¿Puede o debe una sociedad organizada prescindir enteramente de juicios, dictámenes y correcciones o reprobaciones, si aspira a funcionar bien? La c lave radica en la orientación y la actitud con que unos y otras sean aplicados. Se trata de un hecho cultural; y la cultura, que se ahoga en cepos, naufraga sin paradigmas que […]
¿Puede o debe una sociedad organizada prescindir enteramente de juicios, dictámenes y correcciones o reprobaciones, si aspira a funcionar bien? La c lave radica en la orientación y la actitud con que unos y otras sean aplicados. Se trata de un hecho cultural; y la cultura, que se ahoga en cepos, naufraga sin paradigmas que la salven. Aunque medien distancias entre propósitos y realidad, es necesario saber, por ejemplo, para qué público o en qué contexto se edita un libro, se monta una exposición o se proyecta una película.
Si en algo no debería haber duda es en que esa necesidad no avala procedimientos errados. Un caso: el socialismo llamado real, que en parcelas de Europa y Asia afrontó obstáculos internos en un entorno planetario hostil, ¿no apostó a las interdicciones enquistado en su autodefensa? Entre otros resultados, ello generó dos frutos diversos, pero indeseables ambos: al amparo de ocultamientos dirigidos surgieron o se fortalecieron mafias decisivas en la frustración del camino hacia un socialismo verdadero; y el capitalismo -dueño o explotador de mayores recursos materiales, económicos, bélicos y mediáticos- medró vendiéndose como el presunto reino de la libertad ilimitada, o sin prohibiciones odiosas.
Pero envíese a El País , El Nuevo Herald o The Washington Post un texto que elogie a la Revolución Cubana y otro que la ataque, y se verá cuál corre mejor suerte, aunque no sea el mejor escrito. Revísense los tamaños y los lugares que esas publicaciones reservan a la defensa del capitalismo, por un lado, y, por otro -ladito o esquinita más bien, si acaso-, a lo que parezca que lo impugna, no digamos si lo cuestiona en sus bases. En presencia del monarca que -¡regio ejemplo de intento de censura!- trató de silenciar al presidente venezolano Hugo Chávez, se le dio en España el Premio del Rey a un documental contra el proyecto bolivariano. Pronto se supo que incluía imágenes manipuladas para calumniar al gobierno de Venezuela, y algunas ni siquiera correspondían a esa nación. Mucho más recientemente aún, El País -que en pocos años pasó de una presunta posición de centro izquierda a una derecha cochambrosa-publicó fotos falsas para vaticinar con grosero regodeo la muerte del propio Chávez.
Si en el mundo los sucios manejos propagandísticos del capitalismo no hubieran generado tanta resignación colectiva, y el periódico y certamen cinematográfico mencionados tuvieran un mínimo de vergüenza, ambos se habrían visto obligados a cesar. Pero hasta se ha sospechado que la autocrítica del rotativo ante el escándalo de las fotos le sirvió al monopolio Prisa para librarse de ciertos compromisos, y reducir su plantilla.
Queda dicho algo así como: «Mentimos, sí, ¿y qué?» ¿No había ocurrido ya con las campañas para justificar la masacre del pueblo iraquí, cuyo gobierno -merezca la valoración que merezca- fue dolosamente acusado de tener armas de exterminio masivo? Cumplidos sus planes, los matones reconocieron que la acusación era infundada, ¿y qué? Se mantuvo también la matanza afgana, después vino Libia, todavía no es seguro que Siria escape de «su turno», Mali es sepulcro de incontables malienses y de la consigna de Libertad, Igualdad y Fraternidad usurpada por la República Francesa, tan atávicamente metrópoli colonial. También otros países sufren amenazas. Sobre Cuba no han dejado de pender, y consumarse, en más de medio siglo.
En todas partes las fuerzas dominantes difunden o calzan las imágenes que les conviene. En España, Camilo José Cela fue censor en el régimen encabezado por el mismo caudillo fascista que preparó al monarca símbolo de la Transición (o Transacción) democrática; pero, llegada esta última, el destacado novelista quiso borrar su turbio pasado personal y se dio a repudiar la participación de los escritores en política. Para los medios capitalistas, Gabriel García Márquez puede ser un escritor groseramente politizado, y el finísimo Mario Vargas Llosa tributa solamente a la belleza de la palabra. Con tales raseros una editorial capitalista practica profesional y elegantemente la edición, y una editorial cubana ejerce la censura más grosera. Luminaria, por tanto, paga salario a censores y censoras: también en esto es necesario que la edición -¿censura?- coadyuve a erradicar el machismo.
