Ponencia presentada ante el Simposio AMAUTA, 80 AÑOS organizado por la Casa Mariátegui y la Asociación Amigos de Mariátegui (6 -9 de septiembre del 2006)
«El objeto de esta revista es el de plantear, esclarecer y conocer los problemas peruanos desde puntos de vista doctrinarios y científicos. Pero consideraremos siempre al Perú dentro del panorama del mundo. Estudiaremos todos los grandes movimientos de renovación políticos, filosóficos, artísticos, literarios y científicos. Todo lo humano es nuestro. Esta revista vinculará a los hombres nuevos del Perú, primero con los de los otros pueblos de América, en seguida con los de los otros pueblos del mundo»
José Carlos Mariátegui. «Presentación de Amauta». Septiembre 1926
I.- Introducción
Se ha dicho con frecuencia que José Carlos Mariátegui es una fuente inagotable de ideas y un manantial sostenido para la creación y el pensamiento político. Pablo Neruda, aludiendo a esa verdad en un sentido literario y figurado, solía decir:
«Sobre Mariátegui seguirá cantando el mar / Lo echarán de menos nuestras praderas / nuestras desoladas planicies / El viento en las alturas superiores lo recuerda / Nuestro pequeño hombre oscuro / que crece a tumbos lo necesita / por que él nos ayudó a darle nacimiento / El comenzó por darnos luz y conciencia».
Y así es, en afecto.
Aún en nuestro tiempo, y hasta podríamos decir con mayor razón en nuestro tiempo, se afirma la necesidad de volver a Mariátegui, estudiar los elementos de su teoría, profundizar en su accionar práctico y extraer de uno y otro las razones de una lucha que se afirma en el horizonte.
No se trata, solamente de invocar lo escrito por el Amauta, o lo publicado por la revista que viera la luz en la primera semana de septiembre de 1926. Aún más importante que eso, es estudiar la esencia del personaje y de su creación literaria y política para comprender mejor la naturaleza de los problemas que agobian a nuestros pueblos, en esta etapa del desarrollo social en la que parecen haberse detenido las fuerzas del cambio y haber ingresado nuestra sociedad en un túnel oscuro y sin salida.
Volver a Mariátegui, entonces y convocarnos bajo su bandera, tiene no sólo una importancia literaria, sino también un enorme sentido político. Y es que, es precisamente en circunstancias como ésta que la política dignifica y ennoblece, porque no se expresa en objetivos subalternos y ambiciones precarias.
Nos proponemos por eso subrayar el papel verdaderamente internacionalista de Amauta y mostrar la íntima relación existente, en el marco del proceso social de nuestro continente, entre el proceso revolucionario latinoamericano, la figura rectora de Mariátegui y el rol activo que jugó en el periodo la revista como instrumento de politización y educación de la vanguardia política en la lucha por el ideal socialista. Veamos.
II. Los primeros elementos del proceso revolucionario continental:
En los primeros años del siglo XIX, uno de los organizadores del Partido Obrero en la ciudad de Nueva York, George Evans, demandaba, a través de las páginas de su periódico «Working Man’s Advocate», convertir a los obreros en pequeños propietarios de tierras como una manera de paliar los efectos de la explotación despiadada del capital. En ese entonces Thomas Skidmore, publicaba en Filadelfia un libro referido a «el derecho del hombre a la propiedad». Eran, ambos, elementos iniciales de una suerte de socialismo utópico que más tarde tomaría forma y alcanzaría adeptos en el norte de América tras las propuestas de Robert Owen y el célebre impulsor de los Falansterios, Charles Fourier; y que se tornaría en el preludio del pensamiento revolucionario en el nuevo continente.
El rápido desarrollo del capitalismo en los Estados Unidos no tuvo similar en las regiones situadas desde el sur de ese país hasta la Patagonia. No obstante, los primeros indicios de la organización obrera en América Latina se mostraron a partir de 1830. Desde ese año y en las dos décadas posteriores ocurrieron, en efecto, las primeras grandes huelgas en Chile, México y Brasil. Y poco más tarde en Argentina.. Fueron estos movimientos vastos contra la política succionadora del Gran Capital, en primer lugar inglés y luego norteamericano, empeñado en apoderarse de las riquezas naturales de los países de centro y sur América.
