Reafirmando su falta de liderazgo y de ideas para enfrentar el delicado momento por el que atraviesa el sistema, que se desfonda un poco todos los días ante los ojos desorbitados de sus sostenedores, con la propuesta de una comisión asesora presidencial, otra más, la presidenta Bachelet busca ganar tiempo. No sólo porque su competencia […]
Reafirmando su falta de liderazgo y de ideas para enfrentar el delicado momento por el que atraviesa el sistema, que se desfonda un poco todos los días ante los ojos desorbitados de sus sostenedores, con la propuesta de una comisión asesora presidencial, otra más, la presidenta Bachelet busca ganar tiempo. No sólo porque su competencia estará limitada a entregar propuestas genéricas y no vinculantes, sino porque lo que salga de esa cosa, llegará en algún momento hasta el Congreso y, como se sabe, pierde esperanza todo lo que entra.
Dejar en manos de los mismos que han perfeccionado un sistema de corrupción que abarca a todo el sistema político, no puede ser sino una burla más. Y así como en otras comisiones asesoras finalmente lo que ha salido ha sido el perfeccionamiento de lo que se suponía había que cambiar, de ésta no puede salir algo distinto.
Algunos plantean que una redefinición de la política implica soluciones mucho más radicales. Alarmados, concluyen que ya no se puede esquivar la necesidad de un cambio constitucional para solucionar la grave crisis por la que atraviesa la política.
Audaces, creen que este cambio debe ser a través de una Asamblea Constituyente.
¿Pero qué dice el pueblo, finalmente el gran estafado, el gran burlado, el eterno ausente de los beneficios que se han distribuido en veinticinco años de maridaje de tal manera íntimo y promiscuo, que en el revoltijo ya no se sabe quién es quién? ¿Qué dice la Izquierda?
Traicionado hasta por el lenguaje, la palabra «pueblo» ha sido desterrada por su áspera resonancia a cosa pasada y para nominarlo de manera más suave y desprovista de su carga peligrosa, se le dice «ciudadanía», «gente», «consumidor». Y traicionado por sus anteriores e históricos referentes, el pueblo solo tiene la opción de asistir como indiferente testigo a una debacle en la que parece no tiene nada que decir. A pesar de cierta responsabilidad en la actual crisis, el pueblo y sus organizaciones están fuera de juego en esta coyuntura. ¿Dónde andará la Izquierda? Todo lo que hoy sucede no habría sido posible sin la irrupción de los estudiantes, que más armados de una rabia silvestre que de ideas y propuestas, sacaron al sistema de su inercia bucólica, y dejaron un escenario en el cual le cuesta moverse. Y los coletazos que se expresaron en las elecciones que siguieron a la ofensiva popular encabezada por los estudiantes, dejaron en evidencia una debilidad grave: ya muy pocos votan.
El sistema perdió el control de su propia agenda, pero agudizó su instinto de supervivencia. Y se allanó a dar un poco para no perderlo todo.
Y he aquí que queda en evidencia la increíble ausencia de una pieza fundamental: la Izquierda. Como pocas veces las famosas condiciones objetivas y subjetivas, sin las cuales algunos izquierdistas no dan un paso, emergen unas con cargo al mismo sistema, y otras, siguen en manos de quienes tienen la opción de dar un paso más.
Descontado el rol del Partido Comunista que prefirió el camino corto de la abdicación, el resto de la Izquierda no supo qué es lo que seguía luego de las marchas maravillosas y las huelgas combativas del año 2011.
Queda la sensación que la Izquierda no sabe ganar. No le gusta. Le incomoda. Quizás retumbe aún el arrasado y vencido optimismo del «Venceremos» allendista.
El caso de la Izquierda, que parece no leer lo obvio más que de teorías y refundaciones, condiciones objetivas y subjetivas, medios, fines y herramientas, se relaciona con los dominios propios de la procrastinación. Mientras el sistema se destripa entre escándalos de proporciones estelares, grupos, partidos y colectivos de Izquierda guardan un silencio asombrado o intentan, peor aún, reincidir precisamente en aquello que no ha funcionado: formar partidos, hacer pactos electorales.
Desde que algún poeta burlón instaló en su ideario romántico que la utopía servía para caminar, a la Izquierda se le olvidó llegar. Y desde entonces, anda en un estéril derrotero radial que no le permite avanzar ni un solo metro. Más que esperanza, la Izquierda propone espera.
Y cuando alguien dijo que el revolucionario era por sobre todo un optimista, dejó a los contingentes de zurdos sentados a la vera del camino esperando el futuro que ya viene, lento, pero viene. En estos tiempos, el optimista es un irresponsable.
Por alguna razón, a la Izquierda se le cauterizó el órgano sensible con el cual se vinculaba con la realidad. O trataba de hacerlo.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 824, 20 de marzo, 2015