Hay quien dice que nuestro pequeño país está viviendo una situación de «ausencia de violencia». Por más que miro no veo lo mismo. Y no me refiero a la contemplación habitual del uso sistemático de la fuerza por parte de los aparatos del Estado. El diccionario define la acepción de «violencia» como la utilización de […]
Hay quien dice que nuestro pequeño país está viviendo una situación de «ausencia de violencia». Por más que miro no veo lo mismo. Y no me refiero a la contemplación habitual del uso sistemático de la fuerza por parte de los aparatos del Estado.
El diccionario define la acepción de «violencia» como la utilización de la fuerza en cualquier operación y «violentar», forzarle de cualquier manera a hacer lo que no quiere hacer.
Si Marx nos descubrió que la violencia es la partera de la Historia; el bueno de Freud nos describió que el desarrollo de personalidad humana es un continuum de represión, o lo que es lo mismo, de forzarnos a no hacer lo que queremos.
Nacemos y nuestro contacto con el mundo se focaliza en torno a un pecho, hasta que mamá un día nos dice ¡no! Con dos añitos descubrimos la creatividad que nos dan nuestras heces, entonces algún progenitor nos anuncia que con eso no se juega y que tampoco se enseña a las visitas. Cuando más adelante descubrimos que tres palmos más debajo de la barbilla tenemos una cosita que nos da gustirrinín, vía manual o digital, viene de nuevo el pesado de turno a constreñirnos con nuevas normas sociales. Hasta aquí, la cosa de la represión parece necesaria para nuestro desarrollo. Ejemplos tenemos de los que se quedaron anclados en alguna de las fases, ¿cómo explicar si no la devoción de algún sujeto por Yola Berrocal o esos otros que toda su mierda la proyectan sobre los más próximos, o bien la existencia de los que la sexualidad la entienden únicamente como una práctica masturbatoria contra alguien?
Violenta, asimismo, resulta la obligatoriedad de la asistencia a unos lugares que llamamos escuelas y que como decía el pesado de Kant, servían para acostumbrar al impúber a permanecer callado y sentado. Costumbre muy saludable para la futura incorporación al mundo del trabajo.
¿Qué cosas tiene el lenguaje? Ahora resulta que violencia es darle fuego a una ETT y crearla, no. Violencia es ocupar una vivienda y obligarte a una hipoteca de por vida por sesenta metros cuadrados, no. Violencia es romper los escaparates de unos grandes almacenes y pagar a sus cajeras seiscientos euros al mes de salario, no.
¿Acaso no es ya el Derecho sino la cristalización de la violencia de los poderosos?
Ausencia de violencia, ¿dónde, corazón? –