«Consideramos salvajes a los leones y los lobos porque matan, pero tienen que matar o morirse de hambre. Los humanos matan a otros animales por deporte, para satisfacer su curiosidad, para embellecer sus cuerpos y para dar gusto a sus paladares. Los seres humanos matan también a los miembros de su propia especie por codicia […]
(Peter Singer)
La Tauromaquia justifica y argumenta falazmente desde sus inicios históricos que, para que toro y torero estén «en igualdad de oportunidades» ante el combate, el toro se vea sometido a una serie de ataques en secuencia, que van mermando sus fuerzas, a base de ir provocándole una serie de heridas mediante los rejones, las puyas, las banderillas, etc. Todo ello contribuye a un sangriento y bárbaro espectáculo, que finaliza, como sabemos, con la muerte del toro mediante la espada y, en su caso, el descabello. Pero hasta que llega ese momento, el animal va sufriendo continuas y progresivas heridas en su lomo y cuello, por las que se va desangrando lentamente, provocándole un terrible sufrimiento. La lucha de los animalistas ha conseguido, en el Parlamento balear, que el toro deje de sufrir en la arena, mediante la prohibición de toda suerte de ataques al animal durante la faena, que tampoco podrá acabar con la muerte del astado. Por tanto, los toreros sólo podrán emplear el capote y la muleta en sus faenas, que además se verán recortadas en su duración hasta un máximo de 10 minutos, y a 3 toros en vez de los 6 actuales. La votación de esta ley de toros «a la balear», como ya es popularmente conocida, fue bien previsible. Los grupos de la izquierda parlamentaria han votado a favor (PSOE-PSIB, MÉS y Podemos), mientras que el PP y Ciudadanos lo han hecho en contra. Sabemos cuál es el sitio de cada uno.
Esta iniciativa legislativa contempla muchos aspectos interesantes, más allá de los relativos a la prohibición del maltrato. Tanto toros como toreros se verán sometidos a controles antidopaje antes de que comiencen las corridas, y los toros al finalizar las faenas volverán a los corrales y después a sus ganaderías de origen, no sin antes ser sometidos a un reconocimiento veterinario para comprobar su estado sanitario. La Ley balear también regulará las características de las enfermerías que serán obligatorias en las plazas, así como las condiciones que tendrán que cumplir las ganaderías en lo que se refiere al transporte de los animales, por lo cual cubre varios aspectos necesarios que garantizan el bienestar de los toros en todo lo que incumbe a la celebración de las corridas. La nueva normativa también prohíbe la entrada de menores de 18 años a los espectáculos taurinos (actualmente era de 16), así como la venta y el consumo de alcohol en el recinto. Por tanto, configura una iniciativa legislativa ciertamente completa e interesante, que puede constituirse en referente, y marcar un antes y un después en la regulación autonómica de la tauromaquia en nuestro país. Fuera ya de los aspectos reguladores de lo taurino, la ley balear también prohíbe el tiro al pichón y a la codorniz, aspectos ante los cuales la Federación Balear de Caza ha mostrado su total desacuerdo.
Al día siguiente de su aprobación, el Partido Popular y sus organizaciones afines (en este caso la Fundación del Toro de Lidia) han presentado recurso ante el Tribunal Constitucional, alegando que dicha Ley vulnera las competencias del Estado, ya que sólo éste puede regular los aspectos relacionados con la tauromaquia. Por su parte, las Comunidades Autónomas tienen entre sus competencias la de regular todos los festejos (incluidos los taurinos), así que no sabemos en qué quedará todo esto. De momento, lo más previsible es que el Alto Tribunal ordene la suspensión cautelar de la entrada en vigor de dicha Ley, tal y como ya han solicitado los instigadores del recurso. Pero en cualquier caso, se trata de toda una victoria de los grupos y partidos animalistas, de las organizaciones que luchan por la liberación animal, y contra el maltrato a los animales en todo tipo de «festejos populares». En el caso concreto de la Tauromaquia, resulta además que estamos ante una actividad reconocida oficialmente como Bien de Interés Cultural, y por tanto, perteneciente al patrimonio cultural de todos los españoles, por lo cual el asunto se complica enormemente. Las subvenciones públicas y al apoyo a nivel institucional están aún muy arraigados para la tauromaquia, lo cual dificulta enormemente su desmontaje dentro de nuestro país. De ahí el intento del Parlamento balear de regular las corridas, de tal manera que, aunque la prohibición expresa no pueda aún llevarse a cabo legalmente, se proteja a los toros para que no sufran durante las faenas.