A partir de 1850 se tiene noticias ya de la existencia de las primeras organizaciones sindicales como expresión del incipiente desarrollo del proletariado. Y en 1870 del surgimiento de la Primera Sección de la Asociación Internacional de Trabajadores, surgida en Paris en 1864 bajo la orientación de Carlos Marx y Federico Engels. Como lo señala Boris Koval : «La formación de la clase obrera fue un proceso de alcance histórico mundial relacionado con la aparición y el crecimiento de la gran producción capitalista»
Los acontecimientos europeos ocurridos en el periodo tuvieron por cierto innegable influencia en nuestra región. La Guerra Franco Prusiana de 1870, expresión de la lucha por el dominio entre las burguesías de ambos países y la Comuna de París en 1871 -la primera experiencia de una insurrección obrera triunfante- así como su posterior derrota; fueron episodios que incidieron significativamente en el proceso social de América Latina por cuanto mostraron la desenfrenada voracidad de la clase dominante y los pérfidos métodos a los que recurría cuando veía en peligro su hegemonía.
Probablemente al calor de esas experiencias que tuvieron resonancia mundial, entre 1880 y 1910 aparecieron en el subcontinente los primeros Partidos Social Demócratas y Socialistas que se sumaron a las tareas de la II Internacional manteniendo correspondencia fluida con el Buró Socialista en el que se hallaban representadas las posiciones más progresistas.
El desarrollo del capitalismo en América y la subsistencia de estructuras económicas de la dominación feudal, generaron en nuestros países el surgimiento de una clase expoliadora y formas despiadadas de opresión que tensaron las contradicciones sociales y dieron lugar a profundas convulsiones en diversos países.
Quizá si la primera gran expresión de esa realidad fue la Revolución Mexicana que, nacida en junio de 1910, diera poco después al traste con una de las dictaduras más siniestras de la historia, la de Porfirio Díaz, en mayo de 1911.
III.- La Revolución mexicana y su incidencia:
En sus inicios, como se recuerda, la Revolución Mexicana, considerada por Mariátegui como «el fenómeno dominante, por su trascendencia social y política» en el periodo, implicó la insurgencia de un vigoroso movimiento popular representado por la burguesía liberal. Francisco Madero, en efecto, personificaba el ala más conservadora del vasto frente de fuerzas sociales que se alzaron contra la dictadura y encabezó el movimiento no sólo porque alcanzó a precisar con mayor nitidez los lineamientos de su programa, sino porque encarnaba los intereses de una burguesía en ascenso dispuesta a tomar en sus manos las riendas de un Poder hasta entonces, administrado por un viejo tirano. De esa experiencia se ocupó Mariátegui en su Conferencia de diciembre de 1925 en la Universidad Popular González Prada y en numerosos escritos, publicados muchos de ellos en la revista Amauta.
En la base de la Revolución Mexicana, como lo refiere Mariátegui, subyacían importantes sectores sociales particularmente agrarios. Emiliano Zapata y Francisco Villa, los líderes campesinos que luchaban por la devolución de las tierras a las comunidades, proclamaban ya concepciones avanzadas en el plano social y disponían de destacamentos armados que luchaban por hacer valer los derechos de los oprimidos.
México era en ese entonces un país campesino. 12 de los 15 millones de habitantes vivían en el mundo rural y estaban vinculados a la agricultura. Sus líderes, que en los inicios del conflicto respaldaron a Madero, pronto hicieron su propia lucha y extendieron sus brazos hacia el incipiente proletariado urbano. Paralelamente, en el Estado de Morelos Zapata puso en vigencia el denominado Plan Ayala, que recogía las demandas fundamentales de los trabajadores del campo.
Fueron esos segmentos sociales los que confirmaron los ideales primigenios de la Revolución Mexicana cuando se vio ferozmente amenazada, en febrero de 1913, por el motín del general Victoriano Huerta, que derrocó, y asesinó a Madero y tomó el poder para instaurar una dictadura feroz contra todo el pueblo. Contra el nuevo tirano, insurgieron no sólo los líderes agrarios, sino también segmentos intermedios de la burguesía comercial y financiera, como Alvaro Obregón y Venustiano Carranza. En favor de Huerta los Infantes de Marina de los Estados Unidos ocuparon el puerto de Veracruz, pero no pudieron evitar la caída del tirano que finalmente dimitió en el 13 de agosto de 1914, dando inicio así a la segunda etapa de la Revolución que, sin embargo, no tuvo el desenlace más esperado por la insuficiente preparación organización y experiencia de los sectores más deprimidos de la sociedad.
