro personajes de la Iglesia de ayer y hoy. En primer lugar, el cardenal Tarancón…
Un hombre inteligente y muy político, y actúa en consecuencia mientras está al frente de la Conferencia Episcopal, al final del franquismo y el comienzo de la democracia.
Luego, Suquía…
Es el primero que, abiertamente, intenta volver al nacionalcatolicismo, con el apoyo directo de Wojtyla en el Vaticano. Es quien marca al camino que va a seguir la Iglesia hasta hoy y el que apadrina a Rouco Varela.
El propio Rouco…
Es un nacional-católico ultraderechista que ha convertido a la Iglesia española en el eje del neofranquismo.
Y Martínez Camino…
Tiene una estrechísima relación personal con Rouco, que le ha hecho obispo auxiliar contra viento y marea. Me recuerda al visir Iznogud, que quería ser califa en lugar del califa. Ahora está muy cerca de Rouco, pero él apunta más arriba.
¿Cree que los católicos entienden a su jerarquía?
La mayor parte de los españoles sigue siendo bautizada, hace la primera comunión y se casa por la Iglesia. Culturalmente, España es católica, pero en la práctica, ya no. Desciende alarmantemente el número de los que van a misa, comulgan o siguen los dictados de la Iglesia sobre sexo y moral. Y eso preocupa en gran medida a la jerarquía. Cada vez hay más peticiones de apostasía, por ejemplo, pero la Iglesia es el único club del mundo en el que, aunque no pagues las cuotas y quieras irte, no te expulsan.
En los últimos años, daba la sensación de que la Iglesia era la única oposición al PSOE…
Tras la sorpresiva pérdida del Gobierno después del 11-M, hubo un momento de parálisis en el seno del PP. Entonces, los obispos decidieron ponerse en cabeza del pelotón. De hecho, la Iglesia ha sido la que ha conseguido vertebrar otra vez todo el movimiento de derecha y extrema derecha. También a través de su emisora. Lo de la Cope es terrible. La Iglesia católica se ha convertido en un elemento político de primer orden, beligerante, como lo fue durante la República.
Los Acuerdos Iglesia-Estado cumplen 30 años el próximo 3 de enero. ¿Cuál debería ser el escaparate de las relaciones con el Estado?
Hay que acabar con el Concordato de forma fulminante. No se puede mantener un acuerdo con un Estado soberano para permitir la injerencia permanente de sus agentes en nuestro suelo. Son unos acuerdos preconstitucionales, firmados por un Gobierno que fue elegido en condiciones de absoluta precariedad democrática y formado para aprobar la Constitución. Ha pasado demasiado tiempo, y hay que acabar con ellos.