Ciñámonos a nuestro entorno, no porque sea el mejor ni el más importante, sino porque es donde vivimos y trabajamos, y el que más a fondo podemos o debemos conocer para influir transformadoramente en él. Pero la humanidad tiene rasgos que la identifican en todos sus asentamientos, por muy diferentes que sean las porciones que la integren: aunque unas se sitúen en la derecha más recalcitrante y otras en la izquierda más apasionada. (La selección de esos adjetivos, recalcitrante y apasionada , y el uso reservado a cada uno de ellos en este caso, ¿estarán libres de intereses? Que ellos sean sanos o no, es otra cosa.)
En las similitudes que pudieran darse entre fuerzas de signo político diverso operan influencias de muy diversa índole, como las que a menudo se esconden en los caminos de la educación, en las tradiciones culturales, que -oxímoron y realidad a la vez- pueden ser también un freno contra el avance de la cultura y sus valores más altos. Cabría preguntarse: ¿cómo fomentar juntas la pelea de gallos y la conciencia ecológica? Sin adentrarse en teorizaciones, los presentes apuntes se basan a partir de ahora en experiencias más o menos directamente vividas o conocidas por el autor, quien cursó los estudios superiores en la Universidad de La Habana entre 1971 y 1976, precisamente el período que el muy serio Ambrosio Fornet llamó quinquenio gris , una denominación mesurada, aunque no habrán faltado intentos de capitalizarla, ni de proscribirla.
En esos años conocí hechos que sería erróneo suponer inconexos entre sí. En medio de unas jornadas de preparación combativa -tarea que merece recordarse con alegría, por el propósito que la guiaba- recibimos la visita de unos compañeros, dirigentes, si no recuerdo mal, de organizaciones políticas de la provincia de La Habana de entonces. Se veían orondos, y me parece estar oyéndolos: «Hemos cerrado el Departamento de Filosofía, porque para hacer filosofía están los máximos dirigentes de la Revolución».
El asunto requeriría un estudio particular, para poner las cosas en su sitio y verles bien las motivaciones. Quede aquí apenas como ejemplo del ambiente de entonces, que ha sido objeto de tanta feliz rectificación, sobre todo desde que se tomaron medidas como fundar del Ministerio de Cultura en 1976. Aquellos fueron los tiempos en que la profesora Mirta Aguirre tuvo que intervenir para que no se expulsara de las aulas universitarias a una alumna a quien alguien había visto leyendo En Cuba , de Ernesto Cardenal, inadmisible para ciertos fueros que gozaban de prestigio. Algún compañero fue expulsado por no haber querido quitarse el bigote: el pelo se tomó como señal de desviaciones ideológicas.
Se diría que los promotores de aquellas líneas erradas han desaparecido: si se debe a que han muerto, sería triste, porque la muerte lo es en sí, y estamos hablando seguramente de compañeros, en su mayoría; si es porque han cambiado de criterio y su silencio expresa actitud autocrítica, bienvenido sea. Pero deben contarse asimismo algunos que hace años cambiaron de casaca, y hasta de país. Por lo general, en la historia, en la sociedad, las tendencias no se extinguen: suelen agazaparse, atenuarse y prepararse para resurgir en circunstancias que les sean propicias. El silencio puede proteger a quienes ni han muerto, ni han cambiado de parecer, ni de casaca y país, y estarían listos para reavivar concepciones y prácticas que dañaron a la cultura revolucionaria y, por tanto, a la patria.
