A Emilio Rubiera y a sus dos hijas lo amarraron a la viga de su cocina y, acto seguido, prendieron fuego a la casa. Murieron abrasados. Eran de Quintes (Asturias). Eran enlaces de la guerrilla antifranquista. Algunos de los que los asesinaron llevaban camisa azul. Otros llevaban tricornio.
La infiltración que los puso en la pista de las autoridades redundaría más tarde en uno de los grandes jalones de la represión franquista de los maquis: la masacre del pozu Funeres, en la sierra de Peñamayor; una sima a la que fueron arrojados vivos nueve hombres llamados Erasmo, Fernando, Fermín, Silvino, Jesús, Ceferino, Antonio, Ramón y Enrique. Socialistas y comunistas de los concejos de Llaviana, Bimenes y Samartín del Rei Aurelio, enlaces también de la guerrilla, arrancados, también, del mundo de los vivos por un grupo de asesinos entre los que unos llevaban camisa azul, y otros llevaban tricornio. Se cuenta que algunos no murieron de resultas de la caída, y que sus gritos agónicos fueron ahogados más tarde con gasolina y con dinamita.
Corría el año 1948. Faltaban casi veinte años para las masacres de Indonesia: el asesinato de entre medio millón y tres millones de comunistas de aquel país por parte de milicias apoyadas por Estados Unidos, que Vincent Bevins nos presenta como El método Yakarta que sirvió de esquema de La cruzada anticomunista y los asesinatos masivos que molderaon nuestro mundo en un libro sobre la guerra fría de reciente aparición, publicado en español por Capitán Swing, con esos precisos título y subtítulo. Pero en este distante rincón del mundo se practicaba ya en 1948 un método Yakarta avant la lettre: lo practicaban hombres vestidos con camisa azul, y también hombres tocados con tricornio. Los perros llegarían un poquito más tarde.
A un año después de la masacre del Funeres corresponde la efeméride que la Guardia Civil conmemoraba el 12 de diciembre de 2021 de este modo en su cuenta de Twitter: «En 1949 se crean puestos y destacamentos con perros para perseguir de forma más organizada a los bandoleros y reforzar el servicio en zonas de fronteras y costas». Los bandoleros eran Erasmo, Fernando, Fermín, Silvino, Jesús, Ceferino, Antonio, Ramón, Enrique, Emilio Rubiera, sus hijas que se llamaban Asunción y Carmina, cientos de otros hombres y mujeres comprometidos en España con la causa de los Aliados de la segunda guerra mundial, para los que el historiador asturiano Ramón García Piñeiro acuñara un nombre colectivo mucho más hermoso a la par que más certero en una historia monumental de la guerrilla asturiana, publicada hace unos años por KRK: Luchadores del ocaso.
Suspiramos a veces en España que, en otros países, estos hombres y mujeres recibirían homenajes. Pero no hace falta conjugar el verbo en condicional: los reciben en riguroso presente de indicativo. En Francia no son una, sino seis (París, Drancy, Eubonne, La Courneuve, Le Perreux-sur-Marne y Raismes) las ciudades de las que una calle porta el nombre de Cristino García, asturiano de Gozón, comunista del PCE y guerrillero heroico, teniente coronel de la Resistencia francesa, que acabada la guerra que allá libraba volvió a librarla a la España en la que ya la había librado como teniente del Ejército Republicano, pero en 1945 sería apresado por la policía franquista.
El 22 de enero de 1946 —año en que la ciudad de París celebraba un multitudinario homenaje funerario de tres días al, allá fallecido, Francisco Largo Caballero—, Cristino se encaraba así al consejo de guerra sumarísimo que lo juzgaba y lo condenaría a muerte en consejo de guerra ejecutado el 21 de febrero: «Sé bien lo que me espera, pero declaro con orgullo que cien vidas que tuviera las pondría al servicio de la causa de mi pueblo y de mi patria». Decía también aquel héroe español desconocido en España y conocido en Francia esto que valdría para responder hoy al community manager de la Benemérita del siglo XXI: «El fiscal nos llama bandoleros. No lo somos. Bandoleros son quienes nos acusan, quienes martirizan y matan de hambre al pueblo. Nosotros somos la vanguardia de la lucha del pueblo por la libertad».
Lo cierto es que es probable que la intención de la Guardia Civil al escribir bandoleros en su cuenta de Twitter no fuera maliciosa, ni un ejercicio deliberado de criptofascismo; y que de ahí que no tardaran en borrar el tuit. Pero eso no hace menos grave el asunto, sino, en realidad, más: revela hasta qué punto el franquismo dejó atado y bien atado hasta en lo semántico lo esencial de su infamia; de lo logrado merced a su método Yakarta. Victor Klemperer escribió un famoso libro titulado LTI. La lengua del Tercer Reich: apuntes de un filólogo, precisa disección de la manipulación nazi del lenguaje: nosotros nunca dejamos de hablar la lengua de nuestro Reich.
Seguimos impregnados e impregnándonos de su lluvia fina, del traicionero orbayu de su embustera sintaxis. La victoria de 1939 es, como titulaba José Vidal-Beneyto un artículo de 1980, «La victoria que no cesa». Lo comenzaba así: «Una victoria para ser permanente ha de acabar con los vencidos. Física o simbólicamente. En abril de 1939, los vencedores de la última guerra civil española renunciaron al exterminio total y dejaron con vida cerca de veinte millones de vencidos. En junio de 1977, los vencedores y sus herederos decidieron poner remedio a esa situación acabando con la condición de vencidos. Con lo que la victoria se convirtió en definitiva».