Astilleros en huelga, la pedrada, la astilla, el descontrol, el salto, el talante doblado, la mentira, la palmadita en la espalda, la traición. El trabajador siempre pierde aunque negocie, el trabajador, el obrero en pie de guerra, el obrero, ay, qué palabrita tan demodé. Como siempre el obrero es el culpable, como siempre, el obrero, […]
Astilleros en huelga, la pedrada, la astilla, el descontrol, el salto, el talante doblado, la mentira, la palmadita en la espalda, la traición. El trabajador siempre pierde aunque negocie, el trabajador, el obrero en pie de guerra, el obrero, ay, qué palabrita tan demodé. Como siempre el obrero es el culpable, como siempre, el obrero, nos perturba, como siempre nos mancha las paredes con la grasa de sus manos, tan distintas. Sólo me faltaba escuchar, esta mañana, a Luis del Val en la SER diciendo que no son maneras de protestar las de estos compañeros del metal, o de la astilla, o del barco. Sólo me faltaba comprobar en Luis del Val el aburguesamiento imparable de esta sociedad que, en la plataforma conformista de su comodidad comprada, empieza a mirar con ojos de perro azul a los que tienen las manos sucias de carbonilla y opresión.
El astillero onettiano, el astillero, la destrucción de otra empresa, el triste paro, los lunes al sol, veinticinco años de esfuerzo para esto, para engrosar las listas, para languidecer en las colas del INEM, que es el único destino que en este necapitalismo de tercer milenio se le permite al obrero defenestrado. Eso, o el cupón de la ONCE, elija usted, y no pierda la esperanza, o no me llames iluso porque tenga una ilusión, no. Llámame mejor gilipollas.
Hemos perdido el sentido de solidaridad, no entendemos ya las huelgas, sólo queremos que esas piedras arrojadas por los proletarios en sus jueguecitos de la edad tardía no nos caigan cerca. Aspiramos a tomar la cerveza en las terrazas mientras al otro lado, en la calle, desfilan esas manifestaciones tan exóticas de gente que grita. Astilleros en huelga, qué vergüenza, y nos creemos la mentira del gobierno, nos tragamos la necesidad de despedir, las reconversiones de plantilla, los reajustes, y depositamos en la SEPI esa esperanza que en el fondo nunca tuvimos en los sindicatos. Hay que optimizar la empresa pública, hay que obtener beneficios y cash flows, hay que dejar en la calle, sin trabajo, sin esperanza, sin brillo en los ojos, sin dinero, a los que ya no sean útiles, los viejos, los débiles y enfermos, los de siempre.
Y nos tragamos esa píldora, ya ves, nos creemos que para que la sociedad funcione se tienen que seguir forrando los banqueros, que si los empresarios tienen yates, y palacios de invierno, y vidas de oro, nuestras existencias de estaño y tierra seca deben seguir igual, que guay. Resígnate hermano, resígnate cristianamente, que si nos portamos bien, y no damos la nota, quizá nos lleguen los huesos de sus banquetes, y en esas casitas que nos hemos comprado hipotecándonos para los restos, podremos algún día hacer una pequeña reforma, y colgaremos de la pared un televisor de plasma para ver Gran Hermano, que con tanta definición, es que son una gozada.
El astillero en huelga, grita, y llora, y la sociedad mira hacia otro lado, el astillero sangra por los golpes, los disparos de goma, los mordiscos, y los perros gruñen al unísono, y corean consignas que no entienden, y los esbirros ladran en los medios, en las televisiones, en las calles, en los foros, y nadie entiende muy bien qué está pasando, nadie comprende este follón, nadie lo acepta. Es que esto es anacrónico, ¿verdad?, estas cosas ya no pasan en España, esto pertenece a otras épocas, otros países menos desarrollados, otros ámbitos. Y en sus casas, tristes, serios, aceptando sin aceptar la bofetada, los hijos de los parados les preguntan, los hijos ven llorar a sus padres y no quieren, los hijos no encuentran ya el actimel en la nevera, los hijos escriben las cartas a los reyes, y junto a las barbies que nunca llegarán, les piden que papá no beba tanto.
El astillero, el astillero, qué vergüenza, el capital debe ser privado, se sostiene, privado de razón, de sentimientos, privado de luces y de ideas, privado de privaciones, qué total. No entiendo esa filosofía de la empresa, no compartiré jamás sus postulados, no apoyaré nunca el beneficio si para conseguirlo hay que exprimir, robar, pisar el cuello. No me trago las mentiras de las SEPIS, no quiero un gobierno que me insulte, no deseo votar a los banqueros, no creo, como dicen, que en Moncloa no puedan hacer nada en este asunto. He votado hasta ahora, y pago impuestos, y aunque no confío en esta sociedad, la apoyo, pero considero que ya es hora de que nos dejen de engañar, ya es tiempo de romper esta mentira, y si en el gobierno no pueden hacer nada, habrá que quitarlo y poner otro. Y no me refiero a los del PP, por supuesto, pero tampoco a Izquierda Unida, con sus postulados verdes y moderadamente carmesíes. Quiero decir un cambio de verdad. Mientras eso llega, vayamos a esas barricadas de Sestao y Sevilla, o a la manifestación convocada en San Fernando, y, por favor, no critiquemos, desde nuestra comodidad de plasma de 52 pulgadas las acciones de quienes sólo defienden lo que es legítimamente suyo.