El más vigente de los intelectuales del Perú contemporáneo, José Carlos Mariátegui La Chira, declaró en una ocasión: «Mi ideal en la vida es tener siempre un alto ideal», fue ese «alto ideal» el que lo impulsó a fundar la Revista Amauta, que serviría no sólo como tribuna de las nuevas ideas sino como organizador […]
El más vigente de los intelectuales del Perú contemporáneo, José Carlos Mariátegui La Chira, declaró en una ocasión: «Mi ideal en la vida es tener siempre un alto ideal», fue ese «alto ideal» el que lo impulsó a fundar la Revista Amauta, que serviría no sólo como tribuna de las nuevas ideas sino como organizador colectivo de una voluntad matinal, que en septiembre de 1926 inició el camino hacia «la conquista no sólo del pan, sino de la belleza».
Se ratificaba así la ascendencia y la autoridad que ejercía Mariátegui sobre un equipo de peruanos, que con el discurrir del tiempo llegaría a ser la expresión de lo más prestigiado y renombrado de la intelectualidad, y en el ámbito de la escena contemporánea mundial, es una muestra de la autoridad y prestigio del autor de los 7 Ensayos, lo que facilitó que lumbreras del humanismo y del socialismo escribieran para Amauta. .
Si se tiene en cuenta las enormes vicisitudes materiales y las limitaciones físicas, que lo atrincheraron – no postraron – en una silla de ruedas, el mérito de Mariátegui es sencillamente extraordinario. No fue fácil coronar con éxito una tarea difícil, más aún cuando de antemano Amauta se concibió no como un fin sino como un medio. «Esta revista, en el campo intelectual, no representa un grupo. Representa, más bien, un movimiento, un espíritu.», señaló Mariátegui en su Presentación.
Amauta nace con una personalidad definida, de ahí su sobriedad y su ponderación. En sus páginas no se encuentra la frase emotiva e incendiaria, tampoco el verbo monótono academicista. Pensamiento y lenguaje, sonido y significado son una unidad presente y una unidad histórica. El mismo nombre Amauta (maestro en quechua) era, ni más ni menos, que recuperar la palabra y darle vigencia. Para Mariátegui, Amauta debía ejercer un nuevo magisterio, «la palabra adquiere con esta revista una nueva acepción» y reitera: «El objeto de esta revista es plantear, establecer y conocer los problemas peruanos desde punto de vista doctrinarios y científicos. Pero dentro del panorama del mundo».
Amauta habría de remecer como un intenso movimiento telúrico, los cimientos del viejo orden aristócrata y criollo e iría afirmando una corriente de opinión donde destacaba Mariátegui, un hombre extraordinario, que había convertido al periodismo en su patria intelectual, como lo dijo Jorge Basadre.
Mariátegui sabía que una tendencia espiritual nueva para que se convierta en fuerza material necesita que los intelectuales progresistas y revolucionarios confluyan en un espacio común, a fin de multiplicar la fuerza de las ideas. «El movimiento – intelectual y espiritual – adquiere poco a poco organicidad. Con la aparición de Amauta entra en una fase de definición.»
Por entonces el movimiento renovador es diverso. Mariátegui mejor que nadie percibe sus contradicciones; a pesar de todo, hay necesidad de mancomunar esfuerzos, pues, «por encima de lo que los diferencia, todos estos espíritus ponen lo que los aproxima y mancomuna: su voluntad de crear un Perú nuevo dentro de un mundo nuevo».
Si la obra que hay que acometer es democrática, tarea que la burguesía peruana no fue capaz de asumir, si la lucha «no es sólo por el pan, sino por la belleza», la presencia de los intelectuales y artistas auténticos era necesaria. Por último, siempre será necesaria. Por eso la revista abre sus páginas a poetas de la talla de José María Eguren, sólo para citar un nombre, el poeta «puro» mejor logrado del Perú.
Por lo demás, Mariátegui La Chira lo había señalado: «Estudiaremos todos los grandes movimientos de renovación políticos, filosóficos, artísticos, literarios, científicos. Todo lo humano es nuestro» y por eso lo difunde con entusiasmo juvenil y con perseverancia de maestro sabio.
Una revista como Amauta, que no dedicaba sus páginas a hacer apología al poder estaba expuesta a la arbitrariedad de un régimen como el de Leguía y de un poder retrógrado que siempre tuvo una visión policíaca de las ciencias sociales y de la cultura.
No tiene por qué extrañarnos entonces que en los primeros días de junio de 1927, se hiciera un operativo para desbaratar un supuesto «complot» de «comunistas criollos», expresión que usó la derecha por primera vez y que después han repetido como un sonsonete. El número 8 de Amauta había dedicado un especial a la injerencia e influencia yanqui en nuestro país y en el continente. La burguesía norteamericana, exigente como la voluptuosa Salomé del viejo Testamento, exigió que el gobierno peruano le muestre en bandeja de plata la clausura de Amauta y la prisión de los ciudadanos que la animaban. Mariátegui, enfermo, fue recluido en el Hospital Militar de San Bartolomé, a los demás los confinaron en la isla de San Lorenzo.