La expresión política de este convulso escenario considerado por Mariátegui «el primer albor de la transformación del mundo hispano-americano», la dio luego la conversión de los núcleos más progresistas del partido Liberal en Partido Socialista, bajo la influencia de los hermanos Flores Magón y José Allen, que influyeron después, decisivamente, para que en 1918 viera la luz el Buró Panamericano de la Internacional Comunista.
IV.- La irrupción del bolchevismo:
Es conocido el hecho que Lenin siempre valoró altamente el proceso revolucionario americano como la expresión combativa del proletariado en acción. Esta valoración sin embargo, se trocó en interés manifiesto luego del triunfo de la Revolución Socialista de Octubre cuando se tornó imperiosa la necesidad de nuevas conquistas del proletariado universal en la lucha contra el viejo orden capitalista. Sobre todo a partir de allí el líder bolchevique cuidó con especial preocupación sus vínculos con América del norte y del sur. Y se preocupó activamente porque los materiales y publicaciones de los bolcheviques fueran enviados también a los combatientes de América y llegaran a su destino.
Cuando el debate en el seno de la II Internacional refundada con la ayuda de Federico Engels polarizó las tendencias entre los reformistas y los revolucionarios, el conductor de la Revolución de Octubre buscó firmemente asegurar una fluida información para que no quedaran dudas respecto a la naturaleza de los temas en cuestión. En ese marco, respaldó a los internacionalistas, que se enfrentaron a los reformistas y revisionistas que objetivamente capitularon ante la presión de sus burguesías nacionales.
Fueron esos los años más duros del debate en torno a la I Gran Guerra Inter- Imperialista, en torno a la cual se proyectaron, en efecto, dos posiciones nítidamente diferenciadas. A un lado se situaron quienes ante la gran conflagración optaron por cerrar filas en defensa de lo que consideraban «sus» intereses nacionales; y, al otro, quienes, teniendo una visión de clase del problema, comprendieron que la guerra no eran entre países, y que la salida no consistía en disparar de una trinchera a otra, sino en confraternizar en ellas coincidiendo en la lucha por cambiar de raíz la sociedad y eliminar para siempre las razones de esa confrontación.
Tal fue por cierto, la esencia del pensamiento que recogiera el Manifiesto de Zimmerwald, en septiembre de 1915, considerado por Mariátegui «el primer despertar de la conciencia proletaria».
El debate en torno a la guerra se hizo más local y patente cuando los parlamentos de los países beligerantes debieron votar los llamados «créditos de guerra». Es decir, las partidas necesarias para la adquisición de armas y la provisión de pertrechos militares indispensables para hacer frente al conflicto. Las discrepancias, y las votaciones en el seno de las Cámaras Legislativas de cada país sirvieron para colocar a cada quién su verdadero puesto, pero alimentaron también la inexorable división de la II Internacional. Mientras los reformistas liderados por Kautsky, Ebert y Berstein se sumaban a sus gobiernos bajo el pretexto de la defensa de la «soberanía nacional», los revolucionarios guiados por Lenin definían los campos de otro modo. Cuando se inició el conflicto, hablando sobre su origen y los intereses que lo alimentaban, dijo en su trabajo «La guerra y la social democracia en Rusia»:
«La guerra europea, preparada durante decenios por los gobiernos y los partidos burgueses de todos los países, se ha desencadenado. El aumento de los armamentos, la exacerbación extrema de la lucha por los mercados en la época de la novísima fase, la fase imperialista, de desarrollo del capitalismo en los países avanzados y los intereses dinásticos de las monarquías más atrasadas, debían conducir inevitablemente, y han conducido, a esta guerra».
Luego de eso, definiendo el perfil de esta guerra, añadiría:
«Cada día se hace más evidente que ésta es una guerra entre capitalistas, entre grandes bandoleros que disputan para decidir quién obtendrá mayor botín, saqueará más países y oprimirá y esclavizará más naciones»
Mariátegui, por cierto, no se quedó con los reformistas, sino que asumió la bandera de Lenin, a quien admiró siempre. Se hizo Bolchevique no sólo como lo había reconocido a su manera respondiendo a una nota del diario «El Comercio» en 1918, sino afirmando una concepción que desarrolló consecuentemente en la revista Amauta y que luego llevó como aporte esencial al Partido que fundó y a la lucha por los objetivos del socialismo.
