Recomiendo:
0

Así trata la diplomacia española a los ilustres republicanos del exilio: ni siquiera dió el pésame a la familia de Adolfo Sánchez Vázquez

Fuentes: Rebelión

Me he enterado con retraso, pero no debo silenciarlo. La diplomacia española vuelve por donde estaba durante el franquismo. Los hechos que resumo a continuación son muy significativos por el trasfondo que revelan. El día 8 de julio de 2011 murió en México Adolfo Sánchez Vázquez, uno de los grandes intelectuales españoles de nuestra época. […]

Me he enterado con retraso, pero no debo silenciarlo. La diplomacia española vuelve por donde estaba durante el franquismo. Los hechos que resumo a continuación son muy significativos por el trasfondo que revelan.

El día 8 de julio de 2011 murió en México Adolfo Sánchez Vázquez, uno de los grandes intelectuales españoles de nuestra época. Había llegado al país azteca el año 1939 al término de la Guerra Civil en la que había luchado con todas sus energías a favor de la República. Comunista desde su juventud, formado ideológica y estéticamente en la Málaga del poeta Emilio Prados y del médico Cayetano Bolívar (primer diputado comunista en el parlamento español), fue en México donde maduró como filósofo y escritor. Como tantos hijos «del éxodo y del llanto», allí encontró una segunda patria, más madre que madrastra, gracias a la hospitalidad del inolvidable Presidente Lázaro Cárdenas. Catedrático en la UNAM, autor de una amplísima bibliografía donde destacan sus contribuciones a la estética y al pensamiento ético- político, llegó a ser por méritos propios un original filósofo marxista, digno heredero de Marx y de Gramsci.

La noticia de su muerte fue recogida de forma destacada en los medios de comunicación mexicanos con un generalizado afecto y admiración tanto por su vida como por su obra. Antes de su cremación, su cadáver fue velado en el Distrito Federal donde vivía. Allí acudieron para darle el último adiós centenares de personas de los más diversos orígenes sociales y profesionales: escritores, profesores, intelectuales, editores, estudiantes, trabajadores e indígenas. Entre ellos, los exiliados que aun sobreviven. Una bandera republicana acompañaba su féretro, rodeado de coronas de flores. El rector de la UNAM, los directores de las editoriales Fondo de Cultura Económica y Siglo XXI, así como destacados hombres y mujeres de la cultura, le rindieron un merecido homenaje como dignísimo representante del exilio español en tierra americana.

Y mientras esto sucedía alrededor de una figura irrepetible como Adolfo, la embajada española en México ignoró por completo su muerte. Nadie de ella se personó en el velatorio, ninguna corona de flores fue enviada por nuestra legación diplomática para adornar su féretro, ningún diplomático español estuvo presente en la cremación, la familia de este andaluz sin tacha ni siquiera recibió una llamada telefónica de quienes dicen representarnos. ¿Qué tiene que decir de este infame episodio Trinidad Jiménez, ministra de Asuntos Exteriores y malagueña de nacimiento (¡qué ironía!), ahora cabeza de lista del PSOE por Málaga para las próximas elecciones generales? Entre tantos besos y abrazos a Hillary Clinton, a la inefable Lady Ashton, a los gobernantes de Marruecos y a los perros de presa del neocolonialismo en Libia que aplaudían los bombardeos de sus propias ciudades por parte de la OTAN, dudo que tenga tiempo para reflexionar. Pero si tiene algún minuto libre entre los mítines de campaña, le preguntaría: ¿qué le parece la actitud vergonzosa de su embajador en México? ¿Ese es el modo «progresista» de despreciar el legado civil, moral e intelectual de un ilustre exiliado español tan vinculado a Málaga?

Murió entre el calor del pueblo que lo acogió y el silencio sonoro de los representantes oficiales del Estado español, como había ocurrido antes, durante la dictadura de Franco, con Pablo Picasso en Francia, Juan Ramón Jiménez y Pau Casals en Puerto Rico, Emilio Prados, Luis Buñuel, José Gaos y León Felipe en México. «Se les ha maltratado hasta después de muertos», me comenta con amargura un amigo refiriéndose a él y a muchos otros exiliados. Después de tanta palabrería como escuchamos desde la transición, el franquismo sigue vivo en embajadas y ministerios («atado y bien atado»). Las familias de los muertos republicanos, aunque sean célebres por su creatividad y su talento, no merecen siquiera un pésame fraternal de estos indignos diplomáticos, herederos del odio fratricida. Para la historia de la ignominia debemos hacer constar el nombre del embajador de España en México: Manuel Alabart Fernández- Cavada.

Intelectual lúcido y crítico, y al mismo tiempo comprometido con las luchas populares y revolucionarias, Adolfo Sánchez Vázquez ni se sometió al neocapitalismo rampante, ni se calló ante las injusticias que le rodeaban. El testimonio de un antiguo alumno, indígena, es muy esclarecedor al respecto: «más adelante, en los círculos académicos y sobre todo en los movimientos sociales se hablaba de las ideas y planteamientos que tenía sobre la concepción crítica del marxismo, tema que era muy denso, tanto en el estudio como en la interpretación. Sin embargo, los movimientos sociales y estudiantiles en la acción o en la praxis con él lo sostenían, todas estas ideas sabían más y se entendían mejor andando con los estudiantes y campesinos así como las comunidades indígenas«, cursiva mía (www.purhepecha.com.mx). Por su parte, Gabriel Vargas Lozano, colaborador con él en la docencia y profesor en la UNAM, supo precisar bien su compromiso con la izquierda mexicana y latinoamericana: «se solidarizó con la Revolución cubana; apoyó al movimiento estudiantil-popular del 68 en nuestro país [México]; participó activamente en diversos movimientos universitarios; apoyó la Revolución nicaragüense y al movimiento neo-zapatista, entre otros» (www.siempre.com.mx/2011/07/adolfo-sanchez-vazquez-teoria-y-praxis-2/).

Ahí radica, en mi opinión, el origen de ese odio neofranquista hacia Sánchez Vázquez. A diferencia de algunos intelectuales del exilio que volvieron a España sin espíritu crítico y ya muy ancianos para añadirse al coro de los apologetas de la transición, recibiendo a cambio toda clase de premios y homenajes, y a diferencia asimismo de algún compañero de generación, tacticista por excelencia y regresado del exilio, que – reconvertido a la monarquía borbónica después de haber dinamitado por dentro al PCE- forma parte de los cortesanos asiduos a las recepciones oficiales y de los tertulianos del oficialismo radiofónico, él mantuvo, sin embargo, su lealtad a los ideales republicanos, su adhesión intelectual al marxismo antidogmático y su compromiso con las luchas concretas por una sociedad socialista. En su libro Recuerdos y reflexiones del exilio (1997), en base a su propia experiencia y de modo premonitorio, ya denunciaba el «olvido e indiferencia» que sufrían los intelectuales españoles que permanecían en el extranjero.

Protagonista y testigo de una generación irrepetible de escritores y creadores curtidos en la lucha por la democracia y la igualdad, su presencia entre nosotros durante los últimos años nos ha ayudado a conocer mejor las luces y las sombras de nuestra conflictiva historia. O, como cantaba él mismo en un poema:

Que el pasado no pasa enteramente

y el que olvida su paso, su presencia,

desterrado no está, sino enterrado.

Aunque les pese a algunos mediocres, temerosos de que se escuche la voz del pueblo, los libros de Adolfo Sánchez Vázquez seguirán iluminando el camino a quienes se atrevan a pensar por sí mismos desde la solidaridad con las clases populares.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.