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Arrancar los caparazones a las tortugas

Fuentes: Rebelión

Presentación del taller sobre Derecho a la Vivienda organizado el pasado 5 de diciembre por el Círculo Podemos Don Benito


Juguemos, por ejemplo, a inventar nuevas especies. Inventemos tortugas sin caparazón, mariposas sin alas, luciérnagas sin luz, seres humanos sin techo. La ciencia podría intentar esta hazaña genética y, entre tanto, dejar la tarea en manos de los bancos, los gobiernos y la policía: la combinación de una orden judicial y un poco de mano dura podría poner en marcha una operación que peinara bosques y montes y arrancara los caparazones a las tortugas, las alas a las mariposas, los farolillos a las luciérnagas. ¿No nos parece una idea atroz? Pero lo cierto es que con los seres humanos ya se hace. Hace unos días a una anciana de 85 años, Carmen Martínez, le arrancaron el alma, con armarios y todo, el caparazón, las alas, la luz, y la dejaron en la calle convertida en carne cruda. En 2012 hubo -así los llaman- 517 desahucios al día. Sólo en el primer trimestre de 2013 19.500. En los tres primeros meses de este año 2014 eran ya 26.500 familias las que habían sido obligadas a entregar su humanidad a la banca, en virtud de lo que de manera muy elocuente se denomina una «ejecución hipotecaria». José Miguel, Amaia, Francisco, Inocencia, Victoria y otros muchos, mutilados de puertas y ventanas, mancos de techo, se quitaron además la vida.

Digamos la verdad. Una tortuga sin caparazón deja de ser una tortuga. Una mariposa sin alas deja de ser una mariposa. Una luciérnaga sin luz deja de ser una luciérnaga. Los humanos no tenemos ni caparazón ni alas ni luz propia: tenemos derechos. Y privar de sus derechos a un ser humano es como privar a un vertebrado de sus huesos. Tenemos los huesos fuera: se llaman escuela, hospital, mesa, techo. Se llaman Parlamento, tribunal, leyes, techo.

Pero digamos la verdad. En este mundo es más fácil y menos escandaloso arrancar el caparazón a una anciana que a una tortuga. En este mundo es más grave arrancar las alas a una mariposa que los derechos a una madre o a un jubilado. Nuestros derechos no se imponen solos, como se impone la tortuguidad de una tortuga o la mariposidad de una mariposa. Nuestra humanidad está fuera, a merced de los bancos y los gobiernos, y por eso sólo podemos defenderla -la humanidad humana, nuestro caparazón, nuestras alas y nuestra luz- transformando la economía, la política y las leyes. Esa tarea es la más urgente; esa tarea común es ya -urgencia del vertebrado hacia los huesos- la afirmación de la tortuga, la mariposa y la luciérnaga que llevamos dentro. Esa tarea es – si se quiere- nuestro humano techo colectivo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.