José Allen, obrero mexicano, Luis Frayna del movimiento socialista de los Estados Unidos, Enrique Flores Magon, ya citado, el ruso Boyotín residente en el país del norte, el revolucionario nipón Sen Ketayama radicado en USA y el periodista norteamericano John Reed estuvieron entre los fundadores del Buró Panamericano de la Internacional Comunista creado por iniciativa de Lenin cuando éste decidió, romper finalmente con los núcleos reformistas de los socialismo domesticado y marchar hacia la construcción de una nueva unidad, crisol que alumbró a partir de marzo de 1919, cuando se creó en Moscú la III Internacional.
Este Buró funcionó alternativamente en Estados Unidos y en México y contribuyó decisivamente a la formación de Partidos Comunistas en diversos países, incluso en Centroamérica donde surgieron las secciones de Guatemala, Honduras y El Salvador; y en Cuba, donde en 1925 se fundó el primer Partido Comunista. También contribuyó a la formación del Partido Comunista de Panamá y más tarde a la formación del Buró del Caribe de la IC.
Es bueno recordar que la actividad del Buró Panamericano fue examinada en la sesión del Comité Ejecutivo de la IC en 1921 que decidió enviarle como «refuerzo» a Edgar Vory (conocido como Sterner), años después Presidente del Partido Suizo del Trabajo. Este Buró influyó decisivamente en la formación de destacados luchadores revolucionarios como los hermanos Gustavo y Eduardo Machado, de Venezuela, y Carlos Baliño y Julio Antonio Mella de Cuba; y abordó por iniciativa de la IC un muy rico debate en torno al carácter de la lucha contra el imperialismo norteamericano en la región.
La disolución, en 1921, del Buró Panamericano, dio lugar al surgimiento de dos organismos directamente relacionados al Comité Ejecutivo de la IC. El Buró del Caribe, que tenía a su cargo México, Chicago y La Habana; y el Buró Sudamericano que, en sus inicios, abarcó solamente el trabajo en Buenos Aires, Montevideo y Santiago de Chile.
A partir de ese momento cobró cierta significación el trabajo del Buró Sudamericano de la IC con sede en la capital argentina. Una de sus primeras tareas fue ayudar al proceso de formación de los Partidos Comunistas en diversos países. El Partido Social Demócrata de Chile, fundado en 1912 por iniciativa de Luis Emilio Recabarren, pasó a llamarse Partido Comunista en 1921. En Argentina, los socialistas de izquierda, que se habían retirado en 1918 del Partido oficial y que se llamaron transitoriamente «Partido Socialista Internacionalista», se denominaron luego Partido Comunista Argentino.
El Comité Ejecutivo de la IC, en un pleno ampliado, celebrado en 1925, analizó estos temas y registró también la presencia de destacados revolucionarios latinoamericanos, entre los que puede citarse a Vittorio Codovilla, Rodolfo Ghioldi, el mexicano Manuel Díaz Ramírez, Mella y José Carlos Mariátegui. En ellos puso interés.
V.- El trabajo del Buró Sudamericano.
Uno de los grandes temas abordados polémicamente por los revolucionarios latinoamericanos se refiere siempre al papel y a las tareas del Buró Sudamericano de la IC. En nuestro país, incluso destacados historiadores y críticos como Alberto Flores Galindo pusieron énfasis en subrayar verdaderas o aparentes deficiencias de este organismo como un modo de enfrentar nuestra experiencia revolucionaria con el papel y las tareas de la IC. En el fondo también como una manera de sustraer el filo revolucionario del accionar de Mariátegui, presentándolo apenas como una suerte de «libre pensador» de su tiempo, «incomprendido» y «criticado» por sus contemporáneos. Y eso no fue así.