La ignorancia, de la que nadie se libra por decreto, puede haber sido una de las causas de hechos como clausurar el Departamento de Filosofía y la revista Pensamiento Crítico . Todo eso reclama un reconocimiento abarcador y a fondo de la realidad, sin evasivas ni aspavientos. Pero, hasta donde se oye o se lee, hoy no se distinguen por hablar quienes vieron bien que cesara aquella revista (no la actitud de la cual tomó título: esa, felizmente, es indetenible). Al parecer, hablan quienes tuvieron inteligencia y audacia para concebirla y hacerla realidad. Si, en medio de las dosis de ignorancia ajena, las de jóvenes que se iniciaban creativamente en el estudio del marxismo pusieron lunares o puntos de debilidad en aquella publicación, nadie lo dice, al menos en público: se percibe una especie de silencio prudente. Pero si la removedera del resentimiento no da buenos consejos para sanear ambientes, tampoco los da el olvido, que no prepara para conjurar despropósitos.
En aquellos años leí Dafnis y Cloe , de Longo, en la edición hecha por el Instituto Cubano del Libro en 1969. En la introducción, el agudo e informado Ángel Luis Fernández advirtió que se ofrecía por primera vez en lengua española una versión fiel al original griego. La edición pionera en español (1880), base de la cubana, fue obra del peninsular Juan Valera, quien en las «Notas del traductor» se jactaba de haber hecho una traducción «fiel»: «Solo hemos variado unos lances originados por cierta pasión repugnante para nuestras costumbres, sustituyéndolos con otros fundados en más naturales sentimientos». En resumen, tranquilamente permutó un personaje masculino por uno femenino para convertir en heterosexuales algunas escenas en que el autor introdujo una calentura homosexual ni siquiera consumada.
También en aquellos años fui testigo del disgusto vivido por el poeta e investigador Alberto Rocasolano, quien, dada la política editorial reinante en la nación, tuvo que excluir un texto de contenido lésbico, «Extravío», de los Poemetos de Alma Rubens , de José Manuel Poveda, que él compiló para el segundo número, fechado 1971, pero aparecido tal vez en 1972, del Anuario L/L , publicación del Instituto de Literatura y Lingüística. Aunque la Obra poética de Poveda, preparada por el mismo Rocasolano para la Editorial Letras Cubanas, se imprimió en 1988, el compilador no vio reproducidos todos los Poemetos hasta que Ediciones Oriente los puso a circular en un volumen autónomo, aparecido en 2004.
En 1971, dos años después de publicarse en Cuba Dafnis y Cloe , sesionó en La Habana el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura, que trazó pautas como declarar el homosexualismo aberración incompatible con la moral revolucionaria. Operaban entonces mucho más que ahora prejuicios culturales que perduran en el mundo, por mucho que se hayan revertido en distintos países. Machismo y homofobia no le venían a Cuba del marxismo, ni del ideario martiano, ni siquiera de la religiosidad de origen africano que, aunque más acusada de machista que otras, se permite tener una divinidad de sesgo bisexual, como Changó. Eran, o son, fruto de una herencia cultural abonada por creencias religiosas de estirpe judeo-cristiana, para cuyos preceptos -es decir: para su teoría- los homosexuales eran bestias (¿no lo son ya?). Pero la cosa no era ni es tan sencilla. En cierta discusión sobre el tema durante un foro científico una profesora de marxismo sostuvo que en el fondo las Tesis de Marx sobre Feuerbach estaban enfiladas contra el homosexualismo. No recuerdo su nombre, ni su singular argumentación.
Hace poco tiempo, en 1990, la Organización Mundial de la Salud retiró la homosexualidad de la Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades y Otros Problemas de Salud. Y aún hoy el tema es objeto de discusión hasta en capitales que se anuncian como centros de la comprensión y la tolerancia humanas, aunque se discrimine en ellas no solo a los homosexuales, sino también a personas nacidas en otras tierras, y a quienes profesan credos que no complacen a la ideología dominante. Dentro de cada sector o grupo discriminado se desprecia, sobre todo, a los pobres. Hoy, en Cuba, el Centro Nacional de Educación Sexual despliega una labor importante en la reversión de prejuicios y en pos del reconocimiento y el respeto de la diversidad en las preferencias sexuales; pero no creamos que sus logros son bien vistos por toda la población. Incluso se dice que hay quienes sienten un rechazo cavernario por la directora de aquel Centro, a quien nuestra sociedad le debe un gran servicio.
