Al igual que su metáfora la bomba, el fascismo se ha vuelto «inteligente»: golpea de forma selectiva, «quirúrgica», y haciendo el menor ruido posible, para no turbar el sueño de la España que duerme ni el sopor de la España que bosteza. Tan selectivo y tan quirúrgico se ha vuelto el fascismo, que hasta promulga […]
Al igual que su metáfora la bomba, el fascismo se ha vuelto «inteligente»: golpea de forma selectiva, «quirúrgica», y haciendo el menor ruido posible, para no turbar el sueño de la España que duerme ni el sopor de la España que bosteza. Tan selectivo y tan quirúrgico se ha vuelto el fascismo, que hasta promulga leyes aplicables a un solo caso, para ilegalizar a un solo partido; y solo lo hace si es estrictamente necesario, es decir, si ese partido plantea una oposición real a la barbarie capitalista y goza de un amplio respaldo popular. Tanto afina el fascismo del siglo XXI, que golpea directamente en los cimientos de la democracia y vulnera el derecho al silencio, el grado cero de la libertad de expresión. Tan «inteligente» se ha vuelto, que solo reprime, tortura y mata lo estrictamente necesario. Y solo encarcela a los que representan un peligro real e inmediato para los poderes establecidos, a los que teniendo voz y audiencia se atreven a decir la verdad, a los que luchan abierta y eficazmente por el diálogo y por la paz, por esa paz hija de la justicia que los antiguos griegos llamaban Irene y que es la única deseable, la única posible.
Pero en su selectiva y quirúrgica estrategia posmoderna, el fascismo se olvida de un dato, por más que la Historia lo repita sin cesar: que un pueblo que lucha por su libertad es invencible; podrá perder algunas batallas, incluso muchas, pero solo para salir de ellas más unido y más vigoroso: lo que no lo aniquila lo hace más fuerte. Hace unos días, paseando por Bilbo, me encontré con Mikel, un amigo recientemente excarcelado y aún pendiente de juicio. Es una de las personas más amables y pacíficas que conozco, y podría pasar siete años en la cárcel por el mero hecho de pertenecer a la izquierda abertzale. Y estaba radiante, en plena forma. «Como en el trullo no hay nada que hacer, me paso el día estudiando y haciendo gimnasia», me dijo con una sonrisa que era la de todo un pueblo, la de una causa victoriosa. «Aupa, Mikel, no estáis solos», le dije al despedirnos. «Lo sabemos», me contestó sin dejar de sonreír.
No, no estáis solos. Cada vez son más las personas, dentro y fuera de Euskal Herria, que reconocen que el denominado conflicto vasco solo se puede resolver mediante la negociación y el diálogo, y que en ese diálogo imprescindible la izquierda abertzale es un interlocutor fundamental; lo tienen claro incluso algunos dirigentes del PSOE, aunque nunca lo admitirían en público (y seguramente también lo tienen claro algunos dirigentes del PP, aunque no lo admitirían ni siquiera en privado). Cada vez son más las personas conscientes de que la tortura es una práctica sistemática e impune en el Estado español, y de que ello no sería posible sin la complicidad de los tres poderes -de los cuatro-, lo que equivale a decir que la supuesta transición democrática no fue más que una artimaña para perpetuar en el poder a los enemigos de la justicia y de la libertad. Cada vez son más las personas que se dan cuenta de que encarcelar a la cabeza visible de la izquierda abertzale no es sino un desesperado intento de silenciar un clamor que crece cada día.
Y no contentos con encarcelar a Otegi por el delito de proclamar lo evidente, han llegado al extremo de intentar borrarlo de las redes sociales, igual que hace unos años intentaron borrar del ciberespacio a la Asociación Contra la Tortura, igual que intentan borrar a Insurgente, a Kaos en la Red, a Nodo 50… El fascismo «inteligente», cada vez más estúpido, no comprende que hay ámbitos de libertad y transparencia en los que las tachaduras se convierten en subrayados, que los espejos se multiplican al romperlos, que las negras siluetas de los presos políticos son aún más elocuentes que sus rostros. Alegrémonos de las torpezas de nuestros enemigos, que son los enemigos de los pueblos del mundo; celebremos sus gritos de rabia y sus gestos de desesperación, que son los más claros signos de nuestro avance. Pronto te veremos, como a Mikel, paseando sonriente por las calles de Bilbo o de Donosti, fortalecido por quienes en vano intentan aniquilarte. Aupa, Arnaldo. Volverás. Venceremos.
Fuente: http://www.kaosenlared.net/noticia/133545/aupa-arnaldo