Hay que admitir por cierto que en América Latina en aquellos años trabajaron varios funcionarios de la IC que actuaron con una mentalidad más bien burocrática. Pensaban que bastaba reclutar a un grupo de comunistas en un determinado país para declarar constituido el Partido y hacerlo reconocer por la IC con toda la carga que ello implicaba. Esos «partidos», en realidad eran simples grupos que se desintegraban pronto porque no estaban vinculados con la clase obrera de su país, ni con la tradición del pensamiento teórico de ese país. No participaban tampoco en las luchas concretas que desarrollaban las poblaciones, sobre todo obreras y campesinas,
Objetivamente contrariaban la concepción leninista que se afirmaba en la idea de que «cada país debe parir su movimiento». Cada Partido debía ser producto de un determinado desarrollo histórico y ser injertado en un tronco que dé frutos, y no un producto silvestre. Mariátegui, que estudió el proceso de formación de Partidos Comunistas en Europa y observó atentamente el desarrollo del movimiento en Asia, comprendió esto: la necesidad de alentar el desarrollo y la conciencia del movimiento obrero, así como el valor de las ideas en la lucha revolucionaria. En la base de su trabajo, apareció así la revista Amauta, su papel en el desarrollo social y su innegable contribución a la afirmación de una verdadera ideología de clase. En esa misma línea se anotan por cierto la formación de la Central Sindical creada en mayo de 1929 y la formación del Partido.
Mariátegui le dio a Amauta la tarea de introducir en el Perú las ideas del socialismo. Comprendiendo que eso era también un proceso, no tuvo un desarrollo lineal ni uniforme. Por lo demás, se vio interrumpido por la clausura temporal de la revista y la agudización de las tensiones sociales que generaron una dinámica en cierto modo no prevista por su fundador.
No obstante ello, los lineamientos básicos de Mariátegui se cumplieron porque eran acertados y correspondían el grado de maduración de nuestro movimiento.
Es en ese marco que debe situarse entonces el debate respecto a la Conferencia de Partidos Comunistas celebrada en 1929 en Buenos Aires. En ella, se discutió entre diversos temas, el de la formación del Partido en el Perú. En un momento en el que los socialistas más revolucionarios buscaban diferenciarse de los reformistas asumiendo su condición de comunistas, no se comprendió por qué Mariátegui había optado por el nombre de socialista que había entregado a su Partido. Hubo quienes, a partir de allí, pretendieron buscar elementos inexistentes: una cierta disputa entre Codovilla y Mariátegui, una deslegitimación del Amauta por parte de la IC, una visión pretendidamente «populista» a partir de las concepciones de Mariátegui en torno a la Comunidad Campesina, y otras diferencias.
Hay que considerar que la Conferencia de Buenos Aires fue un evento escrupulosamente organizado, que reunió a 38 representantes de Partidos la mayoría de los cuales actuaba en la ilegalidad, que casi todos eran muy jóvenes: Mariátegui, no estuvo entre los presentes, pero era uno de los cuadros más maduros y tenía la misma edad de Codovilla. Muchos de ellos no se conocían personalmente y nunca habían estado juntos, afrontaban temas nuevos y problemas que no habían abordado antes. Ellos estaban apenas cimentando las bases de un proceso continental en extremo complejo y vivían sometidos a presiones bárbaras, producto de la miseria, pero también de la despiadada represión política de la que eran víctimas, y que el mismo Mariátegui sufrió en carne propia.
Temas como el de las razas en América Latina, el desarrollo capitalista en la región, la penetración de los capitales ingleses y norteamericanos, la consolidación de brutales dictaduras en diversos países, el surgimiento de las primeras acciones armadas de lucha libradas en distintos escenarios de nuestro continente y hasta el tema del conflicto fronterizo entre Perú y Chile y el Plebiscito de Tacna y Arica; eran materias ciertamente confusas para muchos de los asistentes a un evento que se realizaba por primera vez en la región y que estaba llamado a abrir un debate más amplio con miras al encuentro similar de Montevideo en torno a la unidad y a la lucha del movimiento sindical latinoamericano.
Juzgar entonces la labor de Buró Sudamericano sólo porque algunos de sus integrantes discreparon de ciertas apreciaciones de Mariátegui expuestas por sus representantes; es ciertamente limitante, cuando no mezquino. En todo caso, eso no involucra el conjunto de la actividad desarrollada por la IC directamente o a través del Buró Sudamericano.
