Años llevamos proclamando principios biensonantes que, si bien dicen mucho, según se mire, no solo no dicen nada, sino que se convierten en inútiles tics que perjudican a todos en tanto que nos distraen de otras cosas, de lo prioritario, de lo que nos importa y de lo que nos da de comer. Así de […]
Años llevamos proclamando principios biensonantes que, si bien dicen mucho, según se mire, no solo no dicen nada, sino que se convierten en inútiles tics que perjudican a todos en tanto que nos distraen de otras cosas, de lo prioritario, de lo que nos importa y de lo que nos da de comer. Así de sencillo.
Aquí y en esto, como a la guerra, nunca van los que la organizan desde los despachos, por supuesto, sino que van los de a pie, los que sin recursos propios no les queda otra que subcontratarse de un modo o de otro, o son reclutados por las malas para servir a los propósitos inconfesables y nunca desvelados por los que las organizan. A todo este montaje se ha de añadir la comedura de tarro de los héroes que luchan por la patria, por la bandera, por la religión, por unas propiedades que nunca serán suyas y por no se sabe muy bien por qué más.
Lo mismo, más o menos, así se plantea la «lucha» por el derecho a la autodeterminación y a la independencia, pero ¿quién lo plantea, quién lo organiza, de dónde sale la idea, su necesidad, es decir, por qué y para qué y, sobre todo, a quién beneficia y a quién perjudica? Hoy, aquí y ahora, se olvida que con la que está cayendo y con la que se avecina deberíamos ir más allá de la lucha por los colores de una bandera o de una divisoria trazada siguiendo la línea de cumbres o de vaguadas. Deberíamos dejar de inventarnos o de reinventarnos fronteras para dividir no se sabe bien qué. Todo esto, visto a una cierta distancia, no va más allá de ser un juego o una apuesta sin más contenido que la apuesta en sí misma, aunque las consecuencias son y están siendo dañinas para todos, tal como estamos viendo. No para todos, no para sus promotores, algunos sacarán o podrán sacar tajada, seguro.
A los que tanto hablan del derecho a la autodeterminación o a la independencia habría que plantearles algo tan sencillo como es lo de la pregunta del millón, algo que debiera hacerse a cualquiera de sus apologistas, ¿qué es lo que quieren y para qué, yendo de la mano de una derecha rancia y caduca al servicio del poder económico que es al único que realmente representan? Basta con ver la relación que existe entre los que la lideran y sus seguidores y basta ver cuál es el presente y el futuro de unos y de otros. Basta ver cómo están las prestaciones sociales en Cataluña y basta ver qué proyectos sociales hay encima de la mesa que no sean palabras altisonantes pero que, de hecho, han llevado y están llevando a Cataluña a la cola, por ejemplo, de la sanidad, de la pobreza y de exclusión social. Tampoco Cataluña se queda atrás en los desahucios, en el paro y en tantas otras prestaciones sociales. Pero de esto ni palabra, no entra en el currículo de la autodeterminación, ésta no va de esto, va de hacer propio un neoliberalismo made en Cataluña en favor y provecho de la derecha que ha gobernado hasta ahora -y gobierna-, desde el abuelo Pujol, su hijo Mas y su nieto Puigdemont y sucesores, todos ellos líderes políticos profesionales, neoliberales para más señas, que nada tienen que envidiar -ni tampoco que enseñar- a los del Gobierno español en todo lo que sea neoliberalismo y dar leña y más leña al artículo 135, el de los recortes y el de la subordinación a la troika integrada por el FMI, el BCE y la CE, verdadera esencia de lo que es la Unión Europea, no otra cosa, y a dónde justamente quieren a ir a pedir acogida y amparo.
¿Independencia? Sí, pero para ir precisamente a Bruselas para que nos pongan los deberes y nos metan hasta las entrañas la tijera, el bisturí y lo que se les ocurra. Que se lo pregunten a los bancos y aplaudirán hasta con las orejas, porque así da gusto, sin abusar de las cifras, nos levantaron 60 mil millones, llevan sin pagar impuestos desde el inicio de la crisis que ellos mismos, solo ellos, han organizado para mejorar su situación y ganancias, prestan dinero, obtenido al 0% del BCE (nuestro banco), al Estado español al 3 o 4%, con la garantía del propio prestatario, del Estado. ¿Hay quién dé más?
