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Ante la crisis sindical… volver a ser movimiento

Fuentes: La Hiedra

La crisis económica no solo está impactando en la esfera de la política, también lo está haciendo sobre los sindicatos. El sindicalismo tradicional está en crisis y aparece neutralizado como sujeto activo frente al empeoramiento social y laboral. Pero crisis también significa momento de replanteamientos y oportunidades. Analizamos aquí el porqué de la degeneración de […]

La crisis económica no solo está impactando en la esfera de la política, también lo está haciendo sobre los sindicatos. El sindicalismo tradicional está en crisis y aparece neutralizado como sujeto activo frente al empeoramiento social y laboral. Pero crisis también significa momento de replanteamientos y oportunidades. Analizamos aquí el porqué de la degeneración de los sindicatos mayoritarios desde la transición y planteamos que la movilización social y la apertura de alternativas políticas puede tener su traslación también en el plano sindical, siempre que se sea capaz de hacer un cambio global hacia una perspectiva político-transformadora.

El sindicalismo está metido en un problema en todo el mundo. Muchos son los cambios en el ámbito global que han acontecido en los últimos treinta años y que han puesto a los sindicatos en un aprieto. El sindicalismo en el Estado español no ha estado ajeno a esas transformaciones y por lo tanto se ha visto afectado por los cambios económicos y políticos de carácter internacional o Europeo. Por otra parte, la crisis del sindicalismo en el Estado español también tiene factores endógenos que derivan de las relaciones históricas entre los sindicatos mayoritarios, CCOO y UGT, y los partidos políticos (y su evolución) y del diseño institucional creado durante la transición.

En referencia a los factores internacionales, la globalización y el aumento de la competencia económica internacional supusieron el abandono del Fordismo como modelo paradigmático de relaciones industriales. A esto se le unió el fin de los «años dorados» del capitalismo y la sustitución del keynesianismo por el neoliberalismo en los 80 como política económica dominante. El pacto social entre los partidos socialdemócratas o democristianos y los sindicatos, que sustentó treinta años de expansión y consolidación de derechos laborales y sociales, se ha desintegrado. La política económica de la socialdemocracia ha ido igualándose cada vez más a la de la derecha económica debido a su interés por conseguir el apoyo electoral del «votante mediano» y no solo el de la clase trabajadora de mono azul. En la práctica, la combinación de estos factores ha significado una progresiva desregularización de los derechos de las trabajadoras y el abandono de la idea de que los gobiernos tienen que incluir a los sindicatos en los procesos de toma de decisiones.

Este cambio en la balanza de poder, negativo para los sindicatos, no solo viene provocado por la crisis de la socialdemocracia. Los cambios económicos internacionales han dado lugar a una alteración de la solidaridad de clase. El descenso de algunos sectores como la industria (que ha sido el tradicional caldo de cultivo para el sindicalismo tradicional) y el ascenso de otros como el de servicios, junto con el aumento del trabajo a tiempo parcial, temporal y precario, han contribuido a tal fenómeno. La segmentación del mercado laboral entre sectores con condiciones laborales mejores y más estables y una capa flotante de trabajadoras precarias ha dificultado el mantenimiento de una conciencia de clase unitaria.

Los sindicatos lo han tenido muy difícil para organizar a los y las trabajadoras «atípicas» usando sus estructuras organizativas tradicionales, lo cual no quiere decir que sea imposible. A finales del siglo XIX y principios del XX el mundo laboral era más precario que ahora y se vivieron importantes luchas laborales. Esto conecta con lo que se podría interpretar como un factor subjetivo que ha llevado a los sindicatos a moderar sus estrategias. Es decir, aceptando que sin duda hay obstáculos materiales, también hay que señalar el efecto desmoralizador que la hegemonía del neoliberalismo y las derrotas de la lucha obrera de los 60 y 70 han tenido en los sindicatos, los cuales han disminuido el nivel de luchas laborales contribuyendo a su vez a desalentar que la clase trabajadora impulse un proyecto de emancipación.