Para ser justos, y sin desconocer tampoco que allí se anidaban contradicciones que venían desde el Partido Comunista Bolchevique de la URSS y que enfrentaron violentamente luego a diversos dirigentes del original núcleo leninista, hay que subrayar el papel orientador que dio por un largo periodo «La Correspondencia Sudamericana», editada en Buenos Aires y que acogió los escritos y las denuncias de Mariátegui en forma regular, la formación de la Confederación Latinoamericana de Trabajadores constituida en Montevideo y su publicación de «El Trabajador Latinoamericano», la asistencia permanente de delegados de la IC en cada país -en el Perú tuvimos a los argentinos Miguel Contreras y Carlos Duvojne, además de Paulino Gonzalez Alberdi, el uruguayo Camilo, y otros que se jugaron la vida al lado de muchos compañeros nuestros-, las experiencias comunes y el estudio de fenómenos tan importantes como las luchas en cada país y el surgimiento de organismos como la Alianza Nacional Libertadora en Brasil, o el Frente Popular en Chile.
Un gran acierto en este periodo fue, por ejemplo, el apoyo que se brindara a la lucha de Sandino en Nicaragua, a la insurrección campesina liderada por Farabundo Martì en El Salvador, a la formación, a las acciones armadas de «El tenientismo» y la larga marcha de la Columna Prestes a través del Mattogroso entre 1924 y 1927, en Brasil; o la difusión de las luchas mineras en nuestro país. Adicionalmente hay que considerar en el activo, el respaldo firme al accionar de la Liga Antiimperialista de las Américas que se entroncó con el trabajo de la Liga Mundial Antiimperialista y sus congresos celebrados en Bruselas y Francfort, donde Mariátegui fue incorporado a la Presidencia de esa entidad sin haber siquiera concurrido al evento.
VI.- El papel de Amauta
La revista Amauta que cumplió una muy vasta y múltiple tarea en diversos aspectos del pensamiento y la creación humana; tuvo un rol destacado en el análisis del proceso latinoamericano y buscó proporcionar a sus lectores una visión clara y rotunda de lo que ocurría en la región. Una revisión somera de la revista en los años que fuera dirigida por Mariátegui, nos permite recordar lo siguiente:
En el número 1 de la revista se inserta un valioso artículo de Ramiro Pérez titulado «La Iglesia contra el Estado en México» haciendo ver el papel reaccionario de los curas ligados a las castas tradicionales en ese país. Y para subrayar su identidad, inserta un hermoso poema de Alberto Hidalgo titulado «Lenin»
En el número 2 se incluye la intervención del célebre Bernard Shaw en el banquete que le fuera ofrecido con motivo de su 70 cumpleaños y en el que el dramaturgo inglés establece la disyuntiva: capitalismo o socialismo, optando firmemente por el segundo. En la misma edición se publica un artículo de Haya de la Torre: Romain Rolland y América Latina.
En el número 3, y como evidencia de su interés por México incorpora una extensa nota referida a la cinemateca mexicana. En el siguiente, entrega una interesante reflexión de Luis Alberto Sánchez sobre la cultura hispanoamericana y otra de Manuel Seoane sobre el nacionalismo; aunque como matiz indispensable nos permite leer el apasionante trabajo de Hugo Pesce sobre la Revolución Decembrista rusa de 1825.
En el número 5 César Falcón se ocupa del conflicto minero, pero la revista nos entrega también una extremadamente bella muestra de la pintura de Diego Rivera, el artista más destacado de la Revolución Mexicana y un artículo de Vasconcellos sobre América Latina. También, por cierto, un polémico aporte de Leon Trotski acerca de Lenin y un sentido homenaje al Comisario Krassin, emblemática figura del bolchevismo, muerto precisamente en 1926. De él, dice:
«un hombre fuerte, puro, honrado, que ha servido abnegadamente una gran idea humana. Su vida queda como lección y como ejemplo. Su nombre está ya escrito no sólo en la historia de su patria, sino en la historia del mundo».
Como se recuerda, Krassin tenía en los años previos a 1917, la tarea, más bien prosaica, de proveer de fondos a los bolcheviques para su accionar revolucionarios, de modo que no era propiamente un pacífico ciudadano.
En el número 6 se inserta un artículo sobre nacionalismo y revolución de Antenor Orrego y otro titulado «La hora de América» de Félix del Valle, que concluye en el número 7 en el que se complementa con un extenso articulo de Carlos Sánchez Viamonte titulado «Machiavello y Mussolini» y que sirve a Mariàtegui para deslindar claramente con el fascismo.
