Ante la crisis generada por el coronavirus, ¿alguien, entre aquellos que toman las medidas para hacerle frente, ha pensado en las criaturas? La respuesta, vistas las disposiciones aprobadas, es no. No han pensado en las criaturas ni en aquellas personas que nos hacemos cargo de las mismas, la mayoría mujeres, y aún menos en las familias con pocos recursos económicos, que a las dificultades para conciliar tienen que añadir la incertidumbre de no saber si llegarán a final de mes.
Una de las primeras decisiones que se tomó fue la de suspender las clases escolares e instarnos, a los adultos, a trabajar desde casa. Estoy convencida que quienes lo decretaron nunca han intentado trabajar y criar a la vez, si lo hubiesen hecho sabrían que es casi imposible. Solo pretenderlo genera altas dosis de estrés, y no conseguirlo provoca frustración. Ni lo uno ni lo otro son recomendables en una situación de confinamiento.
Trabajos precarios e inestables
Y todo esto teniendo en cuenta que nuestro empleo nos permita teletrabajar, ¿qué pasa con todas aquellas personas que no tienen esta opción? La mayoría además con trabajos precarios e inestables, muchas en sectores feminizados, que ante el parón de las escuelas qué hacen con las criaturas, ¿dejarlas con los abuelos, que son población de riesgo? Opción, por cierto, solo viable si los tienes cerca, ¿qué pasa con las personas migrantes, muchas de ellas en el escalón más bajo del mercado laboral, la mayoría mujeres a cargo de trabajos de cuidado, que han tenido que dejar a sus familias para cuidar de las nuestras y ni siquiera tienen cerca una red de apoyo familiar? ¿Con quién se supone que tienen que dejar a sus pequeños?
El coronavirus ha destapado el ingente e invisible trabajo de cuidados que recae mayoritariamente en las mujeres y la crisis de cuidados que arrastramos desde hace años. Cerrar las escuelas solo podía ir acompañada de una medida, un permiso para cuidar retribuido con el 100% del salario. Lo que hubiese significado legislar a favor de la vida, y no al revés como se ha hecho.
Las medidas aprobadas en la declaración del estado de alarma vulneran asimismo los derechos de la infancia, en la medida que omiten lo que las criaturas precisan. Sorprende que el decreto aprobado tenga en cuenta las necesidades de los perros, y permita a sus dueños sacarlos a pasear, algo que me parece pertinente, pero que no atienda a las de los pequeños. Todo un ejemplo de la sociedad adultocéntrica en la que vivimos.
En un primer momento, la declaración ni siquiera permitía a las criaturas salir a la calle acompañando a los adultos en las actividades que representaban una excepción al confinamiento, como ir a comprar alimentos u otros productos de primera necesidad. Lo que suponía un serio problema para aquellas familias monoparentales, un 83% de las cuales con mujeres al frente, que no podían dejar a los pequeños con ninguna otra persona en casa. Más de una madre se quejaba en las redes sociales, «he ido al supermercado con mi hijo y en dos no me han dejado entrar porque ’prohibido niños’. ¿Qué se supone que tenemos que hacer las que no tenemos ayuda de nadie?, ¿dejarlos solos en casa?». Algo que de hacerlo además sería constitutivo de delito.
Cuatro días más tarde el decreto fue modificado para permitir que los menores pudiesen acompañar a los adultos en los supuestos que significaban una excepción a la norma. Sin embargo, el decreto sigue sin recoger las necesidades más básicas de las criaturas, como tener acceso al aire libre y al sol, a poder moverse, unas necesidades que en la medida en que les son negadas pueden repercutir negativamente en su bienestar físico y emocional. Otros países, como Francia o Suiza, con situaciones excepcionales parecidas, sí permiten a los pequeños salir a la calle, tomando las medidas de seguridad adecuadas. De hecho, esto sería más seguro que llevarlos a hacer la compra.
El confinamiento de los pequeños perjudica en particular a aquellos que pertenecen a familias con menos recursos económicos, que habitan en viviendas pequeñas, algunos incluso en una habitación, con poca luz, sin balcones ni patio donde salir al exterior. Se trata de menores que no solo topan con problemas derivados del confinamiento sino con tensiones fruto de vivir en un hogar con dificultades económicas. El coronavirus no impacta en todas las personas por igual sino que se ceba en aquellas más pobres.