No se consigue por tanto el objetivo último y final, pero hay que valorar los pasos hacia adelante que se están dando, en la lucha por erradicar todos los festejos populares donde se produzca muerte o tortura de cualquier tipo de animales. Los taurinos en cambio argumentan otras razones rocambolescas, tales como que es «un intento nacionalista de rechazar lo español», según aparece en este artículo de Ricardo F. Colmenero para el diario El Mundo, o bien que es una clara desvirtuación de la tauromaquia, ya que, según ellos, el toro bravo es una especie criada para tal fin, y ha de morir en el ruedo. Argumentan que el sentido último de su existencia es la muerte digna en la arena, porque de todos modos habrá muerte en la soledad del corral, pero no se dan cuenta de la abismal diferencia que hay entre una muerte y otra dentro del contexto de una sociedad avanzada, ya que la muerte en el corral no está sirviendo de cruel espectáculo de tortura para nadie. Esa es la diferencia que no ven. Pero existe. Sólo hay que poseer un poco de sensibilidad para apreciar la diferencia entre una muerte y otra. El propósito de nuestra sociedad debe ser erradicar la crueldad y minimizar el sufrimiento, y no excusar el apoyo a este tipo de «espectáculos» bajo cualquier pretexto cultural, tradicional o económico. En el artículo donde defendimos la ILP «Pan y Toros» desmontamos también todos los falaces argumentos que el mundo taurino aduce para mantener «la fiesta».
Hoy día, la decadencia y el declive social de estos espectáculos es más que evidente. La actividad de la tauromaquia dejó de ser rentable hace muchos años, y se constata desde el año 2007 la tendencia negativa en cuanto al número de espectadores que acuden a las corridas de toros. Pero los grandes empresarios de la tauromaquia no se dan por vencidos. Por ello el lobby taurino pretende que esta actividad se considere y se mantenga como un producto cultural oficialmente reconocido, para poder beneficiarse de las cuantiosas subvenciones públicas y privilegios fiscales asociados, y lo reclaman asegurando que las corridas de toros son el segundo espectáculo de masas en España, aunque según datos del propio Ministerio de Cultura, dista mucho de ser considerado como tal. De ahí la especial inquina que se levanta cuando cualquier iniciativa legislativa, como ahora la del Parlamento balear, intenta restar fuerza al mundo taurino, en base a limitar o transformar la propia estructura del «espectáculo» del toreo. Pero afortunadamente el ejemplo está cundiendo, y ya son muchas las iniciativas legislativas y consultas ciudadanas que se están poniendo en marcha en la misma línea, en diversas Comunidades y Ayuntamientos, por lo cual parece ser una cuestión de tiempo que veamos la total abolición de la tauromaquia en nuestro país.
Pero aún nos costará mucho despojarnos de las crueles prácticas y costumbres atávicas, que tan arraigadas se encuentran en el suelo patrio. Amparados en la historia, la tradición, la cultura y el arte, los defensores de estos festejos justifican la celebración de estos crueles eventos con los animales (en este caso con el toro bravo), sin darse cuenta de que la Humanidad está evolucionando en el sentido contrario, es decir, en el de proteger la vida y los derechos de todos los animales, y de no considerar ocio, tradición, cultura, deporte, festejo, espectáculo, arte o diversión toda aquélla actividad que se base en el maltrato, la tortura o la muerte de animales. Parece no obstante que aún estamos muy lejos de conseguirlo, pero leyes como la que estamos comentando del Parlamento Balear nos acercan más a dicho objetivo. Animamos desde aquí a los grupos y asociaciones animalistas, e instamos a las fuerzas políticas con sensibilidad ecologista y animalista a que continúen por esta senda. Deseamos también que cunda el ejemplo para el resto de Comunidades Autónomas del Estado Español, y que sigan el ejemplo balear para impedir de este modo que los toros sufran tortura y muerte en los ruedos de toda la geografía nacional. Es posible que dentro de no mucho tiempo podamos conseguir un escenario legal de absoluta protección y respeto hacia el mundo animal. Habremos dado un gran paso como Humanidad.
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