Mariátegui dio una lección de integridad y valor. Su condición de «marxista convicto y confeso» la asumió con orgullo, y deslindó contra todo intento de confundirlo con un vulgar conspirador de ocasión. Cuando reapareció Amauta, en diciembre de 1927, su espíritu era el mismo de su director: «No nos detendremos en la consideración de un incidente que, en pocos meses, se ha quedado ya atrás en nuestra ruta (…) Nos interesa la meta más que el camino (…) La temporal clausura de Amauta pertenece a su biografía más propiamente que a su vida. El trabajo intelectual, cuando no es metafísico, sino dialéctico, vale decir histórico tiene sus riesgos»
En el lapso de dos años, Mariátegui había desarrollado una labor intensa, de propaganda y difusión de la teoría socialista, del sindicalismo de clase y de educación popular como docente de la Universidad González Prada. Había establecido contacto y publicaba artículos de los intelectuales más prestigiados del mundo Henrry Barbusse, Romain Rolland, Miguel de Unamuno, Máximo Gorki, Waldo Frank, Anatole France. Los peruanos César Vallejo, Luis E Valcárcel, Martín Adán, César Falcón, José Sabogal, entre otros, se convierten en animadores de una corriente y de una concepción que iba desechando la paja del grano.
Cuando Amauta llega a su segundo aniversario afirma ya una opción: «Amauta no es una diversión ni un juego de intelectuales puros: profesa una idea histórica, confiesa una fe activa y multitudinaria, obedece a un movimiento social contemporáneo. En la lucha entre dos caminos, no se nos ocurre sentirnos espectadores ni inventar un tercer camino. En nuestra bandera, inscribimos esta sola, sencilla y grande palabra: Socialismo (Con este lema afirmamos nuestra absoluta independencia frente a la idea de un Partido Nacionalista, pequeño burgués y demagógico)»
Era evidente entonces que Mariátegui tenía ya una meta y ésta no era otra que el socialismo; no es verdad, como lo sostienen algunos marxisfobicos que hacen de esta enfermedad una profesión rentable, que Mariátegui fuera ajeno al marxismo y que haya creado un supuesto mariateguismo, entendiendo a éste como una doctrina propia que en el pensamiento y la obra de Mariátegui no se dio nunca.
La frase: «Amauta, por otra parte, no tiene necesidad de un programa; tiene necesidad de un destino, de un objeto», significa, así lo entendemos, que la Revista no sería órgano oficial de la organización partidaria, aunque coincidía con ésta en sus grandes objetivos y metas.
Hecho el balance, Mariátegui es consciente que se ha avanzado: «Amauta ha sido, en estos dos años, una revista de definición ideológica, que ha recogido en sus páginas las proposiciones de cuantos, con título de sinceridad y competencia, han querido hablar a nombre de esta generación y de este movimiento».
Se abre entonces la segunda etapa y hay que reajustar el lenguaje. «En la segunda jornada, no necesita ya llamarse revista de la nueva generación, de la vanguardia, de las izquierdas. Para ser fiel a la Revolución, le basta ser una revista socialista.»
Desarrolla de una manera magistral la propuesta socialista para el Perú, deslindando con las tesis reformistas y oportunistas de Haya de La Torre. Amauta tiene el mérito de transmitir el mensaje de su creador, lo hace con absoluta sinceridad y honestidad: «La revolución latinoamericana, será nada más y nada menos que una etapa, una fase de la revolución mundial. Será simple y puramente, la revolución socialista. A esta palabra, agregad, según los casos, todos los adjetivos que queráis: «antiimperialistas», «agrarista», «nacionalista-revolucionaria». El socialismo los supone, los antecede, los abarca a todos».
Al mismo tiempo, nos formula un gran reto: «No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano. He aquí una misión digna de una generación nueva»
«Capitalismo o socialismo. Es el problema de nuestra época»
En plena globalización, en donde supuestamente el mito de Mariátegui ha muerto, las posiciones nacionalistas y antiimperialistas, las tendencias alternativas al neoliberalismo, las corrientes socialistas, necesitan volver a Mariátegui; tener en cuenta que hay que partir de nuestra propia realidad y con nuestro propio lenguaje, darle curso a un proceso que no ha concluido porque la humanidad sigue presa de la voracidad del capital.
No hay que darse por vencidos. Los procesos hacia la liberación de los pueblos son vastos y son dialécticos. Mariátegui lo dice en Amauta:
«No vale la idea perfecta, absoluta, abstracta, indiferente a los hechos, a la realidad cambiante y móvil; vale la idea germinal, concreta, dialéctica, operante, rica en potencia y capaz de movimiento.
Para los socialistas y revolucionarios de Latinoamérica, Amauta, la revista de Mariátegui sigue ejerciendo magisterio.