La Doctrina Schneider fue una reiteración de principios que adquirió carácter de histórica y que será una y otra vez recordada y analizada, tanto por sus repercusiones inmediatas en el ambiente nacional de entonces como por sus secuelas futuras.
por Guillermo Pickering Vásquez
4 de septiembre de 1970. Ha llegado por fin el preocupante día de la confrontación cívica, objeto de tantas conjeturas. Como de costumbre, el desarrollo del acto eleccionario fue absolutamente normal, dada la experiencia acumulada en el control de estos eventos. La concurrencia a las urnas era un acto normal para los chilenos, que cumplían muy conscientes, tranquilos y seguros de que el control y protección de las Fuerzas Armadas y de Orden garantizaría el respeto de la voluntad popular. Estas, a su vez, tradicionalmente habían hecho gala, en tales circunstancias, de su disciplina, neutralidad y capacidad para colaborar con la ciudadanía, contribuyendo con ello para ir conformando en el transcurso de los años el magnífico cuadro de madurez cívica que tanto prestigiaría a Chile y a su democracia en el ámbito mundial.
En el Ejército se siguió paso a paso, como de costumbre, todo el desarrollo del proceso eleccionario, no solo por el interés de conocer el inquietante resultado del mismo, si no, principalmente, para prever las reacciones, solucionar anormalidades y asegurar las responsabilidades encomendadas a los Altos Mandos institucionales en este importante acto cívico.
Los cómputos efectuados a las 22 horas de aquel día ya daban como candidato triunfante al Sr. Allende y no se preveía que pudiera ocurrir un vuelco espectacular en favor de otro candidato. No tardó la euforia popular en irrumpir hacia la calle para compartir las emociones del candidato triunfante. Aunque esto es habitual, se tomaron sin embargo las debidas precauciones para evitar desórdenes y posibles enfrentamientos con los partidarios de los otros candidatos. Por lo demás, el comandante de la Guarnición, confirmado el triunfo del Sr. Allende e informado de la normalidad de la situación, autorizó las manifestaciones habituales.
Pero si en la vía pública todo transcurría sin anormalidades, en el interior de los cuarteles sí surgieron aspectos singulares e insólitos.
El resultado de una elección presidencial normalmente atraía la atención de los miembros de la institución más como una curiosidad que como un sentimiento de triunfo o derrota de sus reservadas simpatías por un determinado candidato. Esta actitud, lógica y consecuentemente en el caso de los suboficiales, era mantenida igualmente por los oficiales, pese a ser los únicos componentes de las FF.AA. con derecho a sufragar. El apoliticismo había llegado verdaderamente a formar parte importante de la ética profesional.
Pero en esta oportunidad la simple y natural curiosidad había sido reemplazada por variadas actitudes que no se ajustaban a la mentalidad tradicional. La expresión en los rostros de los oficiales variaba desde la indiferencia en un grupo no muy significativo, pasando por la sorpresa, la decepción, el fastidio, hasta el temor en el resto. No faltaron oficiales que en los pasillos del Ministerio de Defensa se preguntaran a media voz: ¿y ahora qué va a pasar? El comandante en jefe del Ejército, al escuchar a uno de ellos mientras regresaba a su oficina después de una reunión en la Comandancia de Guarnición, se acercó al corrillo y recordó al oficial que como militar no le estaba permitido hacer comentarios ni menos aún apreciaciones sobre política contingente, pues para un soldado el único partido era el ejército; la única ideología, el profesionalismo y el constitucionalismo.
A pocos días de consumada la elección comienzan a configurarse simultáneamente tres situaciones, las cuales, aunque tenían como origen común el resultado del acto eleccionario, se desarrollaron aparentemente en forma independiente. Sus ligazones, sin embargo, fueron convergiendo hacia un solo y desgraciado final: el asesinato del comandante en jefe del Ejército.
La Doctrina Schneider fue una reiteración de principios que adquirió carácter de histórica y que será una y otra vez recordada y analizada, tanto por sus repercusiones inmediatas en el ambiente nacional de entonces como por sus secuelas futuras.
El ambiente interno del Ejército, que, pese a la acción del mando, se había logrado normalizar y aquietar después de la efervescencia producida por el «Tacnazo», nuevamente amenazaba con desviarse como resultado de la incertidumbre que producía el desconocimiento de la orientación que el posible nuevo Gobierno (encabezado por el candidato que había obtenido la primera mayoría relativa en las urnas) daría a las Fuerzas Armadas y, consecuentemente, cuál sería la estructuración que se daría al Alto Mando, especialmente quién iba a ser comandante en jefe del Ejército.
Se desató al respecto en todos los niveles, especialmente en las altas reparticiones, una ola de comentarios cábalas, cuyos orígenes siempre se disuelven en las tinieblas. Hasta se llegó a predecir la eliminación de todo el cuerpo de generales, lanzándose algunos nombres de coroneles como posibles candidatos a ser nominados comandante en jefe del Ejército. La inquietud se acrecentó por rumores confirmados después sobre la decisión del posible presidente de la República de designar como comandante a don César Ruiz Dényau y al almirante Raúl Montero Cornejo como comandante en jefe de la Armada, según habría sido definido en una reunión en un club de esta misma institución.
