Hemos vuelto a ver a los grises en la Complutense. Cuestión de memoria. Lo sabíamos de las fotos, de los relatos de los mayores. Ahora visten diferente, pero es la misma historia. Durante el franquismo, la desesperación de una dictadura que se prometía eterna. Ahora, la desesperación ante una democracia que, más allá del nombre, […]
Hemos vuelto a ver a los grises en la Complutense. Cuestión de memoria. Lo sabíamos de las fotos, de los relatos de los mayores. Ahora visten diferente, pero es la misma historia. Durante el franquismo, la desesperación de una dictadura que se prometía eterna. Ahora, la desesperación ante una democracia que, más allá del nombre, es una burla. Uno de cada dos jóvenes está en el paro (en realidad, el 57%). Las tasas universitarias se han duplicado. Salir de casa de tus padres antes de los 30 años parece ciencia ficción, aunque salir de «casa de tus padres» cada vez más podría decirse salir de casa de los abuelos, lo que hace la cosa más insultante. Se publican las cifras de paro pero nadie del gobierno comparece. Sabemos que el PP ha ganado las elecciones gracias a la red Gürtel (claro que los errores del PSOE han ayudado, pero ¿podría haber ganado el PP sin la red que le ha brindado Correa, Bárcenas y compañía), pero no hay responsables en la cárcel. El único juzgado y condenado ha sido Garzón. Oímos los relatos de los parados de larga duración. Desesperación. Ana Mato tiene coches de alta gama en su garaje y ni siquiera lo nota. Unos tanto y otros tan poco. El Eclesiastés recuerda que tanta desigualdad es una invitación a un diluvio social.
Urdangarín está en su mansión. Estudiantes universitarios duermen en comisaría. Algo huele a podrido al sur de los Pirineos. ¿Cómo se gestiona la desesperación? ¿Qué caminos están dejando en nuestro país los que están dinamitando el artículo 1 de la Constitución? Decía Oliverio Girondo que conociendo a Van Gogh, lo extraño no es que se cortara una oreja, sino que no se cortara también la otra. Con seis millones doscientos mil parados, ¿lo peor que pasa es que unos estudiantes universitarios, protestando por los recortes en la enseñanza pública, se encierran en la facultad y se ponen gallitos con la representación del poder académico? Unos quizá metan la pata. Otros han diseñado la exclusión de la mitad de la sociedad. ¿Con quién nos enfadamos?
Sin violencia somos más, qué duda cabe. Y las medidas de fuerza que no tienen respaldo popular se convierten en estupideces con alto coste personal. En cualquier lado (basta ver la convocatoria Asedia el Congreso, fácilmente estigmatizable). ¿Contra quién dirigimos la rabia? Si toda la presión que se puede ejercer la sufre un compañero (que está plenamente comprometido con la necesidad de salir de esta patraña de democracia) estamos bien desencaminados. Amanecer Dorado está repartiendo comida y sumando votos. Parece evidente que el cuerpo pide rabia -nos están robando nuestro futuro en nuestras narices- pero la violencia que no sea estrictamente defensiva está olvidando la relación entre táctica y estrategia. Se trata de sumar gente. De hablar con los estudiantes, de construir hegemonía, de salir de los círculos cerrados de los que piensan estrictamente como nosotros. Si repetimos tra vez el sectarismo de la izquierda, si pensamos que tenemos la verdad y los demás son una cuerda de imbéciles, si nos creemos los héroes y los demás los cobardes, no vamos a ningún lado. Un círculo vicioso acariciado siempre por análisis mediocres.
El neoliberalismo ha triunfado porque nos convenció de que no había alternativa. Ya sabemos que eso es mentira. Ahora va a intentar convencernos fragmentándonos. No dejemos que nos separen más. Es momento de hablar. Mucho. Para que el 90% entienda la necesidad de cambiar. Para que el 90% entienda que su silencio es el verdugo que tiene en su cabeza. Sólo así el miedo va a cambiar de bando. Es sensato recordar a cualquier antidisturbios descerebrado que no vivimos en el franquismo. Y es mucho más sensato que cualquier antidisturbios con maneras de matón se sienta tan solo que no le quede otra que salir corriendo de su propia miseria. Reflexionemos todos. Ninguna medida de fuerza contra los iguales puede tener éxito. Llamar a los antidisturbios para que solventen tus problemas es como llamar a la OTAN para que traiga la democracia. Meter a los antidisturbios en la Universidad es una vergüenza. Errores, errores y más errores.
Para que el miedo cambie de bando, pensemos mucho antes de levantar la mano, de dejarnos llevar por la rabia, de equivocarnos con lo que corresponde ahora. A día de hoy, les ha asustado más expropiar siete carritos de un supermercado que vapulear a ningún Robocop. Hacer política implica un nivel más alto de conciencia. Leamos la historia. Están deseando que nos equivoquemos.
Fuente: http://www.lamarea.com/2013/04/26/antidisturbios-en-la-complutense-universitarios-en-la-trituradora/