Esto tiene relación con el segundo tipo de factores que han contribuido a la crisis del sindicalismo español: las características peculiares del sindicalismo del Estado español. El diseño institucional y organizativo de los sindicatos mayoritarios españoles, CCOO y UGT, se realizó en un momento concreto de la historia, la transición, con el objetivo de satisfacer unas necesidades específicas. La constitución, por ejemplo, de las elecciones sindicales y de las cláusulas de extensión que permiten a todas las trabajadoras estar cubiertas sin necesidad de estar afiliadas al sindicato fue una conquista democrática muy importante de aquella época pero ha tenido efectos perversos a largo plazo. El sindicalismo español ha sido definido como un «sindicalismo electoralista» que no ha motivado a las centrales mayoritarias a seguir movilizando a los trabajadores/as a través de otras formas de acción de carácter más militante. Pero las elecciones sindicales por sí solas no han provocado la moderación sindical. A esto se le suma la existencia de la unidad de acción que ha venido facilitada por la convergencia ideológica entre las dos centrales mayoritarias. Por una parte, CCOO abandonó sus objetivos de transformación social cuando el PCE (su partido de referencia en la transición) adoptó el Eurocomunismo y avanzó hacia una perspectiva más centrista. UGT rompió sus relaciones formales con el PSOE cuando este aplicó las reformas estructurales de los 80 pero esto no supuso un desvío ideológico. Ambos sindicatos se han encontrado ideológicamente en el centro, en una visión socialdemócrata y de «integración social» que ha priorizado el diálogo social sobre la confrontación y que ha desmovilizado progresivamente a las trabajadoras. La aceptación de la lógica del consenso y del pacto social durante la transición propulsó la adopción de la estrategia de «integración social», que tiene como objetivo incluir a la sociedad en su conjunto en las reivindicaciones sindicales y no solo a la clase trabajadora1, aceptando los márgenes de lo posible y contentando el estatus quo económico.

Otro factor que ha contribuido a la moderación sindical ha sido la muy nombrada dependencia de los sindicatos de los recursos económicos e institucionales del Estado. A pesar de contar con cifras de afiliación moderadas, CCOO y UGT han sido tratados tanto por gobiernos del PSOE como del PP, así como interlocutores sociales legítimos desalentando el desarrollo de un sindicalismo de confrontación política. El problema se encuentra en que, como he mencionado antes, los partidos tradicionalmente socialdemócratas han adoptado el neoliberalismo como política económica y los sindicatos se han quedado sin compañeros en los Gobiernos para poder llevar a cabo sus reivindicaciones. Además, partidos que no han girado hacia el neoliberalismo como Izquierda Unida no han tenido el peso suficiente en el Parlamento para hacerlo.

La crisis sindical en el Estado español tiene además otras fuentes o efectos, según como se mire. Los sindicatos mayoritarios cuentan con un creciente descrédito por parte de la opinión pública. La generación de una burocracia de sindicalistas despegados de las luchas de base y la adopción de procesos de toma de decisiones jerárquicos han dado lugar a una esclerosis organizativa que hace realmente difícil la puesta en marcha de propuestas innovadoras y rupturistas por parte de sectores críticos de la militancia. El colmo de ese proceso de decadencia de los sindicatos han sido los casos recientes de corrupción en CCOO (seis consejeros relacionados con el escándalo de las tarjetas negras) y UGT (los EREs y la estafa de los cursos de formación en Andalucía).