Hace ya algunos años que el periodista Francisco Rodríguez, militante del Partido, dirigente del periódico Trabajadores y profesor de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de La Habana, se autodefine en su bitácora digital como homosexual, martiano y marxista, y ha declarado algo impensable hace pocos años: «Hemos logrado que ser homofóbico sea un antivalor». Y es verdad, aunque no aceptada de forma unánime. Tampoco es seguro que la frecuencia y los modos como el tema de la homosexualidad se trata en nuestros medios sean siempre una clara evidencia de desprejuicio. No faltan quienes sospechen que, al menos en parte, quizás se esté ante la forma todavía prejuiciada de enfrentar prejuicios.
Además, a costa de personas homosexuales subsisten chistes emparentados con la homofobia, como se emparientan con el racismo los chistes hechos a expensas de personas «no blancas». Acaso en ocasiones el manejo del tema de la homosexualidad haga que algunos homosexuales perciban lo que algunos religiosos con respecto al tratamiento dado a veces a las religiones, en particular a las de ancestros africanos, atractivas para ciertas formas de mercadeo ante la crisis del llamado racionalismo occidental, por lo que hay quienes ven en torno a ellas una especie de jineterismo religioso. ¿No haría falta en la generalidad de los medios un cuidado que propicie el mayor respeto y el mayor equilibrio al abordar esos temas, y otros? Seguramente sería beneficioso que lo hubiera, aunque podría surgir el temor a que, en nombre de la mesura, se restablezcan vetos y prohibiciones, fantasmas que no se deben ignorar, ni permitir que vuelvan por sus fueros.
La creación de un organismo, por muy bien dirigido y muy eficiente que sea, no basta para revertir inercias o marchas avaladas con el crédito de la pureza ideológica. Como se ha hablado del quinquenio gris , y un quinquenio solo puede tener cinco años, se podría suponer que los errores abonados en dicho período nacieron y terminaron con él, y definitivamente pudo erradicarlos el Ministerio de Cultura. Pero no fue así, ni era de esperar que lo fuese. En un artículo acerca de la valiosa Mirta Aguirre me referí a podas improcedentes, acaso reforzadas por ella, en la edición del Diccionario de la literatura cubana hecho en el Instituto de Literatura y Lingüística. Quizás tales cortes menguaron la apertura lograda bajo la dirección de José Antonio Portuondo antes de partir él como embajador de Cuba ante el Vaticano; pero no fueron el único ejemplo de su tipo. Recuerdo las quejas de Helio Orovio por las mutilaciones que sufrió la primera edición de su Diccionario de la música cubana .
El Centro de Estudios Martianos, fundado en 1977 y adscrito en su origen al Ministerio de Cultura, tuvo a su cargo enderezar caminos en la indagación y el entendimiento sobre el legado del héroe que le da tema, o temas. En la primera entrega de su Anuario , tras la nota de «Presentación», incluyó una sección especial, «Homenaje y norma», con un medular artículo de Juan Marinello: «Sobre la interpretación y el entendimiento de la obra de José Martí», dirigido al rescate de autores como Gabriela Mistral y Rubén Darío, cuyas valoraciones acerca del héroe habían caído en desgracia ante ciertas formas de entender la lucha contra el diversionismo ideológico, y aun el propio diversionismo.
Sería injusto responsabilizar por esos excesos, o defectos, a unos pocos funcionarios más o menos aislados e investidos de autoridad. De ahí lo aleccionador que, al margen de la voluntad que se tenga al respecto, resulta que a quienes han cumplido, y probablemente sobrecumplido determinadas líneas, cuando ya estas pasan a considerarse erróneas, llegado cierto momento se les pueda ver solos entre fauces de leones, aunque los rugidos de estos no pasen de ser mensajes electrónicos. No intentemos aquí deslindar qué es justo y qué no lo es. Se trata de aprender de la realidad, y comprender hasta qué grado al propio bien lo favorece que se tenga una clara actitud crítica en su defensa, y no aceptar medidas terrenas como si fueran mandatos supuestamente divinos. Se sabe a qué huelen actitudes como las sintetizadas en la expresión «Yo cumplía instrucciones».
* Continuación de las palabras leídas, dentro del programa de la Feria del Libro Cuba 2013, en el espacio La hora de Luminaria , que auspicia la Editorial de ese nombre en la provincia de Sancti Spíritus. La tercera parte será la final.