Hablar de mayores suele ser, en general, hablar de pensiones y de cuidados. Y es normal: ambas cosas son fundamentales en la etapa final de nuestras vidas. Dos temas, pensiones y cuidados, que tienen un futuro muy incierto -sobre todo para las generaciones futuras- si permitimos que se pongan en práctica los planes que tiene […]
Hablar de mayores suele ser, en general, hablar de pensiones y de cuidados. Y es normal: ambas cosas son fundamentales en la etapa final de nuestras vidas. Dos temas, pensiones y cuidados, que tienen un futuro muy incierto -sobre todo para las generaciones futuras- si permitimos que se pongan en práctica los planes que tiene para ellos la élite financiero-económico-política que realmente nos gobierna. En su afán de ampliar el área de negocio a todo tipo de ámbitos, las pensiones y los cuidados, que hasta ahora tienen un fuerte componente público, los van a tratar de privatizar al máximo bajo el argumento falaz de que son insostenibles económicamente. A estas alturas, resulta muy evidente que la actual forma capitalista neoliberal de funcionar y organizar la sociedad sólo favorece a unas élites muy reducidas que, debido a su inmenso poder (cada vez más global) imponen sus decisiones a través de instituciones manejadas por ellas mismas con el fin de apropiarse de la mayor parte de la riqueza a costa de empobrecer cada vez más a la inmensa mayoría de la población. Las personas mayores constituimos una de las presas de esa ansia de rapiña.
Sin embargo, preocuparnos sólo por las pensiones y cuidados supondría renunciar a vivir con la intensidad que se merece el último tramo de la vida, afortunadamente cada vez más largo. Basta un par de datos: en Navarra tenemos la esperanza de vida más alta del Estado, 81 años para los hombres y 87 para las mujeres, y por otro lado, uno de cada cuatro electores somos mayores de 65 años. Aunque sólo fuera por nuestra importancia cuantitativa, las personas mayores deberíamos jugar un papel fundamental en la sociedad.
No obstante, en la cultura capitalista actual, el papel social de las personas mayores (salvo en lo que se refiere al apoyo familiar que hemos tenido que potenciar en esta crisis) es muy reducido. Es más, algunas personas de esa élite (M. Lagarde, por ejemplo) lo dicen ya sin ningún pudor: vivir tanto es un problema y sería mejor si viviéramos menos. La explicación de esta percepción de las personas mayores es bastante fácil si nos fijamos en la lógica del sistema: el capitalismo se basa en el máximo beneficio, requiere el máximo crecimiento económico y, para ello, necesita inducir un consumo desaforado; otros valores básicos son, además del consumismo, el individualismo, la competitividad, el afán de acumular dinero, la no implicación en los asuntos de la colectividad…Sobre esta base, nos educan desde la más tierna infancia para ser productores eficientes, consumidores voraces, individuos egoístas, pasivos y sumisos. No nos forman para ser personas con dignidad, conscientes, críticas, solidarias, activas, preocupadas por el bien común presente y mucho menos futuro. Todo esto se considera disfuncional en este sistema. El éxito y el reconocimiento social se circunscribe al ámbito profesional-productivo.
Pues bien, desde esa concepción de la vida y de la sociedad, las personas mayores nos convertimos en elementos residuales en cuanto terminamos la vida laboral, constituyendo, según ellos, un grave problema económico y social, tanto por el coste que suponen nuestras pensiones como por el aumento de las atenciones sanitarias y de cuidados que se precisan. Poco importa que nuestra contribución a las pensiones y a los servicios públicos durante muchos años de cotización y de impuestos haya financiado sobradamente los derechos que ahora nos pertenecen. Se afanan por hacer recaer sobre las personas mayores y sus familias el coste de todos esos gastos, proponiendo la cofinanciación de las primeras y la mercantilización de las segundas con el fin de ampliar su negocio. Consecuencia de todo el ello es la tendencia a la segregación del resto de la sociedad: apartadas y aparcadas, es decir, separadas del resto en gran parte de las facetas de la vida: grandes residencias, ocio para mayores, locales específicos de reunión…
Nos rebelamos ante esta tendencia y nos oponemos a este tipo de planteamientos. Queremos vivir intensa, intergeneracional y activamente en todos los ámbitos de la vida social. Aunque nuestras capacidades físicas e intelectuales se vayan limitando con el paso del tiempo, queremos seguir creciendo personalmente, aprendiendo, disfrutando de la vida, relacionándonos con gente de todas las edades, implicándonos en mejorar este mundo cada vez más inhumano y peligroso; dentro de las posibilidades de cada cual y de cada momento, queremos vivir con intensidad y dignidad. Y también queremos aportar nuestros conocimientos y nuestras experiencias a las generaciones que nos siguen. Además de ser necesario para favorecer nuestra participación social y para vivir nuestra vida en plenitud, no hacerlo supone un enorme despilfarro social que no se puede permitir. El hecho de que ya no seamos «fuerza de trabajo», no quiere decir que nuestras aportaciones tengan menos valor social.
Desde Aranzadi. Pamplona en común nos planteamos la necesidad de este giro radical en la forma de entender y enfocar la importante fase de la cada vez más larga vida postlaboral. En concreto, proponemos que las entidades locales garanticen la subsistencia en todos los ámbitos de la vida de las personas mayores que lo necesiten, mediante ayudas económicas complementarias, la ampliación del programa de Atención a Domicilio y otras fórmulas de alojamiento que les permitan seguir viviendo en su propio ámbito vital, con ayudas para asistencia sanitaria o farmacéutica, etcétera. Pero, además de estas medidas para una subsistencia digna, también planteamos el fomento de una participación socio-cultural de las personas mayores con criterios de integración intergeneracional: programas socio-político-culturales consensuados con las organizaciones de mayores, actividades suficientemente financiadas para el envejecimiento activo, creación de una Agencia municipal sobre las personas mayores que se comprometa a poner en práctica las propuestas razonadas de este colectivo. Y, para todo ello, propugnamos que los ayuntamientos sean agentes activos y reclamen las competencias y recursos necesarios para incidir con fuerza en este y otros campos.
Desde un enfoque municipalista, la ciudad se ha de convertir así en un espacio privilegiado para que las personas mayores, junto con las de otras edades, puedan compartir el aprendizaje, la enseñanza y la participación ciudadana activa hasta el final, para una vida digna vivida con la máxima plenitud.
Asun Aristu, María Luisa Carasusán, Javier Echeverría, Begoña Sesma, Andrés Valentín y Kontxi Zudaire, participantes en la candidatura ciudadana Aranzadi. Pamplona en común.
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