En una línea puramente keynesiana, la izquierda tradicional (pero no únicamente) plantea como salida a la actual crisis el estímulo a la demanda, el crecimiento económico (mesurado con un indicador tan discutido como el PIB), la creación de empleo y la reactivación del consumo. Pero ¿es posible una vuelta atrás en la historia, a los […]
En una línea puramente keynesiana, la izquierda tradicional (pero no únicamente) plantea como salida a la actual crisis el estímulo a la demanda, el crecimiento económico (mesurado con un indicador tan discutido como el PIB), la creación de empleo y la reactivación del consumo. Pero ¿es posible una vuelta atrás en la historia, a los treinta años «gloriosos» del capitalismo occidental de la posguerra? La otra posibilidad -transformadora, revolucionaria- consiste en promover experiencias autogestionarias y basadas en la asamblea, que desde el origen rompan con el modo de producción capitalista. La dicotomía se ha planteado en la última sesión de las XVI Jornades Llibertàries de CGT-València, titulada «L’Eixida és revolucionària».
El abogado y escritor José Luis Carretero ha apostado, desde un punto de vista libertario, por la segunda de las opciones. Para ello, ha empezado por considerar algunos errores que se cometen desde el campo libertario y que convierten a veces las alternativas en «cantos de sirena». En primer lugar, la acción social y política ha de basarse en la pedagogía, es decir, superar la tentación de impartir la «clase magistral» desde la presunta sapiencia del púlpito. Vendría a afirmarse: «Nosotros tenemos toda la verdad desde 1936». El segundo error consiste en hacer lo contrario: adular a la gente. Pensar que todos los discursos son igual de válidos. Pero «hay que problematizar y establecer el diálogo con las clases populares para destruir el sistema capitalista».
Desde una perspectiva libertaria, las alternativas hay que construirlas desde la base, no desde las instituciones. Es muy importante la organización, pero también construir experiencias autogestionarias que prefiguren el mundo posible que se reivindica. No sólo actuar a la contra. «Aunque seamos conscientes de que estos proyectos tienen límites dentro de una sociedad capitalista, se trata de aprendizajes y prácticas que sirven para expandir nuestro mundo, y expansionarnos nosotros por el camino». La diferencia que se pretende no es meramente cuantitativa, también lo es cualitativa. Porque, afirma José Luis Carretero, «el neoliberalismo nos enseña que los individuos somos mera vida líquida que en un momento dado se agregan o no para formar determinadas mayorías».
En un mundo triturado por la crisis, y con un florecimiento de pequeñas iniciativas autogestionarias, José Luis Carretero recuerda las palabras de Durruti: «Sabemos que no vamos a heredar más que ruinas, porque la burguesía trata de arruinar al mundo en la última fase de su historia. Pero te repito que no nos dan miedo las ruinas, porque llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones. Y ese mundo está creciendo en este instante». Nos hallamos, según el abogado y escritor, en «una transición que nos llevará a un mundo muy distinto». Repite verdades que parecen de perogrullo, pero que son la esencia del problema. «Una de las grandes derrotas de la izquierda ha sido la batalla cultural, es decir, que la gente vea como imposible el cambio de sistema». Y atisba una posible salida al cenagal: «Hemos de estar en la política pero también en la vida, en la cultura, en la poesía y el teatro… Para construir un nuevo arte de vivir que dé sentido a todo lo que hacemos».
En las XVI Jornadas Libertarias de CGT-Valencia han encontrado un espacio los proyectos que se despliegan en la práctica, a pie de calle. Uno de ellos, muy conocido en los últimos años, es el de la fábrica recuperada Vio.Me de Tesalónica, que tras dos años de lucha empezó a funcionar de manera horizontal y sin empresarios en febrero de 2013. Los trabajadores ocuparon la fábrica, que comenzó a funcionar bajo control obrero. A estos operarios de la antigua Viomijanikí Metaleftikí (metalúrgica), filial del grupo Philkeram Johnson (dedicado a la fabricación de azulejos y materiales de construcción) se les adeuda los salarios. Desde el primer momento los trabajadores de Vio.Me recibieron el apoyo de numerosos movimientos sociales, trabajadores y organizaciones populares de todo el mundo.