El número 9, publicado en mayo de 1927 es, quizá, uno de los más conocidos. En su momento dio lugar a la clausura de la revista por parte de la policía y pretexto a la denuncia en torno al «complot comunista». En realidad, insertó un excelente trabajo de Jorge Basadre bajo el título de «Mientras ellos se expanden», que implicaba una cronología sintética de la intervención yanqui en el norte de Panamá, artículo que llenó de ira al embajador de los Estados Unidos en el Perú; pero también, por si eso no fuera suficiente, un homenaje a Lenin y a Sorel.
En el número 10, se incluye un análisis del panorama político mexicano y en el siguiente una nota de Waldo Frank titulada»El redescubrimiento de América», que continúa en el número 12 complementándose con tres artículos de gran interés sobre la Revolución mexicana. En el 13 se publica la Resolución de la Liga Anti imperialista sobre América Latina; y en el siguiente un artículo de gran valor titulado «Novísimo retrato de José Martí»; y en el 15, un estudio de Abelardo Solís sobre el ocaso de la dictadura en Venezuela.
El número 17, es ciertamente el más conocido. No solo porque corresponde al aniversario de esa publicación, sino además porque implica un punto de quiebre: la revista se orienta resueltamente hacia el socialismo, y así lo proclama su director en su editorial más conocido: Aniversario y balance. Añade a eso la publicación de un capitulo de su Defensa del Marxismo -polémica con Henri de Mann- y un enjundioso estudio sobre el Kou Ming Tang chino y el proceso de la revolución en ese país mágico. En el 18, no obstante la ruptura con Haya, Mariátegu incluye un artículo sobre la cultura de América, de Antenor Orrego. Tanto en este numero como en el 19 inserta también capítulos de «Defensa del Marxismo».
El número 20 resalta el papel del gobierno soviético abordando los antecedentes de la Revolución, la organización política soviética, la doctrina del bolchevismo y una apreciación crítica sobre asuntos polémicos: la democracia socialista y la dictadura del proletariado. El ensayo corresponde a Cesar A. Ugarte, cuyas opiniones no necesariamente comparte Mariátegui, por lo que se cuida de añadir su propia Defensa del Marxismo y un artículo de Anatoli Lunatcharsky sobre el desarrollo de la literatura soviética. Además, inserta un excelente trabajo de Jesús Silva Herzog sobre México y su revolución.
En el numero 21 hay un estudio de Tristán Marof sobre Bolivia y la nacionalización de las minas; y en el número 22 un estudio filosófico de Lenin sobre el Kantismo. También incorpora dos valiosas notas en torno a América latina. Una sobre la situación económica de Venezuela y la otra sobre la guerra de El Chaco, que enfrenta a dos pueblos hermanos: Bolivia y Paraguay.
.
En el número 23 inserta un artículo de Henri Barbusse: «La batalla antifascista», su discurso en la apertura del Congreso Antifascista celebrado en Berlín., una nota sobre la plástica revolucionaria en México, un artículo referido al Termidor Mexicano y otro sobre la disputa de El Chaco. En el número 25 vuelve a escribir Luis Alberto Sánchez, pero se inserta un interesante trabajo de Bujarin, prueba de que Mariategui seguía atentamente el proceso de la IC, donde ha sido ya desplazado Zinoviev, el que le diera alas a Haya de la Torre con la tesis del APRA como símil del Kuo Ming Tang. También incluye el discurso de Marcel Cachin en el parlamento francés: «El imperialismo contra la URSS».
En el número 26 toma en cuenta un importante trabajo de Esteban Pavletich sobre la Revolución Mexicana y una nota sobre el Congreso Mundial anti imperialista de Francfort. El número 27 está virtualmente dedicado a la URSS con un balance del primer Plan Quinquenal para la industria del Estado, que incluye los diversos rubros de la producción y del trabajo. También publica una emotiva foto de Sandino y su Estado Mayor colocando una ofrenda floral en Veracruz en homenaje a quienes cayeron resistiendo la agresión de los infantes de marina yanquis. Y en el 28, el último en el que pudo intervenir Mariátegui , además de un emotivo homenaje a Rosa Luxemburgo, está también otro trabajo de Esteban Pavletich en torno a la Revolución Mexicana.
Como puede apreciarse, Amauta, a partir de una definida concepción internacionalista, tuvo incidencia directa en el proceso revolucionario latinoamericano afirmando en él un derrotero socialista neto y una voluntad de lucha a toda prueba.