hay una sola grieta decididamente profunda y es la que media entre la maravilla del hombre y los desmaravilladores aún es posible saltar de uno a otro borde pero cuidado aquí estamos todos ustedes y nosotros para ahondarla señoras y señores a elegir a elegir de qué lado poner el pie. Mario Benedetti Las acciones […]
decididamente profunda
y es la que media entre la maravilla del hombre
y los desmaravilladores
aún es posible saltar de uno a otro borde
pero cuidado
aquí estamos
todos ustedes y nosotros
para ahondarla
señoras y señores
a elegir
a elegir de qué lado
poner el pie.
Mario Benedetti
Las acciones del SAT parecen haber puesto sobre la mesa el debate sobre qué izquierda necesitamos en Andalucía y el Estado español. No todo está perdido, no todo es lo mismo, no todo balance puede resumirse en un cúmulo de errores, apatía y frustración política.
Es difícil describir la generosidad, el cariño, los abrazos emocionados por parte del pueblo sevillano cuando se unieron las dos columnas, en el final de la Marcha Obrera, al calor del himno de Andalucía, haciendo olvidar el sudor, las agujetas, el esfuerzo acumulado. Pero la verdadera cuestión no es en lo que supusiera la Marcha en sí misma; lo que esto ha dejado patente es que la gente está esperando algo, un nuevo referente de lucha en el que depositar su fuerza, su energía y también su esperanza.
Y la gente no busca dicho referente en esa izquierda refinada e intelectual, moderada y pactista que no ha logrado evitar la sangría de derechos sociales durante los últimos treinta años. Lo busca en un sindicato obrero que afirma, públicamente y en andaluz cerrado, que no hay de qué preocuparse mientras haya viviendas vacías o tierras para ocupar; supermercados repletos o grandes superficies para expropiar.
Con todo, la simpatía popular no proviene en realidad de las afirmaciones del SAT, sino de sus hechos y de la experiencia de que este sindicato no se basa en frases, sino en actos. La gente de a pie está cansada de oír cháchara contra los recortes, el poder político y la banca; de manera intuitiva, ha tomado conciencia de la necesidad de pasar de la mera protesta a la resistencia organizada.
El patriotismo de sigla se revela cada vez más estéril para nosotros y más fértil para quienes, por su calidad de defensores del status quo, intentan refrenar el surgimiento de lo nuevo. El día en el que el SAT haya dejado de ser digno, cumplidor y coherente perecerá en el basurero de la historia o dejará de ser un referente, como dejó de serlo en su día Comisiones Obreras; pero, si llegara ese día, la Andalucía desobediente, que no es desobediente por gusto sino porque no tiene más remedio, ya habría creado otra sigla bajo la que parapetarse y abrir fuego.
Por eso mismo, desde una perspectiva de clase, carece de sentido malinterpretar capciosamente los llamamientos a la unidad por parte del SAT. Unirse a los que luchan es separarse de los que claudican, y limar las grietas que nos separan de otros revolucionarios de los más diversos pelajes implica, inevitablemente, ahondar la grieta que nos separa de la socialdemocracia y de sus infructuosos intentos de domesticar el capitalismo.
Los movimientos sociales, los ocupas y las asambleas barriales parecen haberlo comprendido; de su firme apoyo a la Marcha Obrera del SAT puede deducirse que sus reticencias no eran hacia lo político o lo sindical en sí mismo, sino hacia un modelo entreguista político y sindical determinado.
La izquierda no debe discutir sobre el pasado ni sobre el futuro. Tampoco debe desesperarse por estar todavía tan abajo en la escalera de su asalto a los cielos. Lo que debe hacer es planificar y crear las condiciones que necesita para subir el siguiente peldaño.
En ese sentido, la fidelidad a un partido no debe cegar a nadie hasta el punto de ser antepuesta a una valoración sincera de lo que las víctimas del sistema capitalista necesitan hoy día. Si quienes pactan con el PSOE quieren que nos unamos a ellos, primero han de dejar de pactar con el PSOE, renunciando a ser el cordón umbilical entre el capitalismo y nosotros. Si quienes renuncian a edificar la alternativa sindical al amarillismo quieren que nos unamos a ellos, primero han de renunciar a esa renuncia. Lo primero que necesitamos para subir el siguiente peldaño es destruir el engaño masivo y alienante del bipartidismo y el bisindicalismo, como privilegiados instrumentos de control para canalizar la inevitable respuesta popular.
Las puertas estarán cerradas para quienes nieguen la negación de las consecuencias catastróficas que para el pueblo trabajador han tenido treinta años de predominio del mito de la moderación institucional, que, con su carga de prebendas y su financiación garantizada, se nos muestra como infalible, para luego acabar siempre negociando derrotas como el pensionazo, la reconversión industrial, la reforma laboral o el propio Estatuto de Andalucía. Somos andaluces, pero no ignorantes a los que se pueda engañar con cuatro juegos de manos sobre la «unidad contra el PP», ese burdísimo truco del trilero bipartidista para que nos rindamos al PSOE y su «izquierda posible».
En cambio, y por el mismo motivo, las puertas estarán abiertas para todo el que quiera ocupar, expropiar y transgredir las leyes de la burguesía que garantizan su propiedad, nuestra explotación y nuestra alienación como pueblo y como clase, en la perspectiva de agudizar las contradicciones, acumular fuerza popular y preparar la confrontación revolucionaria contra el Estado burgués.
Una unidad en abstracto, como la noche en la que todos los gatos son pardos, implica desorientación táctica y obvia que sólo conviene unirse a los que efectivamente reman en la misma dirección que nosotros. Llamamos, pues, a la unidad popular contra los de arriba y sus cómplices, contra el parlamento español, contra la Junta de Andalucía, contra los sindicatos amarillos. Construyamos una izquierda desobediente, extrainstitucional, basada en la acción directa, en la propaganda por el hecho, en la ocupación, en la autodefensa y en el poder popular. Las lecciones de moral de los medios de comunicación de la burguesía sobran, porque, como la mujer acosada, el pueblo está legitimado para practicar la defensa propia contra unos criminales que nos aplastan para que los de arriba añadan ceros a sus enfermizas cuentas bancarias.
Hemos constatado cómo la Andalucía institucional promete desobedecer pero obedece y, al servicio de la clase dominante, recorta nuestras conquistas desde la Junta de Andalucía para luego justificarlo como «la decisión menos mala». La Andalucía popular, en cambio, desobedece, se niega a vivir de rodillas; enarbola con orgullo y dignidad su bandera porque, rompiendo los esquemas paralizadores del entreguismo «de izquierdas», ha encontrado al fin una hoja de ruta para no dejarse pisotear por los eternos señoritos.
Las propias necesidades de los explotados nos obligan a decidir de qué lado ponemos el pie, porque las grietas entre la izquierda institucionalista y la izquierda desobediente se han convertido en irreversibles. Y a la hora de efectuar la elección, volverá a ser vital aprender de la historia, ya que, por desgracia para los profesionales de la falsificación, es prácticamente imposible ocultar que fueron los revolucionarios quienes arrancaron, a sangre y fuego, cada conquista social de la historia, aunque más tarde los reformistas se colgaran las medallas para salir en la foto.
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