Hace algunas semanas, seis millones y medio de españoles se congregaron ante el televisor para contemplar el efecto de la cirugía estética sobre el rostro de Belén Esteban. Se trata del, por ahora, último pico de audiencia obtenido por este singular personaje, cuya grotesca combinación de patetismo, incultura y grosería, estratégicamente amplificada por los programadores […]
Hace algunas semanas, seis millones y medio de españoles se congregaron ante el televisor para contemplar el efecto de la cirugía estética sobre el rostro de Belén Esteban. Se trata del, por ahora, último pico de audiencia obtenido por este singular personaje, cuya grotesca combinación de patetismo, incultura y grosería, estratégicamente amplificada por los programadores de su cadena televisiva, viene gozando en los últimos años de una cada vez más asfixiante omnipresencia pública.
Sería imprudente despachar el auge de este tipo de fenómenos sociales, y de los formatos televisivos que le sirven de plataforma, con un simple gesto desdeñoso, como si se tratasen de una excentricidad pasajera o una patología menor sobre el mapa del cambio social. Muy al contrario, su análisis puede decirnos mucho acerca de la sociedad en que vivimos y el momento histórico que atravesamos. El economista crítico italiano Stefano Lucarelli ha escrito que el capitalismo contemporáneo se caracteriza por sustentarse en «dispositivos de dominio sólo comprensibles si se los coloca en la zona híbrida en la que la economía política se encuentra con la psicología social«. Esta epidemia de la televisión basura es uno de estos dispositivos, y posiblemente uno de los más eficientes. Cuando un 20% de la población española habita por debajo del umbral de la pobreza, cientos de miles de empleos desaparecen para siempre y la casta corporativa consuma, con la coartada de la crisis, uno de los más espeluznantes latrocinios de los que guardemos memoria, sus víctimas directas, la clase trabajadora y la sociedad civil, permanecen mudas e inmóviles, sin protagonizar ninguna de esas formas enérgicas y masivas de protesta que hubieran parecido oportunas y previsibles ante tamaña hecatombe económica y social. Pero no es la protesta ciudadana sino el consumo televisivo lo que se dispara, y millones de ciudadanos permanecen hipnotizados durante horas ante la pequeña pantalla, absorbiendo con morbosa delectación las juergas, ligues, encamamientos, matrimonios, trifulcas, querellas, separaciones y demás andanzas cotidianas de Belén Esteban, Coto Matamoros, Pipi Estrada, Carmen Martínez Bordiú, Tita Cervera y el resto del reparto de una vasta telecomedia interactiva, perfectamente sincronizada y dosificada por las corporaciones televisivas y publicitarias.
Esta coincidencia de fenómenos aparentemente heterogéneos tiene poco de azarosa o inocente. «El capitalismo no se reproduce sólo a partir de la explotación del trabajo«, escribe Santiago Alba Rico, «también lo hace a partir de la explotación de la mirada«. La mirada seducida por la pequeña pantalla es una mirada aprisionada dentro de los límites lógicos y morales del capitalismo que diseña sus contenidos. Poco a poco, el lenguaje frívolo, sensacionalista y maleducado del espectáculo televisual va empapando el conjunto de la esfera y el lenguaje público, se infiltra en las relaciones sociales y en la intimidad de los individuos. Espectáculos como Crónicas marcianas, Aquí hay tomate, La noria o Sálvame no dejan de vomitar modelos de conducta y patrones de pensamiento (por lo general, ejemplos hiperbólicos de cinismo, hipocresía, desvergüenza y codicia) sobre una sociedad que, agobiada por la explotación laboral y desconcertada por la degradación de los vínculos sociales tradicionales, se aferra a cualquier clavo ardiendo con tal de apartar, durante unas horas, la vista del desastre. El resultado es una mente social empobrecida y fragilizada, que prolongadamente sobreexpuesta a la gramática limitada y deficiente que promueve la industria del entretenimiento, acaba por tornarse necesariamente ingenua y dócil ante los designios de unos omnipotentes mercados cuyos mecanismos el espectáculo difumina y cuyas intenciones el espectáculo encubre.
