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Allanar el terreno para no dejar ni rastro (y romperte el corazón)

Fuentes: Rebelión

Nos habían explicado el verbo normalizar y habíamos llegado a comprenderlo, a pesar de que la norma termina siempre en el olvido –todo lo que se normaliza se tira a la papelera de reciclaje como si nada, y esto es en sí mismo una especie de oxímoron–, pero nos faltaba por asimilar la palabra “allanar”. Hasta que llegaron las máquinas e ilustraron el lenguaje con actos simples y ejemplarizantes. Allanar es, sin ir más lejos, convertir el paisaje en una central de producción eléctrica, nos dijeron, y a continuación se pusieron manos a la obra con el visto bueno de los gobiernos municipales, autonómicos y centrales, y con fondos europeos.

Si normalizar nos empuja a destruir nuestra memoria en mil pedazos, allanar nos corroe el alma y nos deja sin sentido, porque por una parte nos quita la mirada de lo bello y por otra nos produce tanto daño que desearíamos ser no sensibles. Hoy me he puesto a llorar como un tonto después de comprobar cómo están allanando la tierra que yo creía virgen.

Solo me alivia la sensación de que todo se va a la mierda y que tanta destrucción no va a servir para construir nada útil. (Quien quiera que diga que los valles y montañas no valen nada, que solo valen los kilovatios o el dinero, que espere a ver cómo el paisaje se revaloriza por falta de existencias).

Es extraño, muy extraño, que a Sanabria, una de las regiones más frondosas e intactas de la península, solo la quieran para cambiar por billetes lo único de lo que realmente puede presumir: paisaje, paisaje, paisaje.

El macropolígono industrial que se está construyendo en el término municipal de Palacios de Sanabria es brutal y anacrónico, pertenece a la era del fascismo, cuando las cosas se hacían porque lo mandaban los caudillos (de las hidroeléctricas), y de ahí que no quedara río sin pantano. Perdón, algunos de ellos se hicieron bajo el mandato de González.

Es brutal porque no respeta ni un maldito hierbajo, ni una peña, ni un insecto, y su extensión en kilómetros lo convierte en un imponente muro o e un desierto, o en una cruz, solo equiparable a la grandiosa “cruz de los caídos” de Guadarrama, pero en el corazón de Sanabria. Aún peor, porque esa cruz bastaría con demolerla para devolverle a las montañas el espacio perdido, pero aquí no, aquí, sencillamente se han llevado todo por delante y no habrá forma de regresar al origen.

Y es anacrónico porque el futuro lo juzgará como una aberración del capitalismo agonizante.

Parece ser que los lumbreras que autorizan estas instalaciones opinan que destruir praderas y brezales de interés comunitario, además de cercenar y acabar con robles y castaños, y por ende con el ecosistema donde habitan manadas de lobos, donde anidaban aves, donde sobrevivían reptiles, donde pastaban herbívoros, etc., es cosa menor, irrelevante, soportable… Pero no, no es soportable. Ni siquiera con la justificación de producir energía “verde”. ¿Pero de qué verde estamos hablando?

Me gustaría saber quiénes son esos lumbreras, para ir a su despacho y mostrarles mi pena, que es la misma pena que la de muchas personas ahora mismo, y no solo de aquellas que crecieron en los paisajes que ahora quedan destruidos. Me gustaría ir a su despacho y pedir explicaciones: ¿pero de quién os habéis dejado asesorar, de ecologistas al servicio de las multinacionales, de alcaldes que aceptan maletines o de Europa como concepto abstracto?

Seguramente me dirán que solo son funcionarios, que su función es aprobar según los intereses de arriba –que no tienen que ser los mismos que los de abajo–. Y me echarán en cara que no protestáramos más y que no metiéramos contencioso en su momento, y que lo que teníamos que haber hecho es gritar tanto y tan fuerte que nuestros gritos llegaran a Bruselas.

¿Gritar? ¿Alguien conoce la edad de las gargantas de los habitantes de una de las regiones con menos densidad de población de Europa, a más señas Sanabria, aunque podría ser también Carballeda, Aliste, Sayago o cualquiera de las comarcas del oeste de Zamora? ¿80? ¿85?

Venga, hombre, no te enfades, sé que es esto lo que más de uno está pensando, en algún sitio las tienen que poner, cada vez hay más trenes en la línea de alta velocidad, la gente necesita viajar, tú mismo viajas muy de vez en cuando, los trenes son sostenibles pero no funcionan sin electricidad… Y puede ser que haya algo de razón en esto, una vez que nos hemos acostumbrado a no mirar por la ventanilla, una vez que hemos normalizado que nos quitaran las viejas estaciones y las cambiaran por infames apeaderos, una vez que hemos comprendido hasta el fondo el verbo allanar… Pero aún así, ¿no había lugares más adecuados?

El tren se para en Sanabria-Alta Velocidad y nos muestra las maravillas de nuestra civilización. Cemento, cemento, cemento. Nos muestra cómo hemos roturado el territorio para convertirlo en algo práctico, intercambiable con porciones de tiempo y algo más de comodidad. Nos muestra cómo todo vale, sí, cómo cualquier terreno es válido, y cuanto más cerca de una subestación mejor.

Si no lo sabíamos, ahora ya lo sabemos, el corazón de Sanabria ya ha sido expropiado, por interés general y porque ya hacía tiempo que solo se escuchaban los latidos de los seres vivos en libertad. Y había que acabar con esto, había que acabar con la anarquía de la biodiversidad, había que acabar con las praderas y los montes que florecían para goce de las abejas y otros insectos… Ahora que lo dice, me interrumpe un funcionario, hablaré con la empresa para recordarle que prometió poner colmenas para producir miel ecológica.

Ya no tengo dudas, es nuestro deber como especie extinguirnos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.