Con todo esto, no ha sido sorprendente observar que los y las trabajadoras hayan incluido a los sindicatos mayoritarios como parte de lo que ahora se denomina la «vieja política»2 y de la crisis global que las instituciones democráticas que surgieron del régimen del 78 están experimentando. La interpretación popular de las centrales sindicales es similar a la que se hace de los partidos políticos de la casta (usando terminología de Podemos) ya que ambos habrían vendido al pueblo para mantener sus propios intereses. Una parte de esta visión está fundamentada en la larga tradición de CCOO y UGT de priorizar los pactos sociales respecto a la movilización sindical y de su consentimiento de la moderación salarial a cambio de tener un hueco en el teatro de la política institucional y poder mantener así sus intereses organizativos3. Todo esto se ha visto acentuado por la crisis económica. Los cambios recientes introducidos por las reformas laborales implementadas durante la crisis dificultarán aún más la representación de las trabajadoras4. El diálogo social también se ha resentido durante la crisis. Aun así, y aunque tanto el PSOE como el PP han ignorado a los sindicatos en las tomas de decisiones, estos no han puesto en marcha una estrategia de movilización sostenida contra las políticas de austeridad. Las huelgas y manifestaciones han tenido como principal objetivo reclamar su papel como interlocutores en la concertación social pero ni siquiera la realización de tres huelgas generales entre 2010 y 2012 se puede considerar como una verdadera movilización de las trabajadoras. La estrategia de los sindicatos durante la crisis quedó retratada cuando Rosell, el Vicepresidente de la patronal, calificó a CCOO y UGT como «superresponsables» en el diario ABC porque han firmado todos los acuerdos de negociación colectiva durante la crisis a pesar de la reducción de derechos.

Revitalización sindical

Los debates sobre estrategias de revitalización de los sindicatos están a la orden del día en toda Europa ya que la crisis sindical es un fenómeno común. La mayoría de los sindicatos han intentado poner en marcha estrategias de afiliación de las trabajadoras «atípicas» como medida para recuperar su influencia. Aunque organizar a las precarias sea una tarea ineludible por parte de los sindicatos para movilizar a la clase trabajadora en el siglo XXI, existen dudas sobre si los sindicatos acomodados, como CCOO y UGT, pueden alterar de manera suficiente sus estrategias, estructuras, prácticas, etc., para poder responder a todos los retos que se enfrentan. En ese sentido, algunos activistas del entorno de Podemos han propuesto la creación de un sindicato alternativo, Somos sindicalistas, que si bien no está ligado formalmente a la formación política sí que nace con los mismos principios éticos relacionados con la transparencia, la honestidad y la participación. Por el momento, Somos sindicalistas es un grupo de trabajadoras que ha presentado los Estatutos en el Ministerio y está a la espera de su aprobación por lo que no podemos hacer una valoración real de su propuesta. Aun así, podemos realizar algunas reflexiones. Por una parte, la constitución de un sindicato por un partido político no es deseable si se quiere construir un sindicato transversal que represente a toda la clase trabajadora, lo cual parece coincidir con la línea de Somos al desligarse de Podemos. Por otra parte, la creación de un sindicalismo político-transformador parece ser una apuesta necesaria. Un sindicato que quiera plantarle cara a los retos actuales tendría que trabajar en tres ejes principales. Primero, poder organizar y movilizar a las precarias. Un sindicato debe organizar a todas las trabajadoras, pero a lo que me refiero aquí es que un sindicato transformador tendría que abrir sus estructuras para poder organizar nuevas formas de relaciones laborales. Ya existen varias propuestas al respecto, como es la de crear el sindicato en torno a núcleos geográficos5 como los barrios o utilizar las nuevas tecnologías para fomentar la participación.

Esto facilitaría también el desarrollo del segundo eje: la vuelta a un sindicalismo como movimiento social. Debido a que las experiencias de socialización de la clase trabajadora ya no están ligadas a la fábrica, es clave encontrar nuevos espacios de socialización que puedan crear los mismos mecanismos de pertenencia e identidad. A su vez, esto está en relación con el tercer eje: la creación de una organización democrática de base y asamblearia que pueda evitar los vicios de los sindicatos burocratizados. La participación igualitaria de todas las trabajadoras en la toma de decisiones y la existencia de mecanismos de rendición de cuentas y revocabilidad son fundamentales para, al menos, obstaculizar la aparición de prácticas elitistas y corruptas.

¡Sí, se puede! ¿también en el sindicalismo?

