El domingo, asistí a la concentración que se celebró en la Plaza de España de Zaragoza para protestar contra los malos tratos que están sufriendo las mujeres. Tengo que decir que salí decepcionado y quiero exponer a través de este foro los motivos de mi decepción. Empiezo por aclarar que no tengo nada contra las […]
El domingo, asistí a la concentración que se celebró en la Plaza de España de Zaragoza para protestar contra los malos tratos que están sufriendo las mujeres. Tengo que decir que salí decepcionado y quiero exponer a través de este foro los motivos de mi decepción.
Empiezo por aclarar que no tengo nada contra las pancartas, los carteles, los zapatos en el suelo, los poemas y las manos manchadas de pintura roja, ni contra la escenificación de la protesta con un ejercicio simulado de autodefensa. Pero si lo tengo cuando esto no va acompañado de una más profunda y seria reflexión sobre las causas últimas de esta lacra. Tiempo había para una corta intervención en el micrófono que estaba instalado, y tengo que decir que lo intenté hablando con una de las organizadoras y no me hizo el menor caso.
Mi intento surgió a raíz de que mi compañera, brasileña por más señas, me dijo que había escuchado a una mujer decir que esto que está sucediendo es más propio de países del Tercer Mundo, lo que la irritó sobremanera. Claro que fue una opinión aislada, pero ciertamente dejaba entrever la simplicidad con que muchos y muchas encaran el fenómeno de la violencia machista. Esquemáticamente: esa violencia es propia de países que no están civilizados, y no tiene justificación en un país del Primer mundo, civilizado y tal.
Nosotros viajamos frecuentemente a países del llamado «Tercer Mundo» de América Latina, y puedo afirmar que los índices de muertes de mujeres a manos de sus maridos son menores que aquí. Ni en los medios de comunicación, ni en el boca a boca se detecta esa virulencia que tiene en España y otros países del «Primer Mundo».
Si fuera producto del primitivismo, habrá que recordar cuantos pueblos primitivos se regían por el matriarcado, y tanto entre los iroqueses de Norteamérica como en las antiguas tribus germanas, (por solo citar dos ejemplos de comunidades distantes) la mujer participaba en igualdad con el hombre en las asambleas donde se dirimían y solucionaban los problemas de la comunidad.
En «El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado», de F. Engels puede leerse:
«Una de las ideas más absurdas que nos transmitió la filosofía del siglo XVIII es la de que en el origen de la sociedad la mujer fue esclava del hombre. Entre todos los salvajes y en todas las tribus que se encuentran en las fases inferior, media y hasta (en parte) superior de la barbarie, la mujer, no solo es libre como también muy considerada». ..»Las mujeres (entre los iroqueses-senekas) constituían la fuerza mayor entre los clanes, como en todas partes. Ellas no vacilaban, cuando lo exigía la ocasión, en destituir un jefe o rebajarlo al nivel de simple guerrero.»
Podría sumar aquí muchos más testimonios en el mismo sentido pero lo haría muy largo. Tenemos como excepción el mundo islámico, pero no tenemos derecho a usarlo como paradigma del «Tercer Mundo».
En conclusión, nada de primitivismo ni de contraponer «barbarie» a «civilización» o «Tercer Mundo» a «Primer Mundo» para explicar e incluso justificar el fenómeno. Más bien habrá que mirar a nuestro alrededor, a la sociedad en la que vivimos, y eso es lo que parece que no se quiere hacer. Ni las mujeres ni los hombres que nos solidarizamos con ellas en esta protesta. Y reafirmo: No se quiere hacer, porque si se quisiese, en aquel micrófono se habría oído algo más que canciones y proclamas contra la violencia.
No se quiere hacer porque si lo tomamos en serio y reflexionamos sobre ello, descubriremos que esa violencia está enraizada en la vida que llevamos y no queremos cambiar. En primer lugar coloco el trabajo, asalariado o no, como fuente de frustraciones, cabreos y estrés que no podemos descargar en su momento y contra el agresor, porque sobre la mente pesa el temor a perder el empleo o los clientes o el negocio que estamos a punto de ultimar. Y las deudas que tenemos pesando como una losa sobre nuestras decisiones. Por otro lado, la omnímoda presencia de la publicidad, incentivándonos a comprar y comprar y comprar, una publicidad que despierta la envidia, el deseo de poseer algo por que lo posee ya el vecino o el pariente. Y para remate, el peso muerto de la religión católica, con el concepto que difunde sobre la mujer desde que existe. (y no solo él, al que cito preferentemente por la proximidad con las tradiciones del pueblo español, sino también el Islamismo, otra religión más creada por y para los hombres). Y modernamente, el concepto de competitividad que nos está llevando a sentirnos más fuertes en la medida en que buscamos y encontramos las debilidades que aquejan a los que nos rodean, familia incluida. No tengo ninguna duda de que esta vida que llevamos produce descargas emocionales, que las pagan, como es de esperar, los que son más débiles que nosotros. Y de que encontramos una explicación exactamente opuesta a la de la señora que decía lo del Tercer Mundo. Es precisamente esta «civilización» la que genera el fenómeno de la violencia sobre la mujer. En resumidas cuentas, cabe aplicar aquí lo de ¡Es el capitalismo, idiotas! Una conclusión que pocos en nuestra durmiente sociedad están dispuestos a asumir.