Aun cuando el proceso electoral no estaba concluido, sin embargo, por costumbre o tradición, hasta esa fecha, el Congreso Nacional había respetado la decisión de las urnas, proclamando al candidato que había alcanzado la más alta mayoría relativa. De acuerdo con esta tradición, los candidatos que en anteriores oportunidades habían logrado esta posición, a los pocos días hacían saber a los Altos Mandos institucionales su decisión, o al menos sus deseos, de contar con la colaboración de determinados generales o almirantes como comandantes en jefe. Al respecto, clarificada ya la situación en la Armada y en la Fuerza Aérea, faltaba aún la decisión referente al Ejército, motivo de las inquietudes antes mencionadas.
Dado que ni el candidato que obtuviere la primera mayoría relativa en las urnas, ni quienes lo secundaban, dieron a conocer su posición al respecto y el tiempo seguía aumentando la tensión institucional, se llegó al fin a la solución de provocar un contacto a través de personas conocidas y de confianza de algunos generales. No fue difundido el resultado de esta entrevista, la cual pasó a segundo plano por la distracción que produjo la presión política ejercida sobre las FF.AA. y, en especial, sobre el Ejército, durante la última etapa del proceso electoral que culminó con la definición del Congreso.
Como es obvio, parlamentarios y dirigentes políticos de todas las tendencias comenzaron a especular, a través de la prensa especialmente, sobre la decisión que debería tomar próximamente el Congreso respecto a los candidatos que habían obtenido las dos primeras mayorías relativas en las urnas. La decisión política, sin embargo, no era lo realmente preocupante. Para las Fuerzas Armadas el problema radicaba en la presión con que ciertos sectores políticos trataban de lograr pronunciamientos de los Altos Mandos institucionales que, aunque fueren indirectos y velados, pudieran servir de apoyo a las pretensiones de su corriente política y, en último término, de su candidato.
Pero el Ejército, al igual que las otras institucionales de la defensa nacional, pese a las presiones y a la tensión interna, se mantenía fiel a su tradición de no intervenir en estos asuntos. Sin embargo, el aumento de estas presiones, además de los ataques directos a los Altos Mandos, especialmente del Ejército, por parte de ciertas publicaciones de prensa, obligaron a su comandante en jefe a fijar públicamente la línea institucional en relación al problema. Esta posición institucional, que llegó a ser valedera para todas las Fuerzas Armadas, fue identificada como la «Doctrina Schneider».
Pese a ser suficientemente conocida, creo sin embargo necesario precisar escuetamente el contenido de la «Doctrina Schneider».
– El Ejército, de acuerdo a lo establecido en la Constitución, era una institución absolutamente apolítica, no deliberante y obediente al poder civil, respetuosa de la Constitución y de las leyes de la República.
– En coherencia con lo anterior, no le correspondía intervenir ni pronunciarse sobre el resultado de actos eleccionarios.
– El proceso electoral no estaba terminado; solo lo estaría cuando el Congreso Nacional se pronunciase de acuerdo a las facultades que le confería la Constitución.
– El Ejército, en la misma posición constitucionalista y prescindente del acontecer político contingente ya expresada, había acatado siempre y acataría en el futuro las decisiones soberanas del Congreso Nacional que darían término al acto eleccionario.
En esta precisión de conceptos sobre la posición constitucionalista del Ejército, al parecer no había nada de nuevo, pero fue necesario difundirla para que la ciudadanía la recordara, especialmente aquellos que pretendieran utilizar a la institución para facilitarles la obtención de sus fines políticos o intereses personales. Era también un recordatorio necesario para aquellos miembros de la institución que, incluso por ocultos propósitos, pudieran estar en vías de apartarse de su línea profesional (no debe olvidarse que las secuelas del 21 de octubre de 1969 aún gravitaban en la institución).
Por otra parte, esta declaración del comandante en jefe del Ejército, cuyo contenido analizado en cualquier otra circunstancia tal vez habría pasado desapercibido, ahora sin embargo produjo variadas reacciones a causa de la intensidad de la lucha política que afectaba al país, todas ellas tendientes a sacar el mejor provecho político a través de sus particulares interpretaciones. También arreciaron los ataques contra el comandante en jefe del Ejército, procedentes obviamente de aquellos sectores que interpretaron sus declaraciones como negativas para las posibilidades de sus respectivos candidatos. Falazmente se les pretendió dar un contenido político del que carecían. Al respecto, basta observar y analizar que sus cuatro aspectos fundamentales no hacen otra cosa que repetir conceptos establecidos en la Constitución, las leyes e incluso en los reglamentos militares.
La Doctrina Schneider fue una reiteración de principios que adquirió carácter de histórica y que será una y otra vez recordada y analizada, tanto por sus repercusiones inmediatas en el ambiente nacional de entonces como por sus secuelas futuras. No nos cabe duda de que será básica en la cimentación de la posición de las Fuerzas Armadas en la futura vida democrática de Chile.
*Guillermo Pickering Vásquez. Fue uno de los miembros de las Fuerzas Armadas que se opusieron al derrocamiento del gobierno constitucional de Salvador Allende, por lo que renunció al Ejército, siguiendo de manera consecuente la Doctrina Schneider. Cabe recordar que antes, durante y después del 11 de septiembre de 1973, miembros de todas las ramas de las Fuerzas Armadas y de Orden, tanto oficiales como personal de tropa, sufrieron exoneración, detenciones, torturas, cárcel e incluso fusilamientos. Libro, PROFESIÓN SOLDADO. APUNTES DE UN GENERAL DEL EJÉRCITO DE CHILE, LOM ediciones, 2022.