Dimitris trabaja en la factoría autogestionada. Explica que anteriormente tenían que trabajar con abundante material químico, por lo que «además de tomar las riendas de la fábrica, tuvimos que hacernos cargo de nuestra salud y preocuparnos por el medio ambiente». Otra de las diferencias con la empresa capitalista es que antes las materias primas se obtenían del exterior, mientras que ahora Vio.Me se abastece en Grecia. Los trabajadores han cambiado el funcionamiento de la empresa y los modos de producción: fabrican productos de limpieza, detergentes y jabones naturales. «Les dijimos a los jefes: si no podéis vosotros, podemos nosotros. Quedaos en vuestras casas», explica Dimitris. Además, «vigilamos las 24 horas para que no se nos confisquen por orden judicial los materiales; lo limpiamos todo y producimos con las máquinas que había en la fábrica. Algunas salieron a subasta y las compramos a través del sindicato», añade.
Las palabras, cuando no son simple charlatanería, empujan a la lucha y la resistencia. Según Dimitris, «hemos de olvidar el yo y convertirlo en nosotros; quien lucha puede ganar o perder, pero quien no lucha ha perdido ya». La batalla de Vio.Me no se plantea aislada de un contexto. Se integra en la pelea contra la explotación de las minas de oro de Calcídica por una multinacional canadiense, o la quema de basuras en el entorno de los pueblos para el lucro privado. Ahora bien, ¿Cuál fue la reacción de los antiguos propietarios ante la ocupación de la fábrica? Además de incitar a la división entre los trabajadores, «reclutaron a algunos de los antiguos compañeros, esquiroles y chivatos». Hubo también otros compañeros, explica Dimitris, que no quisieron tomar la vida en sus manos. Pero aquello pasó. En cuanto al futuro, «queremos abrirnos a cooperativas y centros sociales en el extranjero que mostraron un especial interés por nuestros productos, y también a activistas solidarios que nos apoyaron desde el primer momento».
En Oviedo lleva 12 años funcionando el proyecto autogestionado Cambalache. Surgió en 2002 a partir de estudiantes movilizados contra el Plan Bolonia y que pretendían que no se agotara la lucha. El centro social se emplaza en «una ciudad -Oviedo- completamente derechizada y con una total ausencia de iniciativas autogestionadas», explica Eduardo Romero, miembro del colectivo. A modo de ejemplo, sólo ha contado con una casa Okupa, «La Madreña», promovida por el 15-M y desalojada hace unos meses. Cambalache podría parecer por la cantidad y diversidad de iniciativas una suma de proyectos diferentes, pero hay una articulación. Por ejemplo, cuenta con una librería, editorial y distribuidora asociativa (un carrito de ruedas y transporte público). Ha editado títulos como «65% agua», de Isabel Alba. «La mancha de la raza. Carta a un niño rumano», de Marco Aime; «Paremos los vuelos. Las deportaciones de inmigrantes y el boicot a Air Europa» (Campaña por el cierre de los CIE), «Mi guerra de España», de Mika Etchebéhère o «El oro de Salave. Minería, especulación y resistencias» (varios autores).
El colectivo cuenta asimismo con un grupo de consumo agroecológico, en un territorio -Asturias- castigado por la crisis de la minería, la siderurgia y también del mundo rural. Desde el inicio de la década de los 80 del pasado siglo, se ha reducido drásticamente el número de productores de leche. Charlas, teatro, presentaciones de libros, exposiciones, asambleas… «Cambalache no nace como un colectivo con una identidad marcada y cerrada, no nace como un centro social anarquista; hemos construido nuestra identidad sobre la práctica, con la actividad autogestionada más que con etiquetas», explica Eduardo Romero. Desde primera hora se le dio mucha importancia a la formación, «porque además de activismo, en los movimientos sociales tiene que haber pensamiento crítico», añade Romero.
Fue precisamente la práctica lo que les llevó a la publicación de diferentes materiales y a impulsar la editorial. En Cambalache se distinguen tres líneas de trabajo transversales. El feminismo, ya que «el patriarcado nos atraviesa y está dentro de cada uno de nosotros», apunta Eduardo Romero. Por eso se publica anualmente la revista La Madeja», como material de debate. Otro elemento esencial de la actividad es el grupo de consumo agroecológico, incluido en las luchas por el territorio; por ejemplo, frente a la ocupación de tierras por las grandes infraestructuras. Destaca en este punto la batalla contra la explotación de la minería del oro en el occidente asturiano por parte del capital canadiense, a escasos 100 metros de la costa. La publicación de «El oro de Salave» se entiende, así, como herramienta para el debate y la acción. El tercer eje decisivo es la lucha por los derechos de los migrantes. «Aunque la población migrante en Asturias es baja, la presión contra ella es enorme», subraya el activista. Por eso el colectivo participa en la denuncia de las redadas racistas, los vuelos de deportación (con las campañas de boicot a Air Europa) y la existencia de los CIE. Recuerda Eduardo Romero el reciente vuelo que ha partido con migrantes deportados a Senegal y Mali. Y al que anteceden redadas racistas.
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