Las masas populares, vosotros, obreros y antifascistas en general, sois los patriotas, los que queréis a vuestro país libre de parásitos y opresores; pero los que os explotan, no, ni son españoles ni son defensores de los intereses del país. (José Díaz, secretario general del PCE desde 1932 hasta 1942).Estaba esperando a que mi amigo […]
Las masas populares, vosotros, obreros y antifascistas en general, sois los patriotas, los que queréis a vuestro país libre de parásitos y opresores; pero los que os explotan, no, ni son españoles ni son defensores de los intereses del país. (José Díaz, secretario general del PCE desde 1932 hasta 1942).
Estaba esperando a que mi amigo Juan Pablo me recogiera con el buga cuando descubrí la noticia en el portal Google News. No me lo podía creer: el rey de las Españas saltándose el guión establecido, enfrentándose directamente a Hugo Chávez; y el presidente del talante ejerciendo de mamporrero del Bigotes, si, del mismo que lo pone a caldo cada vez que huele un micrófono.
Patriotismo de empresa, sucio y vil patriotismo de empresa. La campechanía borbónica, tan publicitada por sus aduladores, se resquebrajó en aquel instante. La posición ideológica de Rodríguez ZP quedó más clara que el agua, demostrando que tiene de socialista lo que yo tengo de cura. Sosomán salió raudo y veloz a defender el honor mancillado de Aznar, luciendo de paso una descomunal miopía eurocentrista (por no llamarla racista directamente) al afirmar que «hasta Carlos Marx era europeo».
Sí, amigo José Luis, Carlos Marx era europeo, al igual que lo fueron Adolfo Hitler, Benito Mussolini o Antonio de Oliveira Salazar. Y también era europeo ese generalito panzón y paticorto, culpable directo del fusilamiento de tu propio abuelo, el capitán republicano Juan Rodríguez Lozano. Francisco Franco, me parece que se llamaba. Todavía vive gente que tiembla al escuchar su nombre.
Sin embargo, dice el rumor que delante de Su Majestad no se puede insultar a Francisco Franco. Es de bien nacidos el ser agradecidos, dice el refrán. Y no podemos olvidar que Juan Carlos le debe el trono al Caudillo, hay que recordar que el 23 de julio de 1969 en el Palacio de las Cortes el actual monarca juró los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional, de rodillas ante Franco. El propio padre del rey, Juan de Borbón y Battenberg, nunca se lo perdonó.
Traicionando a su familia, atropellando los derechos sucesorios de su progenitor, marginando al carlismo, dorándole la píldora al Generalísimo, Juan Carlos acabó ocupando la Jefatura del Estado. Nacía así la Monarquía del 18 de julio, legitimada por una asonada militar que acabó con la vida de un millón de españoles, y que expulsó a cientos de miles de ellos al destierro. Juan Carlos I, rey de los vencedores de la guerra civil.
Ungido por uno de los pocos líderes fascistas supervivientes de la Segunda Guerra Mundial, bendecido por las altas instancias del Imperio, aceptado por los dirigentes de la izquierda antifranquista (que no por las bases), Juan Carlos de Borbón cruzó su particular Rubicón la madrugada del 24 de febrero de 1981, cuando, con el uniforme de Capitán General encima del pijama, en una alocución televisada, paralizó el extraño golpe de estado iniciado en la tarde del 23.
Mucho se ha comentado sobre la actuación del rey en esta trama. Es preciso señalar que dos de las cabezas del putsch, los generales Alfonso Armada y Jaime Milans del Bosch siempre fueron hombres de absoluta confianza del Borbón. También se ha dicho que la respuesta real al tejerazo llegó muy tarde. Lo que es indudable es que tras el 23 F, Juan Carlos se autolegitimó personalmente ante el pueblo español, desligándose de la figura sangrienta del gallego.
De un plumazo, ante aquellas cámaras de televisión, se finiquitaba el franquismo sin Franco en la conciencia colectiva de los españoles, dando paso al consabido juancarlismo. Las apariencias engañan. Las mentiras prefabricadas desde el poder para convencer a un pueblo sumido y derrotado, tras cuarenta años de infamia, funcionan perfectamente desde entonces.
Por fin, en la Cumbre Iberoamericana, el Borbón se soltó la melena, reprendiendo al rebelde Chávez, ordenándole que cerrara la boca y que dejara a Zapatero amparar a su antecesor en Moncloa. Me quedé a cuadros, atónito, desconcertado, al descubrir que Juan Carlos sabía pensar y emitir sonidos por sí mismo, sin necesidad de un escribiente de discursos ad hoc. Qué profundidad de análisis, qué capacidad de sintetización. ¿Por qué no te callas?, en estas cuatro palabras viene condensado el ideario reaccionario español que tanto daño ha hecho a la misma España.
Las hordas fascistas también callaron a Federico García Lorca, llenando su cuerpo de plomo, enterrando su cadáver junto a los de un maestro cojo y dos banderilleros, tan cerca de Aynadamar, la Fuente de las Lágrimas. Las mismas escuadras infernales obligaron a Antonio Machado a cruzar la frontera, para que se acabara muriendo en Colliure, de pura pena.
