Ayer tuve una pesadilla: Estaba en la cárcel con los titiriteros. Y cuando expresaba mi extrañeza por estar allí comprendía, como si me clavaran una flecha, que me habían privado de libertad por ser la madre del programa de TVE La Bola de Cristal. Me resultaba fácil de entender como había llegado a aquella situación. […]
Ayer tuve una pesadilla:
Estaba en la cárcel con los titiriteros. Y cuando expresaba mi extrañeza por estar allí comprendía, como si me clavaran una flecha, que me habían privado de libertad por ser la madre del programa de TVE La Bola de Cristal.
Me resultaba fácil de entender como había llegado a aquella situación. No hubiera sucedido de no haber aprendido el arte de las marionetas con Jim Henson o si no hubiera leído con gran interés el psicoanálisis de los cuentos de hadas de Bruno Bettelheim, donde analiza meticulosamente los relatos de Andersen y de los hermanos Grimm. Si me hubiera conformado con no sentir ni pensar.
Leí por primera vez en El Psicoanálisis de los Cuentos de Hadas «Piel de Asno» o la historia del incesto que pretende realizar un padre a su hija. O «Hansel y Gretel», donde los padres arrojan a los peligros del bosque a sus dos hijos. O «Los Zapatos Rojos», donde los pies de la pequeña bailarina se desangran como castigo por amar el baile. Podría seguir con el novio que entierra debajo de un árbol el dedo meñique de su amada cortado por él mismo. También podría hablar de las madres que se comen a sus hijos, etc…
¡Qué barbaridad!, llegué a decirme alguna vez. Pero el gran Bettelheim, dueño de la sabiduría y conocedor del alma humana me convenció de lo contrario hablándome de la magia de la fantasía, de sus efectos preventivos o curativos y la importancia de la ficción en el desarrollo de los niños. Y además, todos estos cuentos, recogidos por los hermanos Grimm o por Perrault, se limitaban a reunir tradiciones orales populares. ¿Es que el pueblo entero era «terrorista»?
No hay que tener tanto miedo a la fantasía ni a la libertad.
Me aproximé al arte de los títeres cuando fui a Munich por encargo de TVE a recibir unas clases impartidas por Jim Henson. Él me enseñó como se aproximaba la rana Gustavo hasta la cámara o se alejaba hasta el infinito; recursos profesionales. Nunca me dijo que arrojar a los hombres importantes por encima de la barandilla del teatrillo fuera un delito o que preguntar a los niños «¿Le mato?» para que ellos gritaran sí o no según su criterio fuera una acción terrorista. Tampoco llamaban violencia a golpear con el garrote a determinados personajes.
Después llegó la Bola de Cristal y tuve aciertos y desaciertos, como cualquier otro profesional. También me censuraron, de hecho terminó el programa como castigo a un sketch en el cual se cuestionaba la enseñanza privada.
Tuve la suerte de no ir a la cárcel a pesar de que hubo algunos periódicos dela derecha que lo solicitaron en alguna ocasión. Vosotros, queridos titiriteros, habéis tenido menos suerte. Me figuro que Franco dejó bien atado el camino que conduce a la ley de Murphy, pero fuisteis tan ingenuos que no os distéis cuenta de que lo peor estaba por llegar.
Me solidarizo con vosotros. Me pongo de vuestra parte y de parte de la fantasía, de la magia y de la ficción. Sobre todo me pongo al lado de la cultura, de la sensibilidad y de la intuición. Y no olvidemos la libertad de expresión. Carecen de todo ello quienes os metieron en prisión.
Deseo que pronto nos veamos en las calles, porque esto significará que os han dejado salir de donde no deberíais estar y que continuáis con vuestro trabajo.
Un abrazo compañeros.
Lolo Rico. Realizadora de televisión, creadora de La Bola de Cristal
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