Podemos decir que la historia de la humanidad es la historia del imperialismo. Es una historia evolutiva según diferentes etapas.
Primero fue el imperialismo puro; con sus religiones y sus guerras de invasión, su colonialismo, su expolio, su esclavismo, etc. Luego apareció el capitalismo, sumándose con sus guerras económicas y usureras, su generación de hambrunas masivas, etc.
Después vino el neoliberalismo “democrático”, introductor de un neocolonialismo aún más voraz que el colonialismo de antaño (cuya primera víctima presidencial fue Lumunba) y con la multiplicación de las transnacionales, con su terrorismo financiero, sus privatizaciones y sus avasallamientos de los Estados, etc.
Actualmente hemos llegado al neoliberalismo global que también podría denominarse el “Imperio universal de las transnacionales”, con sus tratados de libre comercio (TLC), más que entre naciones, entre corporaciones de diferentes zonas del planeta. Que consolidan su poder mediante el Anarco-capitalismo el cual identifica “su libertad” con la opresión del 99%. En todas sus fases evolutivas el imperialismo siempre estuvo dominado por dos pandemias mentales: la obsesión por la acumulación y la manía de la hegemonía que generan todas las violencias mencionadas, guerras invasivas, esclavismo, usura, etc. Un reflejo muy actual de todo esto es el de las protestas de los anarco-capitalistas. El del “tri-fachito” manifestándose el domingo 22 de noviembre-2020, contra la nueva Ley Celaá de enseñanza, reclamando la “libertad de poder elegir” la discriminatoria “Enseñanza Concertada”, pagada por los contribuyentes (El Estado), para que sus hijos no se mezclen con los “piojosos emigrantes”. Muy sintomático de Anarco-capitalismo es que esta protesta del 22-N, pedía libertad en caravana de automóviles, en la que también circulaba una limusina.
Desde hace cerca de un siglo a todos estos “-ismos” se sumó una nueva violencia el productivismo-consumismo. Todo esto constituye un sistema aniquilador de la humanidad y de la biosfera, que hace crecer el PIB oligárquico exponencialmente a base de potenciar tres criminales ideologías: el Anarco-capitalismo, ya descrito, el Eco-fascismo, que usa la palabra “eco” para justificar falsamente la defensa ecológica de la biosfera la Necro-política, reductora de la población humana mediante el proyecto de exterminio de miles de millones de personas. Un sistema que es creador de desequilibrios ecológicos, económicos, de la salud en la naturaleza y en las personas, contaminación, efecto invernadero, Cambio Climático, extinción de la biodiversidad, etc.
El covid-19 no deja de ser una más de entre las múltiples consecuencias de esta “civilización” imperialista milenaria.
¿Pero es que ha esta cadena de calamidades históricas se le puede llamar civilización? Tengo serias dudas. Por esto no estoy del todo de acuerdo con los que claman contra el peligro del “colapso civilizatorio”. Pienso que precisamente lo que necesitamos, con urgencia, es que se produzca cuanto antes este “colapso civilizatorio”. Que se termine este tipo de “civilización” para dar paso a otra cultura que sea humana y ecológica.
Es admirable esa gente totalmente entregada y dispuesta a dar su vida por salvar vidas, merecen todo nuestro cariño y admiración. Pero lo triste es que con esta magnífica actitud sólo salvan algunas vidas. Pero es que no se trata de salvar algunas vidas, se trata de lograr un resuelto final que remueva todas las estructuras para crear otras que no salven sólo unos pocos, sí no a todos. Hay que sustituir la caridad por la solidaridad total que el mundo necesita. Es preciso un reseteo total de este sistema.
Es necesario algo más rotundo: que nadie tenga que verse obligado a huir de dónde ha nacido, ni ser recogido caritativamente por otro continente para que se integre en él y en su cultura. Para que se integre en una cultura globalizada y aceleradamente suicida.