Estos señoritos, sombríos y repeinados, internaron a Miguel Hernández en Alicante, hasta que se lo llevó la tubercolosis, arrebatándonos a la más joven de nuestras glorias nacionales. Que manía la de hablar más de la cuenta, que manía esa de luchar por los trabajadores y por los pueblos de esta piel de toro. Manía que pagaron con sus vidas Julián Zugazagoitia, Joan Peiró o Lluís Companys, figuras ilustres entre el frío anonimato de las tapias blanqueadas, dispuestas a recibir el rojo sangre de miles de locos que no quisieron callar.
25 años de paz, 25 años de Victoria, 25 años de crímenes impunes. 1963, ya era ministro Manuel Fraga Iribarne, aquel al que le cabía el Estado en la cabeza, amén de otras pequeñeces cómo el dinero de los fondos reservados que le pasó su compinche Felipe en los 80. Los franquistas reformistas presumían del turismo escandinavo, de la belleza de nuestras playas, de la magnificencia de nuestra gastronomía. Mientras, en lo oscuro, la Brigada Político Social detenía al dirigente comunista Julián Grimau, lo apalizaba con saña, tirándolo por la ventana del segundo piso de la Dirección General de Seguridad, en plena Puerta del Sol (*).
Grimau acabó siendo fusilado por jóvenes soldados de reemplazo, que no lograron acabar con su existencia tras 27 disparos, obligando al teniente que mandaba el pelotón, a rematar a Julián con dos tiros en la cabeza. La misma suerte correrían tiempo después los anarquistas Francisco Granado y Joaquín Delgado. Así sellaba las gargantas de los disidentes aquella dictadura terrorista, dictadura que jalean Mayor Oreja o Pío Moa.
Frente a la subversión, el frío acero de una bala. Frente a la lucha sindical, la prisión y la tortura. Frente al libre pensamiento, el camino del exilio. Cuatro décadas ominosas, en las que los obreros españoles aprendieron a callar, a hablar poco y mal.
Te pregunto, Juan Carlos de Borbón y Borbón, Borbón por los cuatro costados de tu esqueleto, ¿Por qué no mandaste callar nunca a Francisco Franco? ¿Porqué no levantaste tu voz gangosa para condenar alguno de sus innumerable asesinatos?
La respuesta es muy simple: Tú formabas parte de aquel régimen represor, eras un importante eslabón dentro del nacionalcatolicismo, fuiste un jerarca del franquismo.
En el sepelio de tú Caudillo y protector, conociste a otro carnicero de infausto recuerdo: Augusto Pinochet Ugarte. Un 11 de septiembre, pero de 1973, lanzó un vendaval de fuego sobre La Moneda, dejándonos sin Salvador Allende. Sus sicarios, torvos y malditos cómo alimañas, mutilaron a Víctor Jara, antes de descargar sobre su cuerpo incompleto su rabia explosiva. Chile quedó herido, por los siglos de los siglos.
Otro de tus colegas de cumbres y saraos, Hassan II, al que le regalaste descaradamente el Sáhara Occidental, calló para siempre a Mehdi Ben Barka , la mente más brillante de la izquierda marroquí, disolviendo su carne muerta en ácido. Lo llamabas hermano, y al canalla de su hijo lo llamas sobrino.
¿Qué me dices de Felipe González Márquez? Os llevabais de lujo, de puta madre diría yo. ¿Has oído hablar alguna vez de las siglas GAL? Te refresco la memoria, Juancar, para otro día no olvides los rabillos de pasas: Los GAL, banda terrorista gubernamental, financiada a costa de los fondos reservados del Ministerio del Interior, responsable de muertes, secuestros y atentados. Guerra sucia contra ETA, Santiago Brouard, José Amedo, Enrique Rodríguez Galindo, José Barrionuevo, Rafael Vera, Segundo Marey, Lasa y Zabala … nombres y más nombres, grabados en cal viva en el debe histórico del PSOE.
Del protagonista implícito de esta bronca no hay que mencionar mucho. Todos conocemos su currículum vitae, su evolución perfectamente lógica, desde el falangismo revolucionario hasta el neoliberalismo españolista. Sus hazañas bélicas, propias de un gris inspector de Hacienda con delirios de grandeza, socavan el futuro de Iraq, segundo a segundo, bajo el fragor de los coches bombas y de las botas de los marines usamericanos.
Cuidadito con ese Hugo Chávez. Es cómo un volcán en ebullición, es el rostro de Nuestra América, un peligro estructural para todos vosotros, señores de la guerra y del mercado. Cuando lo veo en acción, veo el fusil estrellado de Guevara, oigo la palabra libre de Allende, reconozco la furia indomable del Caballo. Es negro cómo Sankara, chino cómo Mao, sabio cómo el tío Ho, una Pasionaria con cojones, un Vladimir Lenin sin perilla. Me emociona y me entusiasma, me encanta que le tengáis tanto miedo, es vuestra antítesis, vuestra némesis.
Mañana, cuando el pueblo en armas tome vuestros Palacios de Invierno, nadie podrá callar a un semejante, porque a nadie le quitarán su voz. Ni dioses, ni amos, ni reyes.
Nota:
(*) Esta técnica la repetirían en 1969 con el estudiante Enrique Ruano, esta vez desde un séptimo piso.
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