En esta realidad televisual paralela, la visibilidad extrema de un puñado de personajes irrelevantes y sus igualmente irrelevantes relaciones sirven como pantalla de distracción que protege a los verdaderos amos del negocio, por ejemplo a esos dieciséis grandes ejecutivos bancarios (Goirigolzarri, Sáenz, Inciarte…) cuyos fondos de pensiones suman los 416 millones de euros, o a esas diez grandes fortunas (Botín, Koplowitz, Ortega…) cuyos beneficios han crecido de media un 27% a pesar de (o más bien, gracias a) la crisis económica, personajes todos ellos a los que jamás veremos sentados en uno de los platós de televisión de su propiedad para ver sometidos sus privilegios al público escrutinio. En esta realidad televisual paralela, la participación democrática y la soberanía popular se reducen a enviar, pagando, un mensaje de móvil para insultar o jalear a algún icono mediático, dentro de un muestrario de estereotipos perfectamente formateados por psicólogos y publicistas para excitar (y, a la vez, satisfacer) las ansiedades, frustraciones y anhelos del consumidor. Al cabo del proceso, la ciudadanía se convierte en audiencia y la democracia se subordina a las normas del espectáculo, abriendo el tiempo de ese nuevo régimen político, inequívocamente totalitario, que algunos analistas han dado en denominar «videocracia» y que tiene hoy en la Italia de Berlusconi su más avanzado exponente. Un régimen en el que el centro de mando sistémico se ha desplazado, y ya no son los políticos los que mienten a través de la televisión, sino la televisión la que miente a través de los políticos.
Durante siglos, la izquierda ha sido, a la vez que un movimiento político, un movimiento educativo. Decenas de millones de seres humanos quebraron las cadenas de la superstición y la ignorancia en el seno de grandes organizaciones sociales, políticas y sindicales, que fueron incansablemente prolíficas en la creación de imprentas, librerías, bibliotecas, periódicos, radios, ateneos, escuelas… Que sólo una sociedad intelectual, ética y estéticamente consciente y cultivada es capaz de avanzar en su proceso democrático ha sido una convicción común a todas las tradiciones progresistas desde la Revolución Francesa, y que ahora las izquierdas (y muy en especial, sus grandes organizaciones políticas y sindicales) parecen haber olvidado, cesando en cualquier oposición a (si no participando activamente en) la espectacularización del discurso, las instituciones y las relaciones sociales. En un tiempo de crisis sistémica de profundas raíces y decisivas repercusiones en el ámbito de la cultura, la izquierda carece casi completamente de un programa y un aparato cultural propios que oponer a la apisonadora multimedia al servicio del capitalismo. Un fatal descuido, si convenimos que reconstruir la cultura y los valores devastados por el espectáculo televisual, y revertir la mutación de la ciudadanía soberana en mera agregación de audiencias pasivas, será en el futuro el punto de arranque y el cimiento irreemplazable para cualquier proyecto político democrático de emancipación.
http://jfmoriche.blogspot.com [email protected]
[NOTA: una versión resumida de este texto se publicará en el número 64 (enero de 2010) de La Crónica del Ambroz. Versión digital disponible en http://www.radiohervas.es]
ALGUNAS LECTURAS DE INTERÉS:
· SANTIAGO ALBA RICO, «Consumo y barbarie visual», en Rebelión, 28/01/2009 [www.rebelion.org].
· CARLOS BOYERO, «País», en El País, 20/12/2009 [www.elpais.es].
· DAVID FERNÁNDEZ, «Hay otros Goirigolzarri», en El País, 04/10/2009.
· ENRIQUE GRANDOLINI, «¿Qué es lo que tenemos que agradecer a Ricardo Fort?», en Rebelión, 23/12/2009.
· STEFANO LUCARELLI, «La financiarización como forma de biopoder», en VV.AA., La gran crisis de la economía global, ed. Traficantes de Sueños, Madrid, 2009, pp. 125-149 [www.traficantes.net]
· VICENÇ NAVARRO, «Valores tóxicos en televisión», en Público, 17/09/2009 [www.publico.es]
· MARGARITA RIVIÈRE, «Infierno y paraíso en el telediario», en Telos nº 54 (abril-junio 2004) [www.campusred.net/telos].
· JOAQUÍN SEMPERE, «Publicidad y televisión», en Público, 22/07/2009.
· PASCUAL SERRANO, «Noticias basura y noticias engaño», en Público, 20/10/2009.
· RAIMUNDO VIEJO VIÑAS, «Del medio al mando», en Diagonal nº 119 (noviembre 2009) [www.diagonalperiodico.net].
· «Salvame Deluxe’ logra su máximo histórico con la entrevista a la ‘nueva’ Belén Esteban», en Público, 19/12/2009.
· «Los ricos ganan un 27% más en año de recesión», en Público, 28/12/2009.