La conocí en un momento de mi vida sin mañana ni esperanza. Estaba peligrosamente solo y el alcohol era muleta y compañero. Fue en un bar al anochecer. Entró junto a varios jóvenes de su edad. Cuchicheaban en la mesa de al lado, pero eso no me impidió oír su voz, que emitía con dificultad […]
La conocí en un momento de mi vida sin mañana ni esperanza. Estaba peligrosamente solo y el alcohol era muleta y compañero. Fue en un bar al anochecer. Entró junto a varios jóvenes de su edad. Cuchicheaban en la mesa de al lado, pero eso no me impidió oír su voz, que emitía con dificultad palabras aprendidas, para mí naturales desde siempre. Pensé que no deseaban hacerse comprender por la clientela anglosajona. Creo en el destino y, quizá por eso, supe de inmediato que aquella voz me ayudaría a redimir mi paso por el mundo. Cruzamos nuestras miradas y algo debió de sentir al contemplar mis ojos, una hermandad, un fuego a punto de extinguirse, no lo sé. Le bastó un ademán para indicar a sus acompañantes que se iba conmigo pero no faltaría a la cita. Tenía carácter, ellos no se opusieron.
La habitación de mi hotel fue un jardín aquella noche. Sus besos reavivaron mis cenizas y poseí su piel bruñida con la ansiedad de quien teme perder el regalo inesperado de los dioses. Fui feliz. La luna iluminaba nuestra penumbra a través de la ventana entreabierta y el reloj desgranó perezosamente el tiempo mientras yo absorbía el aroma de su cuerpo. Temí la aurora y lo que trae consigo, ya he dicho que creo en el destino.
Tras el asedio yacimos enlazados con la placidez del cáliz bebido hasta la consumación. El amor, lo aprendí entonces, es un encuentro inesperado y fugaz que nos ayuda a olvidar lo inevitable, una llama que arde sin futuro, dos poemas gemelos que entrelazan versos, un camino que se bifurca antes de conducir a la nada.
El chamariz dio la hora en el parque cercano, el cielo abandonaba la oscuridad. Ella me dijo adiós y yo la vi partir con la entereza del desahuciado. Frente a mi cuarto los cedros gemían y el paisaje me pareció de mal agüero. Fue por la tarde cuando comprendí: las imágenes que se reiteraban sin cesar en la pantalla, la llamarada iluminando el rascacielos como un sol, la misión cumplida.
No habrá paraíso. Ella ha llegado a puerto y yo aún zozobro mientras aguardo mi aurora del chamariz.
Fuente: http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=4255