El resultado de las elecciones municipales y autonómicas que tuvieron lugar en España durante el pasado mes de mayo son el reflejo de la agudización creciente de las contradicciones del capitalismo fruto de la crisis orgánica que transita1. Que, naturalmente, los procesos históricos son complejos y no existen determinismos ni una única salida es algo […]
El resultado de las elecciones municipales y autonómicas que tuvieron lugar en España durante el pasado mes de mayo son el reflejo de la agudización creciente de las contradicciones del capitalismo fruto de la crisis orgánica que transita1.
Que, naturalmente, los procesos históricos son complejos y no existen determinismos ni una única salida es algo que, también, pone de relieve la actual crisis orgánica del capital y la incapacidad de interpretación de la misma así como de actuar sobre ella -sobre la realidad histórica concreta- por parte de las organizaciones de la izquierda transformadora. La crisis orgánica del capital afecta también a las organizaciones, y les afecta hasta situarlas al borde de la desaparición: fundadas para una época histórica que ya no existe, y acostumbradas y desarrolladas en ella, o se refundan -y la Historia no espera-, o, en la medida en que no se correspondan con una necesidad social y no reflejen unos intereses de clase -adaptando el discurso, la práctica y los métodos a la nueva coyuntura-, es decir, en la medida en que dejen de ser socialmente necesarias, serán superadas por la Historia y se convertirán en algo marginal, con tendencia a la desaparición.
La izquierda transformadora no sólo carece de ideas para interpretar la crisis orgánica del capital en la España de 2007-2015, sino que, hasta el momento, ha sido incapaz de actuar sobre ella -mejor o peor- para intentar influir en la realidad y transformarla, lo cual ha tenido como consecuencia que los acontecimientos la superen.
Frente a la falta de análisis marxista y la incapacidad de dirigir al movimiento popular, la sociedad, necesitando respuestas y alternativas para la nueva época no sólo está desechando a Izquierda Unida -con unos resultados complejos: unos buenos resultados en las municipales y una debacle en las autonómicas-, sino también a los partidos que gestionaban el capitalismo: PP y PSOE retroceden. Naturalmente, la realidad es concreta, y aquí o allá éste o aquel saca un mejor o peor resultado, pero la tendencia es clara: quienes estaban constituidos en el terreno de la lucha política para una época pasada es necesario que sean sustituidos. Y, así, es como explicamos el surgimiento de Podemos o de Ciudadanos, y las tendencias que operan sobre los viejos partidos.
La falta de capacidad de intervención sobre la nueva época histórica por parte de Izquierda Unida ha permitido -junto con una multiplicidad de factores- el avance del populismo y el retroceso de las posiciones de clase: la capacidad transformadora de IU, como proyecto histórico, está en duda. Y lo malo no es que se pierdan unas siglas: lo malo sería -es ya en muchos lugares- la disgregación de los cuadros que deberían intentar guiar políticamente a la clase trabajadora y al movimiento popular. Lo malo es perder para la lucha de clases la agrupación, en un proyecto, del contingente humano y potencialmente revolucionario, educado en la lucha de clases, en el movimiento obrero y movimiento sociales, y con un cierto grado de formación política. Las organizaciones sin movimiento que dirigir no tienen sentido. Los cuadros sin organización-que supere las realidades localistas- que sea capaz de enfrentar al sistema en su conjunto tampoco tienen sentido.
PP y PSOE, representantes del Bloque Hegemónico aún son, en el conjunto de España, las organizaciones más votadas: la quiebra de la expresión política de la dominación de clase exige un proyecto para el Bloque Subordinado, exige una dirección política y exige una alternativa ideológica que sea capaz de enfrentar consecuentemente al Bloque Hegemónico.
De esta forma, debido a la crisis orgánica del capital, fruto de la cual es la quiebra de la hegemonía dominante hay, grosso modo, dos opciones opuestas: o el Bloque Dominante carece de enemigos políticos y se reconfigura nuevamente de manera hegemónica, o la clase trabajadora es capaz de levantar un proyecto político y revolucionario que aglutine al Bloque Subordinado para disputar el poder. El poder -que no es presencia institucional-, como horizonte de quiebra del sistema: la crisis radical, que muestra el agotamiento de planteamientos pactistas neutralizadores de la lucha de clases y el carácter irreformable del capitalismo, requiere ser enfrentada con radicalidad.
Podemos, surgido del descontento social, es la expresión del descontento social. Confundir Podemos con una organización revolucionaria es muestra del retroceso de la ideología entre, incluso, los dirigentes de la izquierda transformadora: para nosotras nunca se ha tratado de conseguir un porcentaje de voto, para nosotras no se ha tratado nunca de estar con más representación en las instituciones de la burguesía, sino de destruirlas al tiempo que la clase trabajadora -no una organización, aunque esta sea un elemento cohesionador y dirigente- toma el poder. Tampoco se trata de intervenir la economía: se trata de construir el socialismo. Naturalmente, distinto es el mientras: mientras tomamos el poder, mientras construimos el socialismo… pero aquí no hay ningún mientras: aquí hay una intencionalidad de estar en las instituciones de la burguesía, y desde ahí no se puede cambiar la lógica de un sistema que opera a nivel mundial. Y, claro, distinto es que la clase trabajadora tuviese un proyecto hegemónico al cual poder subordinar la potencialidad de Podemos, algo que, hoy por hoy, no se tiene.
Ciudadanos, por su parte, como expresión del Bloque Hegemónico puede ser un elemento de ruptura del Bloque Dominante. Ante la agudización de las tendencias del capitalismo, esto es, ante la aceleración del proceso de concentración del capital, la burguesía debe enfrentarse. Cuestión distinta es si las capas subordinadas de la burguesía serán capaces de articularse y enfrentarse a la fracción oligárquica dominante para no perder su posición y evitar proletarizarse-.
En los tiempos en que la reproducción ampliada del capital funcionaba el Bloque Hegemónico estaba cohesionado. Hoy, la realidad que quiebra la infraestructura, la realidad que quiebra las organizaciones de izquierda, quiebra también al propio Bloque Histórico Dominante, que se corresponde con otra época histórica y necesita reorganizarse para seguir siendo hegemónico en la nueva época.
Y, ante estos hechos, ¿qué tenemos? La posibilidad de construir organizaciones para la revolución: la crisis de las organizaciones es peligrosa pero es también una oportunidad; tenemos la posibilidad de, mientras se reorganiza el Bloque Dominante, quebrar su hegemonía y, tenemos, en última instancia, ante el fin de una época histórica que es imposible que vuelva, la posibilidad de la revolución.
La pregunta es, ante este escenario: ¿qué papel queremos los cuadros y las bases de Izquierda Unida que juegue nuestra organización? ¿Mantendremos a los cuadros sin dirección política -y, por tanto, sin unidad-? ¿Mantendremos direcciones burocráticas que no nos representan? ¿O pediremos asambleas extraordinarias para, sobre la base del debate político, asaltar la organización? ¿Seremos capaces de conservar lo mejor de la tradición y la memoria de la izquierda y encauzarlo en clave revolucionaria o sucumbiremos ante la nueva época histórica?
Nota:
1 Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta -las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema de dogmas- ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma. Engels
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.