Pues sí, sí a la independencia para ir a Bruselas para recibir en directo las instrucciones de los recortes impuestos, para nada acordados ni negociados, instrucciones que serán dadas, de hecho, en alemán, inglés o francés, raramente en español y menos en catalán. Pero lo de los recortes y lo de cómo se den o no las instrucciones es lo de menos, importa cómo se han de aplicar, cómo se han de imponer a ese tercio de ciudadanos -catalanes y no catalanes- en situación de precariedad o directamente en la pobreza y exclusión social y con la expectativa de ser cada vez más pobres y de tener un futuro cada vez más negro. Cifras que por repetidas ya están siendo aceptadas como normales, pero algunos no entendemos que sea normal que solo en Cataluña haya más de 800 mil personas que no pueden medicarse porque, sencillamente, no pueden pagar ese impuesto a la salud llamado copago y porque el Gobierno catalán considera que esto no es relevante o si lo es, lo es menos que gastarse recursos y energías en promover un copago independentista que es a donde va encaminada la apuesta por la privatización de la sanidad, lo mismo que otros servicios sociales no menos importantes. Para este viaje no necesitan ni billete, basta con sumarse y aplaudir lo que ya están haciendo desde la Moncloa y desde la Carrera de San Jerónimo.
Liderados por estos «revolucionarios», por esta izquierda progresista para qué queremos y necesitamos una derecha ni una ultra derecha, ellos solos se bastan para imponer a sangre y fuego las políticas neoliberales más crueles imaginables y para ir detrás de la OTAN a bombardear, invadir y asesinar pueblos enteros en beneficio del nuevo y repetido imperialismo del que formamos parte y del que somos responsables.
El lenguaje de lo social, de las reivindicaciones, de las propuestas reales de mejoras de las prestaciones sociales y de avanzar, aunque sea mínimamente hacia una economía que no sea más de lo mismo, se ha convertido en un insultante discurso, diría yo, en tanto que renuncia y carece de contenido, de algo que no sean más que palabrería ilegible para el ciudadano que necesita soluciones ya y no cuentos. Así es que con estos progresistas y con estos luchadores por la autodeterminación, el 135 sigue viento en popa y a toda vela, los ricos cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, salvo algunos que más pobres ya no pueden ser. Y no pueden porque si te echan de tu casa y estás en paro y para seguir, poco recorrido queda ya para tocar fondo en el camino hacia la degradación humana.
La globalización y el neoliberalismo van de la mano hacia una mayor brecha entre países y, dentro de cada país, hacia una mayor pauperización de la mayor parte de la población al tiempo que también aumenta la brecha social, ricos más ricos y pobres más pobres, algo por lo que luchan abiertamente los partidos de la derecha -es su razón de ser-, pero no parece que esta misma política debiera ser -y lo está siendo- la de los partidos que dicen representar a la izquierda y a la mayoría de los ciudadanos que dependen y viven de recursos y de medios de producción que siempre les serán ajenos, es decir que han de vivir inevitablemente de un sueldo, de salarios a la baja y cada vez más precarios y en competencia con el paro al alza.
Es y ha sido fundamental el diálogo entre independentistas y el gobierno central que se ha saldado con concesiones recíprocas de las que ignoramos su contenido y, los encuentros y desencuentros para formar gobierno, no han pasado del reparto de cargos, sillones o ministerios, nada de nada sobre los contenidos con lo fácil que hubiera sido ponerlos encima de la mesa y hasta publicarlos en primera página, pero para qué, todo sea en honor a la transparencia que brilla por su opacidad.
En resumen, en un mundo globalizado y neoliberal en donde el capital -las empresas- disponen de la gente como si fueran, como si fuéramos, clínex de usar y tirar, en donde la patria de cada uno va detrás de las deslocalizaciones y se asienta allí en donde encuentras trabajo -si lo encuentras- surge la fiebre del patriotismo que como no sea patriotismo neoliberal no sé qué otra cosa puede ser.
Y claro que cada nación, autonomía, región, etc., a pesar de la globalización, tiene su hecho diferencial, pero este mismo hecho tuyo no es más que el mismo hecho diferencial mío, y viceversa. Hasta dentro de cada autonomía hay tantos hechos diferenciales como comunidades pueda haber, y tantos como individuos. Mal andamos cuando llegar a ser y para diferenciarnos, tenemos que meter por las narices del vecino determinada bandera, como si el vecino no tuviera la suya.
El proletariado ha muerto, el paro y la precariedad a todos nos iguala y nos hace libres, viva la independencia.
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