La crisis económica también ha dado lugar a experiencias que apuntan a que el margen de maniobra para construir un sindicalismo transformador es más amplio de lo que el diagnóstico de la crisis sindical pudiera dar a entender. La aparición de las mareas es una prueba de que en momentos de conflicto la lucha de las trabajadoras puede llegar a tensar las estructuras burocráticas de los sindicatos para abrirlas a procesos democráticos y de base. La creación de espacios asamblearios se extendió en diversos sectores como sanidad y educación entre 2011 y 2012, un fenómeno que estuvo relacionado con el momento de alta movilización política que se vivió por entonces con el desarrollo del 15-M y del movimiento de los indignados.

La reticencia en un principio de los indignados a participar en movilizaciones convocadas por los sindicatos mayoritarios y viceversa se vio superada en varias ocasiones en las que se llevaron a cabo protestas comunes. Un gran momento de confluencia fue la «Marcha Negra» de los mineros en Madrid en verano de 2012 a la que se sumó el 15-M. Además, las mareas han conseguido varias victorias como la paralización por parte de la marea blanca de la privatización de hospitales en Madrid. Durante los últimos años también hemos visto que, a pesar de las barreras materiales impuestas por la crisis, la organización de las clases populares puede conseguir conquistas sociales importantes como por ejemplo nos ha mostrado la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH).

Las victorias laborales en periodos de recesión económica no son tampoco imposibles como han demostrado la reciente orden de la Audiencia de readmitir a los despedidos del ERE de Coca-Cola o la mejora de las condiciones laborales de las modelos de la facultad de Bellas Artes de Sevilla, entre otros ejemplos. Además, apostar por una estrategia de confrontación puede tener el efecto de revertir la desmoralización que he comentado anteriormente.

En este sentido, la creación de un sindicalismo político-transformador podría tener diversas fuentes. Por una parte, esto se podría intentar conseguir dentro de CCOO y UGT a través de la participación de activistas que fomenten estas ideas. Un ejemplo de esto es la creación reciente de Ganemos CCOO, un grupo de sindicalistas críticos dentro de CCOO, abiertamente opuesto a la lógica de pacto sociales y que apuesta por un sindicalismo combativo. Por otra parte, es evidente que ya existen sindicatos en el Estado español que están trabajando en los ejes de revitalización. El SAT en Andalucía o la CGT llevan años apostando por un sindicalismo rupturista. Sea como sea, de lo que se trataría ahora es de conseguir que ese sindicalismo político-transformador sea también mayoritario.

En un momento en el que las clases populares parecen estar girando sus preferencias hacia la izquierda del espectro político no es descabellado afirmar que existe una ventana de oportunidad para que haya un cambio en el terreno sindical. Este sería un paso clave y necesario para conseguir reordenar la balanza de fuerzas hacia posiciones ideológicas que rompan con el neoliberalismo y que busquen mejorar la calidad de vida de las trabajadoras.

Notas

1 Como se argumenta en Hyman, Richard, 2001: Understanding European Trade Unionism Between Market, Class and Society. London: SAGE Publications.

2 Luke Stobart desarrolla esta idea en el artículo «Podemos, 15M y la antipolítica» publicado en este número de la Hiedra.

3 Alberto Oliet Palá ha desarrollado ampliamente este argumento en su libro: Oliet Pala, Alberto, 2004: La concertación social en la democracia española. Crónica de un difícil intercambio. Valencia: Tirant lo Blanc.

4 Para más información Aragonés, Vidal, 2014: «Nuevos modelos de relaciones laborales de la burguesía, recomposición de clase y acción sindical» La Hiedra n. 8, enero 2014. Disponible en: http://bit.ly/1aaCxoq

5 Castaño Tierno, Pablo, «Hacia un sindicalismo urbano (Harvey en Madrid)», eldiario.es (online), 11/10/2014 http://bit.ly/1wP5leP

 

Angie Gago (@angiegagoflores), investigadora especializada en sindicalismo.

Fuente: http://lahiedra.info/ante-la-crisis-sindical-volver-a-ser-movimiento/