Lo que sucede con el denominado plebiscito que el gobierno impulsa como mecanismo para refrendar la terminación del conflicto desnuda totalmente las contradicciones del llamado proceso de paz. Son contradicciones de dos tipos: unas, propias del mismo conflicto armado y de la acumulación de hechos que hacen compleja su comprensión. Otras, son resultado de los […]
Lo que sucede con el denominado plebiscito que el gobierno impulsa como mecanismo para refrendar la terminación del conflicto desnuda totalmente las contradicciones del llamado proceso de paz.
Son contradicciones de dos tipos: unas, propias del mismo conflicto armado y de la acumulación de hechos que hacen compleja su comprensión. Otras, son resultado de los errores, incoherencias y desubicación política tanto de las FARC como del gobierno.
Las primeras se pueden ir deshilvanando a medida que se reconstruye la historia. Las segundas, se explican por el distanciamiento con esa historia que muestran los dirigentes de la insurgencia y que los representantes del gobierno parecieran obviar en su afán por firmar los acuerdos y finiquitar el armisticio.
El desconocimiento de las contradicciones histórico-sociales, políticas y culturales lleva a que las actuales acciones de las FARC y del gobierno, les preparen el terreno a los enemigos de la paz para obtener un triunfo inédito.
La principal contradicción consiste en que las FARC son un actor político armado que es reconocido en esa condición por el Estado colombiano pero rechazado por la mayoría de la población.
Debilitar al máximo la imagen de las FARC como un representante genuino de la lucha por la paz y la justicia social fue la principal obra de Uribe. Éste cabalgó durante 8 años sobre los errores de la guerrilla que en 1998 confundió su fortaleza militar con la existencia de un equilibrio de fuerzas y jugó a conquistar el poder por la vía militar.
La ofensiva militar que había desatado la guerrilla de las FARC durante la segunda mitad de la década de los años 90s, fue continuada después del rompimiento de los diálogos con el gobierno de Pastrana en 2001. La creencia de la inminencia del triunfo militar justificaba -ante su extraviada y delirante mirada-, los atentados contra la infraestructura productiva, vial, eléctrica y de comunicaciones que afectaba enormemente a la población, así como los llamados secuestros individuales y masivos que los desconectaron totalmente de la mayoría de la población.
Ese error estratégico, que la dirigencia insurgente no ha reconocido todavía, les impide entender el por qué las personas por las cuales lucharon toda su vida, hoy los desestimen como sus representantes políticos y los vean como una amenaza para la paz, la tranquilidad y el progreso del país.
Es parte de la tragedia de las FARC que al igual que algunos dirigentes políticos de izquierda hoy derrotados en las urnas, plantean, no que ellos se equivocaron, sino que la gente no los entendió.
Esa grave contradicción puede ser reconstruida y explicada siguiendo los diversos hechos que llevaron a las FARC a evolucionar e involucionar en el tiempo. Pasaron de ser una pequeña guerrilla ambulante en zonas de colonización a convertirse en un poderoso ejército con frentes en todo el territorio nacional. Al principio la insurgencia contaba con el apoyo de los campesinos colonos que los veían como una especie de policía rural y, a la vez, como unos idealistas soñadores en la revolución. Sin embargo, posteriormente en su carrera por el poder se echaron encima la enemistad y el odio de los campesinos medios y ricos, de hacendados y terratenientes, de clases medias y habitantes de pueblos que sufrieron de una u otra forma la alucinación insurreccional de una fuerza militar económicamente poderosa pero aislada totalmente del conjunto de la población.
La guerrilla no comprende ese pasado. Lo niega como el esposo psicótico que no quiere reconocer la violencia intrafamiliar. Y por no entenderlo, en el proceso de los diálogos se equivoca al exigir al gobierno una serie de cambios políticos, económicos, sociales e institucionales que el pueblo colombiano requiere pero que, al ser reivindicados por las FARC, pierden totalmente el apoyo de la población.
No logra entender que debería ir por unos mínimos para desmovilizarse e integrarse a la sociedad y permitir que sea la población organizada la que consiga dichos cambios en forma pacífica y civilista.
En esa lucha aislada -que pareciera ser el fruto de una negación histórico-psicológica-, la guerrilla se queda únicamente con el respaldo de sectores sociales cercanos a la insurgencia y de una ínfima representación política de la izquierda fariana.
El resultado es que entre más exija la guerrilla, más rechazo genera entre la población. Esa es la paradoja del momento. Es la manifestación concreta de esa contradicción.
Igualmente, el gobierno en su afán por firmar los acuerdos, pasa por encima de esa contradicción y -así no lo quiera-, refuerza la resistencia popular a la forma como se está concertando la terminación del conflicto armado. Entre más ceda, más resistencia se acumula entre las mayorías nacionales.
Y así llegamos al tema del plebiscito por la paz y el bajo umbral para aprobarlo (13% de los potenciales electores). Realmente es un adefesio jurídico y un grave error político. La supuesta «paz» no se puede conseguir de espaldas a las mayorías.
Es urgente la terminación del conflicto armado pero siempre se planteó que era un paso para fortalecer la democracia. Por eso, algo no cuadra…
Si los que apoyamos el proceso de paz no podemos ganar un plebiscito por mayoría simple… ¿cómo es que se propone por parte de la insurgencia la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente?
Los afanes e incoherencias de Santos y sus asesores les preparan un triunfo insólito a los enemigos de la paz. A Uribe le quedará muy fácil ganar con un NO mayoritario ese espurio e ilegítimo plebiscito.
Si las mayorías populares no apoyan la forma como se quiere concertar la terminación del conflicto armado, las FARC tendrán que pensar en otro tipo de actitudes y de acuerdos.
Por ello, quienes ensillan el «post-conflicto» sin tener las bestias del consenso nacional en torno a los acuerdos de paz, no tienen en cuenta que de persistir el gobierno y las FARC en esos errores e incoherencias, la derecha uribista se va a alzar con el próximo gobierno (2018) y entonces, el «post-conflicto» será más armado y violento que el conflicto que se quiere superar.
Definitivamente… ¡algo no cuadra…!
Blog del autor: http://aranandoelcieloyarandolatierra.blogspot.com.co/2015/11/algo-no-cuadra.html#.VleDYfkve1s
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